Como todos los años por estas fechas, no se
me pasa por alto un aniversario tan peculiar (nació y murió el mismo día: 29 de
agosto) como es el de mi adoradísima Ingrid Bergman, sólo que, esta vez, no voy a
celebrarlo recordando su biografía ni de cualquier otra manera habitual, sino
que lo voy a hacer con un homenaje al que considero uno de sus mejores largometrajes,
para mí casi a la misma altura (y a veces pienso que incluso por encima) de la
legendaria Casablanca: amigos, si
tuviera que irme a una isla desierta y sólo pudiese llevarme a ella un manojo
de películas, sin ninguna duda Luz que agoniza
estaría incluida. Es una película que descubrí en televisión hace ya
muchísimos años, más de veinte, y que he vuelto a ver en muchas nuevas y
posteriores ocasiones; una obra maestra de la que estoy absolutamente enamorado
y en la que se dan nombres tan míticos, además del de la propia Ingrid, como los
de sus compañeros de reparto, Charles Boyer
y Joseph Cotten, el del director artístico Cedric Gibbons o el del gran George
Cukor. Con todas estas estrellas, ¿cómo no iba a salir un film
deslumbrante?
Precedentes
Sin embargo, voy a empezar con una
contradicción por la que debo tragarme un poco mi orgullo (¡lo hago bien a
gusto!): me he manifestado a menudo en contra de esos “remakes inmediatos” que
tanto gusta hacer el Hollywood actual de películas europeas que apenas se han
estrenado unos pocos años antes, y la verdad es que este recurso no es nada
nuevo: la misma Ingrid Bergman llegó a la Meca del Cine para participar en un
remake de un film que ya había protagonizado en su Suecia natal: Intermezzo, y esta película a la que
rindo tributo, Gaslight
en el título original, fue también un remake de una cinta homónima inglesa de
tan sólo cuatro años antes, 1940, dirigida por Thorold
Dickinson e interpretada por Anton Walbrook, Diana Wynyard y Frank
Pettingell. Ambas partían de la obra teatral de idéntico título de Patrick Hamilton, que se estaba representando con
éxito en los escenarios. Cuando, en 1942, se estrenó en España la versión
británica, su título fue traducido literalmente como Luz de gas; la variante estadounidense de 1944 llegaría a nuestro
país tres años después de su aparición y, para diferenciarla de la anterior, se
bautizó con el imaginativo título con el que la conocemos, Luz que agoniza.
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La versión inglesa de 1940 |
Así pues, una de mis grandes películas
favoritas es uno de esos “remakes inmediatos” que normalmente suelo detestar,
sólo que yo conocí antes esta segunda versión que la primera, que vería algún
tiempo después en televisión y de la que casi no tengo recuerdos (espero poder
verla otra vez algún día). Para más inri, hay que decir que la Metro inició una
especie de sabotaje contra la película original una vez compró los derechos de
la obra, y que destruyó muchas de las copias que habían llegado a Estados
Unidos. Esto ha contribuido a que sea una película mucho menos conocida e
incluso difícil de localizar (se reestrenaría en el mencionado país en 1952).
En cualquier caso, lo que es indudable es que la obra teatral de Hamilton
estaba teniendo mucho éxito en Norteamérica antes del estreno del film de
Cukor, y que, ya en los primeros 40, se representaba en Broadway con nada menos
que Vincent Price en el papel masculino principal.
Dicha obra se dio a conocer como Angel Street, y parece ser que ese mismo
nombre se conservó luego para la película inglesa original, así como para un
telefilm de 1946 protagonizado por Judith Evelyn, Henry Daniell y Cecil
Humphreys. Han habido muchas más versiones de la pieza de Hamilton, sobre todo
teatrales, pero con estas primeras basta para situarnos en el momento en que se estrena Luz que agoniza que, por la
popularidad de su fuente original, y la de sus intérpretes y director, parecía
tener el éxito asegurado...
La
historia...
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Boyer, Bergman, Cotten: un trío de lujo |
En el Hollywood de los primeros 40 parecían
haberse puesto de moda los thrillers con
la combinación caserón siniestro- dama en apuros -marido intrigante o misterioso:
sirvan como ejemplos la misma Rebeca
de Hitchcock, la estupenda El castillo de
Dragonwyck de Mankiewicz o incluso Alma
rebelde, la versión de Jane Eyre de
Robert Stevenson.
Luz que agoniza contiene también todos estos elementos. Su argumento nos traslada al Londres del siglo XIX, una época que para mí hace más
fascinante aún la película por lo mucho que me gusta… La famosa cantante de
ópera Alice Alquist es asesinada. Su joven
sobrina Paula (Terry
Moore) descubre el cadáver. El caso no se logra esclarecer. Pasa una
década. Paula (Ingrid Bergman) es ahora toda una mujer que vive en Italia e
intenta seguir los pasos artísticos de su tía, enseñada por un viejo maestro de
canto y acompañada por un galante y maduro pianista con el que tiene un romance,
Gregory Anton (Charles Boyer). Paula opta
finalmente por abandonar su carrera artística y sentar cabeza con su amado y, a
sugerencia de éste, se trasladan a la antigua casa de Alice Alquist, que la
muchacha ha heredado.
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Un villano odiosamente encantandor |
A partir de ese momento, lo que prometía ser una feliz vida en pareja se va
a convertir en un infierno para Paula, quien, según su marido, está sufriendo
despistes e imaginando cosas continuamente: pierde objetos, cree ver la luz de
gas de las lámparas bajar y subir, oye pasos… Dudando de su propia cordura,
aislada del mundo por recomendación de Anton y con su salud supuestamente
delicada como excusa, sin más compañía que una vieja cocinera sorda y una joven
criada impertinente que la saca de quicio, nuestra heroína estará a punto de sucumbir.
Por suerte, el apuesto y despierto detective
Brian
Cameron (Jospeh Cotten), admirador en su momento de la tía de Paula, empezará
a sospechar de la extraña relación del matrimonio y de la actitud del marido, y
comenzará a indagar… La realidad es que –está claro casi desde el principio de
la película, así que creo que no chafo la sorpresa a nadie– Anton es el asesino
de Alice Alquist, y ha compuesto un ingenioso plan para poder buscar a sus
anchas por la casa unas valiosísimas joyas que pertenecían a la difunta
cantante…
Reparto secundario y
Oscars
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Ingrid no está sola |
El magnífico, maravilloso e impagable trío que encabeza el reparto se completa con secundarios principalmente británicos
entre los que encontramos a
Barbara Everest
como la cocinera Elizabeth, a
May Whitty
como la cotilla vecina señora Thwaites,
Tom
Stevenson como el policía Williams, y una debutante (celebró la mayoría
de edad durante el rodaje del film)
Angela Lansbury
como la descarada criada Nancy. Resulta curioso que esta hoy en día veterana
actriz –única superviviente de la plantilla de actores del film junto con Terry Moore–, relegada prácticamente al medio televisivo y recordada sobre todo por
la serie
Se ha escrito un crimen,
comenzara su carrera con tan buen pie (fue nominada al Óscar por su papel) y de
tan buena mano (siempre recordó con cariño lo bien que le trataron Cukor y los
actores principales a pesar de que era una recién llegada).
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Lansbury y Boyer: ¿conspirando contra la señora? |
Y hablando de las doradas estatuillas de Hollywood:
Luz que agoniza fue
nominada a siete de
ellas en la ceremonia de 1945, aunque sólo se llevaría finalmente dos: a
la
dirección artística (innegable el acierto
del equipo de Gibbons al construir los decorados sobrecargados y
claustrofóbicos de la casa donde transcurre la mayoría del film) y, cómo no, a
la
actriz principal, y es que Ingrid está
absolutamente sublime como esa Paula Alquist primero dichosa y enamorada,
después atormentada y sufridora (un tipo de personaje que bordaría a menudo), y
finalmente indignada e iracunda cuando conoce las intenciones reales de su
marido… Esta sería la segunda nominación al Óscar de Ingrid (quien también ganó
el Globo de Oro), y el primero de los tres que cosecharía durante su espléndida
carrera. El resto de nominaciones de la cinta fueron a la mejor película, mejor
actor (Boyer), mejor guión y mejor fotografía, además de la ya mencionada para
Angela Lansbury. Curiosamente, el director, George Cukor, no fue nominado.
En resumen y en
retrospectiva
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Sublime en todos los registros de su personaje |
Treinta años sin Ingrid ya. Y muy cerca del centenario de su nacimiento el
próximo 2015. Casi siete décadas del estreno de
Luz que agoniza, convertida en una joya del cine clásico. Tal y
como la acabé de ver el otro día a raíz de este artículo, hubiera vuelto a
empezarla. No quiero dejarme llevar por la pasión ni caer en afirmaciones
superficiales y desacertadas, pero casi le dan a uno ganas de decir aquello de
que “ya no se hacen películas como esta”. Y, sí, en cierta manera es cierto.
Sigue habiendo buenos filmes, buenos actores y buenos directores –sería
ridículo empeñarse en lo contrario–, pero, simplemente, las cosas, las maneras,
las técnicas, los criterios estéticos, cambian con los tiempos, así que, es verdad: ya no se hacen
películas
así, porque así era como se
hacía en otra época de la historia, que no tiene que ser ni mejor ni peor que la
nuestra pero que, sin duda, con el paso de los años, la perspectiva de tantas
décadas, y esa traidora que tanto se aprovecha de nosotros que es la nostalgia,
nos la hacen ver con mayor benevolencia y cariño.
Una curiosidad para terminar: la obra teatral de Patrick Hamilton y sus adaptaciones a la pantalla popularizaron la expresión “hacer (a alguien) luz de gas”. Como en la película que hemos repasado, se trata, claro está, de convencer a una persona que ve o imagina cosas con el fin de hacerle dudar de su memoria y de su salud mental. Hoy en día ya no se utiliza el gas para iluminar las casas, pero seguro que siguen habiendo personajes como el de Charles Boyer en
Luz que agoniza… ¡Cuidado!
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Un descanso en el rodaje... |
De Ingrid Bergman, otra película que fue "rehecha" por Hollywood y que siempre me ha gustado mucho es "Un mujer y dos vidas" de Gustaf Molander, que hizo en su etapa sueca, y que luego se reversionó como "Un rostro de mujer" con Joan Crawford como protagonista y dirigida por George Cukor. Sin ánimo de menospreciar la interpretación impecable de la Crawford ni la dirección de Cukor, la versión original, tiene una frescura que no conserva la americana, y la Bergman está simplemente impresionante.
ResponderEliminarMe avergüenza confesar que todavía me quedan películas suyas por ver, sobre todo de sus etapas sueca e italiana... Lo tengo como tarea pendiente, y no lo olvido...
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