Así como en otras disciplinas como el cine o la literatura me enorgullezco en haber sido bastante precoz, en la música –que, contradictoriamente, resulta ser una de mis grandes pasiones–, siempre he creído haberme iniciado con relativa tardanza: no fue hasta mis últimos años de instituto cuando empecé a meterme “en serio” en ella. Eso sí: una vez lo hice, fue para siempre…
Antes de los 17 años en realidad no tenía ningún interés musical concreto. Había dado tres años de música en el colegio, pero el anticuado profesor del centro no logró que me aficionara a ella a través del “selecto” repertorio que nos hacía cantar y tocar con la flauta. En mi adolescencia temprana empecé a comprar o a grabarme algunas cintas de casete, sobre todo de bandas sonoras. Casi siempre que me gustaba una película acababa adquiriendo su correspondiente “soundtrack”, y John Williams era el compositor más habitual en mi exigua colección musical de entonces. También exploré algo de la música pop que aparecía por la época, en algunos casos artistas y grupos que hoy me avergonzaría reconocer, pero no me impactaba verdaderamente nada.
Desde principios de los 80, sin embargo, estaba ocurriendo un hecho curioso en el mercado cultural español: se estaba abriendo a influencias diversas; estaban llegando a él cosas que con el antiguo régimen político de la nación habían estado vetadas, prohibidas o simplemente ignoradas; aún más: se estaba recuperando mucha de la herencia artística que durante los años de la dictadura no se había podido disfrutar. Uno de estos tesoros que se empezaba a conocer por fin con cierta extensión era el rock original americano de los años 50, que en su momento prácticamente no llegó aquí, o lo hizo con cuentagotas, mal y con retraso… De repente, una parte de la juventud española de los 80 comenzaba a admirar la música estadounidense de treinta años atrás y a considerarla una interesante alternativa a la limitada y redundante oferta musical estándar de radios y televisiones, y las tiendas de discos comenzaban a ofrecer un ingente material compuesto en gran medida por reediciones de sonidos añejos. Esta fue una de las pocas ocasiones en mi vida en las que no fui totalmente autodidacta en una afición, y en realidad, fueron dos compañeros míos de clase los primeros que empezaron a hablarme de esta tendencia y de artistas como Buddy Holly, Chuck Berry, Gene Vincent o Eddie Cochran. Me picó la curiosidad….
En el verano de 1986 adquirí en el catálogo de venta por correo Discoplay (posteriormente BID) mi primera cinta de este estilo musical: se trataba de “Rock and Roll: The Early Days”. Aunque en realidad ya tenía la banda sonora de Regreso al futuro (en la que aparecían varias versiones de música de la época), este casete fue el primero de rock and roll original que compré, y fue un disco que iba a cambiar mi vida, por supuesto, para bien, porque me descubrió un estilo “nuevo” –aunque tuviera tres décadas de existencia– que me subyugó y apasionó y consiguió que siguiera profundizando en él, que acabara conformando una extensa discoteca e incluso que me implicara más directamente en la música, puesto que tan sólo un par de años después me inicié como guitarrista amateur animado por mi nuevo descubrimiento…
¿Por qué nos cautivan unos sonidos concretos mientras otros nos pasan desapercibidos o incluso se nos hacen desagradables? ¿Por qué nos “identificamos” más con unas músicas que con otras? La respuesta quizá sea trabajo de un psicólogo, pero en mi caso sé que aquel rock and roll “antiguo” me capturó para siempre. Me ofrecía una alternativa que me llamaba y me interesaba como no lo hacían otras músicas más modernas. Veía aquellas viejas fotos de sonrientes cantantes de los 50 con sus pulcras chaquetas, sus pantalones de pinzas y sus tupés y me parecían gente verdaderamente curiosa y “auténtica”. Quiero creer –y pienso que tiene que ser así, después de tantos años– que mi amor por este pionero género musical nació de una forma genuina y sincera, y nunca se trató de una “postura” o aptitud para parecer más rebelde, original o para ir contracorriente. En ese caso, creo que ya me habría deshecho de todos los discos del estilo que guardo desde mucho tiempo atrás.
Durante los siguientes años fui casi un obseso del rock and roll: adquiría vinilos continuamente y llegué a tener una buena colección. También compraba muchos libros y revistas, y conseguí conocer bastante bien a los principales intérpretes del estilo, e incluso a otros menos relevantes, así como a muchos de los músicos que, por medio del country, del blues y de otros géneros, habían acabado engendrando el rock. Llegué incluso a ver en directo a algunos de ellos, toda una experiencia. Con el tiempo, mis horizontes musicales se fueron ensanchando y probé otras músicas, pero el rock de los 50 sigue deleitándome igual que lo hiciera cuando lo descubrí hace ya tantos años y, si bien ahora no lo escucho tan asiduamente, de vez en cuando recupero algunas de esas viejas canciones –muchas de las cuales han cumplido ya medio siglo– y compruebo con agrado que oírlas me sigue proporcionando el mismo placer que me proporcionaba en mi adolescencia. Y es que Danny & the Juniors ya cantaban hace tiempo aquello de “Rock and roll is here to stay...” Que bien lo sabían...
El disco y sus canciones
“Rock and Roll: The Early Days” apareció en 1985 tanto en LP de vinilo como en casete (posteriormente se reeditaría en CD, y también apareció en vídeo en forma de documental), y fue publicado por la RCA. Contenía doce canciones (seis por cada cara), la mayoría grabadas entre 1948 y 1955. Ofrecía una interesante perspectiva de los sonidos y músicos que ayudaron a dar forma a al estilo a través de muy variados géneros como el blues, el rhythm & blues, el country o el boogie woogie, así como de muchas de las ramificaciones del rock and roll como el rockabilly o el doo wop. Un dato interesante es la inclusión de bastantes cantantes de color en la selección, artistas normalmente denostados, olvidados o no siempre considerados cuando se habla del nacimiento del rock & roll, y cuya aportación a éste fue, sin embargo, trascendental. Se echan de menos a algunos nombres como los de Eddie Cochran, Gene Vincent, Fats Domino o Buddy Holly, pero esto suponemos que se debió más a problemas de derechos de las grabaciones que a otra cosa (también quizá a que muchos de estos músicos siempre se han considerado la “segunda oleada” de rockers de los 50, aunque su aparición en escena dista como mucho un par de años con respecto a algunos de los más pioneros).
El repertorio del disco era el siguiente (pinchad en el título si queréis oírlas):
-Sh-Boom: fue el único éxito importante del quinteto vocal The Chords, y la onomatopeya del título hacía alusión al sonido de una bomba al estallar. En 1954 llegó al nº3 de las listas de r&b y al 9 de las de pop.
-Good Rockin´ Tonight: compuesta por el cantante Roy Brown en 1947, este se la ofreció al blues shooter Wynonie “Mr. Blues” Harris, quien en un primer momento la rechazó. Al ver que el autor estaba logrando cierto éxito con ella, Harris decidió finalmente grabarla y logró un nº1 en las listas de r&b de 1948. Sería también la cara A del segundo sencillo de Elvis Presley seis años después.
-Hound Dog: la inmensa Willie Mae “Big Mama” Thornton registraría esta canción en 1952 subiéndola a lo más alto de las listas de r&b. Elvis haría lo mismo cuatro años después, aunque el cantante de Tupelo se basó en la versión más suavizada de Freddie Bell & the Bellboys.
-Hoochie Coochie Man: uno de los grandes clásicos del blues, obra del mítico Muddy Waters, quien en 1954 tuvo un nº8 con la composición. El “hoochie coochie” era un baile muy provocativo llevado a cabo por mujeres de color, y el hombre al que alude el título de la canción era, bien el que las observaba (para luego intimar con ellas), o el que organizaba la fiesta. Que pillines que eran estos bluesmen…
-Shake, Rattle & Roll: otra canción de jolgorio y desenfreno, versioneada posteriormente por infinidad de cantantes como Bill Haley o de nuevo Elvis Presley. Ninguna como la original: y es que Big Joe Turner, otro blues shooter de Missouri, tenía una garganta única. Por supuesto, también fue nº1 en el 54.
-Rock Around the Clock: sin lugar a dudas uno de los más populares temas de rock and roll (era uno de los pocos que yo ya conocía cuando compré la cinta). Grabado por Bill Haley & his Comets también en 1954, fue gracias a una película, Semilla de maldad, que la canción se convirtió en todo un himno para la juventud y fue catapultado al nº1 de las listas un año después de su aparición.
-That´s All Right: un momento mágico en la historia del rock; el primer sencillo (en 1954) de un muchacho de 19 años residente en Memphis que cambiaría la música popular. La canción era una versión rockabilly del tema de Arthur “Big Boy” Crudup de 1947 y, aunque sólo consiguió una reputación limitada, fue el primer paso hacia la fama de Elvis Presley.
-Blue Suede Shoes: otro clásico del rockabilly, versioneado incontables veces a lo largo de los años. El mítico Carl Perkins, compañero de sello de Elvis (Sun Records) consiguió su mayor éxito en 1955 con este tema que llegó al nº1 de las listas de country, nº2 en la revista Billboard y nº3 en las listas de r&b (como veis, los oyentes todavía no tenían muy claro cómo catalogar el nuevo sonido, y lo incluían en muchos de los diferentes estilos que amalgamaba.)
-Maybellene: los estudiosos del rock siempre se han quejado de que los cantantes blancos se “aprovechaban” de la música de los autores negros para lanzar su carrera, pero en realidad aquí tenemos el caso contrario: el legendario Chuck Berry remodeló la vieja versión country de Bob Wills de “Ida Red” para conseguir su primer gran éxito, nº5 en Billboard y nº2 en las listas de r&b.
-Bo Diddley: la canción se llama igual que el autor: este singular cantante con gafas conocido sobre todo por su guitarra cuadrada tenía tendencia a ponerse como protagonista de sus propios temas. Con esta grabación, en la que se hacen bastante patentes sus orígenes africanos, Diddley copó las listas de r&b en el 55.
-Tutti Fruti: otro de los grandes clásicos del rock de los 50, grabado por el estrambótico Little Richard. La versión original era bastante más explícita sexualmente, y hubo de ser “revisada” antes de su comercialización (así es: no eran sólo los blancos los que “edulcoraban” las canciones… Estábamos en la Norteamérica del senador McCarthy). Nº2 en las listas de r&b y 17 en las pop en 1955.
-Great Balls of Fire: la grabación más “moderna” de la recopilación (es de 1957). Tercer single de Jerry Lee Lewis y su mayor éxito: nº2 en las listas pop, 3 en las de r&b y 1 en las de country….
(No dejéis de contarme si hubo algún disco especial que os marcó a vosotros...)
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