Concluí la larga y –para mí– aburrida Semana Santa recuperando otro clásico: My Fair Lady (George Cukor, 1964), película que, pese a estar protagonizada por mi actriz favorita, tenía un tanto “olvidada”… Bueno, es una forma de hablar, porque he visto casi todas las películas de Audrey Hepburn varias veces y esta no es una excepción, sólo que llevaba ya unos años sin disfrutarla.
Tengo que confesar un pequeño secreto: con todo lo que me gusta el cine clásico en todos sus géneros, hay uno de estos que se me resiste un poco, y es precisamente el musical. Me chocan todas esas interrupciones de la trama del film que hacen los personajes para ponerse a cantar canciones y a bailotear por escena, y algunas composiciones de estas películas me rechinan y hasta se me hacen cargantes. A menudo parece que los actores estén recitando más que cantando, y eso hace que a veces se me atraganten un poco los musicales (una excepción son los trabajos de Gene Kelly, cuyas acrobacias coreográficas raramente me dejan indiferente). My Fair Lady no se escapa en parte a esta fobia mía contra estos temas que encuentro en ocasiones hasta estridentes y no enteramente de mi gusto melómano, pero hay piezas del repertorio (la divertida With a Little Bit of Luck o la bonita On the Street Where You Live) que sí que me gustan. Algo más hastiantes me llegan a parecer algunas de las intervenciones musicales de Rex Harrison y de Marni Nixon, la cantante que doblo la voz de Audrey Hepburn en el film (pues es bien sabido por los cinéfilos que no se consideró adecuada a la actriz para que acometiera la tarea de entonar las composiciones de Alan Jay Lerner y Frederick Loewe). No obstante, esta vez se me han hecho más llevaderas que en ocasiones anteriores en las que he visto el film (o al menos tenía el recuerdo de que me habían cansado más).
Por lo demás, ¿qué se puede decir cuando uno contempla un largometraje que ya es Historia del Cine y que es indiscutiblemente una obra maestra del 7º Arte? My Fair Lady es una película bellísima y magistral en la que todo está perfecto, desde el trabajo de Cukor hasta la dirección artística del mítico Cecil Beaton, pasando por la música, las canciones o el magnífico reparto que encabezan Hepburn y Harrison y que respaldan actores de la talla de Wilfrid Hyde-White o Stanley Holloway.
En cuanto al argumento, ¿hay alguien que no lo conozca? Adapta al cine por enésima vez la obra teatral Pigmalion de George Bernard Shaw, a su vez inspirada en el mito griego del mismo nombre: un escultor que se enamora de la estatua de una mujer, Galatea, a la que él mismo ha dado forma. En la película de Cukor, la mujer no es de mármol, ni el hombres es un escultor: es un lingüista que se apuesta con su colega que puede hacer de una florista sucia y casi analfabeta toda una dama en el plazo de seis meses. ¡Vamos, Todd, mueve tu cochino culo!
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