Las películas futuristas que nos proponen
brutales concursos o deportes no son nada nuevo. Sin complicarme demasiado en
recordar, me vienen a la cabeza de inmediato cosas como Rollerball (1975), Perseguido
(1987), Battle Royale (2000) o La isla de los condenados (2007). Quizá
lo más original que Los juegos del hambre
puede añadir a esta larga lista es que nos presenta como protagonista a una
muchacha adolescente, teóricamente más desvalida y vulnerable (aunque una
experta arquera) que los musculosos y violentos protagonistas de la mayoría de
los títulos citados. Esta particularidad ayuda quizá a dotar a la historia de
un ingrediente de miedo y tensión que muchos de los otros filmes citados no
transmiten.
La película logra entretenerme la mayor parte
del tiempo, y sólo flojea para mí al final cuando se quiere insistir demasiado
en ciertos aspectos sentimentales como la relación entre la chica y su
compañero. Lo mejor que tienen todas estas historias de ciencia ficción es el
claro mensaje –que, me temo, pasará inadvertido o ignorado por la mayoría de
espectadores– de denuncia de una sociedad y de un gobierno que, aún siendo de una historia inventada y llevada a extremos, están muy, muy cerca de los reales. Y algo parecido se puede decir del tremendo poder de
atontar a la gente que tiene la televisión con sus concursos, competiciones y
programas similares. Aún no se mata a la gente, pero se ha estado cerca con realities morbosos y de mal gusto que
han puesto en peligro la integridad y las vidas de algunos de sus participantes
en los últimos años.
Los juegos del hambre (The Hunger Games) está dirigida por Gary
Ross y protagonizado por un valor muy en alza como es la joven Jennifer Lawrence, a la que acompañan entre otros
Wes Bentley, Woody Harrelson, Josh Hutcherson, Stanley Tucci, Lenny Kravitz y
el impagable Donald Sutherland, y está basada en una serie de libros de la
autora Suzanne Collins que, tengo que
admitir, desconocía totalmente por no ser un tipo de literatura que despierte
mi interés.
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