Llaman a Hollywood “la fábrica de los sueños”, pero muy a menudo ha sido también “la fábrica de los sueños rotos”: no son pocos los actores y actrices que han acabado consumidos por su carrera y su fama y con sus vidas destrozadas y truncadas por el mismo star-system que les encumbró (Marilyn Monroe podría ser uno de los más claros ejemplos).
Gail Russell no me era una actriz desconocida cuando la vi hace poco en Los intrusos (véase entrada anterior), pero no había reparado especialmente en ella hasta esa película de Lewis Allen. Morena, con inmensos ojos azules y rostro angelical, Gail acabaría siendo poseída, sin embargo, por un terrible demonio que terminaría devorándola: el del alcohol.
Vino al mundo un 21 de septiembre de 1924 en Chicago, Illinois, EE.UU., como Elizabeht L. Russell, pero a los catorce años se traslada con su familia a Los Angeles, California. Ella quería ser pintora, pero un cazatalentos de Hollywood se encaprichó de su sensual aspecto y le consiguió un contrato con la Paramount. Aunque Gail era muy tímida y no tenía experiencia en la interpretación, acepta la oferta para ayudar a su familia. Su primer papel importante le llega con la ya mencionada Los intrusos, de Lewis Allen, en 1944. El mismo director le da ya un rol protagonista en su siguiente film, Our Hearts Were Young and Gay. A partir de ese momento, la carrera artística de Gail empieza a ascender, formando pareja cinematográfica con actores de la talla de John Wayne (El ángel y el pistolero, La venganza del bergantín), Alan Ladd (Calcuta, Fuera de la Ley), Randolp Scott (Tras la pista de los asesinos) o Sterling Hayden (El paso), pero su vida personal ha iniciado el descenso a los infiernos: para vencer su introversión y afianzar sus interpretaciones, la actriz comienza a beber y cae en la pesadilla de un alcoholismo que se va incrementando conforme pasan los años. Lucha contra él, consigue superarlo a temporadas, se ve envuelta en varios accidentes automovilísticos que la llevan a ser procesada y que lógicamente afectan a su carrera... Un 27 de agosto de 1961 es encontrada muerta en su apartamento con 36 años: su hígado ha reventado, su corazón ha dicho “basta”. Se acaban los sueños para aquella muchachita de aspecto inocente que había llegado a Hollywood dieciocho años atrás y que quizá hubiese sido más feliz si la hubieran dejado pintar cuadros como ella quería.
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