De Utiel al Puerto
¡Pues sí!: hoy quiero recordar a
una persona muy querida e importante en mi vida, y no se trata de ningún actor,
ni escritor ni músico, sino de alguien que estuvo conmigo desde mucho antes de
que pudiera apreciar a cualquiera de estos: tal día como hoy de exactamente
hace un siglo nacía mi abuelo materno Emilio
en la localidad valenciana de Utiel, aunque siendo bien joven –sobre los trece
años– se trasladaría con su familia a Puerto de Sagunto. En alguna parte de
este momento, debido a que tenía “estudios” (es decir, sabía leer y escribir y
había acabado la educación básica, lo que no tenía todo el mundo en aquella
época) ejerce de mozo en una botica. Ya en su nuevo hogar, entra a trabajar en
Altos Hornos de Vizcaya –posteriormente del Mediterráneo–, en donde permanecerá
hasta su jubilación casi cincuenta años después. Mi madre siempre comentaba con
admiración que había entrado como “simple pinche” y había acabado siendo
encargado, pero la verdad es que a mí que a una persona que dedique más de
media vida a una empresa no le concedan un puesto más alto no me parece una
gran oportunidad.
Una anécdota curiosa de mi abuelo
es que, como era muy bajito, no lo consideraron apto para el servicio militar.
Sin embargo, cuando estalló la Guerra Civil se vio obligado no sólo a hacerlo precipitadamente,
sino a participar en la contienda dentro de las filas republicanas. Dada mi
pasión por esta época de nuestro país, siempre quise conocer las vivencias de
mi abuelo durante aquellos años, y alguna cosa le pregunté en alguna ocasión,
pero me sabía mal indagar demasiado por si no le hacía gracia rememorar
aquellos años tan penosos. Sé que, al menos durante un tiempo, trabajó con una
ambulancia o algo así, y mi tía –su hermana– me contaba que una vez volvió a
casa repleto de piojos, pero, por lo que he podido averiguar, creo que nunca
llegó a estar directamente en el frente, de lo cual me alegro.
A principios de los años 40 se
casó con mi abuela Teresa y se instalaron en la planta baja en la que ambos
vivirían el resto de sus años (y en la que yo nací, por cierto). El inmueble lo
compró mi bisabuelo por unas 7.000 pesetas, según descubrimos en unos papeles
que aparecieron hace tiempo. En 1944 llegó al mundo mi madre, única
descendencia de la pareja (el segundo hijo del matrimonio, por desgracia,
nacería muerto).
¡En la boda de mi abuelo!
Tras su jubilación, poco después
del enlace, mi abuelo llevó una vida bastante activa: viajó bastante durante
los primeros años de su segundo matrimonio, y era un hombre bastante inquieto
que sabía reparar casi todo lo que se estropeaba en casa: se manejaba bien con
el bricolaje y con la electricidad, y desde joven trabajó en el teatro
amateur, principalmente como traspunte. En dos o tres ocasiones fui a ver las
obras en las que participaba con otros jubilados, y en 1996, la última vez que
intenté abordar un cortometraje (que tampoco llegó a buen puerto) fue él quien
me presentó a dos compañeros suyos para que trabajaran como actores.
Hasta sus últimos años, siguió
siendo un hombre muy capaz y autosuficiente que iba a comprar y andaba grandes
distancias para ello. También era bastante “cabezón” y se empeñaba en hacer
prevalecer su criterio por encima del de todos, aunque este era un gesto
simpático y entrañable en él, ya que no lo hacía de una manera desagradable
(por ejemplo, me daba instrucciones sobre conducción y tráfico cuando le
llevaba en coche a pesar de que él nunca había tenido siquiera carnet).
Despedida
En noviembre de año 2006 llevaba
algún tiempo quejándose de molestias en el estómago que resultaron ser un
cáncer muy desarrollado que no le permitía comer. Fue operado de urgencia y
milagrosamente sobrevivió a su avanzada edad –92 años– a una extirpación de
parte del estómago. Durante aquellos tiempos volvió a vivir con nosotros casi
tres meses –el círculo parecía cerrarse–, mientras su mujer, aquejada de
demencia senil, pasaba ese lapso con su familia de Utiel. Ese distanciamiento
le dolió mucho a mi abuelo y la llamaba a menudo por teléfono. Tras algún
tiempo de convalecencia, pareció recuperarse bien, volvió a comer y a poder
hacer vida bastante normal para alguien con sus años. A principios de febrero de
2007 quiso volver a su casa y que trajeran también a su mujer, pero el tener
que ocuparse en su estado de un hogar demostró ser demasiado para él, y sus
fuerzas fueron mermando poco a poco, a pesar de que una señora se ocupaba de
limpiarles y de hacerles la comida todos los días y de que nosotros
estábamos constantemente con ellos.
En abril de 2007 esa energía suya
que parecía interminable empezó a abandonarle a un ritmo más evidente. Se fue
quedando sin fuerzas hasta acabar postrado en la cama a principios del mes
siguiente. Su vida se apagó dulcemente un 15 de mayo, muy cerca de alcanzar la
longeva edad de 93 años, y su segunda esposa le siguió diecinueve meses
después.
Mi madre me contaba que mi abuelo
había sido bastante duro con ella y con mi abuela, algo que supongo que sería
relativamente normal en aquellos tiempos y en aquella España.
Contradictoriamente, el recuerdo que yo tengo de él es el de una persona amable
y educada que a mí siempre me trató con mucho cariño (¡Me llegó a regalar su
Vespa cuando iba al instituto!). De hecho, creo que sentía preferencia por mí,
de entre sus tres nietos, por ser el único varón y además el primogénito (lo
que quizás venga a confirmar también precisamente esa mentalidad algo retrógrada o tradicional). Creo que de mi abuelo heredé el carácter inquieto y las ganas
de aprender cosas, aunque mis inclinaciones quizá hayan sido más artísticas y
las suyas más “prácticas”. Es curioso que nunca me haya dado por el teatro, y
que tampoco sea ningún manitas con las reparaciones del hogar, a pesar de que
él se empeñó en enseñarme a manejar algunas herramientas. Despertó mi interés
por muchas otras cosas, ya que también me regaló mi primera maqueta e incluso
me enseñó a revelar fotografías en un pequeño e improvisado estudio en su
domicilio. Esa casa es hoy en día mía y de mis hermanas y, aunque no está en
condiciones óptimas para que alguien viva en ella, sí que me sirve como “cubil”
para organizar mis partidas a juegos de mesa, hacer algún ensayo musical e incluso he montado un
improvisado taller para intentar volver a pintar miniaturas, así que el
recuerdo de mi abuelo sigue muy vigente al estar tan a menudo en el que fuera
su hogar, rodeado de sus muebles y sus cosas.
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