"Un hombre que limita sus intereses limita su vida" (Vincent Price)

viernes, 8 de agosto de 2014

Centenario de mi abuelo

De Utiel al Puerto
¡Pues sí!: hoy quiero recordar a una persona muy querida e importante en mi vida, y no se trata de ningún actor, ni escritor ni músico, sino de alguien que estuvo conmigo desde mucho antes de que pudiera apreciar a cualquiera de estos: tal día como hoy de exactamente hace un siglo nacía mi abuelo materno Emilio en la localidad valenciana de Utiel, aunque siendo bien joven –sobre los trece años– se trasladaría con su familia a Puerto de Sagunto. En alguna parte de este momento, debido a que tenía “estudios” (es decir, sabía leer y escribir y había acabado la educación básica, lo que no tenía todo el mundo en aquella época) ejerce de mozo en una botica. Ya en su nuevo hogar, entra a trabajar en Altos Hornos de Vizcaya –posteriormente del Mediterráneo–, en donde permanecerá hasta su jubilación casi cincuenta años después. Mi madre siempre comentaba con admiración que había entrado como “simple pinche” y había acabado siendo encargado, pero la verdad es que a mí que a una persona que dedique más de media vida a una empresa no le concedan un puesto más alto no me parece una gran oportunidad.

Una anécdota curiosa de mi abuelo es que, como era muy bajito, no lo consideraron apto para el servicio militar. Sin embargo, cuando estalló la Guerra Civil se vio obligado no sólo a hacerlo precipitadamente, sino a participar en la contienda dentro de las filas republicanas. Dada mi pasión por esta época de nuestro país, siempre quise conocer las vivencias de mi abuelo durante aquellos años, y alguna cosa le pregunté en alguna ocasión, pero me sabía mal indagar demasiado por si no le hacía gracia rememorar aquellos años tan penosos. Sé que, al menos durante un tiempo, trabajó con una ambulancia o algo así, y mi tía –su hermana– me contaba que una vez volvió a casa repleto de piojos, pero, por lo que he podido averiguar, creo que nunca llegó a estar directamente en el frente, de lo cual me alegro.

A principios de los años 40 se casó con mi abuela Teresa y se instalaron en la planta baja en la que ambos vivirían el resto de sus años (y en la que yo nací, por cierto). El inmueble lo compró mi bisabuelo por unas 7.000 pesetas, según descubrimos en unos papeles que aparecieron hace tiempo. En 1944 llegó al mundo mi madre, única descendencia de la pareja (el segundo hijo del matrimonio, por desgracia, nacería muerto).

¡En la boda de mi abuelo!
En 1975 mi abuela, enferma del corazón, falleció relativamente joven a los 54. Durante unos años, mi abuelo estuvo viviendo en nuestro piso con nosotros, y tengo muy buenos recuerdos de aquella estancia con nuestra familia: siempre nos traía juguetes y regalos cuando volvía de viaje, y me llevaba en su pequeña Vespa 50 a pueblos de las cercanías e incluso –ya en tren– a conocer lugares de Valencia (¡hasta me llevó a los toros!). En 1978 nos sorprendió a toda la familia al presentarnos a una señora mayor de su mismo pueblo –que visitaba a menudo– con la que nos dijo que pensaba casarse. ¡Creo que soy una de las pocas personas que puede decir que ha estado en la boda de su abuelo!

Tras su jubilación, poco después del enlace, mi abuelo llevó una vida bastante activa: viajó bastante durante los primeros años de su segundo matrimonio, y era un hombre bastante inquieto que sabía reparar casi todo lo que se estropeaba en casa: se manejaba bien con el bricolaje y con la electricidad, y desde joven trabajó en el teatro amateur, principalmente como traspunte. En dos o tres ocasiones fui a ver las obras en las que participaba con otros jubilados, y en 1996, la última vez que intenté abordar un cortometraje (que tampoco llegó a buen puerto) fue él quien me presentó a dos compañeros suyos para que trabajaran como actores.

Hasta sus últimos años, siguió siendo un hombre muy capaz y autosuficiente que iba a comprar y andaba grandes distancias para ello. También era bastante “cabezón” y se empeñaba en hacer prevalecer su criterio por encima del de todos, aunque este era un gesto simpático y entrañable en él, ya que no lo hacía de una manera desagradable (por ejemplo, me daba instrucciones sobre conducción y tráfico cuando le llevaba en coche a pesar de que él nunca había tenido siquiera carnet).

Despedida
En noviembre de año 2006 llevaba algún tiempo quejándose de molestias en el estómago que resultaron ser un cáncer muy desarrollado que no le permitía comer. Fue operado de urgencia y milagrosamente sobrevivió a su avanzada edad –92 años– a una extirpación de parte del estómago. Durante aquellos tiempos volvió a vivir con nosotros casi tres meses –el círculo parecía cerrarse–, mientras su mujer, aquejada de demencia senil, pasaba ese lapso con su familia de Utiel. Ese distanciamiento le dolió mucho a mi abuelo y la llamaba a menudo por teléfono. Tras algún tiempo de convalecencia, pareció recuperarse bien, volvió a comer y a poder hacer vida bastante normal para alguien con sus años. A principios de febrero de 2007 quiso volver a su casa y que trajeran también a su mujer, pero el tener que ocuparse en su estado de un hogar demostró ser demasiado para él, y sus fuerzas fueron mermando poco a poco, a pesar de que una señora se ocupaba de limpiarles y de hacerles la comida todos los días y de que nosotros estábamos constantemente con ellos.

En abril de 2007 esa energía suya que parecía interminable empezó a abandonarle a un ritmo más evidente. Se fue quedando sin fuerzas hasta acabar postrado en la cama a principios del mes siguiente. Su vida se apagó dulcemente un 15 de mayo, muy cerca de alcanzar la longeva edad de 93 años, y su segunda esposa le siguió diecinueve meses después.

Mi madre me contaba que mi abuelo había sido bastante duro con ella y con mi abuela, algo que supongo que sería relativamente normal en aquellos tiempos y en aquella España. Contradictoriamente, el recuerdo que yo tengo de él es el de una persona amable y educada que a mí siempre me trató con mucho cariño (¡Me llegó a regalar su Vespa cuando iba al instituto!). De hecho, creo que sentía preferencia por mí, de entre sus tres nietos, por ser el único varón y además el primogénito (lo que quizás venga a confirmar también precisamente esa mentalidad algo retrógrada o tradicional). Creo que de mi abuelo heredé el carácter inquieto y las ganas de aprender cosas, aunque mis inclinaciones quizá hayan sido más artísticas y las suyas más “prácticas”. Es curioso que nunca me haya dado por el teatro, y que tampoco sea ningún manitas con las reparaciones del hogar, a pesar de que él se empeñó en enseñarme a manejar algunas herramientas. Despertó mi interés por muchas otras cosas, ya que también me regaló mi primera maqueta e incluso me enseñó a revelar fotografías en un pequeño e improvisado estudio en su domicilio. Esa casa es hoy en día mía y de mis hermanas y, aunque no está en condiciones óptimas para que alguien viva en ella, sí que me sirve como “cubil” para organizar mis partidas a juegos de mesa, hacer algún ensayo musical e incluso he montado un improvisado taller para intentar volver a pintar miniaturas, así que el recuerdo de mi abuelo sigue muy vigente al estar tan a menudo en el que fuera su hogar, rodeado de sus muebles y sus cosas.

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