"Un hombre que limita sus intereses limita su vida" (Vincent Price)

miércoles, 11 de junio de 2014

Muñequitos

Desde siempre me han fascinado las pequeñas figuritas y las réplicas en miniaturas de edificios, vehículos, personajes… Y, claro, supongo que eso es totalmente normal que te ocurra cuando eres un niño, pero seguramente no está tan bien mirado cuando alguien ya tiene cierta edad. Es verdad que raramente compro “muñequitos” hoy en día, pero mi cautivación por todos esas piececitas sigue prácticamente intacta desde mi infancia.

El otro día pasaba junto a un quiosco de mi barrio cuando vi una revista que conmemoraba nada menos que el 40 aniversario de la aparición de los famosos clicks de Playmobil. Por 5´95, esta publicación ofrecía también dos de estas figuras articuladas: sendas versiones del primer click que llegó al mercado –un soldado medieval– y su homólogo moderno. No puede resistirme a comprarla porque precisamente aquel caballerete –incluso con idénticos colores de pelo y ropa– había sido también el primer click que tuve en mi vida, seguramente sobre aquel año 1974 o poco después.

El primer click que
tuve en mi vida, aunque
con los colores del que
viene en la revista.
Fui un ávido coleccionista de estas simpáticas miniaturas articuladas: vaqueros, indios, medievales, peones camineros y, ya algo más tarde, piratas y hasta astronautas cuando el catálogo de Playmobil –aquí Famobil, puesto que lo distribuía Famosa– fue ampliándose y ofreciendo nuevos personajes. Llegué a tener incluso el camión de esos trabajadores de la carretera que he mencionado, aunque nunca pude tener el gran sueño de todos los niños de mi época aficionados a los clicks: el barco pirata –mi familia era y sigue siendo humilde–. Paralelamente a los muñequitos de Famobil también acumulé a muchos de sus primos algo más grandes, los Airgamboys –que ofrecían algo que los clicks no tenían: soldados de épocas más modernas– y, ya más tarde, a los diminutos Comanboys. Y, por supuesto, a mi casa también llegaron en aquellos 70 otras figuras articuladas de mayor escala: Madelmanes, Geypermanes y Big Jims. De todos ellos tuve cantidad de complementos, armas y vehículos. Aquella inundación de muñecos la completaban los famosos soldaditos de los sobres de Montaplex y de otras marcas y referencias de fabricantes menos conocidos. Con todas ellas, y con la desbordante, añorada y envidiable imaginación de un niño, montaba o recreaba historias, películas y aventuras ya fuera en compañía de mis amigos o incluso sin ellos.

Algunas de las figuras que pinté hace ya muchos años, cogiendo polvo...

Ya acercándome a mi adolescencia llegaron a mi vida otro tipo de miniaturas y figuras: las de modelismo (algo que resumo en estos artículos). En este caso, la propuesta era diferente: ya no se jugaba con estos vehículos y personajes, sino que se montaban y pintaban para luego exponerse en alguna estantería. Era quizá un paso más en el coleccionismo de miniaturas, o quizá el paso natural al llegar a cierta edad. El modelismo requería una importante implicación por parte del coleccionista, ya que exigía su colaboración manual y artística. 

Más figuras de mi colección de modelismo. La pintura
del Drácula se estropeó hace tiempo y se quedó con esas
manchas blancas que quizá algún día me anime a retocar.
Con el tiempo, los clicks y demás compañeros de la infancia fueron saliendo de mi vida. Mi padre aprovechaba mis ausencias veraniegas para hacer “saqueos” en mi habitación en los que tiraba a la basura lo que le parecía, y muchos de mis primos más pequeños acabaron también heredando buena parte de mi colección de muñecos y de sus accesorios. En el año 2002, después de casi dos décadas olvidados, decidí vender mis tres Geypermanes supervivientes –llegué a tener cuatro– por unos 180 euros que me vinieron muy bien. Ridículo como pueda parecer, sentí mucho separarme de aquellos fieles compinches de la infancia y los eché de menos durante mucho tiempo. A día de hoy, increíblemente, aún conservo la mayoría de clicks de Famóbil de mi niñez. Sobrevivieron durante décadas en mi casa de veraneo e incluso escaparon a las terribles purgas paternas. No hace mucho que los volví a recuperar.

El tema de las figuras y vehículos de modelismo es diferente: cuando has construido y pintado una maqueta, cuando has dedicado horas y horas a darle vida, normalmente te sientes orgulloso de ella y se crea un vínculo especial que no te permite deshacerte de ella con facilidad. Conservo casi todos los vehículos y figuras que he pintado en mi vida, algunos guardados en caja y otros –los acabados sobre los últimos veinte años– expuestos en estanterías. El modelismo es algo a lo que no he dicho adiós definitivamente y, tras unos pocos años apartado de este hobby, en este 2014 estoy intentando volver a coger los pinceles y recuperar la ilusión por confeccionar esas creaciones a escala ya sea de tanques, naves, casas, soldados o personajes de películas.

En los últimos años raramente me he comprado figuras: sendos bustos representando a Peter Cushing y Natalie Portman en sus respectivos personajes en la saga Star Wars, una figura articulada de La novia cadáver y alguna cosa más. Son piezas que ya vienen pintadas con mayor o menor detalle y que simplemente sirven para ser exhibidas: ni se juega con ellas (¡digo yo!) ni implican una participación activa del comprador para ser acabadas. Un epílogo para esta entrada nostálgica sobre “muñequitos”: ¡el mes pasado me compré un click de Playmobil! Leyendo la mencionada revista sobre el aniversario de estos juguetes, descubrí que en el año 1994 había aparecido la versión click de uno de mis personajes favoritos: Drácula, y no puede evitar hacerme con él. Lo encontré fácilmente y a buen precio. Es lo que tiene ser un niño caprichoso…

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