Algunos de mis amigos han
aplaudido mi decisión de dar de baja mi viejo coche. Yo veo esta drástica determinación
de otra forma: aunque pueda parecer exagerado, para mí no es sino un paso más
hacia la pobreza, el ostracismo y el aislamiento social. Y eso que no soy nada
aficionado a los coches ni me entusiasma conducir. No sé si alguna vez pagaría
un dineral por un coche nuevo y dudo que fuera capaz de cuidar uno con esmero y
dedicación como hace toda esa gente que atesora su vehículo como si fuera lo
más preciado que tiene en el mundo. Para mí un coche es un accesorio que te
permite acceder a ciertos lugares de manera más rápida y cómoda, jamás un
artículo de lujo del que hacer ostentación.
Compré este Citröen ZX Avantage en octubre de
2003 de segunda mano. Me costó unos 2000 euros en aquella época en la que por
suerte tenía trabajo seguido y necesitaba un transporte propio. Entonces
contaba ya con ocho años largos, y me hizo mucha gracia que precisamente
hubiese sido matriculado en el día de mi cumpleaños de 1995. Casi lo interpreté
como una señal. Más de década y media después, puedo decir que el coche me
salió bastante bueno a un nivel mecánico: sólo he tenido que hacerle una
reparación relativamente cara en todo este tiempo. Eso sí: al poco de tenerlo
se estropeó la calefacción, y varios años después el aire acondicionado, pero
decidí no reparar ninguna de las dos cosas, sobre todo porque la última avería
me pilló ya en época de “vacas flacas”. Además de esto, algún pequeño problemilla con la puerta derecha y con la del maletero fácilmente solventable o ignorable.
En otros aspectos, se podría
decir que el coche me salió un poco “rana”: a la tercera vez de llevarlo a la
ITV el inspector de turno me sorprendió diciéndome que se trataba de un
vehículo comercial y que como tal sólo podía llevar los dos asientos de delante
y debía pasar la revisión cada semestre. Tras indagar un poco, el mismo técnico
me descubrió que el primer problema –los asientos– se había resuelto
anteriormente, pero no el segundo. Más recientemente, a finales del pasado año,
la DGT me comunicó que el coche tenía un embargo de mucho antes de que fuera de
mi propiedad. Se puede decir que me la metieron bien y en este sentido creo que no me
volverán a pillar si alguna vez vuelvo a comprar otro coche.
Aparte de estos disgustillos, he
de decir que el Citröen me ha servido muy bien durante todos estos años. En mejores épocas, me
llevó a todos mis trabajos –normalmente a bastante distancia de mi ciudad–
mientras los tuve. En estos largos años desempleo, he de admitir que no le di
mucha utilidad, en parte porque como ya he admitido no me gusta mucho conducir
más allá de lo imprescindible y porque raramente uso coche para circular dentro
de mi ciudad. Me vino bien para ir a cines de otras localidades, para ensayar
con grupos cuando lo hacía y para llevarme de compras ocasionalmente, opciones
que ahora ya desaparecen (y de ahí mi pesimismo de las primeras líneas).
Por encima de todo esto queda que
soy un sentimental sin remedio y que le cojo cariño a las cosas que me
acompañan en la vida, así que perder a este veterano amigo de cuatro ruedas me
duele más en el corazón y en el orgullo que por cualquier otra cuestión
material o monetaria. Es bien cierto que en estos últimos tiempos ya me era
imposible mantenerlo al día y pagar sus seguros, impuestos y revisiones con mi
inexistente sueldo. Lo movía cada dos o tres semanas para que no estuviera en
el mismo sitio, y a veces ni eso, porque en algunos momentos no podía ponerle
ni gasolina.
Hoy me despido de mi compañero,
para que sea desmenuzado en un desguace. Seguramente aún hubiésemos podido
estar juntos muchos años en otras circunstancias. Le echaré mucho de menos…
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