"Un hombre que limita sus intereses limita su vida" (Vincent Price)

miércoles, 11 de junio de 2014

Adiós, compañero

Algunos de mis amigos han aplaudido mi decisión de dar de baja mi viejo coche. Yo veo esta drástica determinación de otra forma: aunque pueda parecer exagerado, para mí no es sino un paso más hacia la pobreza, el ostracismo y el aislamiento social. Y eso que no soy nada aficionado a los coches ni me entusiasma conducir. No sé si alguna vez pagaría un dineral por un coche nuevo y dudo que fuera capaz de cuidar uno con esmero y dedicación como hace toda esa gente que atesora su vehículo como si fuera lo más preciado que tiene en el mundo. Para mí un coche es un accesorio que te permite acceder a ciertos lugares de manera más rápida y cómoda, jamás un artículo de lujo del que hacer ostentación.



Compré este Citröen ZX Avantage en octubre de 2003 de segunda mano. Me costó unos 2000 euros en aquella época en la que por suerte tenía trabajo seguido y necesitaba un transporte propio. Entonces contaba ya con ocho años largos, y me hizo mucha gracia que precisamente hubiese sido matriculado en el día de mi cumpleaños de 1995. Casi lo interpreté como una señal. Más de década y media después, puedo decir que el coche me salió bastante bueno a un nivel mecánico: sólo he tenido que hacerle una reparación relativamente cara en todo este tiempo. Eso sí: al poco de tenerlo se estropeó la calefacción, y varios años después el aire acondicionado, pero decidí no reparar ninguna de las dos cosas, sobre todo porque la última avería me pilló ya en época de “vacas flacas”. Además de esto, algún pequeño problemilla con la puerta derecha y con la del maletero fácilmente solventable o ignorable.

En otros aspectos, se podría decir que el coche me salió un poco “rana”: a la tercera vez de llevarlo a la ITV el inspector de turno me sorprendió diciéndome que se trataba de un vehículo comercial y que como tal sólo podía llevar los dos asientos de delante y debía pasar la revisión cada semestre. Tras indagar un poco, el mismo técnico me descubrió que el primer problema –los asientos– se había resuelto anteriormente, pero no el segundo. Más recientemente, a finales del pasado año, la DGT me comunicó que el coche tenía un embargo de mucho antes de que fuera de mi propiedad. Se puede decir que me la metieron bien y en este sentido creo que no me volverán a pillar si alguna vez vuelvo a comprar otro coche.



Aparte de estos disgustillos, he de decir que el Citröen me ha servido muy bien durante todos estos años. En mejores épocas, me llevó a todos mis trabajos –normalmente a bastante distancia de mi ciudad– mientras los tuve. En estos largos años desempleo, he de admitir que no le di mucha utilidad, en parte porque como ya he admitido no me gusta mucho conducir más allá de lo imprescindible y porque raramente uso coche para circular dentro de mi ciudad. Me vino bien para ir a cines de otras localidades, para ensayar con grupos cuando lo hacía y para llevarme de compras ocasionalmente, opciones que ahora ya desaparecen (y de ahí mi pesimismo de las primeras líneas).

Por encima de todo esto queda que soy un sentimental sin remedio y que le cojo cariño a las cosas que me acompañan en la vida, así que perder a este veterano amigo de cuatro ruedas me duele más en el corazón y en el orgullo que por cualquier otra cuestión material o monetaria. Es bien cierto que en estos últimos tiempos ya me era imposible mantenerlo al día y pagar sus seguros, impuestos y revisiones con mi inexistente sueldo. Lo movía cada dos o tres semanas para que no estuviera en el mismo sitio, y a veces ni eso, porque en algunos momentos no podía ponerle ni gasolina.

Hoy me despido de mi compañero, para que sea desmenuzado en un desguace. Seguramente aún hubiésemos podido estar juntos muchos años en otras circunstancias. Le echaré mucho de menos…

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