He sido admirador de Clint Eastwood desde
hace muchos, muchísimos años. Hablo de los tiempos antes de que el estreno de Bird le pusiera en boca de todos los
gafapastas y cinéfilos de pro, de cuando te miraban mal si decías que te
gustaban las películas de Harry el Sucio. Desde aquella época en la que no era
todavía un director reconocido, he seguido prácticamente todos sus trabajos
delante y detrás de las cámaras, y he visionado también gran parte de lo que
había hecho anteriormente. Pero, ¿qué queréis que os diga? El Eastwood de los
últimos años me rechina. Me cuestiono si en su senectud su lucidez mental se
podría poner en tela de juicio. Si no chochea. Y es que en muchos de sus últimos
filmes parecen empeñado en aleccionarnos moral e ideológicamente con pequeños
capítulos de la historia de su país –Banderas
de nuestros padres, J. Edgar, Jersey Boys–, en ensalzar las
excelencias de éste, eso cuando no se deja llevar por la vena sensiblera más
fácil –Million Dollar Baby–, alguna
que otra truculencia o la siempre infalible y vendible corrección política –Invictus–.
El francotirador se suma para mí al primer grupo de películas citadas:
nuevas lecciones sobre personajes, episodios y hechos que parecen cimentar esa ingenua
concepción de lo que hace grande y noble a un pueblo, esa falsa y pueril idea de
la superioridad a todos los niveles que EE.UU. pretende difundir a nivel
mundial creyendo que el resto del planeta va a coincidir con ellos y a aplaudirles. En este caso las andanzas de un militar estadounidense, Chris
Kyle, cuyo dudoso mérito parece ser el de ostentar más muertes en combate que
ningún otro homólogo de su país: 160 bajas confirmadas mientras servía en la
Guerra de Irak.
El largometraje presenta
a priori pocos atractivos para mí, más bien lo contrario. Acudo a verlo por mi
respeto por Eastwood, pero salgo de su visionado confirmando todo lo que preveía
en él incluso sin apenas haber visto imágenes ni saber casi nada sobre su
historia –raramente me equivoco en estos juicios–. De primeras difícilmente me
va a llamar una película que parece ensalzar la vida militar y los valores
tradicionales y conservadores (“familia, patria y rey”, como dice un personaje
en la cinta), plagada de banderas y que ya lleva en su título el incorrecto adjetivo
de “american”. Me resulta absolutamente imposible que me conmueva en modo alguno el protagonista o
sentir simpatía por él (en todo caso, compasión), y a esto no ayuda un actor, Bradley Cooper,
que me resulta apático e inexpresivo y que tampoco me transmite nada. De
ninguna manera logro entender que una persona abandone a su mujer y a sus hijos
para irse a luchar a la otra punta del mundo porque nunca he asimilado esos
ideales que parece ostentar el soldado de la película.
Al final, no consigo
poder asumir El francotirador de
ninguna otra forma que no sea un planfleto fascistoide poco disimulado, de
tremenda irrespetuosidad política, producto de una nación egocéntrica y claro
pasto de los comerciales Óscars. Y es que, por muy excelente que pueda ser un
director, por muy impecable que una película pueda ser desde un punto de vista
técnico o artístico, si me presenta un mensaje político, social o ideológico
que es totalmente opuesto al mío, no va a conseguir conectar conmigo, ni
entretenerme ni resultarme atractiva o interesante en modo alguno. El mito de
Clint Eastwood se me desmorona…
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