En
1967, el gran Charles Chaplin lega a la
humanidad un último tesoro: su undécimo largometraje, La
condesa de Hong Kong (A Countess from Hong Kong). Contando con
la importante baza de sus dos atractivos protagonistas, Marlon Brando y Sophia Loren,
nos cuenta la historia de una chica descendiente de la nobleza rusa pero pobre que malvive en la ciudad del título de la película bailando con
turistas. Cuando conoce a un millonario norteamericano, se cuela en su camarote
con objeto de llega a EE.UU. y comenzar una nueva vida. A partir de aquí, se
originan toda una serie de enredos y de divertidas escenas prácticamente sin
salir de dos habitaciones. La película tiene, por estos escenarios reducidos y
por los personajes que pululan por ellos (entre otros, Sydney Chaplin y Tippi
Hedren), cierto aire teatral e inevitables reminiscencias a Una noche en la ópera. Al contrario que
en la mayoría de comedias anteriores de Chaplin, el elemento melodramático y la
crítica social apenas hacen acto de presencia, o lo hacen de forma muy sutil.
Es también el primero de los trabajos del maestro en los que sólo interpreta un
pequeñísimo papel.
Llevaba
ya bastante tiempo queriendo volver a ver las películas largas de Charles
Chaplin. Las descubrí a finales de los 80 en un ciclo televisivo e
inmediatamente quedé prendado del genio de su creador. Era un personaje que
sólo conocía por los cortos de Charlot que de niño tenía en el Cine Exin y poco
más y, a partir de aquella retrospectiva, muchas de ellas se han convertido en
esenciales para mí. De éstas, varias las he vuelto a ver en nuevas ocasiones,
pero había unas pocas como la reseñada, Monsieur
Verdoux (que también volví a ver hace poco) o Un rey en Nueva York que tenía más lejanas y olvidadas. Aunque sea
sin respetar el orden cronológico, quiero revisitarlas todas en breve.
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