Más
de una semana después de acudir al preestreno de Rogue One, aún
sigo deslumbrado por su visionado tras la apabullante retahíla de imágenes que
la componen. Porque lo que creo que es innegable es que la nueva película de la
saga de Star Wars, a nivel visual, es
intachable; un espectáculo, una maravilla del diseño artístico y de producción
y de los efectos especiales. Claro que también hay que decir que, hoy en día,
con los medios técnicos disponibles y con un buen presupuesto, eso es bastante
fácil, y lo cumplen muchísimos largometrajes que al final resultan no tener más
que eso, una impresionante presentación. El nuevo trabajo de Gareth Edwards va
para mí un poco más allá, pues consigue también reunir personajes atractivos,
actores entregados y una trama interesante que atrapa desde el principio.
Es
cierto que Lucasfilm/Disney también se ha asegurado buena parte de la simpatía y
de la complicidad del espectador al relacionar y ambientar la historia del film
directamente con la primera película de la serie, pues Rogue One entronca cronológicamente con los acontecimientos de La guerra de las galaxias de George Lucas (o Una nueva esperanza para los más
modernos, que no es mi caso). Por ello, en esta nueva precuela (o intercuela,
según opiniones) encontramos a muchos de los personajes más clásicos como Darth
Vader o el Grand Moff Tarkin, así como las naves, armas, vehículos y droides de
su más lejana predecesora, e intenta imitar el ambiente y entornos de aquella dentro
de las diferencias que pueden marcar la tecnología y el diseño de producción
modernos, lógicamente muy por delante de los que existían hace cuarenta años.
Esta baza segura para ganarse a los fans más acérrimos ya la usó la productora
del film en el Episodio VII, pero de una forma más forzada y menos honesta, al
intentar que toda la imaginería, maquinaria y atrezzo se parecieran a los de la
trilogía original cuando, en realidad, se supone que entre las tramas de esos
dos capítulos han pasado treinta años y tenía poco sentido. Por esto, y por un
montaje, un argumento y un guion mejor hilvanados (o parcheados) y menos
forzados, Rogue One me parece que
aventaja un tanto a El despertar de la
fuerza y es para mí superior. Parece que todo aquel miedo cuando se habló
el pasado verano de que se rodaba buena parte de la película de nuevo era en
vano, aunque sorprende ver en la cinta que muchas de las escenas que vimos en los
primeros tráileres no aparecen en el montaje final, obvia señal de todos estos
cambios introducidos posteriormente.
Atractivo reparto internacional con robot simpaticón |
Pero
Rogue One y sus artífices corrían
también algunos riesgos comedidos. En primer lugar, este es el primer
largometraje de acción real de la franquicia que transcurre ajeno a la saga
oficial y los personajes clásicos, y como tal es una especie de experimento. El
único precedente había sido el capítulo piloto de la serie de animación The Clone Wars en 2008, pues no
olvidemos que las dos películas de los ewoks de los años 80 se hicieron
originalmente para televisión, aunque aquí las viéramos en pantalla grande. Aún
con todo, pese a que se nos presenta como un spin-off o intercuela, podemos
asimilar Rogue One igualmente como
una precuela o incluso como un capítulo estándar de la saga (¿Star Wars. Episodio 3.5?). La película de
Edwards también prescinde de algunos elementos clásicos como el famoso texto
inicial que nos introduce en cada uno de los capítulos normales y hasta de un
componente tan esencial y querido como es la música de John Williams. Le sustituye
a la batuta el prolífico Michael Giacchino, quien ha compuesto una banda sonora tan
meritoria (¡en tan sólo dos meses!) como poco arriesgada, pues se ha movido por
los patrones y frases tradicionales del compositor habitual de Star Wars y ha escrito una partitura claramente
amparada en las de Williams, aunque interesante, atractiva y con gancho (se me
ocurre que esa The Imperial Suite es
una apropiada sucesora de la legendaria The
Imperial March, ambas piezas ominosas e imponentes).
Tarkin/Cushing: el gran error de Rogue One |
Y
ahora viene el más importante de los grandes riesgos que creo que ha asumido la
cinta que reseño, y que creo que constituye su único resbalón significativo:
parecía bastante evidente que habría al menos dos personajes de La guerra de las galaxias que
aparecerían en Rogue One; la duda que
se mantuvo entre los fans hasta el último momento era si estos serían recreados
por nuevos actores, o si lo serían por animación computerizada. Lucasfilm optó
finalmente por esto último, y el resultado lo podemos ver sobre todo en las
escenas en las que aparece el Gran Moff Tarkin, que en su día interpretara el legendario Peter Cushing (el
“otro” personaje no lo desvelaré, aunque su aparición es mucho más breve y
entiendo que ha sido autorizada por la persona que lo interpretó
originalmente). Siempre me he opuesto a que se recree para la pantalla a
actores fallecidos –y por lo tanto, se haga sin su consentimiento– salvo que
sean casos comprensibles como los de Oliver Reed o Paul Walker, que murieron en
mitad de un rodaje. Lo que nunca hubiera imaginado es que fuera a ser
precisamente mi actor favorito el primer experimento extenso de esta moralmente
discutible aplicación del CGI. Creo que el Tarkin de Rogue One no le hace justicia porque en ningún momento logra captar
la espléndida y maravillosa mirada del genial actor británico, mérito hoy en
día imposible ni con estas avanzadas técnicas, y que su personaje en la nueva
película de Star Wars se presenta
robótico y deshumanizado. Aunque los creadores de este supuesto prodigio
técnico se han dado mucho autobombo, yo no estoy seguro de si entenderlo como
el supuesto homenaje a Cushing que dicen que es, o como algo más cercano a un
sacrilegio éticamente cuestionable. Personalmente hubiese preferido que Tarkin
hubiese sido interpretado enteramente por otro actor que guardara un parecido
razonable con el original y basta. Tampoco los nuevos Obi-Wan o Han Solo tienen
un parecido exactísimo con Alec Guinnes y Harrison Ford. (Además, Guy Henry, el
hombre sobre cuyo rostro se ha recreado el de Cushing, es algo más alto que él,
y eso no lo han intentado disimular en las escenas en las que aparece).
Por
otro lado, la inclusión de un personaje tan icónico como Darth Vader ha
corrido mejor suerte al tratarse de un personaje enmascarado que no debe
mostrar ningún rostro. A destacar la tremenda escena que constituye su
aparición final, y que pone los pelos de punta. ¡Nunca antes Darth Vader me
había parecido tan terrorífico y amenazador!
Anotar
que este es también el primer film de Star
Wars cuyo título no se ha traducido, algo que normalmente no me gusta, pero
que en este caso me parece relativamente aceptable, pues la palabra rogue tiene una difícil traducción en el contexto de la película.
Rogue alude a una persona
inconformista, independiente, que va por libre o vive alejada o desprendida de
la sociedad y de los demás. El título alude claramente a su protagonista, y uno
de los personajes se inspira en ese rasgo de ella para bautizar así a la nave
que los transporta, por lo que “rogue one” se puede adjudicar a varios
elementos de la película e incluso, como bromeaba su director, a la propia
película, al ser un capítulo independiente, distanciado o diferente de la saga…
Felicity Jones, nueva heroína de la saga |
Destacar,
por último, el atractivo elenco internacional que los productores han reclutado
para la película, encabezado por una destacable Felicity Jones,
últimamente muy de moda y aún más activa profesionalmente. Ben Mendelsohn conforma
–una vez más– un villano aprobable, Diego Luna un compañero más que aceptable (un acierto que no
se plasme de manera evidente una posible historia de amor entre la pareja
protagonista), nombres de la talla de Forest Withaker o Mads Mikkelsen , y el robot interpretado por Alan Tudyk me parece
un digno sucesor (¿o es predecesor?) de los androides clásicos de la saga como
contrapunto cómico acertado y comedido, pues a nada le tengo más miedo que a
ese terrible recurso llamado comic relief
con el que nos obsequian a menudo en muchas películas comerciales y que las más
de las veces rechina, espanta y logra arruinar más de una escena, cuando no
todo un largometraje.
Dice
un amigo mío que lo mejor de las películas de Star Wars es la expectación que generan; los meses que transcurren
antes de sus estrenos, en los que vamos acumulando con ansia, emoción y
cuentagotas la información y las imágenes que sobre ella se nos van
proporcionando, y añado yo que a eso hay que sumar todo el “aparato” comercial,
publicitario y social que rodea a cada estreno de la franquicia que ideara
George Lucas: libros, discos, cromos, figuras, videojuegos… Cualquier entrega
galáctica es mucho más que una película, y como tal he disfrutado todas –desde la
primera hasta la última– y espero seguir pudiendo hacerlo. En el punto de mira queda
ahora el Episodio VIII –que, según algunas fuentes, se titularía Forces of Destiny, aunque no hay nada
confirmado–, el todavía lejano 15 de diciembre del próximo año.
Quiero
finalizar este largo artículo deseando una pronta recuperación a nuestra
querida Carrie Fisher, en estos momentos hospitalizada en estado
grave tras sufrir un infarto ayer viernes 23 de diciembre.
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