La ciencia ficción más que ningún otro género
(literario, cinematográfico, etc) parece ser ideal para la denuncia: bajo
aparentes exageraciones e hipérboles, bajo situaciones que se antojan lejanísimas
o increíbles, con el habitual disfraz de la distopía, los autores de fantasía
científica han utilizado los recursos y artimañas narrativas que ésta presta para llamar
la atención sobre asuntos preocupantes que están mucho más cerca de suceder de
lo que parece en sus historias, si no es que están sucediendo ya. Pero la mayor
parte del público que ve o lee estas obras probablemente no acaba de captar el
mensaje, o no lo toma en serio. Aprovecho el ejemplo de Elysium
de Neill
Blomkamp por
ser de estreno reciente y porque es la última película que he visto en pantalla
grande, pero podríamos acudir a docenas de otras películas ci-fi (se me ocurre,
sin ir más lejos, V de Vendetta, cuya
“denuncia” me parece de rabiosa actualidad), por no acudir a novelas tan
tópicas y clásicas como 1984 o Un mundo
feliz.
En el film protagonizado por Matt Damon
se nos presenta una sociedad en la que el clasismo ha alcanzado extremos: los
pudientes se han montado una suntuosa estación espacial –la que da título a la
cinta– en la que viven con todo lujo y donde incluso pueden curarse en segundos
de la peor de las enfermedades; el resto de mortales permanece en un planeta
Tierra superpoblado y miserable, subsistiendo con penosos trabajos o
simplemente de la delincuencia. Y nosotros, como público, vemos a una serie de
personas que quiere escapar de esa miseria y busca un sitio mejor y que es
tratada con brutalidad y violencia y nos compadecemos. Maldecimos a
los ricos que orbitan alrededor de nuestro mundo y nos gobiernan de forma despiadada, se nos hace patente que estos dirigentes sin escrúpulos, unos pocos
privilegiados junto a una serie de codiciosos empresarios de su misma calaña,
deciden nuestro destino y nos manejan a su antojo, sin miramiento, sin
compasión ni humanidad. Quitemos a la historia cuatro artificios y adornos como
la estación espacial y los robots: ¿dónde está la ciencia ficción? Lo que vemos
en la pantalla es prácticamente lo mismo que está ocurriendo en nuestra
realidad diaria y cotidiana.
Y, sin embargo, aquí llega la gran decepción: cuando salimos del cine,
hemos dejado en la sala nuestros sentimientos de indignación y de compasión. En
nuestro mundo, fuera de los cines, en la vida “real”, despreciamos a esas
personas que huyen de una forma de vida miserable buscando otra mejor y
despotricamos contra los extranjeros; contemplamos cada día la burla y la
humillación a la que nos someten nuestros gobernantes y no hacemos nada para
remediarla; agachamos las orejas como un perro manso apaleado, lo mismo que
hacemos en ese trabajo tedioso que nos está matando el alma día a día en el que
nos hacen pasar por el aro una y otra vez a cambio de un sueldo justito, so
pena de vernos de patitas en la calle. ¿No os parece que todos somos un poco
“Matt Damons” en eso?
La sencilla y breve moraleja de este artículo, –si ha de haberla–, es tan sólo
una reflexión a considerar, una duda que sopesar: ¿para qué sirve la denuncia
de la “ciencia ficción”? ¿Cumplen estas películas –o libros, cómics o lo que
sean– su supuesta misión, consiguen darnos qué pensar, o sólo ayudan a
alienarnos más? Me da miedo la respuesta… Creo que basta con hacer notar que
una gran parte de la ciudadanía de este país relaciona al “Gran Hermano” con un
lamentable programa televisivo y no ha oído hablar jamás de George Orwell.
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