"Un hombre que limita sus intereses limita su vida" (Vincent Price)

sábado, 28 de enero de 2017

La ciudad de las estrellas

Muy a menudo no suelo coincidir con los gustos de los señores y señoras de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, y casi me da un poco de rabia admitir que he salido encantado de ver La ciudad de las estrellas de Damien Chazelle, la película que tiene todas las probabilidades de ser la gran triunfadora en la próxima edición de los Oscars (14 nominaciones, récord que sólo habían alcanzado previamente Eva al desnudo y Titanic, como sabrán los coleccionistas de datos). Dudé durante las dos primeras semanas sobre si acudir a ver el film: algunas cosas de él me llamaban (sus guiños al cine clásico sobre todo); otras me hacían dudar (que fuera a encontrarme con una historia de amor tonta adaptada a los gustos del público actual, la presencia del poco expresivo Ryan Gosling). Al final fui al cine y me tuve que quitar el sombrero ante este maravilloso musical, ante la preciosa partitura en clave de jazz y swing de Justin Hurwitz (sólo me dejan indiferente las canciones que interpreta John Legend, que me parecen insulsas), ante el tono nostálgico de la cinta y, cómo no, sus muchos guiños a tantísimos musicales de la historia del cine, ante las referencias a mi adorada Ingrid Bergman y, sobre todo, ante el acierto de Chazelle de concluir la historia (y la relación) de los protagonistas como concluye, en una línea más cercana a films como Casablanca o Vacaciones en Roma, en los que no tiene por qué haber un final feliz en el sentido más estricto o presumible de la palabra. Eso es lo que para mí acaba de hacer la película redonda.

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