El desaparecido Oma fue el último cine clásico de Puerto de Sagunto, y durante mucho tiempo lo consideré “el cine de mi vida”, pues lo frecuenté desde 1980 hasta su cierre en 1997 (aunque, ni qué decir tiene, siendo más niño ya había ido, sólo que con menos asiduidad). Hubo, por supuesto, otros cines en aquellos mis tiempos mozos, pero ninguno duró tanto como el Oma, del que fui pues incondicional durante 17 años seguidos.
Sin embargo, no hace mucho tiempo me di cuenta de
una dato que se me había pasado por alto: las multisalas locales Alucine habían superado ese hito, pues el 10 de enero de 2016 se
cumplían 18 años de su inauguración, y exactamente hoy se cumple, lógicamente,
otro año más. Son pues 19 los años que
llevo acudiendo a mi cita semanal con ese establecimiento local: así a
ojo me atrevería a estimar que al menos unas setecientas películas. Con los Alucine
he vivido buenos y malos tiempos y me alegra decir que los he visto resistirse
al embate de los temibles y poderosos negocios competidores de la capital, la
gratuidad y la desconsideración de las descargas internáuticas, los vídeos de
alquiler y la desidia y la ceguera de algunas personas (cuando no directamente
estupidez). Lejos quedan aquellos años de grandes colas y de tener programación
los siete días de la semana, que hace tiempo se redujeron a cinco. Muy al
contrario, más de una vez me he encontrado solo durante una proyección, o
acompañado como mucho por un puñado de espectadores. Suerte que hay días y
películas que sí que llenan las salas del complejo.
Habiendo tenido cines en mi pueblo desde siempre,
no concibo otra forma de vida; poco me importan las excelencias y prestaciones
que pueda ofertar la competencia foránea: difícilmente me saldrá más rentable
ni me resultará más cómodo tener que desplazarme bastantes kilómetros y pagar
mayores tarifas cuando puedo ver una película a un paseo de mi casa. Para mí un cine local –modesto
como pueda ser Alucine– es un privilegio que todo Ayuntamiento debería fomentar
y apoyar; algo tan habitual como era una sala de proyección hace cosa de unas
décadas, cuando cualquier pueblecito tenía una, es hoy en día un lujo que
mucha gente –llevada por el espejismo del turbocapitalismo y de los ardides
políticos para convencernos sobre cierto supuesto y falso estado de bienestar– no
sabe apreciar. Como con todas las cosas, de Alucine hay que valorar y sopesar
sus pros y sus contras y concluir con una apreciación justa: en mi caso, los
segundos me parecen pocos y mayoritariamente ignorables, pequeños detallitos
que podrían solventarse con un poco de atención y cuidado; los primeros priman
para mí y prácticamente han quedado expuestos en este artículo.
Me gustaría acabar este pequeño y breve homenaje con algún
tópico del tipo “ojalá que Alucine dure otros diecinueve años”; sin embargo,
una amenazante sombra se cierne –una vez más– sobre los cines de mi localidad,
y tiene la forma de uno de esos monstruosos macro-complejos comerciales que
están asolando las ciudades y terminando con una forma de vida como era el
pequeño comercio. En el cartel que daba a conocer la construcción de su próxima fase
se anunciaba un próximo establecimiento cinematográfico. No sé si esto es una
certeza, o simplemente una sugerencia de negocio por parte de los promotores del nuevo recinto, pero habida cuenta de la necedad, codicia y ceguera de la
casta política que destroza España desde hace décadas, que no sigue más dictado
que el de su propio bolsillo y que no obedece a más razones que las que les aportan
sus señores, los magnates de las empresas, soy muy poco optimista al respecto.
Puerto de Sagunto es muy pequeño para dos negocios cinematográficos, y dar
licencia para uno nuevo llevará inevitablemente a condenar al más antiguo,
porque la gente, como polillas, siempre acudirá a donde las luces brillen más.
Cruzo los dedos, pero con desánimo y escasa convicción... y sí: me gustaría
creer que tendremos Alucine para rato…
No hay comentarios:
Publicar un comentario