Durante mucho tiempo he pospuesto
de manera totalmente deliberada el visionado de los trabajos de Ingrid Bergman con su marido Roberto Rossellini (sólo había visto Stromboli hacía muchos años). Admito que
siempre le tuve un poco de manía a este director (¡y aún más envidia!). Me
parecía un personaje algo sinvergüenza, vividor y poco organizado
profesionalmente que había arruinado la espléndida carrera americana de su
esposa porque, algo que es ya historia y es indiscutible es que todos los
trabajos de la pareja fueron un fracaso en la taquilla. La misma Ingrid acabó
por admitir, con demasiada humildad, que “no era la actriz adecuada” para las
películas de Rossellini. Y yo añadiría que el italiano, acostumbrado a rodar prácticamente
sin preparación y con actores no profesionales, no estaba listo para trabajar
con una actriz de las dimensiones de Ingrid ni podía sacar enteramente todo el
partido a la espléndida baza que tenía con ella. Además, durante esos cinco o
seis años que ambos pasaron juntos, él no quiso ceder a su esposa a ningún otro
director. Alfred Hitchcock se lamentaba de no haber podido trabajar nuevamente
con Bergman, y yo, que adoro a los dos, no puedo sino hacer lo mismo.
Ahora que he visto casi toda la
filmografía conjunta del matrimonio (a falta de ver Juana de Arco, en realidad una obra de teatro filmada con cámaras),
tengo que admitir que ninguna de sus colaboraciones me ha parecido para nada mala. A algunas se les puede achacar algún “defectillo” puntual pero que en mi opinión no
estropea las películas: en Stromboli la
intervención de personas del pueblo sin preparación para actuar llega a ser a
veces exagerada y hasta reprochable, y las escenas documentales de la pesca
quizá se alargan demasiado. También coincido en lo que se ha dicho muchas veces
de que la imagen espléndida e impecable de la bellísima Ingrid no parece casar
del todo con la estética del neorrealismo italiano, más proclive a mostrarnos
el feísmo, las desolación y la pobreza (aunque creo que ese contraste es acertado), y que quizás al final de la película la
actriz no logre estar todo lo convincente que debiera –es la primera y, hasta el momento, única vez
en toda su filmografía que me lo ha parecido–. Y en Te querré siempre llaman la atención todos esos “paseos turísticos” de los
protagonistas para mostrarnos las maravillas culturales, naturales e históricas
de Nápoles, escenas que parecen claramente forzadas posiblemente por debido a un acuerdo
de colaboración con el gobierno de la región. Al final, todos estos recorridos
acaban de resultarme simpáticos e interesantes aunque puedan no acabar de venir
a cuento en la trama del film.
La moraleja o conclusión que saco
del demorado visionado de la etapa italiana de Ingrid Bergman es más que
positiva, porque al final lo que demuestra es algo que ya adelanté: que la sueca era un
–hermosísimo– monstruo de la pantalla que se atrevía y podía con todo: fuera rodeada
del glamour y del lujo del poderoso y adinerado Hollywood, en las más discretas producciones suecas o en las incómodas y modestísimas películas de Roberto
Rossellini, Ingrid demostraba siempre que era natural, profesional y seria con
su trabajo, por eso es uno de los más grandes y deslumbrantes astros de la
Historia del Cine. Y no admito discusión :P
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