Primera y muy esperada ocasión
que tengo de volver a ver en pantalla grande a mi actriz favorita del cine
actual, Natalie Portman, que nos tiene a los
fans desamparados desde hace más de dos años. Empezaré esta reseña diciendo que
pasé la proyección de Thor: El mundo oscuro rodeado de
post-adolescentes parlanchines que no paraban de consultar sus móviles, con
lo cual me fue imposible concentrarme en la película y disfrutarla debidamente.
Digo esto porque, en esas lamentables circunstancias, mi apreciación del nuevo
trabajo de Alan Taylor puede no ser exacta
ni estar juzgada con la suficiente equidad. No obstante, la impresión que me
queda es la de que en la secuela del héroe del martillo, el director ha
decidido primar una innegable espectacularidad y ciertas dosis de humor sobre
el elemento dramático que yo creo que, bien condimentado y proporcionado, es esencial y hace
buena una película de superhéroes. Combates y enfrentamientos a mansalva con
rayos láser, naves voladoras y cañones (a veces tiene uno la sensación de estar
viendo una película de Star Wars,
cuando espera una ambientación de Asgard más “medieval”) y esos comics reliefs que Hollywood parece
empeñado en meternos a toda costa, como si el espectador no pudiera soportar un
drama fantástico sin aligeramientos en su tono (véase el gran y claro ejemplo
de la trilogía Batman de los Nolan) le restan para mí solidez a este
largometraje. Sin parecerme un film especialmente destacable, creo que me gustó
más la primera parte rodada por Kenneth Branagh. Claro que, como he dicho,
tampoco pude ver esta continuación en condiciones adecuadas, así que es
posible que hasta vuelva a darle otra oportunidad…
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