La moda de lo que yo he dado en
llamar “remakes inmediatos” de Hollywood (nuevas versiones de películas que se
acaban de producir y estrenar en otros países, véase mi entrada al respecto) no
es nada nueva y, ya en 1939, el director Gregory
Ratoff y la Selznick Internacional Pictures deciden filmar la versión
estadounidense de Intermezzo, película que Gustaf
Molander había estrenado en Suecia tan sólo tres años antes. Narra la breve
historia de amor entre un aclamado violinista, casado y con hijos, y la joven
pianista que da clases a la hija de éste. Es un melodrama que, en su variante
americana, me resulta algo soso e inconsistente, pero al que le encuentro un
tremendo mérito: y es que los artífices de este remake consideraron que no
podrían hacerlo sin la actriz del original, y con ello decidieron importar a la
divina Ingrid Bergman a la Meca del Cine
para que repitiera el papel que ya había hecho en su tierra (con Leslie Howard sustituyendo a Gösta Ekman). Con
esta decisión aportaron a la Historia del 7º Arte a una de sus más admiradas y
queridas actrices, futura protagonista de películas como Casablanca, Luz que agoniza,
Encadenados, Recuerda y tantas otras, así que, ¡gracias, señores Ratoff y O´Selznick!
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