La muerte pesa sobre nosotros como una losa –¿qué
mejor comparación? – que puede caernos en cualquier instante. Nos fascina,
asusta y obsesiona a la vez en diferentes proporciones según cada persona, aunque
la mayoría no quiera admitirlo y, en algún momento de nuestra vida, vamos a
tener que hacerle frente, a aceptar que no somos eternos y que nuestro fin
llegará. ¿Lúgubre elucubración? Sin duda, pero es un poco el agridulce
regustillo que te deja el visionado de Más allá de la muerte
(After.Life, 2009), desasosegante
ópera prima de la directora polaca Agnieszka
Wojtowicz-Vosloo que propone una reflexión inevitablemente romántica
–porque no olvidemos que la muerte es un elemento tan importante en el
Romanticismo como pueda serlo el amor, aunque muchos prefieran ignorar este
hecho– sobre lo endeble y efímero de la vida y sobre lo que pueda venir
después.
Largometraje protagonizado por una pareja tan
curiosa como peculiar, el enorme Liam Neeson,
y la diminuta Christina Ricci, la última
interpreta en él a una joven maestra que sufre un accidente de coche y
despierta en una funeraria, donde el director del negocio (Neeson, por
supuesto) se empeña en hacerle ver que ha fallecido y que él tiene el don de
poder hablar con los muertos. Pero, ¿es esto verdad o el hombre pretende
engañarla por algún motivo? Mientras la chica espera su propio entierro, su
prometido (un desentonado Justin Long) y un
alumno de ella (Chandler Canterbury) intentarán
averiguar su destino. No es una película gore o truculenta, pero puede resultar
desagradable a personas con cierta sensibilidad a los temas que propone y que
he enumerado en el párrafo anterior. Memento mori...
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