Me veo en la obligación cinéfilo-moral de
mencionar el fallecimiento de Jesús Franco porque, a pesar de que es un
director que no me gusta prácticamente nada y de que no he visto ninguna
película suya que me haya parecido mínimamente potable, lo considero contradictoriamente
un capítulo de la historia del cine español. Cutre, casposo, enclavado a menudo
en la más risible serie Z, pero sí: un director irrepetible, para bien o para
mal, en la filmografía patria y que goza de una legión de admiradores de su
particular manera de hacer películas. Jesús, o “Jess”, como firmaba sus
trabajos de cara al mercado internacional, nos dejaba ayer a los 82 años de
edad. Había nacido en Madrid un 12 de mayo de 1930. Curiosamente, su esposa, la actriz Lina Romay murió el pasado febrero.
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