Dos señoras entraban ayer a la sala de cine
en la que se proyectaba Los miserables de Tom Hooper afirmando
con aquiescencia y total seguridad:
“sí, sí: es una historia de amor”. Como se pasaron las más de dos horas y media
que dura el largometraje hablando y riendo sin ningún pudor, miramiento o
preocupación por estar molestando al resto de espectadores, supongo que
salieron del recinto cinematográfico siendo tan ignorantes como lo eran cuando
entraron en él. Porque la inmortal novela de Víctor Hugo no es “una historia de
amor”. Hay una historia de amor al final, con una relevancia menos que secundaria, hay una historia de amor maternal,
una paternal, y otra bastante más difícil de intuir en las adaptaciones
fílmicas si no se ha leído el libro. Pero Los
miserables es una historia de odio, de castigo y redención, de infortunio y
desgracia, de bondad y de mezquindad, de compasión y de vileza, de piedad y de deber, de ideales y
revolución –esas revoluciones concebidas por nobles principios que suelen ser
acalladas por la violencia de la tiranía o, lo que es peor, por la desidia e
indiferencia del pueblo esclavo– es, en resumen, una historia con todos los
matices, sentimientos e ideas que sólo un movimiento tan complejo como el
Romanticismo podría aglutinar –a pesar
de que transcurre, y fue concebida, cuando aquel movimiento cultural y social ya
empezaba a ser un recuerdo–.
Admito que dudé si ir a ver esta nueva adaptación
del clásico de Hugo –adaptación, a su vez, de la versión musical puesta en
escena por Alain Boublil y Claude-Michel Schönberg por primera vez en 1980–,
en parte por ser precisamente eso: una película musical –no es un género que me
atraiga precisamente–, y en parte porque me siento fascinado por la versión de
la misma historia que ya realizara el sueco Bille August en 1998 y que ya
reseñé hace unos meses (véase aquí)
y dudaba que la de Hooper fuera a superarla. En esto último no me he
equivocado: creo que no lo hace, a pesar de tratarse de una estupenda
superproducción que a todas luces cuenta con más inversión que su antecesora y
que tiene imágenes arrebatadoras, un buen plantel artístico y es incluso más
fiel a su fuente literaria (los odiosos Thénardier aparecen durante toda
la cinta, conocemos el final del
protagonista...) Simplemente, para mí ni Hugh
Jackman tiene el carisma de Liam Neeson como Jean Valjean, ni Russell Crowe –al que considero, no obstante, un
buen actor– puede estar a la altura del impresionante Javert de Geoffrey Rush. También
me convence más Claire Danes como Cossette que Amanda
Seyfried, así como la más desarrollada relación de este último personaje
con el revolucionario Marius (Hans Matheson en la versión del 98, Eddie Redmayne en la de 2012). No obstante, esta
nueva adaptación de Los miserables tiene
momentos verdaderamente emocionantes y desgarradores. Me cautiva especialmente
la interpretación de Anne Hathaway como la
desdichada Fantine. Es curioso, porque es una actriz que nunca me ha llamado
especialmente la atención, pero que aquí encuentro subyugante (imposible
permanecer impasible ante su versión de I
Dreamed a Dream). También me merece especial simpatía la Éponine que aquí encarna la cantante Samantha Barks porque me resulta fácil
identificarme con esos personajes que, dentro de un triángulo amoroso,
constituyen el vértice roto que acaba deslindándose de la figura geométrica sin
que a nadie parezca importarle. El suyo sí que es un verdadero amor romántico,
igual que lo es su muerte, y no ese que se obcecan en vendernos en las
películas hollywoodienses que protagonizan Jennifer Aniston y toda esa suerte
de actrices (y actores) que se empeñan en desencaminar, confundir y engañar al
espectador sobre lo que es de verdad el Romanticismo…
En resumen, creo que hay tantas ideas, sentimientos y sensaciones en Los miserables de Tom Hooper que es
difícil que nadie salga de su proyección indiferente y sin identificarse al
menos con alguno de ellos. La siempre solvente alianza entre imágenes y música
la hace todavía más cautivadora y ayuda a embriagar fácilmente al espectador.
Tan sólo he de lamentar el despiste que con respecto a la imagen central siempre
suponen los inevitables subtítulos de las canciones, y eso que yo tengo la
suerte de entender un poquito el inglés…
Ayer, cuando comenté que había visto Los Miserables dspués de leer tu artículo me refería al anterior y a la anterior versión de la peli. Éste todavía no lo había leído.
ResponderEliminarLo entendí... ;)
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