"Un hombre que limita sus intereses limita su vida" (Vincent Price)

jueves, 27 de diciembre de 2012

Los miserables

Dos señoras entraban ayer a la sala de cine en la que se proyectaba Los miserables de Tom Hooper afirmando con aquiescencia y total seguridad: “sí, sí: es una historia de amor”. Como se pasaron las más de dos horas y media que dura el largometraje hablando y riendo sin ningún pudor, miramiento o preocupación por estar molestando al resto de espectadores, supongo que salieron del recinto cinematográfico siendo tan ignorantes como lo eran cuando entraron en él. Porque la inmortal novela de Víctor Hugo no es “una historia de amor”. Hay una historia de amor al final, con una relevancia menos que  secundaria, hay una historia de amor maternal, una paternal, y otra bastante más difícil de intuir en las adaptaciones fílmicas si no se ha leído el libro. Pero Los miserables es una historia de odio, de castigo y redención, de infortunio y desgracia, de bondad y de mezquindad, de compasión y de vileza, de piedad y de deber, de ideales y revolución –esas revoluciones concebidas por nobles principios que suelen ser acalladas por la violencia de la tiranía o, lo que es peor, por la desidia e indiferencia del pueblo esclavo– es, en resumen, una historia con todos los matices, sentimientos e ideas que sólo un movimiento tan complejo como el Romanticismo podría aglutinar –a  pesar de que transcurre, y fue concebida, cuando aquel movimiento cultural y social ya empezaba a ser un recuerdo–.


Admito que dudé si ir a ver esta nueva adaptación del clásico de Hugo –adaptación, a su vez, de la versión musical puesta en escena por Alain Boublil y Claude-Michel Schönberg por primera vez en 1980–, en parte por ser precisamente eso: una película musical –no es un género que me atraiga precisamente–, y en parte porque me siento fascinado por la versión de la misma historia que ya realizara el sueco Bille August en 1998 y que ya reseñé hace unos meses (véase aquí) y dudaba que la de Hooper fuera a superarla. En esto último no me he equivocado: creo que no lo hace, a pesar de tratarse de una estupenda superproducción que a todas luces cuenta con más inversión que su antecesora y que tiene imágenes arrebatadoras, un buen plantel artístico y es incluso más fiel a su fuente literaria (los odiosos Thénardier aparecen durante toda la  cinta, conocemos el final del protagonista...) Simplemente, para mí ni Hugh Jackman tiene el carisma de Liam Neeson como Jean Valjean, ni Russell Crowe –al que considero, no obstante, un buen actor– puede estar a la altura del impresionante Javert de Geoffrey Rush. También me convence más Claire Danes como Cossette que Amanda Seyfried, así como la más desarrollada relación de este último personaje con el revolucionario Marius (Hans Matheson en la versión del 98, Eddie Redmayne en la de 2012). No obstante, esta nueva adaptación de Los miserables tiene momentos verdaderamente emocionantes y desgarradores. Me cautiva especialmente la interpretación de Anne Hathaway como la desdichada Fantine. Es curioso, porque es una actriz que nunca me ha llamado especialmente la atención, pero que aquí encuentro subyugante (imposible permanecer impasible ante su versión de I Dreamed a Dream). También me merece especial simpatía la Éponine que aquí encarna la cantante Samantha Barks porque me resulta fácil identificarme con esos personajes que, dentro de un triángulo amoroso, constituyen el vértice roto que acaba deslindándose de la figura geométrica sin que a nadie parezca importarle. El suyo sí que es un verdadero amor romántico, igual que lo es su muerte, y no ese que se obcecan en vendernos en las películas hollywoodienses que protagonizan Jennifer Aniston y toda esa suerte de actrices (y actores) que se empeñan en desencaminar, confundir y engañar al espectador sobre lo que es de verdad el Romanticismo…


En resumen, creo que hay tantas ideas, sentimientos y sensaciones en Los miserables de Tom Hooper que es difícil que nadie salga de su proyección indiferente y sin identificarse al menos con alguno de ellos. La siempre solvente alianza entre imágenes y música la hace todavía más cautivadora y ayuda a embriagar fácilmente al espectador. Tan sólo he de lamentar el despiste que con respecto a la imagen central siempre suponen los inevitables subtítulos de las canciones, y eso que yo tengo la suerte de entender un poquito el inglés…

2 comentarios:

  1. Ayer, cuando comenté que había visto Los Miserables dspués de leer tu artículo me refería al anterior y a la anterior versión de la peli. Éste todavía no lo había leído.

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