No he parado de oírlos desde bastante antes de que se estrenara la película: críticas y prejuicios contra el reciente remake de Conan, el bárbaro, que se puede ver en las pantallas españolas desde el pasado viernes 19. Algunas personas, basándose tan sólo en el trailer o en fotografías, ya argumentan que no se puede hacer un Conan sin Arnold Schwarzenegger. Pues entonces, ¿qué habría que hacer? ¿Emplear al actor para que retome el papel a sus sesenta y cuatro años? ¿O no volver a hacer películas del personaje de Robert E. Howard? Constato cada día con más claridad un casi instintivo, radical y poco razonado rechazo por parte de cierto sector del público a que se continúen series cinematográficas y se rescaten personajes populares del celuloide una vez transcurrido cierto lapso de tiempo. Ya cuando Sean Connery abandonó la saga de James Bond se alzaron no pocas voces en contra del fichaje de Roger Moore y, sin embargo, sus episodios como el agente secreto son ya parte de la historia de la franquicia y del cine (y, personalmente, creo que el reinventar y comenzar de nuevo la saga con Daniel Craig ha sido un acierto). Aquí y allá oigo despotricar contra las nuevas entregas de Star Wars, contra la última película de Indiana Jones (de la que, otra vez personalmente, estoy totalmente enamorado y que considero una digna sucesora de la trilogía original), incluso contra la última entrega de La jungla de cristal, una serie de la que no soy seguidor.
Todo esto me lleva a cuestionarme y plantear: ¿somos retrógrados por naturaleza o acabamos, quizá, volviéndonos con la edad? ¿Nos dejamos llevar apasionadamente por la nostalgia y no somos capaces de tolerar que toquen a nuestros ídolos y mitos de infancia y juventud, que los reinventen, que los recuperen? ¿Juzgamos con el suficiente distanciamiento y perspectiva todas estas continuaciones cinematográficas? Admito que yo mismo me he escandalizado con ciertos remakes de películas que me parecen perfectas y/o intocables (como Ultimátum a la Tierra, The Haunting o Furia de titanes) y, aún con todo, les he dado la oportunidad y he ido a verlas al cine. En otros muchos casos, he encontrado algunas nuevas versiones muy dignas (por ejemplo, La cosa de Carpenter, el King Kong de Peter Jackson o la reciente El origen del planeta de los simios). También considero que ciertas sagas no tienen por qué abandonarse y que se pueden retomar con nuevos actores siempre que se haga dignamente. Quizá sea la única forma de descubrírselas a nuevas generaciones que, de otra manera, no conocerían las originales. Amigos: disfrutad el cine, que la mayoría de nosotros no somos críticos ni intelectuales, y las películas –al menos, las comerciales– no tienen más objetivo que hacernos pasar el rato. Así me ocurrió al menos a mí viendo ayer al nuevo Conan de Marcus Nispel/Jason Momoa: otro título más que añadir a mi bagaje cinéfago, ni especialmente destacable ni nada del otro mundo, pero correcto, entretenido, con bonitos paisajes y emocionantes escenas de acción. Yo a mi edad no le pido mucho más a un largometraje. Y tampoco caeré en el tremendo error de compararla con el Conan original de John Milius, que vi cuando era un muchacho hace casi treinta años…
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