Cuando una película que es única
tiene una secuela deja de ser única. Todo lo que se nos cuente en la
continuación que repercuta inversamente en la primera parte, como detalles de
los personajes y secretos de la trama, por desgracia, va a influir en los
nuevos visionados de ésta, no importa cuánto nos empeñemos en separar ambos
films e incluso hasta que reneguemos de la secuela. Por eso ya cuando se
anunció Blade Runner 2049, un servidor se llevó las manos a
la cabeza, más aún conociendo los continuos desatinos y despropósitos fílmicos
con los que Ridley Scott –quien se aferra a sus dos únicos éxitos cinematográficos
con una obstinación que da vergüenza ajena– nos ha obsequiado desde hace años
(montajes y remontajes de Blade Runner,
precuelas de Alien, etc)
Por fin llega la fecha del
estreno de la cinta a la que tanto me oponía: 6/10 (no es casualidad el día
elegido y hasta tiene cierto sentido en la película) y, por supuesto, pese a
mis reticencias, estoy dispuesto y hasta interesado en verla, sobre todo porque
la dirige alguien que me está gustando bastante en los últimos años y que me
inspira cierta confianza: un artesano tan eficaz como el canadiense Denis Villeneuve.
Hay que dar gracias de que no haya sido el inefable Scott el que se haya puesto
a los mandos del rodaje y haya dejado los puestos de director y de guionista a
personas más competentes que él.
Por todo lo expuesto, asisto al
visionado de Blade Runner 2049 con
algo de miedo, un poco agarrado a la butaca temiéndome que, de repente, me
destruyan una de las películas esenciales en mi vida, pero, al final, tengo que
admitir que salgo del cine tras las dos horas y tres cuartos de metraje del
estreno bastante convencido, con buen sabor de boca, dándole vueltas a la
cabeza y sopesando algunos de los giros de la trama y parte de las escenas, en
mi caso señal inequívoca de que un film me ha calado. Al final, y en resumen,
pese a que las situaciones y elementos del guion no tienen mucho de novedoso y
las hemos visto en docenas de otros films, la película me fascina
(de nuevo hay que recordar aquello tan repetido de que lo importante no es lo
que se cuenta, sino cómo se cuenta, pues ser original en una historia a estas
alturas parece harto complicado). La dirección artística, la fotografía y los efectos
especiales son impecables, los decorados en ese futuro tan sucio, oscuro y
deprimente (parte de ellos remiten claramente al film original del 82, otros
son más abiertos e iluminados) resultan evocadores y atrapan, y la banda sonora de Benjamin Wallfisch y Hans Zimmer ayuda no poco a potenciar la ambientación. El internacional
reparto en general es acertado, si bien la presencia de Harrison Ford es más
anecdótica que otra cosa y un obvio reclamo para los fans del Blade Runner de Scott, y quizá otro
actor más expresivo que Ryan Gosling (“Ni siquiera sonríes”, le observa un personaje
en la película) hubiera sido preferible. A destacar la siempre espléndida presencia de Robin Wright, el cautivador elenco femenino en general y la
aparición de algunos personajes de la película original (sólo me rechina un poco el que interpreta Jaerd Leto). Hasta, como es
habitual en muchas obras del género, es fácil extraer su parte de denuncia
social (claramente una crítica a la diferencia de clases, estando la
trabajadora y explotada representada por los replicantes), que invariablemente
suele pasar inadvertida por el espectador medio
En fin, si antes de ver la cinta
reseñada pensaba que Blade Runner no
necesitaba secuela porque perdería esa condición de única que comentaba al
principio de esta reseña, después de verla sigo reafirmándome en la idea, pero,
al menos, ya que no está en manos del espectador normal el decidir si se filman
o no estas continuaciones, toca alegrarse de que esta del clásico
de ciencia ficción haya sido muy, muy digna, sin duda lo mejor que ha dado el
fantástico este año y también una de las mejores películas que he visto en
2017, curiosamente a punto de llegar a la fecha en la que transcurría la
película de hace 35 años…
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