Aunque
a la gran pantalla normalmente sólo nos llegan las más costosas superproducciones
del género –que suelen ser las más mediocres– el western actual está viviendo
un momento interesante, con propuestas originales y arriesgadas que, por
desgracia, no siempre es fácil localizar: a menudo toca conformarse con
versiones domésticas, ya sea comprando el disco original o recurriendo a la
cuestionable descarga. Resulta curioso constatar que algunos de los mejores
westerns de los últimos años no han sido producciones estadounidenses, como
cabría esperar en un tipo de películas que son casi exclusivamente propias de
ese país. Muy al contrario, varias de ellas han venido de Europa, como es el
caso de The Salvation, Blackthorn o El
valle oscuro, esta última incluso ambientada fuera de Norteamérica,
concretamente en los Alpes. Hasta Nueva Zelanda ha aportado títulos atractivos
como Slow West. Por su parte, los
mismos EE.UU. también ha contribuido recientemente al género con aportaciones de
calidad como Deuda de honor o Bone Tomawak, mucho menos populares que
películas que no logran ganarme como el reciente remake de Los 7 magníficos o los dos últimos trabajos de Tarantino, un
director que no cuenta con mi apoyo ni atención.
Con
financiación principalmente holandesa nos llega el objeto principal de esta
entrada, Brimstone,
coproducción del pasado 2016 entre varios países que, hasta donde yo sé, no ha
llegado a las pantallas españolas ni ha aparecido aquí en versión doblada, y
eso pese a estar rodada entre nuestro país (concretamente la clásica Almería),
Alemania, Austria y Hungría. La dirige Martin Koolhoven y en su internacional
reparto nos encontramos a Dakota Fanning, Guy Pearce, Carice van Houten, Kit
Harrington, Paul Anderson, Emilia Jones o Willliam Houston entre un
largo elenco que puebla esta cinta de dos horas y media de duración y que, pese
a ello, a mí no se me hace para nada aburrida y logra atraparme hasta el final.
Está dividida en cuatro partes, estando las tres primeras narradas en orden
cronológicamente inverso, y siendo la última la conclusión y, sin querer contar
demasiado, porque parte del atractivo de la historia es precisamente ir
descubriendo el origen y la relación de algunos de los personajes principales,
nos habla de una joven muda casada con un viudo mayor que ella a la que parece
perseguir un oscuro y misterioso predicador, un personaje con reminiscencias
del que hiciera famoso Robert Mitchum en La
noche del cazador que borda el mencionado Pearce, ante cuya interpretación
tiene uno que quitarse el sombrero.
No
quiero adelantar más, y me limitaré sólo a recomendarla a aquellos que busquen
un western más serio y más en clave de melodrama que de película de acción,
advirtiendo, eso sí, que hay momentos bastante duros (no siempre en un sentido
necesariamente físico) y que la cinta no es mojigata al abordar el tema de la sexualidad,
aunque tampoco suele ser explícita, sino que el director sugiere casi siempre
con habilidad los pasajes que la tratan. Claramente es una película que no
podría concebirse en Hollywood, lo que creo que es más bien una nota positiva,
dada la escasa originalidad que nos llega últimamente dela Meca del Cine.
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