Seis años después de La duquesa, el londinense Saul Dibb dirige su tercer largometraje, Suite francesa,
inspirado en una novela de la escritora rusa Irène Némirovsky. Se
da la circunstancia de que esta autora murió en el campo de concentración de
Auschwitz y su obra póstuma permaneció olvidada durante décadas hasta que
recientemente fue encontrada y publicada por su hija.
La historia nos traslada a la Francia de la II Guerra
Mundial al poco de ser ocupada por los nazis. A un pequeño pueblecito llega
precisamente un destacamento de las tropas de Hitler, y sus integrantes han de
ser alojados forzosamente en los hogares de los lugareños. En la lujosa mansión
de las acomodadas protagonistas, una estricta viuda y su joven nuera, va a
alojarse un teniente del III Reich. Es un hombre culto, educado y sensible, y
la muchacha pronto se encontrará viviendo un peligroso romance con aquel que
casi todos en el pueblo ven como un enemigo. Al final, por supuesto, ambos tendrán que escoger
entre su amor y el deber para con sus respectivos países…
Sin resultarme especialmente original en su propuesta, incluiría Suite francesa entre lo mejor que
he visto este año en cines. Bien dirigida y fotografiada, con una ambientación que me atrae mucho, y actores que me parecen casi todos estupendos. No sólo
Kristin Scott-Thomas, que es una mujer a la que admiro desde
hace mucho y que siempre me parece impresionante, sino también Michelle Williams,
a la que no había prestado demasiada atención hasta el momento y que me ha
sorprendido gratamente por la variedad de sentimientos que logra transmitir con
su personaje. Eso sin olvidar a Matthias Schoenaerts, Sam Riley, Ruth Wilson o el veterano Lambert Wilson. Se
nota cuando un director sabe moverse con un reparto y sacar lo mejor de sus integrantes, y
este me parece el caso del señor Dibb, un artista de breve pero interesante filmografía.
Además, no sé si es casualidad o me parece ver ciertos
guiños al final de la película a uno de mis clásicos favoritos, Casablanca.
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