El vampiro –sin lugar a dudas,
una de las más fascinantes y complejas figuras de la literatura romántica en
cuanto a la alegoría que representa de todas las pasiones, obsesiones, tabúes y
miedos del ser humano– ha sido ridiculizado, frivolizado, puerilizado y
desfigurado durante buena parte de las dos últimas décadas hasta los más
execrables límites, hasta llegar a ser irreconocible y alejarse totalmente del
mito que una vez supuso. Y no sólo estoy hablando de toda esa retahíla de
películas, novelas y series para muchachitas que pululan en los últimos tiempos
por cines, librerías y canales de televisión respectivamente: incluso nombres y
títulos que se suelen tomar más en serio –valgan de ejemplo los desaciertos noventeros
de Carpenter o Rodríguez– han contribuido en gran medida a que un personaje tan
cautivador sea tomado por objeto de burla y elemento para lo grotesco, banal y hasta soez...
En este contexto actual tan
decepcionante y desalentador sorprende y alegra que, aunque sea muy de vez en
cuando, se pueda ver una buena película de este subgénero tan, valga el mal chiste:
“de capa caída”. Y tenía que ser el irlandés Neil
Jordan, un director de filmografía destacable en general y con muy
buenos títulos en diversos registros (no olvidemos que suya es también la
plasmación en celuloide de Entrevista con
el vampiro) el que adapte la obra de teatro de la autora inglesa Moira Buffini A
Vampire Story, que en las pantallas se ha estrenado como Byzantium (la propia Buffini ha firmado
también el guión).
Básicamente se trata de la
historia de dos vampiras, una madre y una hija (interpretadas respectivamente
por Gemma Arterton y Saoirse Ronan) que a lo largo de dos siglos han sobrevivido
cómo han podido a pesar de su condición y a la vez que huyen de una vengativa
orden de seres como ellas. A lo largo de la cinta de Jordan conoceremos
también, por supuesto, a través de unos poéticos flashbacks que a veces
entremezclan dos épocas, como las dos mujeres llegaron a ser lo que son, así
como sus orígenes.
Pero no pretendo extenderme
demasiado sobre la historia de Byzantium,
que dejo descubrir por sí mismo al espectador interesado. Sí que destacaré y
alabaré, sin embargo, el acierto de Neil Jordan para captar y recuperar
elementos clásicos y básicos de las historias de vampiros como son la soledad, la
melancolía o el malditismo inherentes a estas criaturas, su condición a menudo de
proscritos y de fugitivos, antes que de seres prepotentes que imponen su
criterio y voluntad por doquier y que presumen constantemente de sus dotes
sobrehumanas; el desasosiego y la angustia vital que les condicionan y que es
un rasgo esencial del Romanticismo original que, ni debería hacer falta
mencionarlo, no tiene nada que ver con el concepto que intentan imponernos hoy
en día las novelas de Danielle Steel o las películas sentimentales de Hollywood.
Curiosa y plausible la elección de
Jordan de que en la película nunca aparezcan colmillos, de no regodearse en la
sangre –aunque es éste un elemento imprescindible en toda historia de
vampiros–, de la atípica forma en que éstos se convierten, de mostrarlos
constantemente y con toda naturalidad bajo la luz del sol, de escapar, en fin,
de muchos de los clichés que el 7º Arte ha hecho típicos de este subgénero y
que no lo eran tanto cuando Polidori, Le Fanu o Gautier, entre otros, escribían
sobre ellos. En este sentido, el director enraíza con textos imprescindibles
del género como El vampiro, Carmilla o La muerta enamorada, respectivamente de cada uno de los autores
recién mencionados. Imposible no destacar también la música del español Javier
Navarrete, que encaja como un guante con las imágenes, arropándolas a la vez que reforzando su mensaje y sentido.
El reparto, eminentemente
británico, lo completan Caleb Landry Jones, Daniel Mays, Sam Riley, Johnny Lee
Miller (curiosamente como el oficial Ruthven, aunque resulta no ser un vampiro
en el film) y Maria Doyle Kennedy, una actriz por la que siento especial
simpatía por su participación en mi admirada Los Commitments y a la que tuve ocasión de conocer en persona hace
pocos años.
Lástima que haya tenido que
conformarme con ver Byzantium en DVD
y no haber podido hacerlo en pantalla grande por los lamentables motivos que
comentaba el mes pasado en este artículo.
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