Sin proponérmelo ni de manera consciente, en
estas dos últimas semanas han coincidido entre mis películas visionadas nada
menos que 5 biopics. No es que sea especialmente forofo de esta modalidad
cinematográfica, pero la verdad es que sí que me suelen gustar las películas –y
libros– que nos cuentan la trayectoria vital de personajes célebres o, al menos, curiosos o
peculiares. Con la perspectiva del tiempo y de la historia, la vida de otras
personas se ve de una manera especial. En contraste con nuestras normalmente más
monótonas y anodinas existencias, da a veces la impresión de que las de estos
personajes fueron extraordinarias o especialmente significativas, aunque en
realidad puedan no haberlo sido, al menos para ellas mismas. Supongo que sólo
los años y una visión de conjunto de esas biografías, y el conocer su posible
trascendencia posterior es lo que las hace atractivas y, claro, dignas de ser
llevadas al cine o a la televisión.
De Hank Williams
se puede decir que fue el “primer chico malo del rock” incluso a pesar de que
cuando este cantante estadounidense triunfaba, dicho estilo no existía
oficialmente (algunos señalan su Move It
On Over como una de las primeras canciones rockabilly). Fue en el campo del
country (¿pillan el juego de palabras?) donde este oriundo de Alabama triunfó
entre 1947 y 1952, antes de fallecer a la temprana edad de 29 años debido al
exceso de alcohol, fármacos y, en general, a causa de una vida bastante
descontrolada. En ese sentido, se adelantó a los Morrisons, Joplins, Hendrixes
y Scotts que vendrían años después. Como siempre, su muerte cuando estaba en lo
más alto artísticamente le inmortalizó y hoy en día es considerado el padre del
country moderno más allá de toda discusión.
Es precisamente en los dos últimos días de
vida de Williams en los que se centra The Last Ride,
largometraje de Harry Thomason cuyo estreno en pantalla grande he esperado
durante más de un año (¡iluso de mí!) y al que al fin accedo con un método que
me disgusta tanto como es la descarga internáutica. Henry Thomas (el niño de E.T.) es un correcto y bien
caracterizado Hank Williams al que seguimos en viaje por carretera en el que le
acompaña un joven chófer (Jesse James) al que el cantante ha contratado para
que le lleve a sus actuaciones en Nochevieja y Año Nuevo, y es en la breve
relación de estos personajes en los que se centra la película, en la que
también interviene Kaley Cuoco, popular actriz sin duda para los aficionados a
las series de TV.
Sin salirnos del country seguimos con Ring of Fire, rápida biografía para la
pequeña pantalla de la cantante June Carter
estrenada el pasado mayo en los EE.UU., coincidiendo con el décimo aniversario
de su muerte. En los 90 minutos del telefilm conocemos sus comienzos
artísticos desde niña con la Carter Family hasta su matrimonio con Carl Smith
y, con más detalle, su relación personal y artística con su tercer y último
marido, el mítico Johnny Cash. La también cantante Jewel Kilcher es la
encargada de dar vida a la homenajeada, mientras que Matt Ross se pone en la
piel de Cash, y ambos me parecen más que correctos en estos papeles que ya
interpretaron para la gran pantalla Joaquin Phoenix y Reese Witherspoon en En la cuerda floja en 2005. La breve
duración de Ring of Fire –dirigido
por Allison Anders– y, posiblemente, su pequeño presupuesto, impiden que logre
una especial trascendencia como biopic musical.
Cambio de tercio, y no poco: nada menos que
la vida del mariscal alemán Erwin Rommel va
a ser la tercera película biográfica que repaso. La música country no es, ni
mucho menos, mi única afición: también me apasiona la II Guerra Mundial, y este
telefilm dirigido por Niki Stein el pasado año en la patria del legendario
militar –y que no lleva más título que su apellido– fue todo un descubrimiento,
ya que hemos tenido la suerte de que aparezca en edición española en DVD.
Rommel nos cuenta los últimos meses de
vida del célebre estratega, desde que prepara las defensas de Normandía antes
del desembarco hasta que es obligado a suicidarse por Hitler, pasando, por
descontado, por toda su supuesta y cuestionada relación con los artífices del
atentado contra el dictador nazi. Resulta curioso y loable que Alemania afronte
sus propios fantasmas y realice trabajos como este, en los que se ve –quizá
para decepción del parcial Steven Spielberg– que no todos los soldados del III
Reich eran unos ogros ni apoyaban las atrocidades de sus líderes. El reparto
–esencialmente germano–, está encabezado por Ulrich Tukur, por supuesto como el
propio Rommel.
Władzio Valentino Liberace o, simplemente, Liberace, como se le conocía en el show business fue un pianista y cantante
estadounidense que abarrotó las salas de actuación de su país durante varias
décadas entre los años 40 y 80. Es un personaje que me es conocido por mi
afición a la música de los 50, pero del que, para ser sincero, apenas conocía
nada sobre él. Me llamó la atención este trabajo de Steven Soderbergh sobre este estrambótico
showman que se basa y se centra en los hechos narrados por Scott Thorson en el
libro que da título al largometraje, pues el tal Thorson fue el amante del artista
durante 6 años entre 1976 y 1982. Liberace escondió su homosexualidad al gran
público hasta que su fallecimiento por SIDA a los 67 años la reveló.
Con Behind
the Candelabra (Tras el candelabro,
ornamento que Liberace solía exhibir sobre su piano), Soderbergh nos transporta
a un mundo de lujo y despilfarro en el que no faltan perritos falderos,
suntuosos abrigos de pieles, pastillas y drogas varias y cirujanos estéticos
(un recuperado e irreconocible Rob Lowe) en el que conocemos la peculiar
relación de Liberace y Thorson, al que el primero colmó de regalos y lujos
(incluidos coches, joyas y casas) y hasta hizo operarse la cara para que se
le pareciese a él. Resulta una película curiosa en la que para mí destacan sus
principales protagonistas, ambos muy bien caracterizados y en papeles bastante
atípicos en sus respectivas filmografías: Michael Douglas es Liberace, y Matt
Damon es Scott Thorson. La película se
ha estrenado directamente en televisión.
La última biografía que reseño hoy es la del
jugador de béisbol Jackie Robinson, todo un
icono y una leyenda en ese deporte que fue el primer jugador de color en formar
parte de una liga mayor en los racistas EE.UU. de los años 40, lo que le
produjo no pocos problemas y enfrentamientos. Con gran fortaleza y tesón,
Robinson consiguió labrarse un nombre en el béisbol y propició que otras
personas de su raza se abrieran paso en esta disciplina deportiva.
La vida de este pionero ha sido llevada
varias veces al cine, y es el estadounidense Brian Helgeland el que dirige este
mismo año 42, el número que llevaba
Robinson en su camiseta. La verdad es que no llego a ella por mi inexistente afición
al béisbol, sino por mi admiración por Harrison Ford, aquí en el papel
secundario de Branch Rickey, el hombre que rompió todos los tabúes al reclutar
a Jackie Robinson para los Brooklyn Dodgers (el propio Robinson es interpretado
por Chadwick Boseman). Además de disfrutar con la estupenda y atípica
caracterización de Harrison, el film se hace bastante entretenido porque centra
su trama más en la denuncia del racismo y en la propia lucha de Robinson que en
el béisbol propiamente. Ah: este es otro título que tampoco vamos a poder
disfrutar en pantalla grande en España; sólo en formato doméstico, lo cual casi
parece un lujo hoy en día. Que tiempos más tristes y decepcionantes para los
que amamos el cine…
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