Enésima revisitación que hago de este clásico
de Billy Wilder de 1954. Sobra decir que,
siendo fan de Audrey
Hepburn, he visto todas sus películas varias veces, y las sigo
viendo cuando me apetece volver a hacerlo, que es frecuentemente. Tras su
fulgurante llegada a Hollywood con Vacaciones
en Roma, Oscar incluido, las puertas de la Meca del Cine se le abrieron de
par en par a la joven actriz inglesa, y así, para su segundo largometraje estadounidense
–el primero que realmente rodó en el suelo americano– formó equipo, no sólo con
el gran director austríaco, sino también con los legendarios Humphrey Bogart y William
Holden. La Paramount se pudo jactar en la publicidad de la cinta de
contar con un trío protagonista totalmente oscarizado. Esta película, a su vez,
también le valdría una nueva nominación a Audrey junto a otras cinco en
diversas categorías para sus compañeros de labores. Solamente la diseñadora de vestuario Edith Head se llevaría la estatuilla, y eso a
pesar de que buena parte de los vestidos que luce la actriz en la cinta eran
obra de Givenchy, quien a partir de entonces
se convertiría en modista habitual y gran amigo de la estrella.
Coincido con la mayoría de fans de Wilder en
que no es su mejor film; tampoco me parece el mejor de Audrey, aunque ella sí
que me parece lo mejor de él. Probablemente, sin su encanto y su presencia la
película estaría hoy en día considerada como un film mediocre o menos destacado,
o en cualquier caso sería menos famosa. Se inaugura con Sabrina
una reprochable tendencia que por desgracia se haría habitual en la filmografía
inmediata de la actriz, y es el emparejarla con actores que la doblaban en edad
y que podían perfectamente ser sus padres. Ver a un hombre mayor y decididamente
feo –por mucho que él presumiera de haberse casado con la Bacall– como Humphrey
Bogart cortejar a una bella jovencita como Audrey me parece inverosímil y hasta
grotesco. Es algo que nunca me ha cuadrado por muchas veces que revisite el
film y que me rechina y patina constantemente mientras lo veo, a pesar de mi
admiración por el protagonista de Casablanca.
Creo también que la hermosura natural de Audrey está desaprovechada en la mayoría
de la cinta con maquillajes y ropas que la merman –la encuentro mucho más guapa
cuando hace de “patito feo” al comienzo del film–. Mucho más adecuados me
parecen Holden y buena parte del reparto secundario, entre ellos John Williams como el padre de Sabrina y el
impagable Walter Hampden como el señor Larrabee.
Sus escenas están invariablemente entre lo mejor de la cinta y son de lo poco
que llega a eclipsar –sólo momentáneamente, claro– la presencia de Audrey
Hepburn, al fin y al cabo, clara protagonista de una película hecha a su medida
y para su lucimiento.
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