La “tía Fina” no es ninguna película, ni Josefina
Torrejón ninguna de las muchas actrices, cantantes o artistas famosas a las que
admiro, pero sí una persona que estuvo en mi vida desde mucho antes de que
conociera a cualquiera de éstas: era mi tía abuela, y nos ha dejado hoy a los
90 años. Es por ello que, de manera excepcional, esta entrada va a ser bastante
personal e íntima, y no espero que interese especialmente a nadie, sino que la
escribo como homenaje particular a alguien que fue muy querido para mí.
Mi tía abuela fue la menor de cuatro
hermanos. Nació en 1922 en un pequeño pueblecito de Castellón, Altura, pero su
familia pronto se vino en busca de trabajo a mi pueblo natal, Puerto de Sagunto, separado por tan
sólo 35 km. Al fallecer mi abuela materna relativamente joven, en cierta manera
ella asumió su papel, y siempre apoyó a mi madre y le ayudó a
cuidarnos a mí y a mis hermanas. Es por ello que siempre la he considerado como
mi “tercera abuela”. En los primeros 60, en una época en la que todavía
existían demasiados prejuicios contra ello, fue madre soltera de un niño, mi
primo, al que crió y educó con mucho trabajo y sacrificio (se ganaba la vida
como limpiadora). Hace unos pocos años, mi primo, su mujer, sus hijas y mi tía
se fueron a vivir al pueblo original de esta última, con lo que desde entonces
sólo la vi en contadas ocasiones. Aún así, incluso hasta en sus últimos
tiempos, siempre siguió llamando por teléfono para interesarse mi madre, que está muy enferma, y para saber de nosotros. Estas Navidades
su salud decayó gravemente, y hace un par de semanas se rompió la cadera y hubo de ser
ingresada. En la familia ya suponíamos que no se repondría, y así ha sido.
De mi tía recordaré siempre, sobre todo, mis
estancias en Altura con ella (en un momento dado, compartimos casa) y las
historias que me contaba de niño sobre el pueblo, como cuando un día iban andando por
la vía y empezaron a ver el cielo rojo y se trataba de un ataque de aviación durante la Guerra Civil, o la curiosa historia de la Cueva del Piojo Verde, en la que
vivió un mendigo forastero que al parecer murió debido a ese misterioso
parásito y que me aterró en su momento. También recuerdo que, a mediados de los 80, muchos viernes por la
tarde, al salir del instituto, alquilaba una película en VHS y me iba a su casa
a verla, ya que en la mía tardamos en tener vídeo. Con su marcha, desaparece el
último miembro de toda una generación de mi familia, la de mis abuelos y sus
hermanos, y la mía queda ahora en segunda línea de frente. Cómo pasa el tiempo y
qué mayores nos hacemos…
Tu post me ha llegado de una manera muy especial, ya que hace muy pocos días me enteré de que mi abuela, a la que prácticamente considero como mi madre, sufre de Alzheimer, y eso me partió el alma (no me averguenza decir que esa noche incluso lloré). Yo también conviví con ella en diversas etapas de mi vida, y prácticamente me crió. Son tantos y tan sumamente intensos y preciosos los recuerdos que tengo de mi infancia con ella, que por una cuestión de espacio ni siquiera trataré de reproducirlos aquí, ya que en modo alguno les haría justicia. Además, lo especialmente doloroso de mi caso concreto, es que por causa de terceras personas mi abuela y yo nos distanciamos desde hace un par de años para acá. Es decir, no nos pasó nada directamente entre nosotros, pero sí que hubo un fuerte revulsivo en la familia, a causa del cual terminaron formándose dos bandos claramente diferenciados (y enfrentados). Luego, los caprichosos vaivenes del destino nos posicionaron a cada uno en distinto bando. Ahora, y casi de casualidad, me entero por un pariente lejano de la enfermedad que le han diagnosticado, y no sabes cuán doloroso es no poder ir a visitarla y darle un beso. Supongo que ya nunca podré despedirme de ella. A estas alturas ya no sé si me recordará (y eso que siempre me consideró como a un hijo), además, la gente que la "cuida" (y que se ha instalado en su casa), son destacados miembros del "bando contrario", y en mi opinión, personas que gustan de la gresca. A saber como me recibirían. En fin, amigo, que siento muchísimo lo de tu tía. En cierto modo me recuerda mi caso. ¡Mucho ánimo! (es duro).
ResponderEliminar¡Gracias, Jonathan! Ojalá se puede arreglar lo de tu familia. Parece mentira que la gente llegue a esos extremos y se deje llevar por el orgullo o cosas aún más banales como las posesiones físicas, pero en la mía por rama paterna también pasó algo parecido.
ResponderEliminar