Bill Nighy es el perfecto ejemplo de lo que yo llamo “actores
discretos”: profesionales como la copa de un pino con una larguísima
filmografía y muchos años de tablas que, paradójicamente, no parecen obtener el
reconocimiento del gran público. La primera película en la que reparé en él fue
la divertidísima Siempre locos,
aunque después me cercioré de que ya habíamos coincidido en El ojo de la aguja, La maldición de la pantera rosa o Cuento de hadas, entre otras. Y es que este espigado inglés nacido
en Surrey un 12 de diciembre de 1949 se estrenó como actor televisivo nada
menos que hace cuarenta y un años, para dar poco después el salto a la gran
pantalla. Desde entonces no ha dejado de trabajar, y le hemos podido ver en un
sinfín de registros que van desde la comedia (Hotel Paraíso, Lucky Break, Love Actually, Arma fatal, Radio encubierta,
Wild Target, El exótico Hotel Marigold y su secuela) al drama (El Castillo soñado, El jardinero fiel,
Valkiria), pasando por el thriller (la estupenda trilogía televisiva del
agente Johnny Worricker, por ejemplo), el doblaje de dibujos animados y
videojuegos (Rango, Ratónpolis, Astro Boy)
o el fantástico, género en el que ha efectuado quizá sus más populares
apariciones, aunque no necesariamente sus más meritorios trabajos (Guía del autoestopista galáctico, el
remake de Desafío total, Ira de titanes o las sagas Underworld y Piratas del Caribe, donde encarnaba al mismísimo Davy Jones, aunque
por razones obvias era difícil reconocerle). Como decía, un actor admirable, incansable
y trabajador ante el que uno se siente obligado a quitarse el sombrero. Siempre
permanezco atento a sus trabajos, aunque admito que me faltan muchos por ver.
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