Como enero, febrero resulta ser
un mes multigénero, con un thriller, un melodrama, un musical y una comedia. El
primero es Vivir de noche de Ben
Affleck, del que me llama su ambientación en los EE.UU. de la época de la Ley
Seca y que logra entretenerme, al contrario de lo que parece haber hecho con el
público en general que ha ido a ver el largometraje. El hecho de que repita La ciudad de las estrellas de Damien
Chazelle (que ya había visto el mes anterior) creo que ya lo dice todo: he
acabado sucumbiendo a la belleza del film y a su preciosa banda sonora, y
claramente es para mí una de las mejores películas del año; de hecho, la mejor
al menos hasta que el Episodio VIII de Star
Wars entre en escena. De Jackie no saco ninguna conclusión
que no hubiera previsto ya y, aparte de la presencia de mi actriz favorita,
Natalie Portman, el film de Pablo Larraín me deja más bien frío e indiferente
por tratar un tema y un personaje con los que no simpatizo. Me encanta
reencontrarme con los protagonistas y director de Trainsportting
2 más de dos décadas después del film original, y también tener la
oportunidad de ver una comedia diferente (un género que no cultivo demasiado debido
a la pésima calidad que la mayoría de películas de este género exhiben, al
menos por la parte americana) y, además, una obra europea, pues no cuento
ninguna sorpresa si digo que es el omnipresente Hollywood el que domina las
carteleras de la mayoría de las salas cinematográficas, incluida la de mi
ciudad. Por todo esto, lo último de Danny Boyle es para mí como un pequeño
oasis en la temporada 2017.
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