Desde que se anunció esta película
de Pablo Larraín centrada en las vivencias de Jacqueline
Kennedy en los días inmediatamente posteriores al asesinato de su marido, el
presidente estadounidense John F. Kennedy, y que Natalie Portman, la
niña de mis ojos del cine actual, iba a interpretar a la mencionada Primera
Dama, ya tenía clara cuál iba a ser mi opinión. El visionado de la cinta no ha
conseguido cambiarla. No voy a negar que no simpatizo con reyes, reinas, presidentes,
presidentas, ni dictadores o tiranos de diferente calaña y entidad, por lo que,
a priori, es difícil que un film sobre ellos me vaya a llamar la atención o
vaya a lograr mi admiración o mi respeto por estos personajes que considero
aprovechados y abusadores casi sin distinción. Los Kennedy tampoco tienen mis
simpatías, ni a pesar de la tragedia que les ocurrió. Es pues únicamente por la
presencia de su intérprete principal que accedo a ver Jackie, y de
ella salgo más o menos como había entrado: encandilado de su actriz y de su
buen hacer, y sin ver ni saber cómo podría interesarme por el personaje que
interpreta, una persona que vivió siempre en la abundancia y rodeada de un
poder que me parece reprochable. La cinta me deja bastante indiferente, aun
reconociendo sus méritos artísticos y técnicos y el tremendo talento de sus
artífices y participantes (especial mención para el recién fallecido John
Hurt), incluso me parece un poco morbosa al tomar como punto de partida el
famoso magnicidio de Dallas. Entiendo que puede ser muy del gusto del público estadounidense,
que parece en su mayoría bastante encandilado con este tipo de personajes
presidenciales a los que casi invariablemente rinde culto. Por unas cosas y por
otras, no es de extrañar que el largometraje haya acaparado bastantes distinciones
durante lo que va de año: nominaciones a los Globos de Oro, a los BAFTA y, por
supuesto, a los Oscars, a los que mi actriz favorita está nominada por tercera
vez.
Como siempre, lamentar que, con
todas las películas que Natalie tiene recién estrenadas en otros países o a
punto de estrenarse y ya con fecha (al menos media docena), a esta España
culturalmente desarrapada no se vean trazas de que llegue ninguna de ellas. Me
cuesta entenderlo y ya no sé si vale la pena seguir devanándose los sesos en
busca de una explicación al respecto de la política cinematográfica nacional.
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