"Un hombre que limita sus intereses limita su vida" (Vincent Price)

domingo, 6 de septiembre de 2015

Llegan sin avisar: tiempos de VHS

La razón de que vuelva a ver esta película del director Greydon Clark tras muchos años –décadas, realmente– de hacerlo por primera vez es similar a la que expuse el mes pasado cuando reseñaba Holocausto radiactivo: motivos sentimentales antes que un gran interés cultural por esta cinta que es menos que anodina; claramente muy inferior al largometraje inglés al que acabo de referirme. Y es que resulta que Llegan sin avisar (Without Warning) fue uno de los primeros títulos que vi en formato de vídeo casero, y el vínculo de ese recuerdo con el film es lo que me ha llevado a revisionarlo tras más de tres décadas, quizá en un fútil y emotivo intento de recuperar parte de aquella época juvenil.

El VHS tardó mucho en llegar a mi hogar. No lo hizo hasta diciembre de 1989. Mis padres nunca se sintieron muy interesados por estos y otros “aparatos electrónicos” que a ellos sin duda les parecían un capricho exótico, lujoso y caro. Por ello, hasta que en mi casa tuvimos magnetoscopio, fue a través de familiares y amigos como tuve que disfrutar de las entonces novedosas cintas magnéticas que nos permitían ver películas directamente en el televisor, si bien de una forma más modesta y con menos calidad que en el cine.

Ya a mediados de los ochenta comencé tener contacto con aquellos video-cassettes de plástico que poco antes habían irrumpido en el panorama comercial y social español. Llegaron en tres formatos: Beta, 2000 y VHS, y cada uno se reproducía en el artefacto correspondiente, voluminosas y caras máquinas que en un principio sólo los más afortunados se podían permitir. Después, precio y tamaño de estos electrodomésticos fueron bajando y se hicieron más asequibles para el ciudadano medio o más humilde. Curiosamente, sólo el último formato se abrió paso en el mercado, pese a ser el de menor calidad, y los compradores que apostaron por los otros dos pronto hubieron de aparcar sus magnetoscopios en algún estante de trastos inútiles.

Pase aquella década, como ya he dicho, alquilando ocasionalmente películas y “gorreando” a algún familiar o amigo su aparato –y su casa, donde a veces quedábamos varias personas para compartir la sesión– para poder disfrutar del visionado de algún film de moda o, por el contrario, difícil de ver en los cines. Durante algún tiempo de mi época de instituto acudía muchos viernes tarde a casa de mi tía-abuela con alguna cinta VHS bajo el brazo y veía con ella la película. Precisamente su hijo fue durante algún tiempo socio propietario de un videoclub local, así que hasta el alquiler de las películas me salía gratis.

El boom del vídeo doméstico: en aquellos tiempos eras el dueño de la TV, hoy el de un mamotreto del pasado

Pero no fue allí donde vería la película que ha ocasionado este artículo, sino cierto tiempo antes en casa de otro primo. Me debía valer del carnet de su madre para poder acceder al alquiler de películas en uno de los primeros videoclubes que abrieron en mi pueblo, este dentro de una tienda de electrodomésticos –algo muy habitual en la época–. Si no recuerdo mal, en aquellos tiempos, para ser socio de uno de estos locales debías comprarles una película nueva, que creo que valía unas 10.000 pesetas. Después, ponías esa cinta a disposición de los demás socios en el comercio y, a la vez, tú tenías acceso a las todos los demás. Es decir, que básicamente las películas que la gente alquilaba las había comprado ella misma. Esta costumbre desapareció, por suerte, con el tiempo, y para cuando yo me hice socio de un videoclub, ya era algo totalmente gratuito. Pagabas 100 o 200 pesetas por la cinta que te llevabas durante 24 horas, y ya estaba.

Por supuesto, con los años el VHS fue devorado por un pez más grande: aparecieron los discos láser –que no cuajaron demasiado– y, ya más tarde, el DVD y el Blu-Ray. Mi primer magnetoscopio, un Hitachi, nos sirvió bien durante una década y, finalmente, hubo de ser jubilado tras varias reparaciones. Después llegaron dos sustitutos-un Sony y un JVC– que recibieron poco uso, pues no muchos años después me compré un reproductor de DVD y las viejas cintas magnéticas y sus aparatos lectores fueron quedando relegados al olvido, estos últimos prácticamente sin usar.

Por lo demás, decir sobre Llegan sin avisar que, visto hoy en día, me parece un producto de bajo presupuesto muy mediocre que no salva ni la nostalgia, con una historia y una dirección pobre y un reparto malo –caso de la mayoría de actores jóvenes que intervienen en la cinta– o desaprovechado –caso del largo elenco de veteranos que lideran unos Jack Palance y Martin Landau claramente en horas bajas–.

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