Este caluroso mes de agosto parece que se ha
empeñado en llevarse a algunos de los actores más clásicos de la televisión y
el cine españoles: comenzó con Sancho
Gracia el pasado día 8, y acaba con Carlos Larrañaga, que falleció el pasado
jueves 30.
Con este último artista me pasa lo que con
muchos otros de sus colegas nacionales: no me considero fan de él, ni he
seguido su carrera, pero sí son los suyos un nombre y un rostro que conozco de
toda la vida, un personaje que ha sido constante en ella. Lo recuerdo ya desde
aquel episodio tan estrambótico de –precisamente– Curro Jiménez titulado La batalla del
vino de Jerez, posiblemente la primera vez que viera al actor en acción,
y con mucha más nitidez en Los gozos y las sombras, de 1982, dándole una
paliza a Eusebio Poncela. Le vi también en Goya o La huella del crimen y, ya más casualmente, en
Tristeza de
amor pero, como de más mayor no he sido demasiado televisivo, no puedo decir que
siguiera sus andanzas en la pequeña pantalla en los últimos veinte años, a
pesar de la popularidad de sus trabajos en series como Farmacia de Guardia o Señor alcalde.
Sin embargo, y seguramente porque me gustan mucho más las películas que las
series, a Carlos le recuerdo sobre todo por su pequeña intervención en un largometraje
que me gusta mucho, Orgullo y pasión, rodado por
Stanley Kramer en nuestro país en 1957, y en
la que, recién salido de la adolescencia, compartía escenas con leyendas del celuloide como Cary Grant, Sophia Loren y Frank
Sinatra. Rememorando este largometraje de inspiración histórica, quiero
rendir mi particular tributo a aquel hombre de porte siempre tan distinguido y
perfecta dicción que fue Carlos Larrañaga.
Un jovencísimo Carlos Larrañaga junto al trío protagonista del film |
El argumento de este largometraje (de título
original The Pride and the Passion y
basado en la novela The Gun del escritor inglés C.S. Forester), nos traslada a la Guerra de la
Independencia Española. El ejército de la nación, puesto en retirada por los
invasores franceses, debe abandonar un gigantesco y poderoso cañón, único en el
mundo. Inglaterra envía a un emisario (Grant) para que lo recupere y evite que
caiga en manos de las tropas de Napoleón. Para ello, necesitará la ayuda de un
cuantioso grupo de guerrilleros que lidera Miguel (Sinatra), al que acompaña la
exuberante Juana (Loren), pero los españoles sólo cederán el arma (con un valor
simbólico casi mayor que el militar) si antes el oficial inglés (que es el
único que sabe manejarla) les acompaña a Ávila y les ayuda a asaltar las
murallas. Para lograr este fin, el mal organizado pero valiente contingente
deberá transportar el pesado cañón durante centenares de kilómetros a la vez
que esquivan al enemigo galo. Carlos Larrañaga es uno de los hombres
principales de Miguel y hasta comparte toda una secuencia mano a mano con Cary Grant.
Simpática, emotiva, divertida, ingenua si
queréis, Orgullo y pasión se rodó en
nuestro país en aquellos tiempos (últimos 50 y primeros 60), en que sus baratos
costes de rodaje lo hacían ideal para muchos directores y productores
extranjeros y Samuel Bronston y compañía lo escogerían para sus inolvidables
películas épicas e históricas, con todas aquellas fascinantes y asombrosas
escenas repletas de cientos de extras… nada de CGI aquí reproduciendo soldaditos.
Eso sí: una advertencia a todos los adalides
y paladines de la rigurosidad histórica o geográfica en las películas: no os
esforcéis en buscarlas en esta. Ya sólo ver el mapa de España que tienen los
franceses en su despacho desconcierta sobremanera por la extraña situación de
sus ciudades y por aquellas que resalta. No hablemos ya de ese recorrido
impagable que los protagonistas hacen llevando el cañón desde Cantabria hasta Ávila
pasando por la Ciudad Encantada de Cuenca, los molinos de La Mancha y otros
varios lugares pintorescos y monumentos típicos de España. Es fácil suponer que
este catálogo turístico le sería impuesto a la producción a cambio de las facilidades
para el rodaje del film, al igual que el presentar al pueblo español como
arrojado, orgulloso y valiente… Y ese Frank Sinatra –de quien cuentan las crónicas
que estuvo insoportable durante su estancia
en el país– representando al típico campesino de la península, ja, ja…
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