Como es habitual en muchos otros cines,
en el de mi localidad entregan un cupón de fidelidad a los espectadores que,
tras ser sellado un cierto número de veces (seis en concreto), da derecho a una
sesión gratuita. Normalmente completo una media docena de estos al año, a un
ritmo de uno cada par de meses, pero en estos pasados junio y julio, mis
visitas al cine se espaciaron de manera inusual. Como resultado de ello, el
cupón estaba a punto de caducarme (tiene una validez de tres meses) y decidí
arriesgarme a ver Arturo: La leyenda
de Excalibur, de Guy Ritchie, confirmándose mis sospechas sobre la pésima
calidad del film, de momento, lo peor que he visto en pantalla grande en lo que
va de año. Entre el video-clip, el videojuego y el anuncio televisivo, acabé
esta película bostezando y con dolor de cabeza por la vehemente y abrumadora
banda sonora y, a partir de este momento, Ritchie pasa a estar en mi lista
negra de directores. Me pensaré muy mucho ver nuevas películas suyas, habida
cuenta de lo que ya hizo con uno de mis personajes favoritos, Sherlock Holmes,
y a pesar de que su anterior trabajo, Operación
UNCLE, me resultó entretenido.
El nivel de calidad del resto del
cine visto en agosto no es demasiado superior, aunque por fortuna se me hace
más pasable que esta revisitación en clave de rock de la leyenda artúrica. Atómica de David Leitch es posiblemente
lo mejor de un mes dominado por la mediocridad, aunque sólo sea por la acertada
ambientación en el Berlín de 1989 y por la belleza de sus protagonistas
(incluyo a Sofia Boutella). Lástima que el exceso de música pop-rock de la
época sature demasiado la narración y la eche a perder a menudo. Por eso,
precisamente por la ausencia de música, la escena de la pelea en las escaleras
me parece impresionante y lo mejor del film.
De Luc Besson nunca espero
mucho. Es un director 100% comercial que para mí ha realizado quizá un par de largometrajes
decentes (aunque tengo que agradecerle que descubriera a Natalie Portman), así
que Valerian y la ciudad de los 1000
planetas resulta, por supuesto, otra película en la línea de
este realizador francés. Visualmente apabullante, pero con poca chicha,
proporciona un rato divertido y poco más.
El mes finaliza con La torre oscura de Nikolaj Arcel. No sigo a
Stephen King desde hace décadas, ni he leído nada de la saga, ni tenía idea de
qué iba. Me encuentro con una historia peor que manida en la que reaparece el
mozalbete con poderes extraordinarios que está destinado a liberar el universo
o casi, un cliché nada original viniendo de alguien como el escritor de Maine.
Le encuentro un regustillo a las películas que veía de joven en los 80, y
efectivamente me parece que esté destinada al sector adolescente del público, y
es lo único que para mí salva esta película.
Al margen de las visitas al cine
propiamente, comentar que, de nuevo, acudí a las sesiones de cine clásico al
aire libre que la Asociación Cultural Nautilus organiza en mi pueblo a principios de
agosto. En esta ocasión no pude ir a las cuatro películas (me perdí Cuenta conmigo y Psicosis), pero disfruté al menos volviendo a ver El hombre que pudo reinar y Primera plana.
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