Digno final de una trilogía que
me ha gustado bastante y que considero por encima de la mayoría de blockbusters de los últimos años.
Emocionante, bien narrada, con sus acertados y deseables momentos para el drama
y los personajes (que, curiosamente, predominan sobre las escenas de acción),
con el mensaje pacifista y ecologista más o menos inherente a la saga desde sus
inicios y con guiños a infinidad de géneros (el viaje del principio parece un western,
el campo de concentración remite a la II Guerra Mundial) y películas (La guerra de las galaxias o Apocalypse Now), así como una bien
hilvanada conexión con la cinta original de Don Taylor (las aspas en las que
crucifican a los prisioneros, los nombre de Nova y Cornelio, la explicación de por qué la
raza humana ha perdido la inteligencia…) Y, por supuesto, no puede dejar de
mencionarse la excelencia de los efectos infográficos a la hora de dotar de
tan gran realismo a los simiescos protagonistas –aunque eso no tendría
importancia sin un buen argumento– y la sufrida labor de los actores que
trabajan con captura de movimiento, encabezados por el ya clásico Andy Serkis.
¡Qué lejos quedan aquellos disfraces y prótesis que tanto hicieron sufrir al
bueno de Roddy McDowall!
Después de desatinos como Alien: Covenant o nimiedades como La momia, es agradable ver que el género
fantástico sigue teniendo esperanza de la mano de directores interesantes como Matt Reeves, quien sabe sostener una narración que en muchas secuencias carece prácticamente de diálogos (en ese sentido me recuerda al cine del admirable Jean-Jacques Annaud, quien a menudo ha trabajado con animales) y al que a partir de ahora prestaré más atención. Y no olvidemos mencionar la magnífica banda sonora de Michael Giacchino, al que descubrí con Rogue One y quien también ha captado mi interés desde entonces.
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