Dicen algunos que la nostalgia es
mala y traicionera, pero lo que está claro es que este agridulce sentimiento es
también un poderoso instrumento de marketing. No es nada nuevo, y empresas como
las discográficas –por poner un ejemplo– lo aprovechan continuamente para
volver a poner a la venta referencias y productos de otras épocas. En estos
nuestros tiempos actuales, lo que parece que está llegando es una tendencia
a la “nostalgia ochentera” centrada sobre todo en el cine, la televisión y la
literatura de aquella penúltima década del siglo pasado –la vertiente musical
ya fue revivida mucho tiempo atrás con el famoso remember–. Prueba de esta afirmación son películas como Súper 8 de 2011, la novela Ready Player One del mismo año, o la más
reciente serie para la pequeña pantalla Stranger Things, objeto de esta reseña.
Creada y dirigida por los
hermanos Matt y Ross Duffer y distribuida por Netflix, consta de ocho
episodios de 50 minutos y tiene entre sus más renombrados protagonistas a Winona Ryder y
a Mathew Modine, secundados por un buen elenco de jóvenes actores.
¿La trama? Un pequeño pueblo de Indiana en 1983 en el cual comienzan a sucederse
desapariciones y hechos insólitos en los que se verán inmersos una pandilla de
muchachos y sus amigos y parientes cercanos. ¿El gancho? Como he dicho, el
irresistible reclamo que tiene la época para los que fuimos mozalbetes en ella
merced a sus interminables referencias –directas o indirectas– a muchas de las
películas y novelas fantásticas, de terror y de aventuras de las que
disfrutamos entonces: Los Goonies, Cuenta conmigo, La guerra de las galaxias, Poltergeists,
E.T., Encuentros en la tercera fase, La
cosa, Posesión infernal, los
libros de Stephen King, las partiditas a juegos de mesa con los amigos (en Stranger Things tiene gran protagonismo
el clásico de rol Dungeons & Dragons),
etc, etc, etc.
Sin querer adelantar ni contar
mucho más sobre la serie, decir que sencillamente la recomiendo a todos
aquellos que, como yo, fueron –¡y seguimos siendo! – jóvenes soñadores en la
década en la que se ambienta. A mí me ha enganchado, me ha resultado
emocionante y me ha satisfecho. Es también autoconclusiva –más o menos: parece
que va a haber una segunda temporada– y en ese sentido la historia está bien
hilvanada, es compacta y no deja cabos sueltos. Os propongo, sugiero y animo a
este viaje nostálgico catódico que seguramente os hará soltar alguna lagrimita
o, quizás mejor, hará asomar algún amago de sonrisa en vuestro rostro al
recordar aquellos tiempos más inocentes y ya lejanos…
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