A menudo, viendo películas “antiguas”, tengo la extraña sensación de estar presenciando otra dimensión; de estar accediendo, a través de la pantalla, a un mundo fantástico, irreal, onírico, casi mágico… Resulta difícil a veces creer que todas esas personas que uno está contemplando reproducidas después de tantísimos años existieron alguna vez. Qué chocante se hace con frecuencia cerciorarte de que estás viendo un largometraje rodado hace cinco, seis, siete o más décadas. El cine se antoja en esas ocasiones, no sólo una máquina de los sueños, sino también una máquina del tiempo.
Sin lugar a dudas todas estas sensaciones e impresiones contribuyen a reforzar esa imagen moderadamente divinizada que tengo de los actores y actrices clásicos, esos queridos artistas que han formado parte de mi vida desde niño y a los que considero como una especie de amigos en la distancia, de íntimos desconocidos. Ya he admitido en anteriores entradas que no tengo la suerte de profesar ninguna religión, así que todos estos astros del cine son un poco, siempre salvando las distancias, y teniendo en cuenta que soy más bien materialista en lo que a fes y creencias se refiere, como mis “dioses”. Todos ellos, junto con otros artistas y personajes de diversa índole a los que admiro o respeto por una razón u otra, conforman mi panteón particular.
La fascinante mirada de Joan Fontaine. |
Imaginaos pues, después de este pequeño desvarío introductorio –por lo demás, habitual en mí– la agradable perplejidad que me produce descubrir que alguno de estos seres que yo considero casi etéreos y celestiales habita en el mismo planeta que yo. Es casi como acercarse al Paraíso, o que éste se nos acerque a nosotros. Poder rozar a un mito, a una leyenda, pisar el mismo mundo que alguien que no parecer ser de él….. Es, como he dicho al principio, una sensación extraña y difícil de definir. Amigos: todas estas reflexiones bastante apasionadas y quizá algo delirantes las provoca el enorme placer y privilegio que me produce el festejar y conmemorar, dentro de mis humildes posibilidades, el 94 cumpleaños de una las pocas actrices clásicas que nos quedan: la impagable Joan Fontaine. Aunque quizá nunca la he colocado, en mi bestiario cinematográfico personal, a la altura de mis grandes divas, Audrey Hepburn e Ingrid Bergman, Joan siempre ha tenido un lugar muy especial en mi corazón. Tampoco he seguido obsesivamente su carrera y no son pocas las películas de su filmografía que me quedan por ver. Y, sin embargo, como ya digo, siempre he sentido un cariño especial por esta actriz rubia y menuda nacida en Tokio, Japón (aunque de nacionalidad inglesa) tal día como hoy de 1917, y a la que estimo especialmente por cuatro películas: sus dos trabajos con Hitchcock (Rebeca, de 1940, y Sospecha, rodada un año más tarde), Alma rebelde, versión de Jane Eyre de 1943 en la que interpreta a la protagonista de la novela de Charlotte Brontë, y Carta a una desconocida, esta de 1948, aunque también recuerdo haber visto de ella Ivanhoe (1952), Dos pasiones y un amor (1956) o Viaje al fondo del mar (1961).
Joan en 2008. |
La carrera de Joan comprende muchos más títulos, por supuesto, y abarcó desde 1935 (su debut en Más mujeres con apenas 17 años) hasta el telefilm Good King Wenceslas de 1994. Curiosamente, su último trabajo para la pantalla grande fue en una producción menor de la Hammer: Las brujas, en 1966. Joan ya se había prácticamente instalado en el medio televisivo para entonces, y en él siguió, si exceptuamos un lapso de nueve años retirada de la profesión entre el 66 y el 75, hasta su jubilación.
Hoy en día, una de las últimas divas del Hollywood dorado vive semi-retirada en Carmel, California, la ciudad de la que fue alcalde Clint Eastwood. Vive sola, con varios perros, y según sus palabras bastante satisfecha y a gusto, sin mucho interés por el mundo de la farándula ni, aparentemente, por la mayoría de los que la rodean (ni siquiera sus dos hijas, una adoptada y otra natural).
Entrevista con Joan Fontaine para la revista Vanity Fair en marzo de 2008 (en inglés)
Las hermanas de Havilland, Olivia y Joan, en los tiempos en que aún se dirigían la palabra. |
…Y Olivia de Havilland
Es imposible hablar de Joan Fontaine sin hacerlo también de Olivia de Havilland por varias razones y coincidencias: se trata de otra mítica y longeva diva del cine añejo (cumplió los 95 el pasado 1 de julio) que resulta ser hermana mayor de la anterior (Joan adoptó el apellido de su madre). ¿Qué comería esta familia para durar tanto? Además, tan legendaria como ellas mismas es la enemistad existente entre las dos mujeres: diversos malentendidos, desplantes y diferencias enfriaron terriblemente la relación de Joan y Olivia ya desde los tiempos en que triunfaban en la gran pantalla. A raíz de la muerte de la madre de ambas en 1975, el distanciamiento fue ya total y definitivo: Joan asegura que Olivia no le dio la noticia del funeral; Olivia que Joan no quiso ir. En cualquier caso, es una lástima que dos grandes damas como ellas lleven sin hablarse cerca de cuarenta años. La vida y la salud han sido suficientemente generosas con ellas para que tuvieran tiempo de hacer las paces. ¿Quién diría que la vulnerable y frágil protagonista de Rebeca o la gentil damisela de Robin de los bosques han acabado convirtiéndose en dos ancianas amargadas y rencorosas?
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