Recientemente he reanudado una tarea que comencé el verano del año pasado y que me vi obligado a interrumpir por circunstancias forzosas. En realidad podría haberla continuado mucho antes: no es una faena complicada, dura o difícil en un sentido físico, siquiera intelectual; se me hace cuesta arriba, como tantas otras veces, en un sentido sentimental: se trata de deshacerme de gran parte de mi colección de vídeos VHS, cerca de trescientos que, a razón de una media de dos películas por cinta, hacen pues más de medio millar de largometrajes, casi todos meticulosamente grabados y celosamente atesorados a lo largo de más de una docena de años… La realidad se impone, sin embargo: el formato de grabación en cinta magnética ha quedado obsoleto y otras tecnologías superiores lo han relevado; no tiene mucho sentido conservar tal cantidad de vídeo-cassettes, más aún cuando el espacio del que dispongo es limitado: hay que hacer sitio para mi creciente colección de DVDs, que ya supera en número a la de sus antecesores, sólo que ocupando bastante menos sitio.
Los dos vídeos de los que dispongo en la actualidad, comprados hace una década y prácticamente sin haber sido usados |
Siempre que podía y estaba en casa –las más de las veces– supervisaba toda la grabación de la película, eliminando anuncios y vigilando ávidamente las interrupciones y continuaciones del film que éstos provocaban. Después me procuraba una caja de plástico para guardar la cinta y, si podía, recortaba pequeños pósters y reseñas de las revistas para ponerlas en su exterior. Con el tiempo llegué a comprar carátulas completas de esas que vendían en quioscos y tiendas de cine. Por supuesto, también me procuré no pocas películas originales. Poco a poco, fui engrosando mi colección de cintas VHS, de las que me enorgullecía y de la que hasta llegué a redactar un listado detallado con su contenido (también las tenía numeradas). Mis estanterías fueron llenándose y cediendo bajo el peso de todos estos volúmenes magnéticos…
En el año 2000 se hizo obvio que mi ya veterano vídeo no daba más de sí: tras pasar en varias ocasiones por las manos de varios “técnicos” para que lo repararan y estos compitieran entre sí por su ineptitud (uno de ellos ni siquiera conocía la diferencia entre SP y LP) decidimos jubilar el viejo Hitachi y adquirir un Sony. El Hitachi fue a parar a mi casa de Altura, donde creo que nunca o casi nunca se llegó a poner. Este pasado mes de junio, cuando dejamos la casa, se quedó allí aquel aparato que tan buenos ratos me hizo pasar y que, por cierto, era un vídeo completísimo con muchísimas opciones, como la de poner títulos a las cintas. En 2001 me compré yo mismo un vídeo JVC sencillito para poder copiarme películas con el Sony, y también compré una de esas conexiones que anulaban el famoso “anti-copy”. No llegué a usar mucho nada de esto: a esas alturas ya había aparecido el formato DVD, que en un principio no me convenció porque sólo sacaban películas recientes que, al fin y al cabo, acababa de ver en el cine. Hacia marzo de 2002 adquirí una Playstation 2 que me daba acceso a estas nuevas películas en disco versátil digital, y poco a poco fui convenciéndome de la tremenda calidad que éste daba y empecé a coleccionar DVDs, al principio bastante caros pero poco a poco más asequibles al bolsillo popular. Paulatina y lógicamente, fui abandonando el VHS, de manera que el vídeo JVC que compré apenas ha sido usado y el Sony poco más: en mi salita están los dos con unos cuantos años encima, pero prácticamente sin haber estado en marcha. En el momento de comprarlos también había abandonado bastante la práctica de grabar películas de la tele por dos razones: una, porque infinidad de pequeñas emisoras “de pueblo” me interferían la señal, provocando veladuras y “sombras” en las grabaciones, dos, porque la calidad de las emisiones televisivas era cada vez más lamentable: ya casi no se emitían películas clásicas, las interrupciones publicitarias eran cada vez más continuas, odiosas y tediosas, y hasta en mitad de la película las cadenas insertaban pequeños carteles anunciando su programación. Con el tiempo, dejé de ver la emisión televisiva en su totalidad, y hoy en día sólo me valgo del reproductor de DVD y, todo lo más, veo alguna serie bajada de internet, pero me niego a seguir viendo la pésima televisión de hoy en día y a que no me dejen disfrutar en paz de una película.
Docenas de cintas esperan mi decisión... |
Uffff...Me enfrenté a ese mismo dilema un tiempo atrás :-(
ResponderEliminarEs duro, aunque lo mejor sería deshacerse de todo aquello que se puede conseguir en formato digital sin más miramientos...
ResponderEliminarYo sigo teniendo reproductor VHS pero unicamente para pasar algunas pocas cintas (de las muchas que tuve) a formato digital. Son películas que no he conseguido bajar de Internet o grabar en una emisión digital en DVD.
ResponderEliminarRecuerdo cuando ese aparato llegó al domicilio de mis padres y yo me convertí en el único que lo entendía. Disfruté mucho con la posibilidad de grabar películas y poder visionarlas a mi antojo, pero ahora su sistema ya es toda una antigualla.
Sí, con esto no pasa como con el vinilo, que se está revalorizando. Ahora yo tengo dos vídeos y centenares de cintas y no puedo aspirar ni a mal venderlos...
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