"Un hombre que limita sus intereses limita su vida" (Vincent Price)

lunes, 28 de marzo de 2011

20 años “en” grupos (3ª parte)

Aquí finaliza de momento, y para descanso de muchos, la historia de mi “carrera” en grupos de rock, aunque espero poder seguir redactando más capítulos en los años venideros. Muchas gracias a todos los que hayáis tenido la paciencia de seguirla hasta la última línea. (Pinchad en los enlaces si os habéis perdido la 1ª parte y 2ª parte.)

Una carretera más larga (Long Road v. 2)
Primer concierto con Rockinflama, 20-11-2010
A pesar de los prometedores y atareados inicios de Long Road que vimos en la anterior parte, al grupo sólo le quedaba un concierto más con aquella formación: después de tocar en un pub de Valencia con motivo de una boda, y por lo que llamaré –a modo de eufemismo– “diferencias irreconciliables”, nuestro cantante y el resto de la banda partieron por caminos diferentes en noviembre del 97. Tras la tremenda decepción, Ramón C. nos comunica que se marcha a otro grupo, y tan sólo minutos después, Jose M. decide también abandonar. Nos quedamos, pues, Moisés G, y yo como triste resto de Long Road, abatidos y apaleados moralmente, pero dispuestos a seguir luchando por continuar el grupo. Tras los consabidos meses de rigor poniendo anuncios, respondiendo a llamadas telefónicas, dando explicaciones sobre la idea que llevábamos (que normalmente eran inútiles) y probando gente, contacta con nosotros el bajista Quique S. y del nuevo trío nace la segunda formación de Long Road, que duraría bastante más que la primera aunque haría menos conciertos. Esta vez se había acabado la interminable odisea de buscar a alguien que soltara gorgoritos detrás del micrófono: yo mismo decido lanzarme a la aventura, a pesar de que no me considero propiamente un cantante ni creo tener buena voz. Si que, por el contrario, me enorgullece tener una muy buena memoria para recordar letras de canciones (¡y en inglés!), y me tomé este nuevo puesto como un reto personal. Con la segunda formación del grupo sólo tuvimos dos conciertos: una breve actuación en la que recuperamos al teclista Román D. y en la que sólo tocamos tres canciones (Lodi, Little Sister y Whole Lotta Shakin´ Going On, conservadas en cinta magnética por algún sitio) y otra más larga en verano de 1999 que sería nuestra última colaboración con Reencuentro Años 60.

En el año 2000 sucedieron dos hechos tristes: Quique S. deja el grupo, y el Ayuntamiento nos desaloja de los locales de ensayo en los que llevábamos ya siete años. Con las tretas y argucias típicas de los políticos, se nos hizo vaciarlos bajo el pretexto de una remodelación, y a día de hoy, once años después, seguimos esperando que nos avisen para volver. Mientras tanto, dichos bajos han permanecido en desuso y sin ser aprovechados por nadie como no sean nuestros queridos dirigentes. Bien es verdad, en defensa de estos, que algunos de los grupos que ocupaban los espacios cedidos hicieron verdaderas barrabasada en ellos (como derribar tabiques y puertas) y que, al final, nos ganamos que nos echaran de allí debido a la desidia y desinterés general de los que los ocupábamos.

Una carretera todavía más larga (Long Road v. 3)
Moisés G. y yo seguíamos moralmente invictos, sin local ni grupo pero todavía con la suficiente cabezonería para no abandonar un barco que ya estaba casi en el fondo del mar. El guitarrista reconvertido en bajista para la ocasión David M. nos ayudaría a sacar la nave a flote, y un amigo de este nos cedería su local privado en Alfafar para que pudiéramos ensayar. Con ello nacía, a comienzos de 2001, la tercera y última versión de Long Road, que sólo realizaría dos conciertos en agosto y septiembre de ese año en el Pub 28 de Puerto de Sagunto y en las Fiestas de Alfafar, respectivamente. Por cierto, que en este último comenzó a llover a cántaros y hubimos de retrasarlos para dos días después, ocasión para la que se nos unió como artista invitado Román D. En este y en el anterior concierto también tocamos por primera vez, además del cancionero habitual, un tema compuesto por mí, On the Bayou Again, que homenajeaba, por supuesto, a mis admirados Creedence. Existe una grabación en VHS del concierto, pero como soy muy autocrítico y no estoy muy convencido de mis cualidades vocales, nunca he tenido una copia.

Con Rockinflama, 26-12-2010
David M., interesado en otras facetas y vertientes musicales y con otras complicaciones personales, nos dijo adiós poco después. En el año 2002 hubieron varios intentos desesperados e infructíferos de remontar la formación (incluso recuperamos brevemente a Jose M. G. y a Román D.) en un local de alquiler de Alfafar (el Palau Rock), pero la cosa no funcionó. Esta vez me tocó a mí despedirme del grupo, aunque sabía que mi “rabieta” iba a ser sólo provisional, y así, hacia finales del verano, Long Road se disolvió. Los dos siguientes años fueron una época de oscuridad musical para nosotros y muchos de nuestros amigos, ocupados con compromisos laborales, sociales, etc… Por supuesto, nadie se había rendido…

Seenamoon: visto y no visto
Una nueva idea había surgido durante aquel tiempo de inactividad en mi maltrecha y deformada mente: montar un grupo de versiones de artistas más recientes, especialmente femeninas. La génesis había sido mi descubrimiento de cantantes como Sheryl Crow, Fiona Apple, Lynn Miles, Terri Hendrix, etc, que practicaban un pop-rock más rock que pop y en muchos casos con clara inclinación hacia el country y el americana.

En 2004 había contactado con Fanny F., una chica interesada en mi proyecto, y poco después me había reencontrado de nuevo con José M. G., que dudaba entre comprarse una nueva guitarra o pasarse al bajo. Le conté mi idea y se decidió por el segundo instrumento. Exactamente el 6 de enero de 2005, de nuevo instalados en el local donde ensayábamos con Long Road v.3, volvíamos a la carga, con Moisés otra vez a la batería. Aquel nuevo intento iba a recibir el nombre de Seenamoon, aunque nunca llegó a despegar. El estilo y el repertorio eran esta vez bastante diferentes, pero era un cambio que me apetecía (sin descartar la posibilidad de un grupo alternativo en la línea de los anteriores), aunque al final se integraron canciones de pop europeo (Cranberries, Cardigans, etc…) que me llamaban mucho menos y se desviaban de mi concepto inicial. De todas maneras, la cosa no funcionó esta vez con nuestra joven cantante, y a finales de año empezamos a buscar a otra que ocupara su lugar. Tras unos cuantos meses de devaneos artísticos, en otoño de 2006 los caminos de los restantes componentes del grupo se volvieron a separar: Moisés y Jose emprendieron una nueva andadura en una línea que no era de mi gusto, y yo personalmente atravesaría la etapa más larga sin tocar en grupos desde que había comenzado mi intrincada andadura en ellos quince años atrás. Aunque no faltaron algunos intentos de formar algo, hubieron de pasar casi cuatro años para que conociera a los chicos de Rockinflama, capítulo actual de mi odisea musical, y apartado final de mi historia por el momento.

Rockinflama: vuelta otra vez
La programación hubo de ser cambiada, pero
fue un concierto chulo igualmente
En agosto de 2010, por medio de Moisés G., me pongo en contacto con el grupo Rockinflama, un trío que llevaba ya varios años tocando y que estaba interesado en un guitarra solista. Al mes siguiente me entrevisto con sus componentes y tenemos un primer contacto musical que acabará cuajando. Los integrantes del grupo, que ensaya en Sedaví, son Óscar N. (cantante y guitarra rítmica), Javier F. (bajista) y Jesús E. (batería).

Lo que me llamó de ellos fue que parte de su repertorio son las características versiones del rock americano de los 50 y los 60 sobre las que creo que ha quedado suficientemente patente mi interés. Lo que me chocó fue que la otra parte eran temas propios que componían la banda, a caballo entre el pop y el rock y con influencias variopintas. Nunca he sido muy aficionado a la música en castellano, y en un primer momento les dije a mis futuros compañeros que no me uniría a ellos, pero después me lo pensé, y como un ejercicio de autodisciplina y hasta de humildad, decidí unirme por primera vez a un proyecto que no había emprendido yo. Si bien una parte del cancionero actual del grupo no me entusiasma tanto como la otra y es menos afín a mis gustos, también es verdad que mis colegas me dan total libertad a la hora de cómo integrar mi aportación dentro del repertorio. Puedo hacerlo con el sonido y arreglos que a mí me gustan, lo que obviamente hace que toque mucho más placenteramente. Por cierto, el 20 de noviembre del pasado año volvía con este grupo a los escenarios  tras nada menos que nueve años de ausencia...

Mi historia se detiene aquí. Han sido un total de catorce conciertos en veinte años. No muchos, por desgracia, pero después de todo este tiempo, ha llegado un momento en que la recompensa ha sido una mayor soltura e iniciativa con la guitarra, una más evidente intuición y confianza a la hora de saber qué es lo más adecuado para cada tema, qué tocar, qué puede sonar bien... No me considero un guitarrista excepcional, pero desde luego he mejorado muchísimo desde aquel primer concierto de 1994, en el que tenía que llevarme todas las canciones aprendidas al dedillo porque, de haberme perdido en alguna de ellas, posiblemente me hubiera quedado paralizado... Este aprendizaje me parece el pago más obvio a todos esos años de esfuerzo aunque, claro está: sin gente con la que tocar no podría darle una verdadera utilidad...

Cuál será mi futuro en este o en otros grupos, no puedo decirlo, pero sí sé lo que ya dije en la entrada anterior: que seguiré tocando mientras pueda, acompañado o solo... De momento, aún estáis a tiempo de vernos en la sala La Edad de Oro de Valencia el próximo viernes 1 de abril...

MIS CONCIERTOS
Con OUTSIDERS: Iván M. (Voz), Miguel Á. B. (guitarra rítmica y coros), Marcelino M. (bajo), Quique J. M. (batería y coros), Lord Ruthwen (guitarra solista). 1993-1995
* 11 de noviembre de 1994. Centro Aragonés de Puerto de Sagunto, Valencia.

Con LONG ROAD (1ª formación): Carlos C. (Voz), José M. G. (guitarra rítmica y coros excepto †), Ramón C. (bajo y coros), Moisés G. (batería y coros), Lord Ruthwen (guitarra solista y coros). 1996-1997
* Junio de 1997. Fiesta privada en chalet. Picassent, Valencia. †: Alfredo A. (guitarra rítmica)
* Julio de 1997. Terraza Casino Recreativo (Gerencia). Puerto de Sagunto, Valencia
* Julio de 1997. Fiestas Barrio Baladre. Puerto de Sagunto, Valencia.
* [Agosto de 1997. Fiestas Casa de Andalucía. Playa de Puerto de Sagunto, Valencia. Cancelado por lluvias.]
* Agosto de 1997: Fiestas AA.VV. La Forja. Triángulo Umbral. Puerto de Sagunto, Valencia.
* 19 de Septiembre de 1997. Homenaje 20 Aniversario Elvis Presley. Terraza Casino Recreativo (Gerencia). Puerto de Sagunto, Valencia
* Octubre o noviembre de 1997. Pub Punto y aparte. Valencia.

Con LONG ROAD (2ª formación): Quique S. (bajo), Moisés G. (batería y coros), Julio (guitarra rítmica en †), Román D. (teclados en ††), Lord Ruthwen (guitarra solista y voz). 1998-2000
* Finales de 1998. Casino Recreativo (Gerencia). Puerto de Sagunto, Valencia ††
* 7 de agosto de 1999: Terraza Casino Recreativo (Gerencia). Puerto de Sagunto, Valencia †

Con LONG ROAD (3ª formación): David M. (bajo y coros), Moisés G. (batería y coros), Román D. (teclados en ††), Lord Ruthwen (guitarra solista y voz). 2001
* 24 de agosto de 2001: Pub 28. Puerto de Sagunto, Valencia.
* Septiembre de 2001: Fiestas de Alfafar, Valencia. ††

Con ROCKINFLAMA: Óscar N. (voz y guitarra rítmica), Jesús E. (batería), Javier F. (bajo y voz), Lord Ruthwen (guitarra solista y mandolina).2010-?
* 20 de noviembre de 2010: Sala XY. Aldaya, Valencia.
* 26 de diciembre de 2010: Pub El Burlón. Valencia.
* 12 de marzo de 2011. Restaurante El Llorer. Rafelbuñol. Valencia.
* 1 de abril de 2011. La Edad de Oro. Valencia. 

sábado, 26 de marzo de 2011

20 años “en” grupos (2ª parte)

Continuo mi “biografía musical” con esta segunda parte (primera aquí) en la que, como prometí, comienzo a relatar mi modesta pero esforzada trayectoria en grupos amateur, aventura que inicié nada menos que hace dos décadas. (Lo de entrecomillar el “en” del título viene porque mi permanencia en grupos durante todo ese lapso no ha sido, por desgracia, ininterrumpida, y porque la mayoría de proyectos han sido infructuosos.)

¿Montamos un grupo?
Mi primer concierto: con Outsiders, 11-11-1994
Tras unos pocos años (exactamente tres) rasgueando la guitarra como podía, parecía que el paso lógico era juntarse con más gente que tocara instrumentos e intentar sacar algo conjuntado. Efectivamente: la idea de intentar agrupar una formación de músicos aficionados ya estaba corroyéndome desde hacía tiempo. El primer proyecto nació un día que mi primo Quique J. M. me visitó: había comenzado a aprender a tocar la batería enseñado por un amigo, teníamos gustos musicales parecidos, y ganas de emprender la loca aventura de montar una banda de rock. Dicho y hecho, por medio de un compañero mío de clase que se había iniciado sin éxito en el último instrumento citado y quería venderlo, Quique se puso al frente del característico conjunto de tambores y platillos (que ya eran de tercera o cuarta mano), tras pagar la suma de 10.000 pesetas a su propietario original, y nos instalamos en la casa de su abuela, deshabitada desde hacía algún tiempo al haber fallecido la antigua ocupante. Pasamos allí tres meses con mucha ilusión, pocos medios y escasa formación. Compré una pastilla (¡también usada!) para amplificar mi guitarra acústica a través de un pequeño altavoz de magnetófono, e incluso llegamos a grabar en cinta de cassette algunos de nuestros “progresos”. Durante aquel lapso, invitamos a varios amigos –iniciados o interesados en tocar algún instrumento– a que se nos unieran en algunas sesiones, pero nada definitivo salió de aquellas visitas ocasionales: unos demostraron no tener verdadera pasión por formar parte de nuestra alocada empresa, otros tenían proyectos más sólidos. (Por cierto, teníamos previsto ponerle al grupo el curioso nombre de “1954”, porque nos parecía un año clave en la historia del rock and roll.) En junio, el padre de Quique consiguió alquilar la casa, y tuvimos que desalojarla de instrumentos y equipo. Irónicamente, para entonces ya había encargado mi primera guitarra eléctrica, Karen (véase primera parte)…

Conectados a “Klavija”
Tendríamos que esperar, por desgracia, casi dos años para poder retomar nuestra idea de formar un grupo, lapso que naturalmente aproveché para seguir aprendiendo por medio de libros y más libros de partituras que compraba en tiendas de música o pedía por correo. Dos hechos importantes se producen a principios de 1993: consigo comprarme por fin un amplificador para la guitarra eléctrica (véase de nuevo la primera parte), y nace una interesante iniciativa musical en mi localidad que nos va a proporcionar por fin la posibilidad de contar con un local de ensayo sin tener que pagar un precio exorbitante. Os lo cuento a continuación:

Homenaje a Elvis: con Long Road, 19-9-1997
En la primavera del mismo año se forma en mi localidad la Asociación Klavija con la intención de ayudar a los grupos jóvenes amateur a poder desarrollar su actividad artística y de proporcionarles un lugar asequible en el que poder ensayar. La iniciativa partió de varios músicos aficionados entre los que estaba yo mismo, así como del técnico de juventud del Ayuntamiento local, Miguel Á. M., cuyo apoyo fue providencial. Gracias a él, conseguimos que se nos cedieran los bajos del escenario del Triángulo Umbral de Puerto de Sagunto para ensayar (por el precio casi simbólico que representaba asociarse a Klavija), y en abril tomamos posesión de la habitación que nos había tocado a nosotros. Hablo de “nosotros” porque para entonces ya teníamos la base para un grupo: la conformaban, además de un servidor, mi primo Quique a la batería y el jovencísimo Miguel Á. Blay, hermano de un amigo, al que había logrado interesar por el proyecto y que llevaba algún tiempo tocando la guitarra acústica (que utilizaba con amplificador). Fue el comienzo de una aventura muy, muy larga que aún se extiende hasta hoy en día y que nos depararía mucho esfuerzo y sufrimiento, muchos chascos y desilusiones, pero también alguna que otra alegría, y que empiezo a contar en el siguiente párrafo. Podéis tomaros un respiro, mientras tanto…

Outsiders… ¿o no?
Ya con tres componentes, un equipo aceptable (Quique había comprado otra batería de segunda mano algo más moderna que la anterior) y con un local de ensayo, emprendimos la complicadísima tarea de completar el grupo. Nos faltaba lo principal para que todo cuajara, una voz, así como el que con el tiempo iba a demostrar ser el instrumento más escaso del panorama rock: el bajo. A lo largo de nuestro primer año en el local empezamos a poner anuncios buscando ambos músicos y a probar gente. Pronto descubriría lo sufrida que iba a ser esta misión, la variedad de personas que hay en el mundillo de la música amateur, y lo peculiares que estas pueden ser  (¿debiera decir “podemos”?): ponerme a enumerar las desventuras, avatares y situaciones desconcertantes, casi “tragicómicas” que se dan probando músicos proporcionarían material para todo un libro y, de hecho, siempre he pensado que debiera haberlo escrito en lugar de luchar desesperadamente por tener un grupo. Seguramente me hubiera ido mejor y hasta puede que se hubiera convertido en un best-seller.

Por todo este “bestiario” variopinto de gente con la que he tenido mayor o menor contacto a través de mi “carrera” como músico rock amateur han pasado infinidad de individuos. La experiencia con algunos ha sido bastante frustrante, pero otros muchos han acabado convirtiéndose en amigos de por vida  a pesar de los vaivenes del destino (aunque a algunos no los vea muy a menudo). Me centraré en recordar a estos últimos, y obviaré mencionar a los primeros y, a ser posible, evitaré cualquier nota triste o negativa (que las ha habido, y muchas) a lo largo de esta historia. Baste pues, mencionar, que finalmente, y tras unos meses, damos con Iván M. para que ocupe el puesto de cantante, y con él empezamos a desarrollar un repertorio de versiones. Consiste este principalmente en canciones de grupos de los 50 y los 60 como los Creedence, los Beatles, los Doors, y de solistas como Elvis Presley, Buddy Holly, Eddie Cochran, etc… A finales de ese año (1994), nos surge la posibilidad de nuestra primera actuación, promovida por una ONG (Cosala) y con el apoyo del Ayuntamiento, y con objeto de recaudar fondos para enviar ayuda a los refugiados saharauis. Marcelino M., amigo de Quique, se nos une a tiempo para conformar el grupo, que ya hemos bautizado, a iniciativa mía, como Outsiders, aunque más tarde descubriría que ya habían existido otros grupos extranjeros con ese nombre. La inspiración vino en parte de la película de Francis F. Coppola de 1983 que aquí conocimos como Rebeldes, así como en la sensación que teníamos de ser un poquito eso, alguien un tanto “fuera de lugar”, aunque es posible que el único outsider verdadero del grupo fuera yo (así me había calificado un antiguo y querido profesor mío de inglés).

Con Long Road: 7-8-1999
El primer –y único– concierto de Outsiders tuvo lugar el día 11 de noviembre de 1994 en un lugar clásico de mi localidad: el Centro Aragonés, auditorio que ya he reivindicado anteriormente (véase entrada) como escenario rock. Salió bastante bien para ser casi todos novatos (excepto Marcelino e Iván). No nos pusimos muy nerviosos, casi no nos equivocamos, precedimos a los grupos amigos Capellanes y Mandrake Root, y creo se lograron reunir los suficientes fondos para mandar un viejo camión con comida y enseres a África. Entre las canciones que tocamos estaban It´s So Easy (Buddy Holly), Lodi, Green River y The Midnight Special (Creecence), And I Love Her y Money (Beatles), Little Sister (Elvis), Love Street (Doors) y Walk Don´t Run (Ventures). Por cierto, que existen dos grabaciones en vídeo, ambas incompletas, de aquel evento.

Una larga carretera (Long Road v. 1)
Los días del grupo, por desgracia, estaban contados: Iván ya nos había manifestado su intención de dejarlo tras el concierto porque buscaba otro tipo diferente de música y quería componer temas propios. Marcelino no nos dijo nada, sino que simplemente desapareció. Outsiders quedó oficiosamente disuelto a principios de 1995, cuando Miguel Á. también se marchó en busca de nuevos horizontes, y Quique comenzó a tocar con otro grupo. Le sustituyó a la batería el que se iba a convertir en uno de mis más entrañables compinches en el “negocio” musical: Moisés G., al que conozco a través de un anuncio en una revista de los Beatles. Las cosas, sin embargo, no van muy bien ese año y pasamos grandes dificultades intentando buscar nuevos músicos. A mediados de 1996 entra en el grupo (aún sin nombre oficial) Ramón C. como segundo guitarra, y por medio de él conocemos al teclista de origen madrileño Román D., a la larga otro de mis grandes amigos en la música y fuera de ella. A finales del verano incluso conseguimos comprar un equipo de voces, al que acoplamos un viejo altavoz que tenía desde el año 91, cuando comencé mi primer intento de grupo. Mientras esperamos que aparezcan un bajista y un cantante (como veis, siempre los puestos más difíciles de ocupar), vamos haciendo nuestros pinitos como vocalistas. En la primavera de 1997 ocupa por fin un lugar tras el micrófono Carlos C. como voz principal. Poco después, Ramón decide cambiar la guitarra por el bajo, llenando por fin el hueco en la formación que tanto nos costaba tapar. El grupo acaba siendo bautizado como Long Road. El nombre está sacado de la canción The Long and Winding Road de los Beatles, aunque en realidad buscábamos más un nombre en la línea de Creedence Clearwater Revival y lo elegimos sobre todo por su brevedad y sonoridad, antes que por querer homenajear especialmente a los chicos de Liverpool. El repertorio siguió siendo parecido al de Outsiders, con la notable excepción de los Doors (nunca he vuelto a tocar en directo una canción suya) y con la inclusión de algunos temas de clásicos del soul como The Dock of the Bay (Otis Redding), The Dark End of the Street (James Carr) o What a Wonderful World (Sam Cooke).

Long Road se estrena en directo en junio del citado año. La excusa nos la da el propio Carlos C., que decide celebrar su cumpleaños en plan película americana –con piscina incluida– en su chalet  de Picassent,  y para el que reúne a un buen montón de asistentes. Por desgracia, Román D. ha comenzado a trabajar semanas antes y ha tenido que dejar el grupo, por lo que a última hora nos echa una mano un amigo componente de otro grupo, Alfredo A. de Mandrake Root, como guitarra rítmica. Después de casi dos años y medio sin tocar ante público en mi caso, considero que la actuación salió bastante aceptable, y hasta todos nos atrevimos también a hacer coros.

Penúltimo concierto de Long Road (2001)
Poco después de este concierto entra a forma parte de Long Road como segundo guitarra otro de mis más entrañables compañeros de penurias en la música: Jose M. G., al que ya conocía desde hacía unos años gracias a otra de mis aficiones, la de los juegos de mesa. Esta será la formación definitiva de la primera etapa del grupo, que se extenderá hasta noviembre. A lo largo de esos seis meses, Long Road actúa en otros tantos conciertos de suerte desigual, aunque todas servirían para darnos experiencia y “rodaje”. Muchas de ellas se producen al amparo de la Asociación Cultural Reencuentro Años 60. Os cuento un poco su historia: Reencuentro Años 60 nace por iniciativa de varios aficionados a la música rock ya desde aquella década, y con la genial idea de recuperar a los grupos que en dicha época intentaban lo mismo que nosotros treinta años después: dignificar la música pop-rock, promoverla y, al fin y al cabo, disfrutar tocándola. La asociación nace en 1994 y en un principio está exclusivamente compuesta por grupos veteranos de la localidad, pero pronto acaba abriéndose a grupos más jóvenes con sonidos afines o incluso no tanto. En el año 96, Long Road se integra en sus filas, pues pensamos que nuestro repertorio de clásicos de los 50 y los 60 encajará perfectamente en la asociación. Sólo en parte estábamos en lo cierto, e intentaré explicarlo lo más brevemente: mi opinión es que, quizá debido a la situación política y cultural de la España de los 60, la música que se oía en ella no coincidían enteramente con la que se podía escuchar en el resto del mundo, mucho menos con la que, con la perspectiva, podríamos oír los nacidos en épocas posteriores. Finalmente se nos haría patente que nuestro repertorio podía no cuajar entre determinadas audiencias más mayores porque, a pesar de tocar música “de sus tiempos”, estas no la conocían y esperaban quizá un cancionero diferente. La selección de lugares en los que tocar –fiestas de barrio, asociaciones culturales…– no siempre nos pareció del todo acertada.

Aún con todo, pasamos grandes momentos con la asociación, hicimos grandes amigos y fue un honor tocar con leyendas de la música local. Incluso cumplí mi sueño de actuar en el escenario del “Casino Viejo” (la “Gerencia”) de mi pueblo, al que, en su época de esplendor, se habían subido muchos mitos de la música española, empezando por Nino Bravo. Con especial cariño recuerdo el homenaje que hicimos a Elvis Presley en septiembre de 1997 conmemorando los veinte años de su fallecimiento, y para el que sacamos un repertorio exclusivo. Fue un éxito de público (quizás el concierto con más gente para el que haya tocado nunca) y disfruté enormemente el listado de canciones, emulando a mi admirado Scotty Moore. Lo considero el mejor concierto de aquella primera formación de Long Road y uno de los mejores de mi vida.

Otro concierto que me gustaría mencionar de aquella época fue a principios de agosto, y en realidad, no llegó a hacerse: después de preparar escenario en instrumentación para tocar junto al mar en las fiestas de la Casa de Andalucía de la localidad, a última hora de la tarde estalla una tremenda tormenta que nos obliga a tapar rápidamente todo el equipo y a recoger lo que se puede rápidamente. Recuerdo a los componentes del grupo y a los técnicos de sonido luchando contra la lluvia sobre el escenario de madera, que crujía y se movía por la fuerza viento y que, junto a las lonas, vapuleadas también por Eolo, daban a uno al impresión de estar en un viejo barco de siglos atrás a punto de hundirse en el mar. Por fortuna, la nave aguantó en pie, y de hecho, la tormenta pasó y fue seguida de una hermosa noche de cielos despejados con infinidad de gente en la playa, pero el equipo de sonido se había mojado y era muy arriesgado usarlo en esas condiciones, por lo que, como he dicho, el concierto no se realizó para nuestra frustración.

Sin embargo, la primera formación de Long Road no iba a tener una vida muy larga. Podréis ser testigos de ello en la última parte, en pocos días si aún os quedan ganas... (3ª parte)

jueves, 24 de marzo de 2011

20 años “en” grupos (1ª parte)

Aunque no lo pretendía cuando comencé este blog, me he dado cuenta de que he acabado destinando una parte de él a redactar una especie de “memorias” personales, recordando sobre todo como me interesé por algunas de mis aficiones. En esas ocasión me toca contaros cómo comencé en la música amateur, ya que fue precisamente por estas fechas, finales de marzo / principios de abril, pero de hace veinte años, cuando intenté por primera vez formar un grupo de música rock. Por entonces ya llevaba cierto tiempo tocando la guitarra. Voy a publicar el artículo en tres partes, todas suficientemente largas de por sí para que os aburráis: en la primera repasaré mis inicios musicales y mi modesta colección de instrumentos. En la segunda y tercera, en pocos días, os hablaré de las bandas de las que he formado parte.

Mi vieja acústica Maeari
Prehistoria
Comencemos remontándonos un poco más atrás de esas dos décadas de las que hablaba para rastrear mi trayectoria musical, que por cierto siempre he pensado que se inició bastante tarde. De pequeño sentía cierta curiosidad por los instrumentos musicales, pero aparte del clásico Xylomatic y de algún piano de juguete, mi único contacto con el noble arte de combinar sonidos (o voces) fue a nivel académico y a la fuerza, a través de las clases durante mis tres últimos años de colegio. La flauta y el canto eran disciplinas obligatorias allí, pero el anticuado profesor que teníamos en la EGB no consiguió que destacara en ninguna de ellas ni que me interesara especialmente por la música.

Aparte de aquella etapa con el mencionado instrumento de viento –que heredé de un primo mayor– sólo recuerdo haber tenido uno de aquellos pequeños teclados monofónicos Casio cuando tenía catorce años de edad, pero para nada me atrevería a llamarlo “instrumento musical”.

Tendría que avanzar un poco más mi adolescencia y llegar el descubrimiento –por fin– de una música que me fascinó, el rock and roll de los años 50 (véase artículo), para que finalmente me interesara por tocar algo, que lógicamente fue la guitarra. Me inicié en ella de manera autodidacta, en parte por precariedad económica, en parte por mi natural indisciplina y porque no creía que las academias y centros habituales y más accesibles me pudieran enseñar el tipo de música que yo quería reproducir. Por aquel entonces ya había alcanzado la mayoría de edad (cumplía los 19 en un mes), y siempre consideré, como he dicho antes, que comenzaba tardíamente a ejercitarme en un instrumento.

Primer contacto
Durante mi primer año me las vi con una vieja guitarra española prestada por un amigo. Algo más tarde, y gracias a lo que me pagaron de un cursillo de Inglés comercial del INEM, pude costearme una guitarra acústica, la primera que era verdaderamente mía. Se trataba de un modelo de la marca asiática Maeari que compré en la Unión Musical Española de Nuevo Centro en Valencia, a mediados de 1989. El precio marcaba 16.000 pesetas, pero el simpático señor de la tienda me dio una alegría al rebajármela en 1000 pesetas. Como os imaginaréis, por ese valor, el instrumento no podía ser de mucha calidad. Era de color negro y de mala confección, con cuerdas muy duras y tiesas que me supusieron un esfuerzo extra para aprender con ella. Comencé también por entonces a comprarme libros de partituras y a iniciarme en la lectura del cifrado o tablatura, un sistema más sencillo que el solfeo que representa visualmente las cuerdas de la guitarra y los trastes en donde se debe tocar. Como nunca he tenido el suficiente tesón para seguir ningún método, desde un primer momento siempre busqué libros que reprodujeran lo más fielmente posible las canciones de los artistas que admiraba y cuyos sonidos intentaba reproducir. Hoy en día, mi colección alcanza por lo menos el medio centenar.

Karen, mi guitarra "de caja" Washburn J-6
Ahora me voy a contradecir: en el año 1990 me apunté a una academia que acababa de abrir para dar clases de guitarra y piano. Pronto llegué a la conclusión de que con las seis cuerdas no iba a aprender nada nuevo allí, mucho menos en la línea que yo buscaba, así que tras el primer mes seguí solamente con el piano. Siempre me ha fascinado el instrumento rey, y sobre ello hablaré más tarde. Por el momento, decir que la academia no consiguió arrancar, y tras tres meses cerró sus puertas, con lo que pronto volví totalmente al autoaprendizaje. Por aquella época hizo también breve entrada en mi vida otro nuevo artefacto musical: un bajo eléctrico que compré de segunda mano por unas 7000 pesetas o algo parecido. Aunque me gusta mucho este instrumento, sé tocarlo, y tengo actualmente otro, este primero me duró poco, ya que por entonces no podía permitirme acondicionarlo debidamente, y mucho menos comprarme un amplificador, por lo que acabé revendiéndolo.

Karen
En junio de 1991 adquiría mi primera guitarra eléctrica, aquella con la que de verdad iba a empezar a aprender debidamente, ya que, sin ser un instrumento de excepcional calidad, era mucho mejor que la acústica y me ayudó a desarrollarme como músico mucho más rápidamente. Se trataba de una guitarra “de caja” o “tipo jazz” Washburn J-6N (la “N” es por su color madera natural), un modelo que por cierto ya está descatalogado. Siendo fan del rock and roll de los 50, parece bastante lógico mi total fascinación por este tipo de guitarras, más aún si tenemos en cuenta que mis dos mayores influencias en el instrumento han sido Eddie Cochran y Scotty Moore (pinchad los enlaces para leer sobre ellos), y que ambos tocaron –o tocan, pues Scotty sigue con nosotros– guitarras de caja, Gretsch en el caso del primero, Gibson en el del segundo. Me había propuesto, por lo tanto, adquirir una guitarra con esta forma, aunque forzosamente más barata que las de mis ídolos. Mi primera intención fue comprar una de la marca Sammick, porque era la que se adaptaba más a mi escueto presupuesto (creo que costaba unas 50.000 pesetas). Finalmente, en la tienda donde fui a encargarla me propusieron como alternativa, y finalmente me convencieron para comprar, el modelo de Washburn, una marca norteamericana con mayor reputación en el panorama musical. La guitarra me costó exactamente 65.520 pesetas, que pagué de nuevo gracias a un cursillo del paro (el último que haría), en esta ocasión de Imagen y Sonido. Estaba precisamente en estas clases cuando me llamaron a casa y me dejaron el aviso de que podía pasar a recoger el instrumento, lo que hice al día siguiente, un sábado 22 de junio. (Como veis, aunque el INEM no ha hecho mucho por mí de cara a darme ocupación, se ha encargado de ayudarme en mi formación musical). La guitarra, por cierto, la compré en un comercio de mi localidad con cuyos dueños tenía amistad: Islas Canarias, hoy en día Enclave, y con ella inauguré la tradición de poner a mis guitarras el nombre de una mujer a la que admirara. A esta la bauticé como “Karen” en honor a mi cantante favorita, Karen Carpenter.

Amplificado al fin
Me costó un poco más conseguir un amplificador para Karen: exactamente año y medio. El día que lo compré lo recuerdo, por desgracia, muy bien, ya que a la alegría de adquirir dicho artefacto se contrapuso la tristeza de la muerte mi actriz favorita, Audrey Hepburn. Los que compartan mi pasión por ella recordarán pues, que hablamos del 20 de enero de 1993. Siempre relacioné este hecho con el amplificador y le dio para mí un significado especial. Se trataba de un Fender Eighty-Five de 65W que compré en Musical 1 de Valencia por 58.595 pesetas (como veis, todavía conservo las facturas de todas estas compras). Me sirvió fielmente durante seis años, hasta que a mediados de 1999, unos maleantes asaltaron nuestros locales de ensayo y nos robaron todo lo que quisieron, entre otras cosas mi amplificador. Rápidamente hube de comprarme otro similar, esta vez un Fender Princeton 112 con el que aún continúo batallando (¡también conservo la factura!: 64.000 pesetas el 15 junio del último año citado, en Musical Valencia).

Mi teclado "galáctico" Casio WK 3000

El piano y yo
Ya he adelantado mi fascinación por este gran instrumento. He deseado aprender a tocarlo desde hace muchos años, sin embargo, no me gustan demasiado sus sucedáneos: teclados y órganos. Durante mucho tiempo me opuse a utilizar uno de estos artilugios electrónicos esperando que algún día me pudiera comprar un piano, pero como mi economía no mejoraba hasta el punto de permitirme adquirir uno, finalmente me tragué mi orgullo y acepté un viejo teclado de segunda mano que me vendió, en otoño de 1997, y por 15.000 pesetas, mi amigo Román D. (podréis saber más de él en la segunda parte de este artículo). Era un Yamaha algo vapuleado (no recuerdo el modelo) y le fallaba una tecla, pero lo cogí con muchas ganas y progresé mucho con él al principio. Por fortuna, mis conocimientos con la guitarra, aunque moderados, me ayudaron en cuestiones como la formación de acordes. Me transcribía las partituras de solfeo (que leo con gran dificultad) de manera que pudiera interpretarlas más fácilmente, y fui tan chulo que me propuse comenzar nada menos que con el Claro de luna de Beethoven, una pieza de la que estoy totalmente enamorado. Por cierto, que conseguí sacarla más o menos fielmente tras casi un año estudiándola. Mucho más sencillo me resultó reproducir las típicas canciones de piano de los Beatles como el Let It Be, Hey, Jude y demás.

Mi Epiphone Les Paul Standard Plus: Audrey
Siete años después de adquirir mi primer teclado, en una breve etapa de bonanza económica, me compré otro, esta vez nuevo: un Casio WK 3000. Me costó unos 500 euros en Musical 1 (Valencia), y no era un modelo que me pareciera estéticamente bonito (es plateado), pero me permitía disponer de seis octavas y, ni que decir tiene, era mucho mejor y más cómodo que mi teclado anterior, que regalé al hijo de un compañero de trabajo. A día de hoy, confieso que ni siquiera me he leído su manual, ya que no estoy muy interesado en sus múltiples sonidos y prestaciones fuera de todo lo concerniente al piano acústico y, en menor medida, piano eléctrico y teclado Hammond. Por desgracia, en los últimos años he descuidado bastante mi faceta pianística para centrarme en la guitarra, instrumento que domino mucho más que las teclas y con el que toco en grupos.

Mis actrices favoritas
En junio de 2006 aprovecho otra efímera época de “boyante” economía para adquirir mi segunda guitarra eléctrica (y la tercera de mi colección): quince años después de la anterior, me hago con una Epiphone Les Paul Standard Plus con un bonito degradado rojizo-anaranjado (en el catálogo lo llaman “Heritage Cherry Sunburst”), después de estar algún tiempo sopesando la posibilidad de comprar una Les Paul Goldtop de la misma marca. Me decanté por una guitarra sólida precisamente porque buscaba compensar con ella las prestaciones y el espectro sonoro de mi guitarra de caja, y por la Standard antes que por la Goldtop (tan típica de mis adorados 50s) porque encajaba mejor en el sonido del grupo que estaba intentando montar entonces (Seenamoon: véase segunda parte). Por cierto, había llegado el momento de bautizar una guitarra con el nombre de mi actriz favorita, así que el nuevo instrumento se llamó, por supuesto, Audrey. La compré en el mismo comercio en el que había adquirido la anterior guitarra, aunque ahora había cambiado de nombre y de ubicación: hablo de la tienda local Enclave, y la guitarra llegó a mis manos a principios de junio de 2006 por 440 euros. (¿Os estáis dando cuenta de que este mes parece casi siempre clave en mi vida musical?)

Mi mandolina, la pequeña Ingrid
Me había propuesto que mi próxima guitarra, cuando pudiera permitírmela, llevaría el nombre de mi otra gran actriz clásica favorita: Ingrid Bergman, pero lo que llegó, en febrero de 2009, no fue una guitarra, sino una mandolina. Efectivamente: como me gusta mucho el americana y casi todas sus variantes y estilos precursores, los instrumentos típicos de esta música me llaman bastante la atención. Hace un par de años estuve considerando la compra de una guitarra resonadora (o dobro) o de una mandolina eléctrica, pero debido al más alto coste de la primera y a la mayor complicación que resulta tocarla (por su afinación y por los complementos que se deben usar con ella), finalmente me decanté por la mandolina, comprada en el catálogo online de la casa alemana Thomman por 179 euros con estuche incluido. El modelo concreto fue uno bastante modesto: una Ibanez M510E-BS. En realidad buscaba una mandolina más en la línea de las que se usan en bluegrass, o “tipo F”, pero el presupuesto no me dio para más. Aunque se afina de otra manera que la guitarra y es obviamente mucho más pequeña que esta, es un instrumento que me resulta muy simpático y con el que he aprendido a tocar acordes y algún punteo sencillo, y actualmente lo utilizó en mis actuaciones con mi último grupo. Siempre me centraré en la guitarra, pero no descarto progresar con la mandolina e ir aprendiendo nuevas técnicas. Por cierto, la llamo Little Ingrid (algún día espero igualmente tener una guitarra a la que bautizar como “Big Ingrid”).

He flirteado con algunos otros instrumentos a lo largo de mi vida: compramos un bajo Greeta de segunda mano (por 15000 pesetas) entre varios componentes de mi grupo allá por 1999-2000 que aún sigue por ahí, aunque bastante deteriorado y poco usado. Es un artefacto con el que me defiendo bien, porque al fin y al cabo es una guitarra, y cuyo sonido me gusta bastante. No descarto comprarme otro mejor en el futuro, aunque insisto en que siempre consideraré la guitarra mi “instrumento de guerra”. También comencé a tocar la armónica (la típica Hohner en Do) hace muchos años, pero tengo claro que los instrumentos de viento no son lo mío: me resultan incómodos y tengo problemas respiratorios, así que prefiero darle a las cuerdas o a las teclas.

Y con esto, hemos llegado al presente. Han sido más de dos décadas como instrumentista amateur, y aunque comencé tarde en la música, al final ha acabado convirtiéndose en una parte importantísima de mi vida. Esté o no en grupos, seguiré siendo aficionado a ella mientras viva y tocando mientras las manos me respondan. Y después, ¿quién sabe? ¿No decían en los 50 que el rock & roll era la música del diablo? Quizá en el infierno me dejen seguir tocando… (2ª parte)

miércoles, 23 de marzo de 2011

Un mal mes...

A pasos agigantados se nos marchan casi todos los pocos grandes del Cine Clásico que nos quedan. Elizabeth Taylor (Hampstead, Londres, 27 de febrero de 1932), que nos ha dejado hoy mismo, nunca fue una de mis actrices predilectas, aunque he visto muchísimas películas suyas (Mujercitas, Quo Vadis, Ivanhoe, Gigante, La gata sobre el tejado de zinc, El árbol de la vida, De repente, el último verano, ¿Quién teme a Virginia Woolf?, El espejo roto, etc, etc), pero hubiera sido injusto no recordarla en un blog de las características del mío. Llevaba ya más de una década retirada de la interpretación por problemas de salud pero, si tenemos en cuenta que debutó con sólo nueve años, concluimos que dedicó un total de casi sesenta a su profesión. Aquí cerca tengo precisamente El padre es abuelo –que me regalaron hace un tiempo– pendiente de ver. También tengo otra gran deuda con Elizabeth que prometo saldar, y es el visionado de su mítica Cleopatra. Me lo apunto como tarea en recuerdo suyo…

lunes, 21 de marzo de 2011

Libros y cine, cine y libros (IV)

Siempre me ha fascinado la figura del vampiro, tanto en su forma literaria como en la cinematográfica. Sin embargo, el tratamiento que se le esta dando a este subyugador mito en los últimos quince o veinte años no cuenta precisamente con mi beneplácito: películas como Vampiros de John Carpenter, Revenant, Abierto hasta el amanecer y sus continuaciones, Drácula 2000 y 3000 y, por supuesto, la saga para adolescentes de Crepúsculo, así como los libros que originaron esta y otros tantos aparecidos a su sombra, junto a cosas tan lamentables como Drácula, el no muerto novela que cometí el error de comprar hace dos Navidades, no han hecho más que, en mi opinión, ridiculizar, caricaturizar, frivolizar, parodiar, puerilizar y, en general, perjudicar y destruir a uno de los personajes más atractivos y románticos (en el verdadero sentido de la palabra, no en el que equivocadamente se aplica a las comedias de Sandra Bullock o Jennifer Aniston) del folkore y del arte. Donde antes teníamos a misteriosos y elegantes caballeros (y damas: no olvidemos a iconos femeninos como la Carmilla de LeFanu o la Clarimonde de Gautier) que tramaban e intrigaban y que seducían sensualmente a sus víctimas/amantes, ahora no encontramos más que bestezuelas estúpidas sedientas de sangre. Incluso la osada figura del sacrificado cazavampiros se ha visto relegada a una suerte de superhéroe de acción tan risible como el Van Helsing de Hugh Jackman…

Por fortuna, de vez en cuando se encuentra uno con algún autor o director que decide ofrecernos una visión diferente, alejada de lo que parece que se está convirtiendo en un lamentable canon en las últimas creaciones sobre el tema. Para mí ha sido el caso de la reciente Déjame entrar, dirigida por el sueco Tomas Alfredson hace poco más de dos años, y que se basaba a su vez en una novela de un escritor paisano suyo: John Ajvide Lindqvist, aparecida en 2005. Nos cuenta la relación entre Oskar (Kåre Hedebrant), un niño solitario de doce años que vive en el Estocolmo de los 80, y su nueva vecina, la extraña Eli (Lina Leandersson). Como sabréis también, la película acaba de tener un remake norteamericano del que ya di mi opinión poco favorable en una entrada del pasado noviembre. 

La pelicula / el libro
El largometraje de Alfredson me sorprendió. Es sencillo, no tiene grandes estrellas (al contrario: dos niños debutantes), no se regodea en la truculencia ni exhibe lujosos efectos especiales. La historia es más bien un drama con elementos fantásticos que una película de terror propiamente. La ambientación es también muy intimista, transcurriendo buena parte del film en los apartamentos de los diferentes protagonistas. Hay pocos exteriores, y estos son casi minimalistas, oscuros y sin muchos elementos (nieve y noche, prácticamente). No obstante, la película me dejó un buen sabor de boca, pero también grandes incógnitas que no alcancé a comprender con su mero visionado: ¿cuál era el origen de la niña vampiro? ¿Quién era el personaje que los espectadores asumíamos como su padre? ¿Seduce ella al protagonista, Oskar, simplemente para que le sirva, o hay realmente una historia de amor/amistad entre ambos? Y, sobre todo, hubo un par de planos que no logré entender durante mi primer contacto con la película: uno es cuando la vampira Eli besa a Oskar y este ve, en lugar del rostro de su amiga, el de un viejo siniestro; el otro plano es realmente chocante a la par que gracioso, ya que en un momento dado se ve el pubis de Eli y no aparece en él ningún tipo de genital, ni masculino ni femenino, tan sólo una línea horizontal. Esta toma se ve en la pantalla solamente un instante y uno se queda con la duda de qué ha visto realmente y qué significa.

Como es de imaginar, puesto que la película me dejó incógnitas y cosas sobre las que reflexionar –buena señal para mí en un film– al final acabé por comprar también el libro en el que se había basado. La verdad es que no conocía para nada al autor ni posiblemente me hubiera comprado la novela de no haber visto antes la película. En principio, y como creo que he dejado más o menos claro al comienzo, desconfío de la moderna literatura de terror, que tiende a resultarme desagradable o banal. Por fortuna, lo bueno que tiene ser aficionado tanto a la lectura como al cine es que hay una especie de feedback entre una y otro que hace que ambos se enriquezcan mutuamente y que lleven al espectador o al lector inquieto a abordar también una misma historia desde el otro formato.

La lectura del libro de Lindqvist, por supuesto, despejó muchas incógnitas y trajo bastantes sorpresas. Es, claro está, más profundo y extenso que la película, puesto que trata otras historias y personajes paralelos que en el film no vemos o lo hacemos de manera muy superficial. A partir de este punto, quiero advertir a todo aquel que tenga intención de hacer como yo y leer la novela, o que simplemente prefiera quedarse con la imagen y la esencia del film, que no siga leyendo este artículo, ya que voy a revelar un dato muy chocante que cambia totalmente la perspectiva de la historia… Así pues, como dicen los modernos: atención, spoilers a partir del siguiente párrafo…

Eli
¿Seguís interesados? Pues bien, amigos: lo más chocante de la historia de Déjame entrar es sencillamente que la vampira Eli no es una niña: es un niño. En el film le oímos decirle a Oskar un par de veces “no soy una chica”, pero creo que casi todos pensamos que se refería a que quería decirle a su amigo que era una vampira, que era una persona con muchos más años de los que aparentaba. No, señor: Eli se llama en realidad Elias, y fue castrado por un noble que, además, se deleitó devorando precisamente lo que le quitó y que, aunque no se detalla claramente en el libro, se entiende que fue el que le convirtió en vampiro. Esto explica la desconcertante escena en que Oskar –y con él, el espectador– contempla el sexo –o “no sexo”– de Eli, así como el plano del extraño rostro que el muchacho ve al besar a Eli. (En la novela, por medio de varios besos a lo largo de sendos encuentros, Oskar revive la historia de Eli cuando fue entregado al tiránico personaje). Por cierto, para que a nadie le quepa la duda, Eli es interpretado en la película por una niña de verdad, la graciosa Lina Leandersson.

Hemos de suponer, pues, que el pequeño vampiro se hace pasar por chica posiblemente para mostrar mayor vulnerabilidad y hacer que los demás se confíen más ante su presencia. Cuando Oskar finalmente se da cuenta de ello, decide igualmente aceptar la amistad de Eli. Lindqvist incide con ello en el tema de la androginia/homosexualidad/bisexualidad vampírica tan de moda desde que Ann Rice iniciara sus famosas crónicas allá por 1976. (Un hecho que desconozco, dados mis nulos conocimientos de sueco, es si esta lengua distingue el género en adjetivos y sustantivos. En caso de no hacerlo, como el inglés, es obvio que es más fácil jugar con la masculinidad o femineidad de los personajes sin tener que revelar nada desde el principio.)

Håkan
Un personaje mucho más desarrollado en el libro es, por supuesto, el de Håkan (Per Ragnar), el hombre que vive con Eli y que en un primer momento asumimos como su padre. Por supuesto, no lo es: Håkan es un ex-profesor cuya inclinación sexual por los niños le ha llevado a perder su empleo y a acabar alcoholizado por las calles. Eli le rescata, hace que deje la bebida y le da compañía, aunque parece que no cede a los deseos sexuales del hombre, que está enamorado de él/ella y que obtiene la sangre que Eli consume.

La participación de Håkan en el film es mucho más breve que en la novela: apresado por la policía, le vemos ofrecer su cuello a Eli para que le beba la sangre y después caer varios pisos y morir. En el libro no es exactamente así, sino que Håkan revive, infectado por el mordisco del niño. Lindqvist hace diferencia entre vampiros vivos, como es el caso de Eli, y vampiros muertos: estos últimos parecen resucitar como animales sin conciencia y llevados por sus instintos, y el deseo de Håkan es, ni más ni menos, que consumar su amor por Eli. A partir de su caída desde la ventana del hospital, el ex-maestro vuelve a la vida como una especie de zombie excepto por una parte de su cuerpo que está bien despierta y en perpetua erección, sin más obsesión que copular con Eli. Así, durante el resto de la novela, el grotesco personaje viaja varios kilómetros en busca del objeto de sus deseos, vestido únicamente con una bata de hospital y con su miembro viril erecto, mientras la policía le persigue creyéndole un maníaco de insólita resistencia… Parece bastante fácil entender que todos estos pasajes hayan sido eliminados del film, ya que lo hubieran convertido casi en una película pornográfica…

Otro personaje mucho más desarrollado en la fuente literaria es el de Virginia (Ika Nord), la mujer a la que Eli muerde y deja viva al tener que huir. El lector es testigo de la penosa transformación de Virginia a lo largo de varios días, y de cómo la pobre mujer ha de sufrirla, alimentándose de su propia sangre, hasta que, consciente de lo que le está sucediendo, decide poner fin a su vida. El gran ausente en la película es sin duda Tommy, un muchacho algo mayor que Oskar que tiene cierta amistad con él y al que le vende artículos robados (por cierto, el mismo Oskar también sustrae objetos de las tiendas a menudo).

Impresión general
En definitiva, como se puede ver y ya he adelantado, el libro contiene no pocas referencias sexuales muy explícitas, y otro tanto se puede decir de los elementos gores y truculentos (como la deformación de Håkan). No quisiera parecer mojigato ni retrógrado, pero sí que es cierto que buena parte de mi bagaje literario proviene de la novela decimonónica, y abordar obras más recientes me produce una chocante extrañeza porque me resultan a menudo demasiado burdas. Cualquier alusión velada, insinuada o sugerida al sexo o a la muerte, al asesinato, a fenómenos sobrenaturales, monstruos, etc, siempre me resulta más elegante y de mejor gusto que el mostrarlo con todo tipo de detalles. Puedo entender alusiones más claras y directas cuando son necesarias, pero en muchas novelas modernas de terror –como las del propio Stephen King, al que no leo desde hace muchos años– la mayoría me parecen totalmente innecesarias (como las observaciones de algunos personajes de Déjame entrar sobre los genitales o las costumbres sexuales de otros). Tengo la impresión de que este tipo de recursos a menudo gratitos –y también utilizados en el cine y al televisión y otros medios– no tienen más objeto que conectar con un público más vulgar y hacer un producto más comercial, y muchos de estos best-sellers de hoy en día no me parecen más que, como yo los llamo, “libros de usar y tirar”. Puedes pasar un rato entretenido con ellos, pero al final llegas a la conclusión de que no te ofrecen más que eso, un divertimento, y de que no van a tener ninguna trascendencia en la historia de la literatura ni un hueco destacado en tu librería. Quisiera decir que con la novela de Lindqvist no ha sido así, pero estaría mintiendo.

Por todo lo expuesto, quizá sea fácil deducir que me ha gustado más la película que el libro, precisamente porque elude, obvia o insinúa los motivos y pasajes más desagradables de la narración, haciéndolos muchos más refinados en su versión fílmica. También me gusta cómo está presentado Eli, que es inmortal, pero no está muerto, tiene conciencia aunque no puede evitar matar para sobrevivir (no condena a sus víctimas al vampirismo quitándoles "compasivamente" la vida) y, al contrario que en otras historias –como con Claudia en Entrevista con el vampiro de Anne Rice–, es un niño de 12 años más inteligente de lo normal, pero que sigue siendo un niño de esa edad, sólo que con dos siglos de vida. Los pocos elementos sobrenaturales que aparecen en el film –Eli escalando un edificio, la escena de la piscina al final...– me parecen soberbios y muy acertados. Por cierto, el propio John Ajvide Lindqvist es el guionista de la película de Alfredson, así que por fuerza debemos considerar sus decisiones sobre qué incluir o no en el film acertadas.

Para aquellos que desconozcan el detalle, el título original de la novela, Låt den rätte komma in (algo así como “Deja entrar al apropiado”), está sacado de un verso de la canción de Morrisey Let the Right One Slip In, y hace alusión a la creencia, en algunas historias de vampiros, de que estos seres no pueden entrar a una casa sin haber sido previamente invitados por uno de sus habitantes. (¿Recordáis a Chris Sarandon en Noche de miedo?)

Una última nota: la novela también acaba con un pequeño misterio para el lector: da a entender que Eli tiene alas o la posibilidad de volar, cualidad que no ha exhibido en ningún momento anterior de la narración...


Anteriores entradas en la serie:
-Portrait of Jennie / Jennie
-El hombre lobo de París / La maldición del hombre lobo
-La maldición de Hill House (The Haunting) / La casa encantada

domingo, 20 de marzo de 2011

And I say... it´s all right!

Ha sido un largo y frío invierno. Parece que hace años que estuvo aquí, pero aquí llega el sol, aquí llega el sol, y yo digo... ¡está bien!

Así como en octubre recibía con desánimo la proximidad del invierno y el cambio de hora (véase entrada), ahora me complace dar la bienvenida a la llegada oficial de la primavera y del horario estival. Comienza para mí la etapa del año durante la que al menos soy medio persona (porque en invierno no soy ni eso). Ratifico y mantengo mi convencimiento de que los seres humanos hemos nacido para la luz y el sol, por mucho que me gusten las películas y cuentos de terror. El frío, la lluvia, la nieve y el invierno me parecen bien para las focas, los pingüinos y los osos polares, pero creo que nuestra especie no está hecha para ellos.

Aquí viene el sol, y para celebrarlo, esta clásica canción de los Beatles -una de las más bonitas que escribió George Harrison-, aunque en versión de mi en otros tiempos admirada Sheryl Crow, para no repetir tanto la original...

jueves, 17 de marzo de 2011

Michael Gough

Los obituarios lo despedían hoy como “el mayordomo de Batman”, ya fuera por que ignoraban su extensa carrera, o para que los lectores profanos lo localizaran o recordaran con más facilidad, pero lo cierto es que el británico Michael Gough (Kuala Lumpur, Malasia, 23-11-1917) había intervenido en casi doscientas películas y telefilmes desde que iniciara su carrera allá por 1946. En los 50  y los 60 fue un habitual del cine inglés, y estuvo presente en algunos de los títulos más clásicos de productoras legendarias como la Ealing (El hombre del traje blanco) o la Hammer (Drácula, entre otras, codo a codo con Peter Cushing y Christopher Lee). Su carrera durante los 70 y los 80 fue eminentemente televisiva, aunque sería su papel como Alfred en las cuatro películas de Batman rodadas por Tim Burton y Joel Schumaker el que hizo su rostro conocido para una nueva generación. Durante los últimos doce años fue un habitual de los filmes del primer director: Sleepy Hollow, La novia cadáver o Alicia en el País de las Maravillas, en los dos últimos sólo poniendo su voz. Esta adaptación al cine de la novela de Lewis G. Carroll iba a ser también su postrero trabajo. D.E.P.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Cumpleaños...

Toda una leyenda del Hollywood clásico –una de las pocas que nos quedan, por desgracia– celebra hoy su cumpleaños soplando nada menos que ochenta y cinco velas:  un 16 de marzo de 1926 nacía en Newark, New Jersey, EE.UU., uno de los cómicos más grandes del cine, el divertidísimo Joseph Levitch, más conocido como Jerry Lewis. Sus comedias de los años 50 y 60 –muchas de ellas con su inseparable Dean Martin– son tan conocidas y queridas por el público cinéfilo que es innecesario recordarlas.

Aunque sus intervenciones en la pequeña y gran pantalla han sido escasas y espaciadas en los últimos quince años, Jerry sigue deleitándonos ocasionalmente con su impagable presencia –o voz– a pesar de su avanzada edad y su delicada salud. ¡Felicidades!

Y el pasado lunes 14 nos cumplía también años un artista casi tan legendario como Jerry Lewis: el británico Michael Caine alcanzaba los 78 años, sesenta y uno de los cuales los lleva dedicando al arte de la interpretación con un estilo y una personalidad únicos. Además de los muchísimos títulos clásicos en los que le podemos recordar –Zulú, Alfie, Un trabajo en Italia, El hombre que pudo reinar, las dos versiones de La huella, Educando a Rita...–, sus numerosos trabajos en la actualidad –como la saga de Batman, Origen o Un plan brillante– siguen descubriéndolo a nuevas generaciones.

Ni tan legendaria, ni tan veterana, pero sí una pequeña debilidad mía (véase mi homenaje) la bella Sienna Guillory celebra también hoy sus treinta y seis añitos. Parece que el favor del gran público se le resiste, a pesar de sus casi dos décadas de carrera, pero por aquí contará siempre con un incondicional. Ojala con el tiempo llegue a tener una filmografía tan digna y envidiable como la de su compatriota Michael Caine...

lunes, 14 de marzo de 2011

Mansions of Madness: primera impresión

Leí mucho a H.P. Lovecraft hacia el final de mi adolescencia y durante la veintena. No me considero ni un fanático suyo, ni un experto en su obra (incluso me faltan todavía algunos relatos por leer), pero sí que guardo un buen recuerdo de aquellos años y de aquellas lecturas. Es por ello que siempre me intereso por las adaptaciones de los escritos del autor a otros medios, ya sean cine, cómics o, como en este caso, juegos de mesa, una de mis grandes aficiones sobre la que ya incluí una entrada hace unos meses (véase) y por medio de la cual quiero dar también pie a una serie de reseñas que iré publicando en el futuro.

Hoy precisamente me ha llegado un nuevo juego de tablero que se inspira en los mundos del escritor estadounidense y en sus archiconocidos Mitos de Cthulhu: se trata de Mansions of Madness, y viene avalado por una de las editoras del hobby más importantes a nivel mundial, Fantasy Flight Games, y firmado por uno de los diseñadores más prestigiosos dentro de la empresa, Corey Konieczka.

El juego ya cuenta con un celebre antecesor publicado también por FFG en 2005, Arkham Horror, en realidad un remake del juego del mismo nombre comercializado por Chaosium en 1987, y que era a su vez una adaptación al tablero del juego de rol La llamada de Cthulhu. A día de hoy, Arkham Horror cuenta con numerosas expansiones e infinitos seguidores, y a Mansions of Madness le corresponde la difícil tarea de estar a la altura de tan popular título y de cumplir las expectativas de no pocos fans. Ha habido muchos otros juegos que adaptan de una u otra manera el particular universo de H.P. Lovecraft (como el humorístico Munchkin Cthulhu de Steve Jackson, o La llamada de Cthulhu: el juego de cartas, también de FFG), pero yo personalmente sólo he tenido el Arkham Horror original, su remake y sus continuaciones, títulos que de los que no soy un gran entusiasta pero que colecciono por cariño por la temática y ambientación más que por la diversión que me proporcionan. También tengo la primera versión en castellano de La llamada de Cthulhu, uno de los poquísimos juegos de rol a los que he jugado (y aquel al que lo he hecho más, dentro de que no soy demasiado aficionado a esta variante lúdica), y llegué a comprar –y posteriormente revender– el juego de cartas Mythos, ya descatalogado. ¿Quién diría que el pobre Howard Phillips murió casi en la miseria, a juzgar por el numeroso merchandising que hay hoy en día de su trabajo?

Un chthoniano y un cultista
De Mansions of Madness todavía no os puedo contar mucho. Lo he adquirido sin ni siquiera leerme previamente el reglamento, como ya he dicho, sobre todo por mi afición al tema que trata y porque, vaya, si hay una cosa que es innegable en los productos de Fantasy Flight es que son un lujazo visual, estético y material: sus juegos, aunque cada vez con precios más altos, vienen siempre repletos de vistosos componentes, coloridas fichas y cartas, miniaturas de plástico, etc, etc, y este Mansions of Madness no es una excepción. Por cierto, el juego acaba de aparecer en inglés después de muchos meses de retraso y una grandísima expectación (ahora se dice hype, ¿no?). La edición española está prevista para este mismo año por parte de la editorial nacional Edge Entertainment.

Algunas de las “losetas” con las que se compone el tablero­ 
De momento sólo puedo pues contaros lo que me he encontrado al abrir la caja (por cierto, con una ilustración preciosa en su portada): un reglamento que incluye una guía para los jugadores, otro libreto aparte para el “Guardián” –la persona que, a modo de un juego de rol, prepara la aventura y lleva a los “malos”­–, 9 planchas de cartón con las tiles o “losetas” que conforman el tablero de juego (que es variable según la partida o escenario, y que contiene diferentes localizaciones y habitáculos), así como con todas las fichas y componentes que deberemos destroquelar antes de empezar a jugar (algo que me encanta), un total de 350 cartas variadas que incluyen los característicos eventos, hechizos, obstáculos, objetivos y demás, un dado de diez caras, y 32 figuritas de plástico, 8 con los personajes que los jugadores pueden llevar (“investigadores”) y las otras 24 representando diferentes seguidores, afectados por o simplemente criaturas de los Mitos de Cthulhu (no hay mucha variedad: cultistas, brujas, maníacos, zombies, Mi-Gos, Shoggoths, Chthonianos y Perros de Tíndalos, para quien esté familiarizado con el bestiario lovecraftiano), todo ello con la ya mencionada calidad de material y de presentación de la casa que publica el juego.

En principio, lo que más me llama de Mansions of Madness además de su fuente literaria es que permite jugar hasta 5 jugadores (algo que se está haciendo cada vez más difícil hoy en día, cuando la mayoría de títulos que se publican limitan a 4 el número de participantes) y su duración de entre 2 y 3 horas: como yo soy de la “vieja escuela” y me gustan los juegos largos, espero de uno de ellos que al menos me entretenga una tarde entera. En contra, me parece adivinar algún parecido con Betrayal at the House on the Hill, otro juego de ambientación terrorífica muy popular pero que, sin embargo, a mí no me gustó.

En cuanto haya tenido ocasión de jugar, ampliaré esta entrada con mis impresiones sobre la partida y sobre el juego en general…

* Enlaces de interés:
-Web oficial del juego (se puede descargar el reglamento en inglés)
-La serie Arkham Horror (edición en castellano)
-H.P. Lovecraft en la wikipedia