"Un hombre que limita sus intereses limita su vida" (Vincent Price)

lunes, 4 de octubre de 2010

Libros y cine, cine y libros (I)

Mis respectivas aficiones al cine y a la literatura han transcurrido desde casi siempre más o menos paralelas. Supongo que primero fue el cine, porque un niño puede ver una película aunque no la entienda, pero no puede leer un libro hasta que no conozca los rudimentos del lenguaje escrito pero, ya desde mis últimos años de colegio, comencé a devorar literatura ávidamente, alcanzando con mi mayoría de edad y los años inmediatamente subsiguientes el “clímax” lector. Desde entonces, muchos libros me han llevado a interesarme por sus adaptaciones fílmicas, y muchas películas me han ayudado a conocer sus fuentes literarias originales, una inapreciable y enriquecedora simbiosis cultural.

Precisamente en estos últimos meses he tenido ocasión de leerme dos novelas a las que llegué a través de sus respectivas películas y, como se da también la casualidad de que son dos obras escritas hacia la misma época y en el mismo país (la Norteamérica de los años 30), y por dos escritores sobre los que admito mi previa ignorancia, me ha parecido oportuno realizar las correspondientes reseñas de ambas seguidas, aunque lo haré en dos entradas separadas. Ahí va la primera...

Portrait of Jennie (Robert Nathan, 1940)
El cine fantástico tiene sin duda unas pocas joyas –quizá menos de una docena– preciosas e invalorables a lo largo de su historia. Una de ellas es para mí la película Jennie (Portrait of Jennie) dirigida por William Dieterle en 1948. Descubrí esta cinta hace más de veinte años –posiblemente en el ciclo que TVE dedicó a su protagonista, Jennifer Jones, a finales de los 80 y es una de tantas de las que me enamoré de inmediato y de por vida. Me alegró mucho su edición en DVD el pasado año, que inmediatamente corrí a comprarme (seguía teniéndola en el ya obsoleto formato magnético).

Nos narra la historia de Eben Adams (Joseph Cotten), un pintor que vive casi en la miseria, no consigue vender sus cuadros y ha perdido la inspiración. Un día encuentra a una extraña niña solitaria en el parque llamada Jennie Appleton (Jennifer Jones), y posteriormente realiza un boceto suyo que consigue interesar a una galería de arte. A partir de entonces, se encontrará con la chica varias veces, descubriendo que cada vez que lo hace ha crecido más hasta llegar a convertirse en una atractiva joven. Lo más curioso es que Jennie hace constantes alusiones a hechos del pasado como si los acabara de vivir y también lleva una ropa anticuada. Pese a lo extraño de la situación, Eben acabará viviendo una historia de amor con ella y pintando un cuadro –el “Retrato de Jennie” al que alude el título original que le ganará la fama inmortal como artista.

La onírica fotografía en blanco y negro de  Joseph H. August, quien en varias secuencias superpone la textura de un lienzo a las imágenes, y la música basada en las evocadoras composiciones de Debussy hacen de Jennie una película hermosísima y única. La secuencia final, en la que contemplamos el famoso cuadro, es en color, y algunas escenas las vemos con filtros verdes y amarillos. El film de Dieterle se llevó el Óscar a los efectos especiales y estuvo nominado a la fotografía.

La novela corta que dio pie a la película la escribió Robert Nathan (1894-1985) en 1940. No he conseguido descubrir si alguna vez ha sido traducida al castellano, y casi me atrevería a apostar que no. Yo finalmente la conseguí vía internet a través de la sencilla edición en tapa dura de Buccaneer Books (la portada con la que acompaño el artículo es de otra versión, la mía no tiene más que el título). Así pues, he tenido que hacer el gustoso esfuerzo de leérmela en su versión original en inglés, tarea que no ha resultado demasiado ardua, ya que el lenguaje utilizado por Nathan en esta obra no es demasiado complicado.

Portrait of Jennie está impregnada de la misma embriagadora melancolía que destila el film, con constantes alusiones a colores, a la naturaleza y a la meteorología. Consta de 119 páginas y la he acabado en unos pocos días esta pasada semana. Siendo ahora capaz de comparar original y adaptación al cine, hay que decir que Dieterle fue bastante fiel al libro excepto en ciertas diferencias en el desenlace –en la novela deja al lector todavía más confuso y perplejo–, la omisión por entero de un personaje (Arne Kuntsler, un pintor amigo de Eben), y el hecho de que en la versión escrita todos pueden ver a Jennie, mientras que en la película da la impresión de que sólo lo hace el protagonista. También las dos secuencias iniciales, la galería de arte y el primer encuentro con la chica, transcurren al revés en la novela. Otras diferencias menores son el tema del mural que Eben pinta en el bar y las secuencias del convento y el clímax, ampliadas y cambiadas en la película. Hay un pasaje en el libro de Nathan en que la pareja protagonista va de picnic que se llegó a rodar para el film, pero fue finalmente eliminado aunque existen fotografías de él. Finalmente, el famoso cuadro de Jennie se titula en la novela “Chica con vestido negro”, y este es el color que la muchacha exhibe en él, y no el del vestido claro del film.

¿Qué o quién es Jennie? La variedad de interpretaciones a las que se presta este encantador personaje es uno de los grandes atractivos de la obra literaria y de su adaptación a la pantalla: un fantasma, un recuerdo, un sueño, una especie de musa inspiradora, una persona que viaja en el tiempo… Personalmente me inclino más por esto último, si tenemos en cuenta la siguiente cita del libro:

“[…] ¿Hay otros, en otras épocas del mundo, a los que habríamos amado, que nos habrían amado? ¿Hay, quizás, un alma entre todas las demás –entre todas las que han vivido, en las infinitas generaciones, del final del mundo al final del mundo– que debe amarnos o morir?¿Y a la que nosotros debemos amar, a cambio –a la que debemos buscar toda nuestra vida, de cabeza y con añoranza– hasta el final?”

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