Siempre me ha fascinado la figura del vampiro, tanto en su forma literaria como en la cinematográfica. Sin embargo, el tratamiento que se le esta dando a este subyugador mito en los últimos quince o veinte años no cuenta precisamente con mi beneplácito: películas como Vampiros de John Carpenter, Revenant, Abierto hasta el amanecer y sus continuaciones, Drácula 2000 y 3000 y, por supuesto, la saga para adolescentes de Crepúsculo, así como los libros que originaron esta y otros tantos aparecidos a su sombra, junto a cosas tan lamentables como Drácula, el no muerto –novela que cometí el error de comprar hace dos Navidades–, no han hecho más que, en mi opinión, ridiculizar, caricaturizar, frivolizar, parodiar, puerilizar y, en general, perjudicar y destruir a uno de los personajes más atractivos y románticos (en el verdadero sentido de la palabra, no en el que equivocadamente se aplica a las comedias de Sandra Bullock o Jennifer Aniston) del folkore y del arte. Donde antes teníamos a misteriosos y elegantes caballeros (y damas: no olvidemos a iconos femeninos como la Carmilla de LeFanu o la Clarimonde de Gautier) que tramaban e intrigaban y que seducían sensualmente a sus víctimas/amantes, ahora no encontramos más que bestezuelas estúpidas sedientas de sangre. Incluso la osada figura del sacrificado cazavampiros se ha visto relegada a una suerte de superhéroe de acción tan risible como el Van Helsing de Hugh Jackman…
Por fortuna, de vez en cuando se encuentra uno con algún autor o director que decide ofrecernos una visión diferente, alejada de lo que parece que se está convirtiendo en un lamentable canon en las últimas creaciones sobre el tema. Para mí ha sido el caso de la reciente Déjame entrar, dirigida por el sueco Tomas Alfredson hace poco más de dos años, y que se basaba a su vez en una novela de un escritor paisano suyo: John Ajvide Lindqvist, aparecida en 2005. Nos cuenta la relación entre Oskar (Kåre Hedebrant), un niño solitario de doce años que vive en el Estocolmo de los 80, y su nueva vecina, la extraña Eli (Lina Leandersson). Como sabréis también, la película acaba de tener un remake norteamericano del que ya di mi opinión poco favorable en una entrada del pasado noviembre.
La pelicula / el libro
El largometraje de Alfredson me sorprendió. Es sencillo, no tiene grandes estrellas (al contrario: dos niños debutantes), no se regodea en la truculencia ni exhibe lujosos efectos especiales. La historia es más bien un drama con elementos fantásticos que una película de terror propiamente. La ambientación es también muy intimista, transcurriendo buena parte del film en los apartamentos de los diferentes protagonistas. Hay pocos exteriores, y estos son casi minimalistas, oscuros y sin muchos elementos (nieve y noche, prácticamente). No obstante, la película me dejó un buen sabor de boca, pero también grandes incógnitas que no alcancé a comprender con su mero visionado: ¿cuál era el origen de la niña vampiro? ¿Quién era el personaje que los espectadores asumíamos como su padre? ¿Seduce ella al protagonista, Oskar, simplemente para que le sirva, o hay realmente una historia de amor/amistad entre ambos? Y, sobre todo, hubo un par de planos que no logré entender durante mi primer contacto con la película: uno es cuando la vampira Eli besa a Oskar y este ve, en lugar del rostro de su amiga, el de un viejo siniestro; el otro plano es realmente chocante a la par que gracioso, ya que en un momento dado se ve el pubis de Eli y no aparece en él ningún tipo de genital, ni masculino ni femenino, tan sólo una línea horizontal. Esta toma se ve en la pantalla solamente un instante y uno se queda con la duda de qué ha visto realmente y qué significa.
Como es de imaginar, puesto que la película me dejó incógnitas y cosas sobre las que reflexionar –buena señal para mí en un film– al final acabé por comprar también el libro en el que se había basado. La verdad es que no conocía para nada al autor ni posiblemente me hubiera comprado la novela de no haber visto antes la película. En principio, y como creo que he dejado más o menos claro al comienzo, desconfío de la moderna literatura de terror, que tiende a resultarme desagradable o banal. Por fortuna, lo bueno que tiene ser aficionado tanto a la lectura como al cine es que hay una especie de feedback entre una y otro que hace que ambos se enriquezcan mutuamente y que lleven al espectador o al lector inquieto a abordar también una misma historia desde el otro formato.
La lectura del libro de Lindqvist, por supuesto, despejó muchas incógnitas y trajo bastantes sorpresas. Es, claro está, más profundo y extenso que la película, puesto que trata otras historias y personajes paralelos que en el film no vemos o lo hacemos de manera muy superficial. A partir de este punto, quiero advertir a todo aquel que tenga intención de hacer como yo y leer la novela, o que simplemente prefiera quedarse con la imagen y la esencia del film, que no siga leyendo este artículo, ya que voy a revelar un dato muy chocante que cambia totalmente la perspectiva de la historia… Así pues, como dicen los modernos: atención, spoilers a partir del siguiente párrafo…
Eli
¿Seguís interesados? Pues bien, amigos: lo más chocante de la historia de Déjame entrar es sencillamente que la vampira Eli no es una niña: es un niño. En el film le oímos decirle a Oskar un par de veces “no soy una chica”, pero creo que casi todos pensamos que se refería a que quería decirle a su amigo que era una vampira, que era una persona con muchos más años de los que aparentaba. No, señor: Eli se llama en realidad Elias, y fue castrado por un noble que, además, se deleitó devorando precisamente lo que le quitó y que, aunque no se detalla claramente en el libro, se entiende que fue el que le convirtió en vampiro. Esto explica la desconcertante escena en que Oskar –y con él, el espectador– contempla el sexo –o “no sexo”– de Eli, así como el plano del extraño rostro que el muchacho ve al besar a Eli. (En la novela, por medio de varios besos a lo largo de sendos encuentros, Oskar revive la historia de Eli cuando fue entregado al tiránico personaje). Por cierto, para que a nadie le quepa la duda, Eli es interpretado en la película por una niña de verdad, la graciosa Lina Leandersson.
Hemos de suponer, pues, que el pequeño vampiro se hace pasar por chica posiblemente para mostrar mayor vulnerabilidad y hacer que los demás se confíen más ante su presencia. Cuando Oskar finalmente se da cuenta de ello, decide igualmente aceptar la amistad de Eli. Lindqvist incide con ello en el tema de la androginia/homosexualidad/bisexualidad vampírica tan de moda desde que Ann Rice iniciara sus famosas crónicas allá por 1976. (Un hecho que desconozco, dados mis nulos conocimientos de sueco, es si esta lengua distingue el género en adjetivos y sustantivos. En caso de no hacerlo, como el inglés, es obvio que es más fácil jugar con la masculinidad o femineidad de los personajes sin tener que revelar nada desde el principio.)
Håkan
Un personaje mucho más desarrollado en el libro es, por supuesto, el de Håkan (Per Ragnar), el hombre que vive con Eli y que en un primer momento asumimos como su padre. Por supuesto, no lo es: Håkan es un ex-profesor cuya inclinación sexual por los niños le ha llevado a perder su empleo y a acabar alcoholizado por las calles. Eli le rescata, hace que deje la bebida y le da compañía, aunque parece que no cede a los deseos sexuales del hombre, que está enamorado de él/ella y que obtiene la sangre que Eli consume.
La participación de Håkan en el film es mucho más breve que en la novela: apresado por la policía, le vemos ofrecer su cuello a Eli para que le beba la sangre y después caer varios pisos y morir. En el libro no es exactamente así, sino que Håkan revive, infectado por el mordisco del niño. Lindqvist hace diferencia entre vampiros vivos, como es el caso de Eli, y vampiros muertos: estos últimos parecen resucitar como animales sin conciencia y llevados por sus instintos, y el deseo de Håkan es, ni más ni menos, que consumar su amor por Eli. A partir de su caída desde la ventana del hospital, el ex-maestro vuelve a la vida como una especie de zombie excepto por una parte de su cuerpo que está bien despierta y en perpetua erección, sin más obsesión que copular con Eli. Así, durante el resto de la novela, el grotesco personaje viaja varios kilómetros en busca del objeto de sus deseos, vestido únicamente con una bata de hospital y con su miembro viril erecto, mientras la policía le persigue creyéndole un maníaco de insólita resistencia… Parece bastante fácil entender que todos estos pasajes hayan sido eliminados del film, ya que lo hubieran convertido casi en una película pornográfica…
Otro personaje mucho más desarrollado en la fuente literaria es el de Virginia (Ika Nord), la mujer a la que Eli muerde y deja viva al tener que huir. El lector es testigo de la penosa transformación de Virginia a lo largo de varios días, y de cómo la pobre mujer ha de sufrirla, alimentándose de su propia sangre, hasta que, consciente de lo que le está sucediendo, decide poner fin a su vida. El gran ausente en la película es sin duda Tommy, un muchacho algo mayor que Oskar que tiene cierta amistad con él y al que le vende artículos robados (por cierto, el mismo Oskar también sustrae objetos de las tiendas a menudo).
Impresión general
En definitiva, como se puede ver y ya he adelantado, el libro contiene no pocas referencias sexuales muy explícitas, y otro tanto se puede decir de los elementos gores y truculentos (como la deformación de Håkan). No quisiera parecer mojigato ni retrógrado, pero sí que es cierto que buena parte de mi bagaje literario proviene de la novela decimonónica, y abordar obras más recientes me produce una chocante extrañeza porque me resultan a menudo demasiado burdas. Cualquier alusión velada, insinuada o sugerida al sexo o a la muerte, al asesinato, a fenómenos sobrenaturales, monstruos, etc, siempre me resulta más elegante y de mejor gusto que el mostrarlo con todo tipo de detalles. Puedo entender alusiones más claras y directas cuando son necesarias, pero en muchas novelas modernas de terror –como las del propio Stephen King, al que no leo desde hace muchos años– la mayoría me parecen totalmente innecesarias (como las observaciones de algunos personajes de Déjame entrar sobre los genitales o las costumbres sexuales de otros). Tengo la impresión de que este tipo de recursos a menudo gratitos –y también utilizados en el cine y al televisión y otros medios– no tienen más objeto que conectar con un público más vulgar y hacer un producto más comercial, y muchos de estos best-sellers de hoy en día no me parecen más que, como yo los llamo, “libros de usar y tirar”. Puedes pasar un rato entretenido con ellos, pero al final llegas a la conclusión de que no te ofrecen más que eso, un divertimento, y de que no van a tener ninguna trascendencia en la historia de la literatura ni un hueco destacado en tu librería. Quisiera decir que con la novela de Lindqvist no ha sido así, pero estaría mintiendo.
Por todo lo expuesto, quizá sea fácil deducir que me ha gustado más la película que el libro, precisamente porque elude, obvia o insinúa los motivos y pasajes más desagradables de la narración, haciéndolos muchos más refinados en su versión fílmica. También me gusta cómo está presentado Eli, que es inmortal, pero no está muerto, tiene conciencia aunque no puede evitar matar para sobrevivir (no condena a sus víctimas al vampirismo quitándoles "compasivamente" la vida) y, al contrario que en otras historias –como con Claudia en Entrevista con el vampiro de Anne Rice–, es un niño de 12 años más inteligente de lo normal, pero que sigue siendo un niño de esa edad, sólo que con dos siglos de vida. Los pocos elementos sobrenaturales que aparecen en el film –Eli escalando un edificio, la escena de la piscina al final...– me parecen soberbios y muy acertados. Por cierto, el propio John Ajvide Lindqvist es el guionista de la película de Alfredson, así que por fuerza debemos considerar sus decisiones sobre qué incluir o no en el film acertadas.
Para aquellos que desconozcan el detalle, el título original de la novela, Låt den rätte komma in (algo así como “Deja entrar al apropiado”), está sacado de un verso de la canción de Morrisey Let the Right One Slip In, y hace alusión a la creencia, en algunas historias de vampiros, de que estos seres no pueden entrar a una casa sin haber sido previamente invitados por uno de sus habitantes. (¿Recordáis a Chris Sarandon en Noche de miedo?)
Una última nota: la novela también acaba con un pequeño misterio para el lector: da a entender que Eli tiene alas o la posibilidad de volar, cualidad que no ha exhibido en ningún momento anterior de la narración...
Anteriores entradas en la serie:
-Portrait of Jennie / Jennie
-El hombre lobo de París / La maldición del hombre lobo
-La maldición de Hill House (The Haunting) / La casa encantada
Anteriores entradas en la serie:
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-El hombre lobo de París / La maldición del hombre lobo
-La maldición de Hill House (The Haunting) / La casa encantada
La película sueca me gustó mucho, el remake americano no lo he visto y el libro no lo he leído; pero si que me he leído tu artículo. Muy interesantes todos los cambios que comentas y también me gustan tus reflexiones sobre la novela actual de terror en comparación con la novela decimonónica. Comprendo tus preferencias pero volviendo al cine, a mí no me echan para atrás las alusiones directas sexuales o terroríficas, aunque entiendo que no es fácil mostrarlas en una película y mucha gente puede sentirse herida en su sensibilidad.
ResponderEliminarLa verdad es que cuando voy a ver una peli de terror lo que me gusta es pasarlo mal, que me remuevan por dentro, que me de miedo, que me sobrecojan, Todo ello con un buen argumento, con gusto cinematográfico y sin que para eso tengan que mostrarme demasiada sangre y escenas violentas. Si la película consigue que lo pase mal es fácil que ¡me gane como espectador!
Por ponerte unos ejemplos más o menos modernos, te diría que estas emociones terroríficas las sentí con "Henry, retrato de un asesino" o "La adicción" (esa historia de vampiros de Abel Ferrara), y hasta con la española REC. Es cierto que con la edad, cada vez me impresionan más algunas cosas y no tengo el mismo estómago que de joven, pero todavía soporto algo de sangre, violencia, sexo y agobios psicológicos. Debo ser un poco morboso...
Creo que más o menos volvemos a estar de acuerdo. La violencia y el sexo, cuando son adecuados en una historia, bien; otra cosa es que sean reclamos gratuitos para atraer al espectador/lector. Por ejemplo, tengo la impresión de que la mayoría de escenas de cama de las películas no aportan nada a la historia aparte de exhibir a los actores.
ResponderEliminarEn concreto en el libro de "Déjame entrar", el autor se explaya explicando todas las deformidades y sufrimientos de Hakan tras echarse el ácido a la cara, mientras que en las películas se limitan a mostrarnos un breve momento su rostro.
El género de terror, en cualquiera de sus formatos, debe desde luego impresionar, pero eso se puede hacer con elegancia y sutileza, sin necesidad de miembros cercenados ni monstruos de gomaespuma. Siempre pongo el caso de La casa encantada de Robert Wise...