"Un hombre que limita sus intereses limita su vida" (Vincent Price)

jueves, 24 de marzo de 2011

20 años “en” grupos (1ª parte)

Aunque no lo pretendía cuando comencé este blog, me he dado cuenta de que he acabado destinando una parte de él a redactar una especie de “memorias” personales, recordando sobre todo como me interesé por algunas de mis aficiones. En esas ocasión me toca contaros cómo comencé en la música amateur, ya que fue precisamente por estas fechas, finales de marzo / principios de abril, pero de hace veinte años, cuando intenté por primera vez formar un grupo de música rock. Por entonces ya llevaba cierto tiempo tocando la guitarra. Voy a publicar el artículo en tres partes, todas suficientemente largas de por sí para que os aburráis: en la primera repasaré mis inicios musicales y mi modesta colección de instrumentos. En la segunda y tercera, en pocos días, os hablaré de las bandas de las que he formado parte.

Mi vieja acústica Maeari
Prehistoria
Comencemos remontándonos un poco más atrás de esas dos décadas de las que hablaba para rastrear mi trayectoria musical, que por cierto siempre he pensado que se inició bastante tarde. De pequeño sentía cierta curiosidad por los instrumentos musicales, pero aparte del clásico Xylomatic y de algún piano de juguete, mi único contacto con el noble arte de combinar sonidos (o voces) fue a nivel académico y a la fuerza, a través de las clases durante mis tres últimos años de colegio. La flauta y el canto eran disciplinas obligatorias allí, pero el anticuado profesor que teníamos en la EGB no consiguió que destacara en ninguna de ellas ni que me interesara especialmente por la música.

Aparte de aquella etapa con el mencionado instrumento de viento –que heredé de un primo mayor– sólo recuerdo haber tenido uno de aquellos pequeños teclados monofónicos Casio cuando tenía catorce años de edad, pero para nada me atrevería a llamarlo “instrumento musical”.

Tendría que avanzar un poco más mi adolescencia y llegar el descubrimiento –por fin– de una música que me fascinó, el rock and roll de los años 50 (véase artículo), para que finalmente me interesara por tocar algo, que lógicamente fue la guitarra. Me inicié en ella de manera autodidacta, en parte por precariedad económica, en parte por mi natural indisciplina y porque no creía que las academias y centros habituales y más accesibles me pudieran enseñar el tipo de música que yo quería reproducir. Por aquel entonces ya había alcanzado la mayoría de edad (cumplía los 19 en un mes), y siempre consideré, como he dicho antes, que comenzaba tardíamente a ejercitarme en un instrumento.

Primer contacto
Durante mi primer año me las vi con una vieja guitarra española prestada por un amigo. Algo más tarde, y gracias a lo que me pagaron de un cursillo de Inglés comercial del INEM, pude costearme una guitarra acústica, la primera que era verdaderamente mía. Se trataba de un modelo de la marca asiática Maeari que compré en la Unión Musical Española de Nuevo Centro en Valencia, a mediados de 1989. El precio marcaba 16.000 pesetas, pero el simpático señor de la tienda me dio una alegría al rebajármela en 1000 pesetas. Como os imaginaréis, por ese valor, el instrumento no podía ser de mucha calidad. Era de color negro y de mala confección, con cuerdas muy duras y tiesas que me supusieron un esfuerzo extra para aprender con ella. Comencé también por entonces a comprarme libros de partituras y a iniciarme en la lectura del cifrado o tablatura, un sistema más sencillo que el solfeo que representa visualmente las cuerdas de la guitarra y los trastes en donde se debe tocar. Como nunca he tenido el suficiente tesón para seguir ningún método, desde un primer momento siempre busqué libros que reprodujeran lo más fielmente posible las canciones de los artistas que admiraba y cuyos sonidos intentaba reproducir. Hoy en día, mi colección alcanza por lo menos el medio centenar.

Karen, mi guitarra "de caja" Washburn J-6
Ahora me voy a contradecir: en el año 1990 me apunté a una academia que acababa de abrir para dar clases de guitarra y piano. Pronto llegué a la conclusión de que con las seis cuerdas no iba a aprender nada nuevo allí, mucho menos en la línea que yo buscaba, así que tras el primer mes seguí solamente con el piano. Siempre me ha fascinado el instrumento rey, y sobre ello hablaré más tarde. Por el momento, decir que la academia no consiguió arrancar, y tras tres meses cerró sus puertas, con lo que pronto volví totalmente al autoaprendizaje. Por aquella época hizo también breve entrada en mi vida otro nuevo artefacto musical: un bajo eléctrico que compré de segunda mano por unas 7000 pesetas o algo parecido. Aunque me gusta mucho este instrumento, sé tocarlo, y tengo actualmente otro, este primero me duró poco, ya que por entonces no podía permitirme acondicionarlo debidamente, y mucho menos comprarme un amplificador, por lo que acabé revendiéndolo.

Karen
En junio de 1991 adquiría mi primera guitarra eléctrica, aquella con la que de verdad iba a empezar a aprender debidamente, ya que, sin ser un instrumento de excepcional calidad, era mucho mejor que la acústica y me ayudó a desarrollarme como músico mucho más rápidamente. Se trataba de una guitarra “de caja” o “tipo jazz” Washburn J-6N (la “N” es por su color madera natural), un modelo que por cierto ya está descatalogado. Siendo fan del rock and roll de los 50, parece bastante lógico mi total fascinación por este tipo de guitarras, más aún si tenemos en cuenta que mis dos mayores influencias en el instrumento han sido Eddie Cochran y Scotty Moore (pinchad los enlaces para leer sobre ellos), y que ambos tocaron –o tocan, pues Scotty sigue con nosotros– guitarras de caja, Gretsch en el caso del primero, Gibson en el del segundo. Me había propuesto, por lo tanto, adquirir una guitarra con esta forma, aunque forzosamente más barata que las de mis ídolos. Mi primera intención fue comprar una de la marca Sammick, porque era la que se adaptaba más a mi escueto presupuesto (creo que costaba unas 50.000 pesetas). Finalmente, en la tienda donde fui a encargarla me propusieron como alternativa, y finalmente me convencieron para comprar, el modelo de Washburn, una marca norteamericana con mayor reputación en el panorama musical. La guitarra me costó exactamente 65.520 pesetas, que pagué de nuevo gracias a un cursillo del paro (el último que haría), en esta ocasión de Imagen y Sonido. Estaba precisamente en estas clases cuando me llamaron a casa y me dejaron el aviso de que podía pasar a recoger el instrumento, lo que hice al día siguiente, un sábado 22 de junio. (Como veis, aunque el INEM no ha hecho mucho por mí de cara a darme ocupación, se ha encargado de ayudarme en mi formación musical). La guitarra, por cierto, la compré en un comercio de mi localidad con cuyos dueños tenía amistad: Islas Canarias, hoy en día Enclave, y con ella inauguré la tradición de poner a mis guitarras el nombre de una mujer a la que admirara. A esta la bauticé como “Karen” en honor a mi cantante favorita, Karen Carpenter.

Amplificado al fin
Me costó un poco más conseguir un amplificador para Karen: exactamente año y medio. El día que lo compré lo recuerdo, por desgracia, muy bien, ya que a la alegría de adquirir dicho artefacto se contrapuso la tristeza de la muerte mi actriz favorita, Audrey Hepburn. Los que compartan mi pasión por ella recordarán pues, que hablamos del 20 de enero de 1993. Siempre relacioné este hecho con el amplificador y le dio para mí un significado especial. Se trataba de un Fender Eighty-Five de 65W que compré en Musical 1 de Valencia por 58.595 pesetas (como veis, todavía conservo las facturas de todas estas compras). Me sirvió fielmente durante seis años, hasta que a mediados de 1999, unos maleantes asaltaron nuestros locales de ensayo y nos robaron todo lo que quisieron, entre otras cosas mi amplificador. Rápidamente hube de comprarme otro similar, esta vez un Fender Princeton 112 con el que aún continúo batallando (¡también conservo la factura!: 64.000 pesetas el 15 junio del último año citado, en Musical Valencia).

Mi teclado "galáctico" Casio WK 3000

El piano y yo
Ya he adelantado mi fascinación por este gran instrumento. He deseado aprender a tocarlo desde hace muchos años, sin embargo, no me gustan demasiado sus sucedáneos: teclados y órganos. Durante mucho tiempo me opuse a utilizar uno de estos artilugios electrónicos esperando que algún día me pudiera comprar un piano, pero como mi economía no mejoraba hasta el punto de permitirme adquirir uno, finalmente me tragué mi orgullo y acepté un viejo teclado de segunda mano que me vendió, en otoño de 1997, y por 15.000 pesetas, mi amigo Román D. (podréis saber más de él en la segunda parte de este artículo). Era un Yamaha algo vapuleado (no recuerdo el modelo) y le fallaba una tecla, pero lo cogí con muchas ganas y progresé mucho con él al principio. Por fortuna, mis conocimientos con la guitarra, aunque moderados, me ayudaron en cuestiones como la formación de acordes. Me transcribía las partituras de solfeo (que leo con gran dificultad) de manera que pudiera interpretarlas más fácilmente, y fui tan chulo que me propuse comenzar nada menos que con el Claro de luna de Beethoven, una pieza de la que estoy totalmente enamorado. Por cierto, que conseguí sacarla más o menos fielmente tras casi un año estudiándola. Mucho más sencillo me resultó reproducir las típicas canciones de piano de los Beatles como el Let It Be, Hey, Jude y demás.

Mi Epiphone Les Paul Standard Plus: Audrey
Siete años después de adquirir mi primer teclado, en una breve etapa de bonanza económica, me compré otro, esta vez nuevo: un Casio WK 3000. Me costó unos 500 euros en Musical 1 (Valencia), y no era un modelo que me pareciera estéticamente bonito (es plateado), pero me permitía disponer de seis octavas y, ni que decir tiene, era mucho mejor y más cómodo que mi teclado anterior, que regalé al hijo de un compañero de trabajo. A día de hoy, confieso que ni siquiera me he leído su manual, ya que no estoy muy interesado en sus múltiples sonidos y prestaciones fuera de todo lo concerniente al piano acústico y, en menor medida, piano eléctrico y teclado Hammond. Por desgracia, en los últimos años he descuidado bastante mi faceta pianística para centrarme en la guitarra, instrumento que domino mucho más que las teclas y con el que toco en grupos.

Mis actrices favoritas
En junio de 2006 aprovecho otra efímera época de “boyante” economía para adquirir mi segunda guitarra eléctrica (y la tercera de mi colección): quince años después de la anterior, me hago con una Epiphone Les Paul Standard Plus con un bonito degradado rojizo-anaranjado (en el catálogo lo llaman “Heritage Cherry Sunburst”), después de estar algún tiempo sopesando la posibilidad de comprar una Les Paul Goldtop de la misma marca. Me decanté por una guitarra sólida precisamente porque buscaba compensar con ella las prestaciones y el espectro sonoro de mi guitarra de caja, y por la Standard antes que por la Goldtop (tan típica de mis adorados 50s) porque encajaba mejor en el sonido del grupo que estaba intentando montar entonces (Seenamoon: véase segunda parte). Por cierto, había llegado el momento de bautizar una guitarra con el nombre de mi actriz favorita, así que el nuevo instrumento se llamó, por supuesto, Audrey. La compré en el mismo comercio en el que había adquirido la anterior guitarra, aunque ahora había cambiado de nombre y de ubicación: hablo de la tienda local Enclave, y la guitarra llegó a mis manos a principios de junio de 2006 por 440 euros. (¿Os estáis dando cuenta de que este mes parece casi siempre clave en mi vida musical?)

Mi mandolina, la pequeña Ingrid
Me había propuesto que mi próxima guitarra, cuando pudiera permitírmela, llevaría el nombre de mi otra gran actriz clásica favorita: Ingrid Bergman, pero lo que llegó, en febrero de 2009, no fue una guitarra, sino una mandolina. Efectivamente: como me gusta mucho el americana y casi todas sus variantes y estilos precursores, los instrumentos típicos de esta música me llaman bastante la atención. Hace un par de años estuve considerando la compra de una guitarra resonadora (o dobro) o de una mandolina eléctrica, pero debido al más alto coste de la primera y a la mayor complicación que resulta tocarla (por su afinación y por los complementos que se deben usar con ella), finalmente me decanté por la mandolina, comprada en el catálogo online de la casa alemana Thomman por 179 euros con estuche incluido. El modelo concreto fue uno bastante modesto: una Ibanez M510E-BS. En realidad buscaba una mandolina más en la línea de las que se usan en bluegrass, o “tipo F”, pero el presupuesto no me dio para más. Aunque se afina de otra manera que la guitarra y es obviamente mucho más pequeña que esta, es un instrumento que me resulta muy simpático y con el que he aprendido a tocar acordes y algún punteo sencillo, y actualmente lo utilizó en mis actuaciones con mi último grupo. Siempre me centraré en la guitarra, pero no descarto progresar con la mandolina e ir aprendiendo nuevas técnicas. Por cierto, la llamo Little Ingrid (algún día espero igualmente tener una guitarra a la que bautizar como “Big Ingrid”).

He flirteado con algunos otros instrumentos a lo largo de mi vida: compramos un bajo Greeta de segunda mano (por 15000 pesetas) entre varios componentes de mi grupo allá por 1999-2000 que aún sigue por ahí, aunque bastante deteriorado y poco usado. Es un artefacto con el que me defiendo bien, porque al fin y al cabo es una guitarra, y cuyo sonido me gusta bastante. No descarto comprarme otro mejor en el futuro, aunque insisto en que siempre consideraré la guitarra mi “instrumento de guerra”. También comencé a tocar la armónica (la típica Hohner en Do) hace muchos años, pero tengo claro que los instrumentos de viento no son lo mío: me resultan incómodos y tengo problemas respiratorios, así que prefiero darle a las cuerdas o a las teclas.

Y con esto, hemos llegado al presente. Han sido más de dos décadas como instrumentista amateur, y aunque comencé tarde en la música, al final ha acabado convirtiéndose en una parte importantísima de mi vida. Esté o no en grupos, seguiré siendo aficionado a ella mientras viva y tocando mientras las manos me respondan. Y después, ¿quién sabe? ¿No decían en los 50 que el rock & roll era la música del diablo? Quizá en el infierno me dejen seguir tocando… (2ª parte)

5 comentarios:

  1. Bueno, eso ya lo decía en una entrada de enero. En cierto modo creo que el blog es terapéutico. Me ayuda a expresarme y a contar cosas que me apetece contar, y al final es una de las mayores utilidades que le he encontrado a algo que no creía que la tuviera. En última instancia escribo para mí mismo, ya sé que a casi nadie le van a interesar mis vivencias musicales.

    Lo de llamarlo El cementerio de Lord Ruthwen también lo comenté. Para mí es importante recordar a todas estas personas que han tenido algún significado en mi vida, estén muertas o no...

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  2. me ha encantado seguir tu carrera musical, ahora espero la segudna parte de grupos, conciertos y eso, y espero qeu la de dentro de 20 años sea en un grupo famoso:D

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  3. Ja, ja, ja.... Gracias. Ya quisiera yo, pero si en 20 años no he conseguido nada, como no triunfe en los geriátricos.... :D

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  4. Muy interesante y bien contada tu relación con la música en la faceta de interprete. Espero la segunda parte, promete mucho. Gracias pro compartirla.

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  5. ¡Gracias a ti por detenerte a leerla!

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