Inicialmente tenía pensado esperarme al próximo 9 de diciembre, fecha de su 94º cumpleaños, para rendir un pequeño tributo a Kirk Douglas, pero después me dije: “¿Es necesaria una excusa para homenajear a alguien como él?”. Porque lo cierto es que, para mí, Douglas es el más grande actor clásico vivo. Y, si tenemos en cuenta el estatus y la talla que dan la veteranía y la perspectiva, si convenimos que, simplemente, los artistas actuales, por muy avezados que estén, no pueden medirse con los clásicos precisamente por eso, porque son clásicos y los avala toda una leyenda consolidada a través de muchos años, creo que voy a afirmar sin dudar que Kirk es, simplemente, el actor más grande vivo. No quiero sonar purista ni retrógrado, pero pienso que ningún otro intérprete que siga con nosotros hoy en día tiene su estatura, filmografía y mito.
En su autobiografía “El hijo del trapero”, publicada en 1988, contaba sin vergüenza Issur Danielovitch Demsky –así se llama la estrella en realidad– sus orígenes humildes: sus padres fueron judíos rusos pobres y analfabetos que huyeron de su país original, y el futuro actor nacería en Amsterdam, Nueva York, un 9 de diciembre de 1916. “Cualquier americano es una mezcla de razas y culturas…”, reconocía a propósito de su libro con bastante más perspicacia que muchos de sus racistas y nacionalistas compatriotas, “…y ser hijo de judíos me llena de orgullo.” No fue siempre así, pues en la época del maccartismo, probablemente para salvaguardar su carrera, renegó de sus ascendencia judía y se posicionó contra el comunismo. De este hecho se arrepintió profundamente años más tarde.
Buen estudiante y mejor atleta, su inicial carrera teatral se vio interrumpida por la II Guerra Mundial y no sería hasta 1946 que debutaría en la pantalla en El extraño amor de Martha Ivers, de Lewis Milestone. Resulta curioso que su papel secundario en el film sea el de un tipo cobarde y pusilánime, rol totalmente contrario al de “duro del cine” con el que se haría famoso y pasaría a la historia. A partir de ahí, una de las trayectorias más impresionantes e inconmesurables del 7º Arte, casi cien intervenciones en la pantalla grande y pequeña, y más de sesenta años de carrera. Ya sólo en su primera década como actor trabajaría con algunos de los más grandes directores de Hollywood en clásicos como Retorno al pasado (Jacques Tourneur, 1947), Camino de la horca (Raoul Walsh, 1951), El gran carnaval (Billy Wilder, 1951), Cautivos del mal (Vincente Minnelli, 1952), la mítica Duelo de titanes (John Sturges, 1957) o Senderos de gloria (Stanley Kubrick, 1957, una de sus y de mis favoritas de él). Además, también sería Ulises (Ulises, 1954), Vincent Van Gogh (El loco del pelo rojo, 1957), el vikingo barbilampiño Einar (Los vikingos, 1958), el arponero Ned Land (20.000 leguas de viaje submarino, 1954) y, por supuesto, Espartaco (Espartaco, 1960, proyecto que produjo y para el que contrató a Stanley Kubrick). Casi imposible decidirse por unas sola de ellas…
El resto de su carrera no está exento de más grandes obras, es simplemente que quizá en esos primeros tres lustros como actor profesional se concentran la gran mayoría de ellas pero, desde 1960 hasta 2004, cuando Kirk decide retirarse finalmente del cine, podríamos estar seleccionando clásicos hasta cansarnos; y es que Douglas no le hizo asco a ningún género, e igual supo destacar en la comedia que en el melodrama, en películas bélicas que en westerns, y hasta ocasionalmente en el cine de terror y de ciencia ficción, como prueba La furia (1977), Holocausto 2000 (1978), Saturno 3 o El final de la cuenta atrás, ambas de 1980.
Imposible no citar su amistad con otras leyendas como Anthony Quinn (indispensable para los amantes del western El último tren a Gun Hill, de 1959) o Burt Lancaster, con quien compartió cartel en siete ocasiones (la última fue la entrañable Otra ciudad, otra ley, de 1986).
Sobrevivió a un catastrófico accidente de helicóptero en 1991 que le obligó a recurrir a la cirugía estética y, tres años más tarde, una trombosis le hizo tener que volver a aprender a hablar. Siendo el tipo duro que todos esperábamos de él, regresó a las pantallas durante muchos más años, hasta jubilarse finalmente con casi ochenta y ocho años con la película Illusion Aún así, aún volvió a participar en 2008 en el telefilm semi-documental Meurtres à l'Empire State Building junto a otros veteranos como Ben Gazzara, Mickey Rooney o Cyd Charisse. También se puso tras las cámaras en dos ocasiones: Pata de palo (1973) y Los justicieros del Oeste (1975). Siempre se lamentó de que no le concedieran ningún Óscar, a pesar de haber sido nominado en tres ocasiones, pero, ¿eso nos importa?
Para finalizar, así como en mi artículo sobre Maureen O´Hara di cuenta de otras leyendas femeninas del Cine que sobreviven hasta nuestros días, voy a aprovechar este homenaje a Kirk Douglas para recordar también a otros grandes veteranos de su “quinta” que todavía siguen con nosotros: Tony Curtis (85), Ernerst Borgnine (93) –los dos intervinieron con Douglas en Los vikingos–, Jerry Lewis (84), el incombustible Eli Wallach (95 en diciembre), Kevin McCarthy (96), Alan Young (91 en noviembre), Louis Jourdan (89), Jackie Cooper (88), Mickey Rooney (90 el próximo día 23), y los británicos Christopher Lee (88), su compañero de la Hammer Michael Gough (93 en noviembre) y Douglas Wilmer (90). Aunque como curiosidad anotaré que el actor más viejo que sigue vivo y trabajando es el holandés Johannes Heesters, quizá no muy conocido fuera de su país, que tiene 104 años y comenzó en el cine nada menos que en 1924.
“No me creo un gran hombre, aunque he hecho un tremendo esfuerzo. Es lo único que se puede pedir a una persona”. (Kirk Douglas)
Y un buen empresario: recordemos su productora La Bryna (Gun Hill fue alguno de sus proyectos, de ello hablamos en el blog). Toda una leyenda, Kirk Douglas.
ResponderEliminarSaludos!