"Un hombre que limita sus intereses limita su vida" (Vincent Price)

domingo, 12 de diciembre de 2010

Jennifer Connelly, los 40 y las rinoplastias


Bueno, ¡basta ya de viejos, ja, ja, ja….! Hoy celebraremos el cumpleaños de una actriz bastante más joven que la media de los artistas cinematográficos que han pasado por aquí en las últimas semanas. Y es que, aunque Jennifer Connelly nos cumple hoy nada menos que cuarenta añitos, aún me sigue pareciendo aquella adorable muchachita que nos deslumbró en Dentro del laberinto hace ya casi un cuarto de siglo. Ciertamente, la guapa morena ha madurado con destacable dignidad, tanto física como, sobre todo, artísticamente (ya que en el primer caso parece que ha echado mano de algo de cirugía estética para retocarse un rostro que no necesitaba retoque alguno, porque nació con una belleza natural que le durará toda la vida, hasta cuando sea una abuelita).

Jennifer
Supongo que reparé por primera vez en ella, como casi todo el mundo, en el mencionado clásico de Jim Henson. Aunque, como ya comenté en mi homenaje al marionetista (véase), no vería ese trabajo suyo hasta algunos años después, no me pasó inadvertida aquella chica de catorce años de atractiva melena negra y sensuales ojos verdes (es que soy fan de Bécquer: me pierden los irises de ese color…) Muy posiblemente Érase una vez en América fuera mi primer largometraje de Jennifer, pese a que también vi el film de Sergio Leone en la tele y con retraso, pero tengo más constancia de ella en películas algo posteriores como Rocketeer (1991) o Labios ardientes (1990), en donde pudimos descubrir que la precoz actriz infantil ya no era precisamente una niña. A lo largo de los siguientes años coincidí con ella varias veces ya fuera en la pantalla grande o en la pequeña, aunque no seguí con especial fijación su carrera: Mulholland Falls (1996), Dark City (1998), Réquiem por un sueño (2000)… Para cuando se estrenaron Una mente maravillosa (2001), Hulk (2003) y Casa de arena y niebla (2003) ya no me era una actriz indiferente y había comenzado a interesarme más por sus trabajos. Desde entonces, creo que he visto casi todos sus papeles. Hasta, por un compromiso, accedí a ver uno de eso “remakes instantáneos” norteamericanos que tanto me disgustan (véase mi artículo del mes pasado) porque al menos salía ella, Dark Water (2005), por no hablar del pésimo remake de Ultimátum a la Tierra de hace un par de años e incluso una de esa películas incorrectamente llamadas “románticas” –que no lo son– como es Qué les pasa a los hombres (2009, aunque esta ya la visioné directamente en DVD). Curiosamente decidí no acudir a ver Diamante de sangre (2006) al cine porque no me acababa de convencer y luego me llevé toda una sorpresa cuando por fin la vi en formato doméstico, ya que me gustó bastante.

En definitiva, y contemplando la ya larga carrera de casi treinta años de la actriz, creo que Jennifer ha sabido demostrar una gran variedad de registros en la pantalla y, aunque no suela salirse del circuito comercial hollywoodiense, me parece que está bastante por encima de otras “primeras damas” de la Meca del Cine actual en cuanto a buen gusto a la hora de seleccionar papeles y películas.

Los 40
Es curioso… me choca un poco ver a todas estas actrices que he conocido cuando eran muy jóvenes y constatar que ya tienen una cierta edad, que hasta son ya madres de varios hijos y todo. Se me hace rara la quinta década de la vida humana, no sé; personalmente creo que se me atraganta un poco y no la llevo muy bien. La tengo asumida como una edad de decadencia –por lo menos física– y me causa extrañeza ver llegar a ella a jovencitas eternas como Jennifer, aunque también me alegra constatar que lo hacen más o menos dignamente. (Por favor, no os molestéis los que estáis en ella, es sólo una apreciación personal de alguien bastante proclive al pesimismo). Hablo de gente como Heather Graham, Rachel Weisz, Julia Robets, Winona Ryder, Carla Gugino… todas ellas cuarentonas recientes o a punto de serlo; por no hablar de otras ya bien adentradas en la mencionada década como puedan ser Elisabeth Shue, Teri Hatcher, Gina Gershon, Ally Sheedy, Daryl Hannah –que ya cumplió los cincuenta a comienzos de mes– o una de las actrices fetiche de mi adolescencia, Diane Lane –otra soberbia cuarentona–, entre las primeras que me vienen a la cabeza.

Las rinoplastias
A Jennifer sólo le voy a reprochar va a ser el único punto negativo de este homenaje, y tal y como he avanzado al principio, el haberse sometido recientemente a la manida y lamentable cirugía facial –no sé si a otras– para retocarse la nariz, recurso que tiene en común, por desgracia, con muchas otras compañeras de profesión algunas mencionadas en el anterior párrafo, así como la peligrosa delgadez que alcanzó por la época en la que recibió su único Oscar (por Una mente maravillosa), aunque de esto parece haberse cerciorado y recuperado desde entonces algunos kilos. Lo siento, pero es que no puedo entender lo de la cirugía estética, más aún en personas que son guapas de nacimiento y que muchas veces lo único que consiguen al pasar por quirófanos es un rostro extraño y anti-natural (véase a la actual Nicole Kidman). Comprendo que alguien se opere porque ha quedado deformado quizá por algún terrible accidente, o si su fealdad es tan extrema que no puede ni salir a la calle, pero en el caso de todas estas actrices y actores cinematográficos, lo veo innecesario y creo que en muchas ocasiones lo que hacen es acabar convertidos en monstruos (¿mencionamos a Mickey Rourke o a Stallone?). Supongo que toda esta gente, al vivir de su imagen, necesita tenerla siempre impecable y que, si ya es duro envejecer para un ciudadano de a pie normalito, lo debe de ser más para una reina de la belleza o un guaperas del celuloide internacionales. También es cierto que hay actores y actrices que se operan ya cuando están empezando su carrera y son apenas veinteañeros cortos, algo todavía más desdeñable… En fin, está claro que el Cine es mentira e ilusión, pero algunas cosas querría uno que fueran ciertas. En el caso de Jenny, me quedo con sus encandiladores ojos verdes, que no creo que hayan sido alterados por ningún bisturí...

“[…] sí, porque los ojos de aquella mujer eran los ojos que yo tenía clavados en la mente, unos ojos de un color imposible, unos ojos…
-¡Verdes!- […]”
(Los ojos verdes, Gustavo Adolfo Bécquer)

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