Es lo malo que tiene el ser admirador de artistas –musicales y cinematográficos– “antiguos”: cada dos por tres tienes que sacar el pañuelo y derramar unas lagrimillas con ocasión de su deceso o del aniversario de este hace ya muchos años. En el otro extremo de la balanza está la gran alegría que uno se lleva cuando constata que algunos de estos mitos siguen vivos y activos y tiene ocasión de brindar a su salud y de celebrar sus aniversarios: para mí es un gran honor compartir planeta con monstruos de la talla de Ray Harryhausen, Kirk Douglas, Scotty Moore, Joan Fontaine, Olivia de Havilland o Christopher Lee, entre otros. Hoy 18 de octubre, precisamente, tenemos ocasión de felicitar a uno de los grandes de la música rock: Chuck Berry cumple 84 años.
Comienza la tan recurrida Wikipedia su entrada sobre este músico legendario diciendo: “Charles Edward Anderson "Chuck" Berry (Saint Louis, Missouri, 18 de octubre de 1926), más conocido como Chuck Berry; es uno de los mas influyentes compositores, intérpretes y guitarristas de Rock and Roll de la historia.” Y, aunque a veces encuentra uno meteduras de pata garrafales en dicha página de consulta, en este caso creo que acierta de pleno: no me imagino mejor forma de sintetizar en pocas palabras la enorme trascendencia y la figura del señor Berry. Aunque soy también un gran seguidor de otros pioneros del rock como Elvis Presley o Eddie Cochran, se me ocurren pocas canciones que pueden epitomizar el rock and roll tan perfectamente como Johnny B. Goode, genial composición de Chuck que conocen hasta los marcianos: no olvidemos que la NASA la escogió como parte del muestrario cultural insertado en la sonda Voyager I cuando la lanzó en busca de nuevas fronteras en 1977.
En realidad, pienso que la carrera verdaderamente “productiva” de Chuck Berry fue corta: desde que tiene su primer éxito en las listas con Maybellene (1955) hasta los primeros años 60, cuando triunfa Promised Land. A partir de mediados de esa década, y hasta el día de hoy, para mí su trayectoria ha sido básicamente vivir de su leyenda y repetir hasta la saciedad su celebérrimo repertorio –aún tendría un último hit en el 73 con My Ding-a-Ling–. Aún así, no olvidemos que en esos pocos años acotados legó a la historia de la música, además de las dos tremendas canciones primeramente citadas, piezas como Thirty Days, Rock and Roll Music, Too Much Monkey Business, Brown Eyed Handsome Man, You Can't Catch Me, No Particular Place to Go, Back in the USA, Memphis, Tennessee o You Never Can Tell: no es poca cosa. Hasta le perdono que se metiera con uno de mis compositores clásicos favoritos en la, por otra parte, magnífica Roll Over Beethoven.
Así como a muchos de mis ídolos musicales no he podido verles jamás –sea porque ya fallecieron, sea porque no se acercan por estos parajes– ha habido algunos músicos de los 50 y los 60 a los que he tenido ocasión de ver no una, sino dos veces: es el caso de James Brown, The Doors y, claro está, Chuck Berry. La primera ocasión fue en Valencia en 1992, y he de decir que me impresionó más el hecho de encontrarme ante una leyenda viviente del rock and roll que ante la ejecución de su repertorio, que me pareció algo artificial y poco entregada. En aquella actuación tuve también ocasión de comprobar el legendario mal carácter del rockero cuando un amigo mío –varios asistentes subieron al escenario al final invitados por mismo Berry– le tocó con la mano en la espalda y, con un antipático gesto del hombro, Chuck se deshizo de esta. La segunda vez que le vi fue hace dos años en Castellón, y allí tuve ocasión de comprobar que le quedaba más de leyenda que de viviente: aunque apoyado por una magnífica banda en la que se encontraba su propio hijo, y bastante a la altura vocalmente, en lo que a instrumentalmente se refiere el músico se equivocó más de una vez de tono al ejecutar sus solos con la guitarra. Aún así, se le tuvo que perdonar, teniendo en cuenta su avanzada edad y que, naturalmente, es Chuck Berry…
* Web oficial: http://www.chuckberry.com/
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