"Un hombre que limita sus intereses limita su vida" (Vincent Price)

lunes, 22 de julio de 2013

Umberto D.

Tras los recientes visionados de Milagro en Milán y Ladrón de bicicletas me parecía casi obligado volver a revisitar también Umberto D., película que para mí conforma, junto a las dos anteriores, lo que yo llamo “la trilogía de la pobreza”, pues todas ellas tienen en común retratar ese ambiente triste, desolador y lamentable en el que vivían las clases bajas de la Italia de los años inmediatamente posteriores a la II Guerra Mundial. Era este un largometraje que ya había visto mucho tiempo atrás y del que guardaba muy buen recuerdo.

El protagonista de esta película es Umberto D. Ferrari (el profesor universitario Carlo Battisti en su único papel para cine), un funcionario jubilado que malvive con una pensión miserable y tiene alquilada una habitación en una casa de huéspedes. La tiránica patrona (Lina Gennari) está decidida a echarle porque no ha pagado varios atrasos, y el pobre hombre se las ve y se las desea para poder reunir el dinero de esta deuda y no verse de patitas en la calle. Solamente cuenta con la simpatía de la joven sirvienta de la casa (Maria Pia Casilio), y con la compañía de un pequeño can que le sigue a todas partes y que lleva por nombre Flike. La entrañable relación entre dueño y perro constituye sin duda lo mejor de la cinta, por la que pululan algunos otros actores secundarios pero sin demasiada relevancia. Abundan las tomas largas, sin monólogos, que parecen querer reforzar en el espectador la idea de la soledad y el desespero que rodean a Umberto, frente a las escenas multitudinarias de las otras dos películas de la “trilogía”. También es quizá la menos interesante de ellas –dentro de que las tres me parecen muy buenas–, a pesar de que su propio director y de que su colega Ingmar Bergman la consideraban ambos su película favorita.

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