"Un hombre que limita sus intereses limita su vida" (Vincent Price)

jueves, 30 de agosto de 2012

Otra cuarentona espléndida

¿De verdad 40?
Para alguien que lleva muy mal la cuarentena, siempre es un placer y casi un alivio ver a gente de su generación o próxima a ella que la alcanza, al menos físicamente, en condiciones envidiables, y hoy me toca felicitarle esas cuatro décadas tan bien llevadas a la guapísima Cameron Diaz, que venía, pues, al mundo, tal día como hoy del año 1972 en San Diego, California, EE.UU., descendientes de alemanes, ingleses, cubanos, españoles y hasta cherokees (¿hace falta exaltar una vez más las excelencias del mestizaje?). Fue modelo desde los 16 a los 21 años, momento en el que da el habitual paso al cine con La máscara (antes había protagonizado un corto erótico). Casi dos décadas después, se ha convertido en una de las actrices más populares de Hollywood y ha participado en tantas producciones como años cumple hoy (curiosamente, no se ha interesado apenas por la pequeña pantalla). La mayoría de esta trayectoria ha transcurrido en el terreno de la comedia (Algo pasa con Mary, Very Bad Things, La boda de mi mejor amigo…) y de las películas de acción (las dos triviales partes de Los ángeles de Charlie o la insulsa Knight and Day), aunque Cameron Michelle Diaz (siempre he pensado que tiene un nombre masculino y muy feo) se ha atrevido con otros registros más dramáticos ocasionalmente, caso de, por ejemplo, The Box, Bandas de Nueva York o La decisión de Anne, para la que se llegó a rapar el pelo al cero. Hasta ha puesto la voz a un personaje tan divertido y tan diferente físicamente a ella como es la ogro Fiona en la saga de dibujos Shrek. Una carrera variopinta con aciertos y desatinos, pero interesante.

Personalmente, con Cameron estoy viviendo una especie de segunda luna de miel cinéfila. La descubrí con su primera película, como casi todo el mundo, pero nunca me interesé especialmente por su filmografía. Me llamó la atención su hermosura, por supuesto, y he ido viendo trabajos suyos a lo largo de los años de manera ocasional (hay algunos que prefiero no verlos), pero es en tiempos más recientes cuando me estoy quedando más absorto y encandilado con ella. Y es que la verdad es que Cameron está espléndida y en una forma increíble en su madurez. Con todo lo nimia que pueda ser la película, disfruté como un tonto viéndola en Bad Teacher (mi último encuentro con ella de momento) haciendo de profesora sinvergüenza que no tiene reparos en explotar sus encantos para lograr sus propósitos. Posiblemente aprecio aspectos en las películas que no tienen necesariamente que ver con lo artístico o lo técnico... ejem… Creo que me van a criticar, vapulear y, finalmente, censurar este artículo, pero bueno, ¡felicidades, moza!

miércoles, 29 de agosto de 2012

Luz que agoniza (Homenaje a Ingrid Bergman)

Como todos los años por estas fechas, no se me pasa por alto un aniversario tan peculiar (nació y murió el mismo día: 29 de agosto) como es el de mi adoradísima Ingrid Bergman, sólo que, esta vez, no voy a celebrarlo recordando su biografía ni de cualquier otra manera habitual, sino que lo voy a hacer con un homenaje al que considero uno de sus mejores largometrajes, para mí casi a la misma altura (y a veces pienso que incluso por encima) de la legendaria Casablanca: amigos, si tuviera que irme a una isla desierta y sólo pudiese llevarme a ella un manojo de películas, sin ninguna duda Luz que agoniza estaría incluida. Es una película que descubrí en televisión hace ya muchísimos años, más de veinte, y que he vuelto a ver en muchas nuevas y posteriores ocasiones; una obra maestra de la que estoy absolutamente enamorado y en la que se dan nombres tan míticos, además del de la propia Ingrid, como los de sus compañeros de reparto, Charles Boyer y Joseph Cotten, el del director artístico Cedric Gibbons o el del gran George Cukor. Con todas estas estrellas, ¿cómo no iba a salir un film deslumbrante?

Precedentes
Sin embargo, voy a empezar con una contradicción por la que debo tragarme un poco mi orgullo (¡lo hago bien a gusto!): me he manifestado a menudo en contra de esos “remakes inmediatos” que tanto gusta hacer el Hollywood actual de películas europeas que apenas se han estrenado unos pocos años antes, y la verdad es que este recurso no es nada nuevo: la misma Ingrid Bergman llegó a la Meca del Cine para participar en un remake de un film que ya había protagonizado en su Suecia natal: Intermezzo, y esta película a la que rindo tributo, Gaslight en el título original, fue también un remake de una cinta homónima inglesa de tan sólo cuatro años antes, 1940, dirigida por Thorold Dickinson e interpretada por Anton Walbrook, Diana Wynyard y Frank Pettingell. Ambas partían de la obra teatral de idéntico título de Patrick Hamilton, que se estaba representando con éxito en los escenarios. Cuando, en 1942, se estrenó en España la versión británica, su título fue traducido literalmente como Luz de gas; la variante estadounidense de 1944 llegaría a nuestro país tres años después de su aparición y, para diferenciarla de la anterior, se bautizó con el imaginativo título con el que la conocemos, Luz que agoniza.

La versión inglesa de 1940
Así pues, una de mis grandes películas favoritas es uno de esos “remakes inmediatos” que normalmente suelo detestar, sólo que yo conocí antes esta segunda versión que la primera, que vería algún tiempo después en televisión y de la que casi no tengo recuerdos (espero poder verla otra vez algún día). Para más inri, hay que decir que la Metro inició una especie de sabotaje contra la película original una vez compró los derechos de la obra, y que destruyó muchas de las copias que habían llegado a Estados Unidos. Esto ha contribuido a que sea una película mucho menos conocida e incluso difícil de localizar (se reestrenaría en el mencionado país en 1952). En cualquier caso, lo que es indudable es que la obra teatral de Hamilton estaba teniendo mucho éxito en Norteamérica antes del estreno del film de Cukor, y que, ya en los primeros 40, se representaba en Broadway con nada menos que Vincent Price en el papel masculino principal. Dicha obra se dio a conocer como Angel Street, y parece ser que ese mismo nombre se conservó luego para la película inglesa original, así como para un telefilm de 1946 protagonizado por Judith Evelyn, Henry Daniell y Cecil Humphreys. Han habido muchas más versiones de la pieza de Hamilton, sobre todo teatrales, pero con estas primeras basta para situarnos en el momento en que se estrena Luz que agoniza que, por la popularidad de su fuente original, y la de sus intérpretes y director, parecía tener el éxito asegurado...

La historia...
Boyer, Bergman, Cotten: un trío de lujo
En el Hollywood de los primeros 40 parecían haberse puesto de moda los thrillers con la combinación caserón siniestro- dama en apuros -marido intrigante o misterioso: sirvan como ejemplos la misma Rebeca de Hitchcock, la estupenda El castillo de Dragonwyck de Mankiewicz o incluso Alma rebelde, la versión de Jane Eyre de Robert Stevenson.

Luz que agoniza contiene también todos estos elementos. Su argumento nos traslada al Londres del siglo XIX, una época que para mí hace más fascinante aún la película por lo mucho que me gusta… La famosa cantante de ópera Alice Alquist es asesinada. Su joven sobrina Paula (Terry Moore) descubre el cadáver. El caso no se logra esclarecer. Pasa una década. Paula (Ingrid Bergman) es ahora toda una mujer que vive en Italia e intenta seguir los pasos artísticos de su tía, enseñada por un viejo maestro de canto y acompañada por un galante y maduro pianista con el que tiene un romance, Gregory Anton (Charles Boyer). Paula opta finalmente por abandonar su carrera artística y sentar cabeza con su amado y, a sugerencia de éste, se trasladan a la antigua casa de Alice Alquist, que la muchacha ha heredado.

Un villano odiosamente encantandor
A partir de ese momento, lo que prometía ser una feliz vida en pareja se va a convertir en un infierno para Paula, quien, según su marido, está sufriendo despistes e imaginando cosas continuamente: pierde objetos, cree ver la luz de gas de las lámparas bajar y subir, oye pasos… Dudando de su propia cordura, aislada del mundo por recomendación de Anton y con su salud supuestamente delicada como excusa, sin más compañía que una vieja cocinera sorda y una joven criada impertinente que la saca de quicio, nuestra heroína estará a punto de sucumbir. Por suerte, el apuesto y despierto detective Brian Cameron (Jospeh Cotten), admirador en su momento de la tía de Paula, empezará a sospechar de la extraña relación del matrimonio y de la actitud del marido, y comenzará a indagar… La realidad es que –está claro casi desde el principio de la película, así que creo que no chafo la sorpresa a nadie– Anton es el asesino de Alice Alquist, y ha compuesto un ingenioso plan para poder buscar a sus anchas por la casa unas valiosísimas joyas que pertenecían a la difunta cantante…

Reparto secundario y Oscars
Ingrid no está sola
El magnífico, maravilloso e impagable trío que encabeza el reparto se completa con secundarios principalmente británicos entre los que encontramos a Barbara Everest como la cocinera Elizabeth, a May Whitty como la cotilla vecina señora Thwaites, Tom Stevenson como el policía Williams, y una debutante (celebró la mayoría de edad durante el rodaje del film) Angela Lansbury como la descarada criada Nancy. Resulta curioso que esta hoy en día veterana actriz –única superviviente de la plantilla de actores del film junto con Terry Moore–, relegada prácticamente al medio televisivo y recordada sobre todo por la serie Se ha escrito un crimen, comenzara su carrera con tan buen pie (fue nominada al Óscar por su papel) y de tan buena mano (siempre recordó con cariño lo bien que le trataron Cukor y los actores principales a pesar de que era una recién llegada).

Lansbury y Boyer: ¿conspirando contra la señora?
Y hablando de las doradas estatuillas de Hollywood: Luz que agoniza fue nominada a siete de ellas en la ceremonia de 1945, aunque sólo se llevaría finalmente dos: a la dirección artística (innegable el acierto del equipo de Gibbons al construir los decorados sobrecargados y claustrofóbicos de la casa donde transcurre la mayoría del film) y, cómo no, a la actriz principal, y es que Ingrid está absolutamente sublime como esa Paula Alquist primero dichosa y enamorada, después atormentada y sufridora (un tipo de personaje que bordaría a menudo), y finalmente indignada e iracunda cuando conoce las intenciones reales de su marido… Esta sería la segunda nominación al Óscar de Ingrid (quien también ganó el Globo de Oro), y el primero de los tres que cosecharía durante su espléndida carrera. El resto de nominaciones de la cinta fueron a la mejor película, mejor actor (Boyer), mejor guión y mejor fotografía, además de la ya mencionada para Angela Lansbury. Curiosamente, el director, George Cukor, no fue nominado.

En resumen y en retrospectiva
Sublime en todos los registros de su personaje
Treinta años sin Ingrid ya. Y muy cerca del centenario de su nacimiento el próximo 2015. Casi siete décadas del estreno de Luz que agoniza, convertida en una joya del cine clásico. Tal y como la acabé de ver el otro día a raíz de este artículo, hubiera vuelto a empezarla. No quiero dejarme llevar por la pasión ni caer en afirmaciones superficiales y desacertadas, pero casi le dan a uno ganas de decir aquello de que “ya no se hacen películas como esta”. Y, sí, en cierta manera es cierto. Sigue habiendo buenos filmes, buenos actores y buenos directores –sería ridículo empeñarse en lo contrario–, pero, simplemente, las cosas, las maneras, las técnicas, los criterios estéticos, cambian con los tiempos, así que, es verdad: ya no se hacen películas así, porque así era como se hacía en otra época de la historia, que no tiene que ser ni mejor ni peor que la nuestra pero que, sin duda, con el paso de los años, la perspectiva de tantas décadas, y esa traidora que tanto se aprovecha de nosotros que es la nostalgia, nos la hacen ver con mayor benevolencia y cariño.

Una curiosidad para terminar: la obra teatral de Patrick Hamilton y sus adaptaciones a la pantalla popularizaron la expresión “hacer (a alguien) luz de gas”. Como en la película que hemos repasado, se trata, claro está, de convencer a una persona que ve o imagina cosas con el fin de hacerle dudar de su memoria y de su salud mental. Hoy en día ya no se utiliza el gas para iluminar las casas, pero seguro que siguen habiendo personajes como el de Charles Boyer en Luz que agoniza… ¡Cuidado!

Un descanso en el rodaje...

lunes, 27 de agosto de 2012

Destino oculto

Ya vi Destino oculto cuando se estrenó en cines al pasado año, aunque, ahora que soy “oficialmente” fan de la deliciosa Emily Blunt –esta fue la segunda película que vi de ella–, la cinta gana un añadido extra en su revisado doméstico. Fue el primer trabajo como director del guionista George Nolfi, quien es también productor del film, y se basa muy libremente en un relato corto del recurridísimo Philip K. Dick, Equipo de ajuste (Adjustment Team), del que toma el título original la película: The Adjustment Bureau.

La propuesta argumental en sí es sencilla: una historia de amor simple y facilona peligrosamente similar a las que utilizan las comedias sentimentales para adolescentes (de cuerpo o de mente), entre un congresista que aspira a senador (Matt Damon) y una bailarina de ballet moderno (Blunt). La hace especial y diferente, por supuesto, el elemento fantástico incorporado en ella, ya que, un día, de manera accidental, el político descubre que nuestras vidas y los sucesos que acontecen en ella son dirigidos por unos seres de apariencia humana pero dotados de poderes sobrenaturales y que, en aras de la sencillez, podemos comparar con los ángeles. Estos personajes, que visten elegantemente y actúan como si fueran personal de una corporación o agencia, deben ceñirse a un plan trazado por el “director” de esta “oficina de ajustes” (o sea, Dios, por analogía) y procurar que todo siga las pautas establecidas. Sin embargo, con el congresista las cosas no salen bien, ya que él no debía haber visto a la chica más que la primera vez, y vuelve a reencontrarse con ella. Totalmente enamorado de la bailarina y convencido de que es el amor de su vida, no cejará hasta encontrarla a pesar de todas las dificultades y amenazas que le pondrán estos agentes, que no ven más remedio que revelarle al héroe el cometido que cumplen y su existencia.

En resumidas cuentas, me parece una película bien dirigida y escrita, con una estupenda pareja de actores principales y secundarios tan destacables como el gran Terence Stamp, que no se sale demasiado de los estándares del cine comercial hollywoodiense y que calificaré con el recurrido término de “entretenida”. Si el romance entre los protagonistas es manido y habitual, otras ideas más profundas como la del destino y la posibilidad o imposibilidad de escapar a éste, la de poder elegir en nuestras vidas, le aportan un tono y una perspectiva diferentes y la salvan, para mí, de caer en la mediocridad… Bueno, y además sale Emily Blunt ;)

viernes, 24 de agosto de 2012

Estrellas bajo las estrellas

La “terraza de verano”, el cine al aire libre, se antoja ya un concepto casi del pasado. La caótica ordenación urbanística de las últimas décadas, las caprichosas ordenanzas y leyes  de los lamentables políticos actuales –locales o nacionales–, la imprevisible actitud de posibles vecinos prestos a molestarse con rapidez, hacen difícil pensar en la perdurabilidad de aquellos viejos locales con los que crecimos mi generación (que vivió sus estertores) y las anteriores, que los disfrutaron en mejores momentos. Yo mismo me pregunto a veces si, después de tantos años, aguantaría una película bajo la luz de la luna, expuesto a posibles insectos, a los caprichos meteorológicos de la intemperie, a sonidos del exterior y sentado en aquellas incómodas sillas de madera y hierro que tenían mis viejos y queridos Parque Victoria y Terraza Nit, los dos recintos estivales que conocí en mis años mozos y de los que fui asiduo cuando llegaba el momento de que estos abrieran sus puertas y se convirtieran en sustitutos temporales de los cines habituales, el Oma y el Avenida. El segundo de los locales citados cerró a finales de los 80, curiosamente no puedo recordar la fecha exacta; el primero proyectó por última vez en 1995 (remito a mis paisanos nostálgicos a mi doble artículo Los cines de mi vida de hace dos años para mayor información).

La pequeña terraza junto a la Iglesia de Begoña
Curiosamente, tras el cierre de estas dos terrazas conocería el breve resurgir de otra de antaño que llevaba mucho tiempo en desuso: la de la Parroquia de la Iglesia de Begoña. Como era común en muchas partes de la España pasada, muchas iglesias se ocupaban de proveer de una buena ración de celuloide a los jóvenes construyendo cines en sus proximidades. Así nacieron en mi pueblo muchas salas como la de la Iglesia de San Pedro o el popular “cine del Padre Jaime”. La de la Iglesia de Begoña, en concreto, tuvo tanto local cubierto como abierto, pero ambos dejaron de proyectar antes de que yo naciera o cuando era muy pequeño, porque yo siempre los conocí cerrados o destinados a otros usos. Sin embargo, a raíz del cierre y posterior demolición del Parque Victoria, los gerentes de este último deciden alquilar, en los veranos de 1996 y 1997, el local al aire libre de la mencionada iglesia para seguir ofreciendo a sus habituales la esperada programación veraniega. Esto me da ocasión de “estrenar” el viejo recinto, de dimensiones modestas  pero suficientes para disfrutar de una proyección fílmica. En 1998, el Oma ha cerrado también, pero tenemos la inmensa suerte de que se fundan en el pueblo las multisalas Alucine y, pese a que están convenientemente refrigeradas y no interrumpen su programación en verano, sus dueños deciden también continuar con la tradición de la terraza veraniega, abriendo durante uno o dos años más la de la parroquia que nos ocupa (creo que también hicieron algo parecido con la de la cercana localidad de Canet, luego también demolida). Algunas de las películas que recuerdo haber visto en aquel cine al aire libre –no me enorgullezco precisamente de muchas de ellas– fueron La roca, Anaconda o Airbag.

Y la misma hace dos años. Poco después, el Ayuntamiento
eliminó el aparcamiento y lo convirtió en zona peatonal
Y todo este devaneo nostálgico no tiene como fin que el posible lector que viviera situaciones similares suelte alguna lagrimita: en realidad es para contar una agradable sorpresa que tuve hace algunas semanas: ¡la terraza de la Iglesia de Begoña volvía a proyectar! Precisamente me dirigía a los cines locales un domingo por la noche cuando, al pasar cerca del pequeño patio, constaté que estaba ocupado y que se proyectaba en él una película (creo que Toy Story 3). Vi que la puerta estaba medio abierta y que había un pequeño grupo de niños y padres sentados en el centro del recinto viendo el largometraje. Posteriormente realicé pesquisas y averigüé que, probablemente promovido una vez más por alguna asociación relacionada con la parroquia –como en los viejos tiempos–, se habían proyectado varios títulos a lo largo del verano, claramente con la intención de captar al posible y deseable público más joven. El pasado viernes 17 se emitía Charlie y la fábrica de chocolate de Tim Burton como cierre de esta temporada que juzgo breve. La entrada a las sesiones era gratuita, aunque se solicitaba el donativo de 1 euro. Me parece una gran iniciativa en estos tiempos “impíos” en que mis queridos cines están tan vapuleados y despreciados (y lo van a estar más gracias a la estupidez de Rajoy y el resto de su gobierno)...

Todavía hay más, y volvemos de nuevo al cercano pueblecito de Canet d´En Berenguer: esta vez como iniciativa del propio Ayuntamiento de la localidad y del Patronato de Turismo, se ha instaurado también una terraza de verano en una plaza de la localidad que ha abarcado todos los miércoles del 11 de julio al 29 de agosto. Las películas eran totalmente gratuitas y también de marcado carácter juvenil, entre ellas, La invención de Hugo, Tintín y el secreto del Unicornio o Cars 2. La verdad es que me he quedado hasta con ganas de acudir a alguna sesión sólo por el placer de revivir viejos tiempos y sensaciones, pero al final me ha podido la pereza y el hecho de que ya había visto recientemente casi todos los filmes del ciclo que me interesaban...

Última película del verano... ¡Les encantará!
En Valencia capital creo que apenas quedan terrazas –está el Autocine Star, a poca distancia–, pero el Ayuntamiento de la localidad ha montado también una gran iniciativa: la Filmoteca d´Estiu en los Jardines del Palau de la Música. Con precios populares (3,5 euros con posibilidad de abono para 10 sesiones),  desde el 27 de julio al 1 de septiembre se están emitiendo o emitirán tanto películas actuales como clásicas, brillando especialmente entre las últimas un ciclo dedicado a Marilyn Monroe. Y, aunque parezca una contradicción, he de admitir que tampoco creo que vaya a disfrutar de este programa por la distancia que me separa de la ciudad y mi precario estado económico.... o invierto en cine, o invierto en gasolina, y a los de mi pueblo puedo ir andando. Admiro y aplaudo igualmente todas estas iniciativas y que con ellas, de una manera u otra, el cine de verano al aire libre, la terraza de siempre, no haya muerto del todo... Ojalá continúen en próximos años y logren captar y cautivar a nuevas generaciones y les hagan entender lo que es el verdadero Cine y que es imposible disfrutarlo verdaderamente en la pantalla de un televisor o de un monitor de ordenador.

http://www.cinesagunto.es/filmoteca-destiu/
(Gracias por las fotografías superior e inferior a José M- Gómez)

miércoles, 22 de agosto de 2012

El legado de Bourne

Continúa la saga cinematográfica de Jason Bourne, ex-agente y ex-asesino de la CIA creado por el novelista Robert Ludlum y en cuyas tres primeras adaptaciones para la gran pantalla (*) vemos cómo, tras quedar amnésico e ir recordando poco a poco quién era, se replantea su trabajo y su existencia y decide redimirse y poner al descubierto el despiadado proyecto en el que ha estado inmerso y todos sus trapos sucios. Curiosamente, en esta cuarta entrega, El legado de Bourne, no aparece su protagonista habitual (interpretado por Matt Damon): lo reemplaza el actor Jeremy Renner como su homólogo Alex Cross, quien acabará en una situación similar al verse perseguido por todo el aparato para el que trabajaban ambos y que busca ahora acabar con él y con todos los demás agentes para no comprometer a los dirigentes y altos cargos implicados.

La nueva entrega comienza solapándose con las últimas secuencias de la anterior (como ya ocurriera con las segunda y tercera películas), que vemos tanto desde la perspectiva de nuevos personajes como desde la de los antiguos. La CIA decide hacer una drástica purga de los agentes de los proyectos y operaciones que corren ahora el peligro de quedar al descubierto, y sólo uno ellos, Cross, consigue escapar a la matanza. El fugitivo contacta entonces con la bioquímica Marta Shearing, implicada en la creación de los fármacos y procesos utilizados en potenciar a los agentes, para que le proporcione nuevas dosis e información. Ambos iniciarán su particular epopeya para escapar de los asesinos que les persiguen e intentar estabilizar la modificación genética implantada en Cross.

Brenner, convincente, Weisz, siempre fascinante...

Muy en la línea de las anteriores, con momentos de tensión tecno-burocrática, espantosas intrigas gubernamentales (¿realmente juegan con nosotros como quieren?), escenas de acción frenética e impactantes persecuciones como la que tiene lugar en las calles de Manila en motocicleta hacia el final de la cinta, el nuevo trabajo del director Tony Gilroy (co-guionista de los guiones de los anteriores episodios de la serie) cuenta para mí con dos importantes bazas en su pareja protagonista: un Jeremy Brenner cada día más de moda con un parecido no sé si casual con Daniel Craig –hay innegables similitudes entre las sagas Bourne y Bond– y mucho más convincente como tipo duro que el aniñado Damon y, sobre todo, la siempre embelesadora presencia de Rachel Weisz –curiosamente esposa en la vida real de Craig–: a partir de la segunda mitad de la película, momento en que su aparición es casi constante en pantalla, no puedo quitar la vista de esa encandiladora mirada que tiene la inglesa… ¿Quién no se perdería gustosamente en esos ojos verdes? ¡Yo sí!

Entre el destacable reparto del film, encontramos repitiendo brevemente sus anteriores papeles a Joan Allen, Albert Finney, Scott Glenn y David Strathairn, aunque los verdaderos “malos” de la película son esta vez Edward Norton, Dennis Boutsikaris y un casi irreconocible Stacy Keach.

*: El caso Bourne (2002), El mito de Bourne (2004) y El ultimátum de Bourne (2007)

domingo, 19 de agosto de 2012

Peggy Sue se casó

Y seguimos con más viajes en el tiempo, y este es doble: no sólo el que emprende la protagonista del film reseñado, sino el mío propio al revisitarlo después de muchos años y volver con ello, de manera temporal, a la época de mi propia adolescencia: en 1986, el gran Francis Ford Coppola dirigía a la entonces actriz de moda Kathleen Turner y a su sobrino Nicolas Cage en Peggy Sue se casó (Peggy Sue Got Married). En la película, Turner interpretaba una mujer madura, con hijos y un matrimonio que hace aguas que, mientras asiste a una fiesta para celebrar los veinticinco años de su promoción del instituto, sufre un desmayo y se despierta misteriosamente en 1960, precisamente el año que estaban conmemorando en el evento. En su cuerpo adolescente, pero con su mente adulta y más experimentada, tiene la ocasión de cambiar el destino de su propia vida y el de las de quienes la rodean, pero, ¿lo hará?

Una película que rezuma nostalgia por los cuatro costados, tanto por el tema que trata (¿quién no quisiera tener la ocasión de volver a su propia juventud con los conocimientos que tiene ahora?) como, en mi caso particular, porque ahora me encuentro un poco en la piel de su protagonista al comenzar el film, lo que me permite verlo con una perspectiva nueva y diferente. Precisamente este año se cumplía también el 25 aniversario de la salida de mi generación de secundaria, aunque he de decir que se intentó montar una fiesta para conmemorarla y no se consiguió finalmente por falta de interés. En cualquier caso, la película de Coppola me devuelve a mis años en el instituto, cuando la vi de estreno en la ya desaparecida Terraza Nit de mi pueblo y me llamaba mucho su banda sonora porque estaba comenzando a descubrir la música de los 50 y 60. Posteriormente la había visto alguna otra vez en vídeo, pero ya hacía bastante tiempo que no lo hacía. Curiosamente, también se acaba de cumplir (el pasado año) el cuarto de siglo del estreno de Peggy Sue…, así que, por todas esas coincidencias, es una ocasión muy especial para haberla revisitado.

Entre el nutrido y destacable elenco de secundarios es muy curioso constatar la inclusión tanto de jóvenes actores entonces en ciernes como Jim Carrey, Kevin J. O'Connor, Joan Allen o la misma Sofia Coppola, como de veteranos de la talla de Maureen O´Sullivan, John Carradine, Barbara Harris, Leon Ames o Don Murray

Más allá del tiempo

Una película que estuve sopesando ir a ver cuando se estrenó en pantalla grande por lo mucho que me atrae el tema del viaje en el tiempo. Me pudo finalmente la desconfianza de poder estar ante una de esas historias de amor empalagosas y pueriles a las que nos tiene acostumbrados Hollywood y que además se empeñan en vendernos con la totalmente inadecuada etiqueta de “románticas”, cuando la mayoría de ellas no tienen nada que ver con el Romanticismo. Por fin me atrevo a abordarla ahora que está en formato doméstico y debo decir que no me ha dejado para nada mal sabor de boca ni creo que encaje en el estereotipo de film sentimentaloide en el que me temía que lo haría. Sentimental, sí, claro: es una historia de amor, pero yo no me cierro para nada a películas de este tipo siempre que estén llevadas con un mínimo de seriedad y madurez.

En el caso de Más allá del tiempo, el director alemán Robert Schwentke adapta la novela The Time Traveler´s Wife de la autora Audrey Niffeneger, en la que un hombre (Eric Bana) nace con una extraña anomalía genética que le permite viajar en el tiempo constantemente. No lo hace a voluntad ni siempre gustosamente, y tampoco siguiendo un orden cronológico o siquiera espacial, pero sí lo hace apareciendo normalmente cerca de personas con las que tiene relación. De esta forma tan curiosa, el espectador asiste a la original relación entre el protagonista y la que será su esposa (Rachel McAdams): mientras que él conoce a la chica cuando son adultos, ella ya le ha visto varias veces desde niña porque, en el futuro de él, la visitará a menudo varias veces volviendo atrás en el tiempo. De esta manera, con viajes adelante y atrás en uno u otro momento de las vidas de ambos, transcurrirá el argumento del film y la relación entre la pareja, en la que no faltará algún episodio más dramático que es hasta de agradecer y da a mi entender mayor solidez al argumento del largometraje.

Hay momentos verdaderamente bonitos en la película, como cuando el hombre se relaciona con la niña que será su esposa (¿quién no hubiera querido conocer a su pareja desde siempre?) o incluso con la hija de ambos en lo que será el futuro.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Anónimos populares: Joan Allen

El estreno de la última película de la saga Bourne, en la que es habitual, me parece buena excusa para sacar a colación la carrera y la persona de Joan Allen, actriz estadounidense (Rochelle, Illinois, 20 de agosto de 1956) que considero que encaja perfectamente en esta sección del blog ya que, a pesar de ser el suyo un rostro habitual en el cine y en la televisión de las últimas tres décadas, creo que su nombre no es aún lo suficientemente popular. Caprichos del destino... o del público...

Por mi parte, la descubrí en Peggy Sue se casó en 1986 y dos años después me reencontré con ella en Tucker, un hombre y su sueño. No he seguido de una manera obsesiva su filmografía, ni mucho menos, pero no es una artista que se me pase por alto. Aunque quizá no decididamente bella, Joan sí que tiene para mí una increíble fotogenia, una gran presencia en pantalla y una mirada tremendamente cautivadora. Si a eso le sumamos su casi metro ochenta de altura, no es de extrañar que a menudo la encontremos en papeles de mujeres poderosas y con cargos de responsabilidad, como el de la directora de la CIA Pamela Landy en las tres últimas películas de la mencionada saga de Jason Bourne, la senadora aspirante a vicepresidente de los EE.UU. de Candidata al poder o la alcaide Hennessey en el remake de La carrera de la muerte. Por supuesto, Joan tiene la suficiente versatilidad para mostrarnos un lado más sensible y más clásicamente femenino en otros títulos como Pleasantville, Más allá del odio, Yes o La tormenta de hielo. Un nombre, un rostro y una carrera a tener en cuenta, pues, aquellos que todavía no hayan reparado en ellos...

lunes, 13 de agosto de 2012

Los alienígenas, de luto

El pasado 10 de agosto, los amantes del cine fantástico perdíamos a todo un titán de los efectos especiales como era el artista italiano Carlo Rambaldi, quizá uno de los pocos nombres europeos dentro de su categoría profesional que logró labrarse una reputación internacional a la altura de la de los grandes paladines estadounidenses como Stan Winston o Rick Baker. Rambaldi, que había nacido un 15 de septiembre de 1925 en Vigarano Mainarda, comenzó lógicamente en el cine de su país, interviniendo entre otras producciones en la ya clásica Terror en el espacio de Mario Bava en 1965, pero será entre la segunda mitad de los años 70 y la primera de los 80 cuando logre fama mundial al participar en varios filmes míticos de Hollywood que son hoy en día ya capítulos destacables del cine de su género: Encuentros en la tercera fase, Alien, el octavo pasajero, Dune y, por supuesto, su trabajo más conocido: E.T., el extraterrestre. A este genio le debemos pues, no sólo al más entrañable alienígena del cine (para el que mezclo rasgos de bebés y del mismísimo Einstein), sino también los visitantes de la primera película de Spielberg citada, los efectos de la mortal cabeza del xenomorfo de Ridley Scott o los impresionantes gusanos de la adaptación al celuloide de la saga de Frank Herbert, además del traje del hombre lobo de Miedo azul, el monstruo final de Conan, el destructor, los F/X de La mano o los diseños del remake de King Kong  de 1976 y de su continuación, entre otros méritos...

Rambaldi se retiró del cine en 1988 tras colaborar con sus hijos Alex (efectos especiales) y Vittorio (dirección) en Rage, furia primitiva. Nos dejaba el viernes a los 86 años en la ciudad de Lamezia Terme de su país natal.

sábado, 11 de agosto de 2012

Canción de Hielo y Fuego

Siento una inevitable desconfianza por las largas sagas literarias que se extienden a lo largo de muchos años y volúmenes (me pasa lo mismo con las series de televisión que repiten una temporada tras otra): tengo la impresión de que la mayoría de ellas acaban “perdiendo el norte”, desvinculándose de su concepto y propósito originales y yéndose  por los Cerros de Úbeda de la imaginación al tener que estar su autor o autores creando constantemente nuevos personajes y tramas para continuar su obra más allá de lo que incluso ellos mismos habían previsto. Invariablemente acabo desinteresándome por casi todos los productos de este estilo, sean libros, episodios televisivos o hasta expansiones para juegos de mesa, que es también otra de mis aficiones. Creo que no se puede estar chupando del bote eternamente y que, llegado el momento, ha de saber ponérsele fin a una idea y comenzar nuevas andaduras creativas.

Mi nada homogénea colección...

Precisamente, una de las escasísimas excepciones que he hecho al respecto es el ciclo Canción de Hielo y Fuego del escritor estadounidense George R. R. Martin (Bayonne, Nueva Jersey, 20-9-1948) quien, claramente tras la estela de J.R.R. Tolkien, da la impresión de que quiere convertirse en el novelista de fantasía medieval definitivo de principios del siglo XXI. Mi primer contacto con este autor y su obra viene precisamente a través del juego de mesa que adapta su primer libro, Juego de Tronos (en mi otro blog podéis leer su reseña), que adquiero a finales de 2006. Algún tiempo después, decido hacer una excepción en mi rutina literaria para probar ese primer libro de la saga –originalmente publicado en 1996–, que compro en edición de bolsillo. La novela me entretiene mucho y la consumo rápidamente. Me gusta la idea de un mundo medieval ficticio (aunque claramente basado en la Inglaterra de la época de la Guerra de las Rosas) en el que las intrigas, conspiraciones, amoríos y relaciones varias se anteponen a los combates y la acción y al habitual bestiario de seres fantásticos habituales: aquí no hay orcos, ni elfos, ni trolls... Sí que hay un elemento mágico y sobrenatural, pero normalmente comedido. Los verdaderos monstruos del libro, como siempre, son algunos de los seres humanos que lo protagonizan, que no dudan en aniquilar a quién sea necesario para ocultar sus secretos o alcanzar sus pérfidos y ambiciosos planes.

El autor George R. R. Martin
Acabo Juego de tronos deseoso de continuar con las historias que quedan sueltas en su final, y me lanzó a buscar su continuación, Choque de Reyes, aparecido por primera vez en lengua inglesa en 1998. Se da la circunstancia de que la edición normal en tapa blanda se ha agotado y se espera reimpresión. Después de pasear ansioso por varias librerías de mi pueblo y de la capital buscándola infructuosamente, me decido al final por adquirir la única versión de la novela que encuentro: la más cara de tapa dura. La termino con idéntico interés que su antecesora y continúo con el tercer volumen de la serie, ahora ya sí en edición normal: Tormenta de espadas (2000). Hasta ahora, la lectura de las tres novelas una detrás de otra ha sido fluida, amena y emocionante, a pesar de la afición un tanto molesta de su autor de acabar de un plumazo con algunos de los personajes más carismáticos y queridos y, además, tengo la inmensa suerte de que la finalizo prácticamente cuando está a punto de aparecer la versión en castellano del siguiente volumen, Festín de cuervos, publicado primero en EE.UU. en 2005, y en España dos años después. Aquí se me rompe el encanto de Canción de Hielo y Fuego: comienza ya con una nota de Martin diciendo que separa esta nueva novela en dos partes –la otra, de próxima aparición– y que divide entre ellas a los diferentes personajes principales para no tener que hacerles intervenir brevemente en ambas. Después me encuentro ya con importantes cambios en el destino y los azares de los protagonistas: se alejan de sus territorios habituales, emprenden otras vidas, surgen nuevas historias que en ocasiones me parecen forzadas. Acabo el cuarto libro de la serie un tanto decepcionado y aburrido, con la sensación de que su autor ya está tirando de un hilo algo enredado y acabando las novelas de la saga más por puro compromiso y posiblemente por las nada despreciables ganancias que le producen. El lapso de cinco años con respecto a la anterior parte –cuando las tres primeras se habían publicado con tan sólo dos años entre ellas– parece notarse en una menor solidez de las tramas de Festín de cuervos y en un obvio distanciamiento de muchas ideas originales de las tres novelas anteriores.

 
Sean Bean (Eddar Stark) en la adaptación para TV
Nada menos que cuatro años nos toca esperar a los seguidores de este ciclo literario para que salga a la luz con no poco retraso Danza de dragones (esta vez es de seis años la diferencia entre las ediciones originales de este y el anterior libro). Como no me apetece esperar otro año más a que aparezca la correspondiente edición en castellano, me lanzo a la aventura de leerlo en su versión original (¡valiente de mí!). Pronto se frena mi entusiasmo por abordar el quinto volumen, y no es tanto por las dificultades del idioma –que las hay, pero solventables– como, sobre todo, porque no recuerdo prácticamente nada de los anteriores: dónde acabó tal o cual personaje, por qué este otro está aquí, quiénes son fulanito o menganito… Releerme los volúmenes precedentes es impensable; tengo muchos otros libros que abordar y una sola vida, así que, todo lo más, me ayudo de algunos resúmenes en internet para refrescar la memoria. Aún así, la novela se me atraganta: aparecen demasiados nuevos lugares y personajes, algunos de ellos secundarios, terciarios, cuaternarios y hasta simplemente insignificantes. Del continente de Poniente/Westeros en donde han transcurrido hasta ahora las anteriores novelas, poco se sabe en este quinto libro. El elemento místico y fantástico parece intensificarse y cobrar más protagonismo del que ha tenido hasta ahora. En resumen: todo esto me huele más a relleno que otra cosa. Demoro e interrumpo la lectura de Danza de dragones varias veces hasta que, por fin, más como un ejercicio de orgullo, lo acabo este mismo mes, más de un año después de que lo comprara, y dos meses después de la aparición de esa edición en castellano que no quise esperar.

Quedan ahora dos teóricos libros para acabar la saga, Vientos de invierno y A Dream of Spring. No puedo decir que tenga la misma ansiedad y ganas de abordarlos que tuve por algunos de sus predecesores. Es muy posible que acabe leyéndolos, pero queda mucho tiempo para que aparezcan y, por suerte, hay muchísimos libros con los que satisfacer mi apetito lector, seguramente más interesantes para mí que los episodios finales de la saga de George R. R. Martin. Siempre puede uno entretenerse, mientras tanto, con los episodios televisivos que la adaptan cada vez más libérrimamente…

jueves, 9 de agosto de 2012

Adiós, Curro

Hacía mucho tiempo que quería escribir sobre una serie que fue esencial en mi vida, seguramente la que más me ha marcado. Hoy, la muerte de su actor principal, el mítico Sancho Gracia, me obliga a cumplir por fin ese propósito un tanto precipitadamente. A las generaciones más jóvenes les podrá parecer obsoleta y hasta casposa, pero yo soy y seré siempre fan de Curro Jiménez. Recuerdo cuando se estrenó en los años 70. Creo que la emitían los domingos por la noche, y al lunes siguiente, todos los chavales de clase la comentábamos y recreábamos sus escenas (inolvidable el episodio de don Frasquito y las tortas). Cuando, ya en la calle, intentábamos revivir con nuestra entusiasta imaginación infantil las aventuras del bandolero y su banda, yo siempre era El Estudiante… Inolvidables también la música de Waldo de los Ríos, la cabecera inicial del programa, con los forajidos cabalgando sobre el agua, las maravillosos paisajes de la serranía andaluza, los trabucos y las navajas, las patillas, el Malospelos, el Guindo y el Guindilla, y hasta ese mensaje de denuncia del abuso de los poderosos semioculto entre peleas y carcajadas. ¡Que falta nos haría un Curro Jiménez hoy en día!

La serie tuvo grandes episodios de marcada carga dramática y algunos algo más livianos y hasta olvidables en clave de humor. El concepto fue obra del propio Gracia, inspirándose parcialmente en un personaje real, Andrés López, el Barquero de Cantillana, y claramente en la leyenda de Robin Hood –acompañaban al proscrito un tipo grandullón a lo Little John y también un fraile–. Su título inicial iba a ser “Bandolero”, pero se descartó debido a que ya existía una película con ese nombre (la protagonizada por James Stewart y Dean Martin en 1968). Sancho admitía divertido haber sido un poco “contrabandista” en los años que pasó en Uruguay. Desfilaron por la serie tanto actores clásicos consagrados como otros que estaban empezando: Alfredo Mayo, Luis Ciges, Eusebio Poncela, Carlos Larrañaga, Kiti Manver, Veronica Forqué, Charo López, Silvia Tortosa... ¡hasta Isabel Pantoja! Son los primeros que me vienen a la cabeza de un vasto elenco que intervino a lo largo de sus 40 episodios.

Volví a encontrarme con la serie varias veces más, las dos primeras que fue repuesta por TVE –una de ellas,  las tardes de verano a principios de los 90–. La tenía grabada en VHS en su totalidad. Me compré el primer volumen cuando se editó en DVD (que por entonces me costó la friolera de 30 euros de segunda mano: salió inicialmente al doble de precio). Desafortunadamente, no he completado la colección debido a mi precaria economía de los últimos años, pero siempre he querido hacerlo y confío en poder algún día.

Con el propio Sancho me reencontré también varias veces en la pequeña pantalla: Los camioneros –aunque apenas tengo recuerdos de esta serie–, Avisa a Curro Jiménez –un capítulo más largo que creo que se llegó a proyectar en cines–, La máscara negra, Los desastres de la guerra –nuevos intentos de Sancho de insistir en esos personajes de justicieros del pueblo que le habían dado la fama–, La huella del crimen y, por supuesto, la continuación de Curro Jiménez, Curro Jiménez: El regreso de una leyenda en 1994, una arriesgada apuesta de Antena 3 que no salió muy bien, pero que no recuerdo con desagrado –es más, siempre he querido también volver a verla–. De sus largometrajes para la pantalla grande recuerdo haber visto La casa de las mil muñecas (¡con el mismísimo Vincent Price!), la divertidísima Cachito (impagable su personaje en ella), Muertos de risa, La caja 507 y, más recientemente, Entrelobos, aunque sólo las dos últimas las vi realmente en sala de cine. También recuerdo sus sobeteos a la exuberante Ivonne Reyes en aquel programa de Antena 3…

En fin, nos deja un actor emblemático del cine y de la televisión nacional, Félix Ángel Sancho Gracia, a los 75 años (había nacido en Madrid el 27 de septiembre de 1936 y falleció ayer 8 de agosto de 2012). Se nos quedan más de dos centenares de sus trabajos realizados durante su medio siglo de carrera profesional y el siempre grato recuerdo de este entrañable y simpático hombre para no olvidarle. Adiós, Sancho; adiós, Curro…

martes, 7 de agosto de 2012

Almas de metal

Entre los últimos años 70 y primeros 80, hubo una serie de espacios televisivos como La clave o Sábado cine que me descubrirían algunos títulos cinematográficos que acabarían convirtiéndose en esenciales en mi vida y que,  junto con otras películas que veía en pantalla grande, definirían y decidirían mi amor por el género fantástico: El enigma de otro mundo, Ultimátum a la Tierra o El planeta de los simios serían algunos de esos largometrajes que impresionaron a mi receptiva mente infantil por aquel entonces, al igual que lo hizo Almas de metal. Esta película dirigida por Michael Crichton en 1973 con el título original de Westworld quizá no acabó calándome tanto como las anteriores, pero siempre ha tenido un huequecito en mi memoria y en mi corazón. Me reencuentro con ella ahora, después de muchísimos años, y ello me motiva a esta pequeña entrada homenaje.

El argumento, obra también de Crichton, nos traslada a un futuro inmediato en el que un lujoso parque de atracciones ofrece a sus visitantes la posibilidad de trasladarse a tres épocas diferentes de la Historia: la Roma clásica, la Edad Media y el Lejano Oeste. En localizaciones perfectamente recreadas pobladas por androides prácticamente humanos, quienes puedan costearse la estancia tienen la posibilidad de revivir emocionantes situaciones sin correr ningún peligro: participar en un duelo con espadas, seducir a personas del sexo opuesto o convertirse en “peligrosos” forajidos. Esto último es lo que deciden los amigos Peter (Richard Benjamin) y John (James Brolin), quienes eligen el “Mundo del Oeste” que da título al film para disfrutar bebiendo whisky, visitando el burdel de la ciudad, volando la cárcel o batiéndose con un temible y amenazador pistolero (Yul Brynner) al que, dada la programación de los robots de la atracción, siempre derrotan. Por supuesto, algo va mal: una especie de virus cambia el comportamiento de las máquinas y éstas se vuelven agresivas, comenzando a matar a todos los humanos del parque. Peter tendrá que luchar por su vida mientras el implacable pistolero al que ya ha derrotado varias veces le persigue ahora con el peor de lo propósitos….

Terminator tiene padre
Efectivamente: si estáis pensando que Michael Crichton recuperó la idea utilizada en su primer largometraje para pantalla grande para su exitosa serie El mundo perdido, es así, sólo que en el caso del parque temático de dinosaurios, éstos eran recreados mediante ingeniería genética… Resultan curiosas, no obstante, algunas apuestas del cineasta y escritor como adelantarse a los virus informáticos en muchísimos años para justificar el funcionamiento erróneo e imprevisto de las máquinas que representan a personas y animales en el complejo de Almas de metal.

Como otros veteranos del Hollywood clásico (caso de Kirk Douglas o Charlton Heston), Yul Brynner flirteó en los 70 con la ciencia ficción y, además de sus muchos papeles por los que será siempre recordado, lo es también por el de este peculiar vaquero robótico, sin duda inspirado en su conocido personaje de Los 7 magníficos y constituido en un claro antecedente del Terminator de James Cameron (el film reseñado también parece adelantarse a otros hitos del género como Blade Runner: fijaos en el brillo de los ojos de los androides).

Vista casi cuarenta años después de su estreno, Almas de metal me sigue pareciendo una película simpática que, por supuesto, me trae recuerdos de mi primer encuentro con ella hace ya tanto tiempo. Me llaman mucho la atención las enormes computadoras que en el film controlan a los robots y los arcaicos gráficos que aparecen en pantalla, y eso que este largometraje fue el primero en incorporar CGIs en dos dimensiones. Tuvo, por cierto, una segunda parte en 1976, Mundo futuro, pero eso ya corresponde a otro posible artículo

sábado, 4 de agosto de 2012

Viaje pixelado: Drakan

He repasado hasta ahora videojuegos que me marcaron en diferentes plataformas (aunque no será necesariamente la tónica de esta serie) y, en esta ocasión, voy a seguir haciéndolo con un título que fue esencial para mí durante mi época de Playstation 2: se trata de Drakan: The Ancient Gates, publicado por Unreal Software en 2002 creo que exclusivamente para la consola de Sony. Lo descubrí en una tienda de videojuegos de mi barrio, lo alquilé sucesivamente hasta que lo acabé y, después de hacerlo, acabé comprándomelo y jugándolo dos veces más. Y es que Drakan era lo que en el lenguaje especializado se llama una sandbox: un juego con un mundo tan amplio que no debes ceñirte estrictamente a una misión lineal (aunque, lógicamente, hay un objetivo principal) sino que puedes explorarlo a tus anchas y cumplir otros objetivos secundarios. Esto hace que títulos como el que analizamos tengan vastísimas posibilidades y que, aunque juegues varias veces a él, como fue mi caso, siempre acabes encontrando nuevos lugares y retos que no habías visto con anterioridad.

Tres imágenes de la partida

¿Rol o no?
Pero, ¿qué tipo de juego era este Drakan que tanto me impactó? Pues, resumido muy sencillamente, era algo entre una aventura de acción y un “juego de rol” de ambientación fantástico-medieval. Tengo que decir que, aunque entiendo que es una postura muy purista, considero que no pueden existir verdaderos “juegos de rol” para ordenador o consola, ya que el elemento principal de éstos, de los juegos de rol “reales”, es la imaginación, y que casi ninguno de ellos utiliza accesorios físicos ni visuales de manera predominante, si no, todo lo más, como complementos (lápices, hojas, figuras, dados…) a la narración o aventura que el máster recrea con ayuda de los jugadores. Acepto, no obstante, que hay un subgénero de videojuegos que, por la similitud de algunas de sus características con los “verdaderos” juegos de rol (desarrollo de un personaje que, mediante puntos de experiencia, va mejorando sus habilidades, típica ambientación en mundos de fantasía como el propio Drakan, etc) se puede considerar más o menos “de rol”, y desde esta perspectiva me referiré a ellos. Hoy en día, por cierto, están muy de moda (ahora mismo triunfa Skyrim, sin ir más lejos), pero hace diez años, cuando me compré Drakan, para mí eran algo muy novedoso o, al menos, yo apenas los conocía. De hecho, creo que sólo había jugado para entonces al primer Baldur´s Gate para PS2, y ni de lejos tenía las posibilidades de exploración de Drakan, aunque también me gustó mucho. Por lo tanto, el título de Unreal me resultó una experiencia totalmente nueva e inolvidable, hasta el punto de que creo que fue el juego que más huella dejó en mí de los que tuve para la segunda consola de Sony.


Rynn y Arokh
El pretexto de Drakan no es especialmente original: hay, como siempre, un Mal ominoso que amenaza el planeta imaginario que da título al juego, y hay un “elegido” que deberá hacerle frente. En este caso, una “elegida”: una atractiva guerrera pelirroja que tiene como aliado a un enorme e imponente dragón con el que está unida por un vínculo espiritual. La chica se llama Rynn, la criatura, Arokh, y la primera puede montar al segundo para desplazarse rápidamente y para combatir desde el cielo, merced al aliento flamígero con que, por supuesto, cuenta Arokh como todo dragón que se precie, además de otras armas. Precisamente la protagonista de Drakan fue una de las cosas que más ayudaron a ganarme el juego: admito que siento debilidad por los personajes femeninos en los videojuegos, y estos no abundaban especialmente por los tiempos en que salió Drakan, excepción hecha, cómo no, de la legendaria Lara Croft, clara inspiradora de Rynn. Drakan fue, además, doblado muy decentemente al castellano, lo que para mí me facilitó su jugabilidad (¡resulta imposible andar leyendo subtítulos mientras estás combatiendo o corriendo para salvar tu vida!).

Poco más se puede contar del juego, ya que más o menos toca todos los tópicos típicos del género “rolero”: toda suerte de criaturas habituales como no muertos, animales gigantes o gnolls y wartoks (los equivalentes a los orcos y los trolls), diferentes entornos desérticos, nevados, pantanosos… (para cambiar de uno a otro había que cargar nuevas partes en la consola, debido a lo grandes que eran), personajes a los que ayudar, tenderos y herreros a los que comprar nuevas armas, armaduras, pociones y demás, etc, etc… Rynn disponía de un menú en el que ordenar sus cosas, y de un apartado en el que mejorar sus características. Estas se limitaban a tres posibles, muy sencillas: manejo de armas cuerpo a cuerpo, manejo de armas a distancia y magia. Nada de esos interminables menús con infinitas ramificaciones tan habituales hoy en día y que a mí llegan a veces a hacérseme desesperantes dada su complejidad (¡un término medio, por favor!).

En perspectiva...
La bella modelo Myrna Blankenstein encarnó
a Rynn en la promoción del primer Drakan
Visto diez años después, comparado con los juegos de la última generación de consolas, Drakan puede encontrarse lógicamente algo desfasado desde un puntos de vista gráfico (la figura de Rynn aparecía algo desproporcionada desde ciertas perspectivas), aunque el único defecto importante que para mí se le podía sacar al juego era que la inteligencia artificial de los enemigos dejaba en ocasiones un tanto que desear: algunas criaturas se atascaban con columnas u obstáculos (cosa que sigue ocurriendo con juegos más modernos: que me lo digan a mí que estoy ahora jugando a Dark Souls), aunque muchas veces el poderío y la superioridad de los enemigos en combate compensaba este hándicap.

En cualquier caso, creo que ha quedado bastante claro que me entusiasmó este juego y que le saqué mucho, mucho partido, y que las tres veces que me lo pasé entero (y fueron muchas horas de juego) no dejé de dar con sitios y personajes nuevos que me sorprendieron. Por cierto, algún tiempo después me enteré de que Drakan era la continuación de un juego de PC, Drakan: Order of the Flame, aparecido tres años antes, y en donde conocíamos el origen de la relación entre Rynn y Arokh. Di con él y lo estuve jugando, pero las diferencias técnicas y gráficas eran bastante notables con respecto a su continuación, mucho más avanzada y mejorada, con lo cual no lo disfruté tanto. Además, cuando estaba a punto de acabarlo, se estropeó el disco duro, perdí la partida, y ya nunca más retomé el juego.

Por desgracia, parece ser que mi admiración por Drakan: The Ancient Gates no se extendió a muchos usuarios de Playstation 2 y no tuvo más secuelas. Una verdadera pena, porque me hubiera gustado volver a reencontrarme con su encantadora protagonista y con su dragón cascarrabias. Curiosamente, aunque han aparecido muchos juegos temáticamente similares en los últimos años, la mayoría de ellos no me han acabado de convencer, principalmente por esos menús interminables que ya he adelantado, que los hacen muy complejos para mí, y/o porque tienen demasiadas conversaciones y rompen exageradamente el ritmo del juego a mi entender. Fue el caso de Dragonaxe, que vendí tras unas pocas sesiones.


jueves, 2 de agosto de 2012

(El) Acorralado: 30 aniversario

Aunque hoy en día se haya convertido en un personaje algo ridículo y caricaturesco, a finales de los años 70 y principios de los 80 Sylvester Stallone era un firme valor en el cine estadounidense, incluso en registros dramáticos: recordemos que en 1976 había llegado a ser nominado al Oscar por su actuación en Rocky, así como por el guión del mismo film. Por entonces hasta había hecho ya sus primeros pinitos como director. En este contexto participa en la adaptación para la pantalla grande de la novela de David Morrell First Blood, publicada por primera vez en 1972. Cuenta la historia de John Rambo, un ex-boina verde estadounidense que, tras combatir en la Guerra de Vietnam, regresa a su país para descubrir que es repudiado por sus compatriotas por su participación en el controvertido conflicto. Desarraigado, solo, perdido, Rambo vagabundea de un sitio a otro intentando encontrar a alguno de los pocos amigos que sobrevivieron a la guerra. Al llegar a un pequeño pueblecito, el sheriff local, un tipo intransigente y prepotente, le niega la estancia y acaba finalmente arrestándolo. Sometido a la brutalidad de la policía, Rambo revive la pesadilla y el infierno que supuso para él la contienda asiática y se enfrenta a la autoridad, golpeando a varios agentes. Tras su huida de la comisaría, se refugia en las montañas, donde será acorralado primero por la policía local, y después por la nacional y por el mismísimo ejército: y es que el fugitivo ha sido muy bien preparado para este tipo de situaciones de supervivencia y estará dispuesto a plantarle cara a todo la horda que se dispone a apresarle o a acabar con su vida…

Dirigida por el director hasta entonces eminentemente televisivo Ted Kotcheff, la película se estrenaría en 1982, hace exactamente ahora 30 años, y en España la conoceríamos como El acorralado (aunque en posteriores reediciones en formato doméstico parece que se ha perdido el artículo del título). Por supuesto, el propio Sylvester Stallone, que ya se perfilaba como actor especializado en tipos forzudos y duros, encarnará a uno de los personajes que más fama internacional le darían tras el boxeador Rocky Balboa. Fue un film que a mí, en mi adolescencia temprana y acabando la EGB, me impresionó mucho, y creo que lo mismo le ocurrió a muchos otros chicos de mi generación. Recuerdo que lo vi en el Cine Oma, una semana antes o después de ver Blade Runner. El hechizo de la película no se ha roto del todo: me gusta volver a verla de vez en cuando y la sigo disfrutando, aunque, ahora que soy mucho más mayor y tengo más criterio, entiendo que puede cuestionarse desde un punto de vista político, ideológico e histórico. Se puede, pues, afrontar El acorralado como una entretenida cinta de acción en la que simpatizamos con un pobre desgraciado al que le han llevado al límite, o podemos repudiar la eterna lamentación estadounidense por su fracaso en Vietnam y por todo el cuestionamiento que provocó en muchos sectores de su población y del resto del mundo la intromisión de sus fuerzas armadas en una guerra y en un país ajenos (algo a lo que EE.UU. sigue siendo aficionado). Personalmente, elijo lo primero, quizá por los buenos recuerdos que me trae la película de aquellos queridos años 80 y de mis muchas visitas a las salas de cine locales.

El largometraje de Ted Kotcheff trajo consigo una saga que se extendió hasta tres continuaciones más (de momento) en las que el personaje y su valor como icono patriótico estadounidense se distorsionaron a la par que Stallone hipertrofiaba su musculatura hasta extremos exagerados y perdía toda credibilidad –salvo raras excepciones– como actor “serio”: Rambo (George P. Cosmatos, 1985), Rambo III (Peter MacDonald, 1988) y John Rambo (Sylvester Stallone, 2008). Admito que todavía disfruté con la acción y la tensión de la primera de las secuelas (alego en mi defensa mi juventud) pero, con el tiempo, se me atragantó totalmente su actor protagonista, y estuve muchos, muchos años negándome a ver ninguna película suya. Al final, acabé viendo la tercera parte por televisión y, qué cosas, en un momento de morriña y debilidad me sorprendí a mí mismo yendo al cine a ver la última entrega del “héroe” del Vietnam (alego en mi defensa el querer recuperar las sensaciones de mi juventud). He hecho las paces con Stallone; creo que tiene su hueco especial en la historia del cine, aunque no suelo ver sus películas porque no me llaman.

En cualquier caso, si la valía de sus continuaciones es discutible, creo que El acorralado es ya un pequeño clásico que se puede ver con respeto y que está apropiadamente dirigido e interpretado. De él me gusta especialmente su primera mitad, todas esas escenas en la ciudad y en ese bosque lluvioso antes de que Rambo se desboque completamente, así como la música del inolvidable Jerry Goldsmith, sin olvidar la participación de los secundarios Brian Dennehy y del veterano Richard Crenna en un papel bastante atípico en su carrera –el del Coronel Trautman– que, sin embargo, parece ser que la ha ganado la inmortalidad cinéfaga, sin olvidar a un jovencísimo David Caruso como uno de los ayudantes del sheriff. Por cierto, yo imitaba la escena final entre Rambo y Trautman mucho antes de que lo hiciera Santiago Urrialde (aunque no decía eso de “no siento las piernas”).