(Atención: podéis ver las imágenes ampliadas pinchando sobre ellas.)
Primeros recuerdos
Exactamente no sé de dónde nació mi amor por el cine. No hay ningún antecedente claro en mi familia. Mi abuelo participó en obras de teatro amateur, y el marido de su hermana (que murió antes de que yo naciera) era taquillero del Cine Oma. Mis padres iban al cine de jóvenes, cosa que supongo sería muy típica y normal en los años 50 y 60, cuando no habían muchas más diversiones, pero con el tiempo, la familia, y la monotonía, dejaron de ir para sustituir la lujosa pantalla grande por la más cómoda y aburrida de la televisión.
Creo pues poder afirmar que, como en tantas otras cosas, al 7º Arte me aficioné por iniciativa propia. En los años de mi infancia (los 70) el cine era todavía una alternativa cultural importante y claramente presente en el país. Siendo además un niño propenso a fantasear (sigo siendo las dos cosas: niño y soñador) y a vivir aventuras ajenas, creo que era bastante normal que acabara dejándome embaucar por esa maravillosa Fábrica de Sueños que es el cine, entendido tanto como expresión artística, que como local de exhibición.
Algunos de los coloridos
pósters con los que quedaba fascinado al entrar al Cine del Padre Jaime.
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De ninguna manera puedo rastrear cuál fue la primera película que vi en una sala grande, ni la primera de estas a las que acudí, pero sí recuerdo uno de los primeros cines que empecé a frecuentar con regularidad. Se trataba del local conocido vulgarmente como “Cine del Padre Jaime”. Jamás he sabido si tenía algún nombre “oficial”, pero supongo que, dependiendo inicialmente de una parroquia, su nombre original iría por ahí. En cualquier caso, en el pueblo se le conocía con el nombre que he adelantado. Hacía referencia a un popular y –al parecer– benevolente clérigo que, en tiempos anteriores a mi nacimiento, fue toda una celebridad local y se encargó, entre otras bondadosas iniciativas, de proveer a la chavalería de un cine barato y divertido.
De dicho local recuerdo sobre todo que “echaba” películas de aventuras, cine fantástico, etc, muchas de ellas ya algo anticuadas cuando yo lo visitaba. Entraba al vestíbulo y me quedaba fascinado contemplando los pósters de las cintas que en él se exhibían: La rebelión de los simios (4ª entrega de la famosa saga), El Dr. Jekyll y el hombre lobo (con Paul Naschy) y una de las de Fantomas de Louis de Funès (creo que era Fantomas vuelve) son algunas de los títulos que recuerdo haber visto anunciados en dicho salón, aunque no vi esas películas por entonces (también era inevitable en aquella época encontrarse con los westerns de Terence Hill y Bud Spencer). Otras que sí que recuerdo haber visto allí fueron cosas como Los tres supermen en la selva, una de Robin Hood (muy probablemente la coproducción hispano-italiana El arquero de Sherwood), y poco más. También recuerdo haber estado al menos en una ocasión en este cine con mis padres.
No llegué a disfrutar mucho de esta sala de proyección: empecé a ir hacia el año 1979, y creo que cerró poco después, aunque no tengo claro el momento exacto. Tampoco puedo recordar cuánto costaba una entrada de entonces, pero sí recuerdo haber pagado en otros cines algo así como 25 o 35 ptas de la época (¡frente a las casi 1500 que cuesta hoy en día ver una película en 3D!).
Otro local del que presencié sus estertores fue el Cine Begoña. De este sólo me vienen a la memoria una o dos visitas, una de ellas con mi madre para ver El mago de Oz. Cerraría sus puertas también por la misma época que el anterior, hacia los primeros 80 y, al igual que con el otro, desconozco la fecha en que fue fundado.
El antiguo Cine Begoña
sirvió como discoteca durante buena parte de los 80, y es
desde entonces el
bingo Sala Mónaco.
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Años de plenitud
Hay un momento especial en mi vida que recuerdo con bastante claridad y es en el año 1980: caminando con mis primos descubrimos en el suelo unos folletos que anunciaban una nueva empresa que se hacía cargo del ya veterano Cine Oma (creo que se llamaba “Ferca” o algo así), y se estrenaba con dos películas recientes: Fuga de Alcatraz y Star Trek: la conquista del espacio. Optamos por ver la segunda, y esto marcó el comienzo de la década más prolífica de mi vida en cuanto a ir al cine: los 80 estarían presididos sobre todo por dos salas: la que acabo de mencionar, y el Cine Avenida, a las cuales acudiría con continuidad casi todos los fines de semana, a veces incluso a una el sábado y a otra el domingo. Creo recordar que durante algún tiempo llegaron a pertenecer al mismo propietario.
El Cine Oma con Días
de trueno en cartel, y la finca que lo sustituye hoy en día, bautizada
como Edificio Oma en dudoso homenaje.
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Indeslindablemente vinculados a estos años acude a la memoria el “atrezzo” típico de los cines de la época, como la pizarra en la que con tiza de colores se anunciaban las películas que se exhibían (que luego se modernizaría), el acomodador y su linterna, la típica vitrina con fotogramas de los filmes y, por supuesto, los entrañables y a veces inverosímiles programas dobles (uno de los más chocantes que recuerdo es Dos en la carretera… ¡junto a la 1ª o 2ª parte de Mad Max!) Normalmente, la película inicial era la menos interesante o conocida, y la posterior la más esperada y actual, pero a veces sucedía al revés y disfrutabas más el “aperitivo” que el “plato fuerte”. En ocasiones, uno se lo pasaba bien con ambas películas y difícilmente concebía haber gastado mejor su dinero. (Ya en los 90, optaría muchas veces por acudir directamente a la segunda, y hoy en día no sé si sería capaz de aguantar cuatro horas en un cine.)
El Cine Avenida poco
después de su cierre. Su antigua ubicación la ocupa ahora una finca de
viviendas, comercios y oficinas.
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Hay que señalar también que, en los primeros años en que comencé a visitar el cine con regularidad, los estrenos llegaban al pueblo con bastante retraso con respecto a la capital: al principio podían incluso tardar años (por ejemplo, La guerra de las galaxias no llegó al Oma hasta el 79), después esto se fue reduciendo gradualmente a simples meses o semanas, pero nada de estrenos simultáneos como tenemos ahora. Para un niño, el acudir a Valencia a ver una película era entonces un lujo casi inalcanzable (la madre de un amigo nos llevó a ver Superman II al Cine Serrano, mi primera incursión a una sala de la capital), y no sería hasta la segunda mitad de los 80 cuando una mayor adquisición económica y un mayor atrevimiento para viajar me permitirían acudir de vez en cuando a los cines de la susodicha ciudad del Turia.
El Parque Victoria (que
en invierno anunciaba la programación del Oma), fue derribado para dar cabida a
un Mercadona, cerrado en 2009, y un Más y más en la actualidad.
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Cuando llegaba el verano, y puesto que los dos locales habituales no contaban con la climatización adecuada, eran sustituidos por sendas terrazas estivales al aire libre –fórmula hoy casi desaparecida y difícilmente concebible, dado el crecimiento masivo y descerebrado de las urbes-: el Parque Victoria (regentado por la misma empresa que el Oma) y el Terraza Nit (creo que sin ninguna relación con las salas anteriores). Estos cuatro cines serían básicos en mi vida y en ellos acabaría de consolidarse totalmente mi cinefilia. Conservo entrañables recuerdos de muchas de las películas que vi durante la década mencionada. Algunas se han convertido en clásicos indispensables en mi filmoteca; otras prefiero no volver a verlas, pero en aquel momento, mi mente, menos formada, menos exigente, menos culta y menos selectiva (¡bendita ignorancia!) se embelesaba hasta con la película más mala y lamentable en la que pudiera recrearse. ¿Alguien se acuerda de todas aquellas cintas italianas que, tras la estela de Mad Max y Conan, se pusieron de moda por aquellos tiempos? Títulos como Nueva York, año 2020 o cosas parecidas….
He mencionado que mis padres no me inculcaron el amor por el cine, y en realidad así sucedió: no fueron nunca especialmente aficionados. No obstante, me llevaron algunas pocas veces, normalmente a ver películas “antiguas” que les gustaban a ellos. Una de esas ocasiones fue para ver Quo Vadis en el Cine Avenida, película que, por cierto, me traumatizó con todo ese sufrimiento de los protagonistas y de los pobrecitos cristianos en general. Y esa era otra cosa destacable de aquellos primeros y mediados 80: que todavía tenías la oportunidad de ver películas de décadas anteriores con todo lujo en una pantalla grande, algo también absolutamente impensable hoy en día en cines comerciales. Gracias a ello puede disfrutar clásicos como Ben-Hur, Lo que el viento se llevó, La guerra de los mundos, Senderos de gloria, Jasón y los Argonautas o La ventana indiscreta, entre otros que me vienen a la cabeza.
La parte posterior de la
pantalla del Terraza Nit, y su sustituto actual.
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Esta última anécdota me lleva a mencionar que, paralelamente a mi ritual de acudir a los cines cada fin de semana, se forjó otro bastante relacionado: gracias a la pequeña pantalla, pude reforzar y consolidar mi pasión por el 7º Arte al tener la posibilidad de contemplar en televisión muchísimas películas de otras épocas. En este sentido sí que influyeron algo mis padres, pero no porque fueran especialmente cinéfilos –como ya he dejado claro-, sino porque veían mucha televisión, y como por entonces hacían muchas y muy buenas películas, mi bagaje cultural se enriqueció enormemente y mi afición se extendió al Cine de todos los tiempos. Algunos de mis recuerdos de por entonces vienen de legendarios espacios como La Clave o Sábado Cine, en los que descubriría muchos de los largometrajes que se han convertido en indispensables para mí: El enigma de otro mundo, Ultimátum a la Tierra, El planeta de los simios –todavía continúo impactado por el final-, Casablanca o Vacaciones en Roma, la obra en general de Alfred Hitchcock o la de Ray Harryhausen, habitual de las películas de aventuras de los sábados por la tarde, por mencionar sólo unas pocas. (Por cierto: mis padres siguen viendo la TV, pero dada la calidad y el contenido de las emisiones actuales, hace tiempo que dejé de compartir esta práctica con ellos).
A estas alturas, el lector que haya aguantado hasta aquí ya habrá constatado que he destacado bastantes títulos de cine fantástico… Aunque me gusta todo el cine, como soñador que me he declarado al principio de este escrito, he de admitir que siempre sentí debilidad por este género. Me encantaba ver navecitas volar por el espacio estrellado o terribles monstruos amenazando a bravos guerreros o a indefensas víctimas. Es por eso que las películas que más recuerdo de aquellos años son las de ciencia ficción y las de aventuras: las sagas de La guerra de las galaxias e Indiana Jones, la trilogía de Regreso al futuro, Blade Runner, La princesa prometida, El oso, Lady Halcón y otros títulos afines. No obstante, algunas de mis películas favoritas provienen de otras variantes muy diferentes como la comedia, el western, o el cine histórico y bélico.
(Una nota final sobre estos cines, y es que también albergaron obras teatrales, actividades infantiles, representaciones musicales y mítines políticos. Sin ir más lejos, Felipe González dio una conferencia en el Cine Avenida en 1982, y Joan Lerma protagonizó un dramático incidente cuando se presentó a conferenciar en el Cine Oma en abril del 83 -en plena crisis de la siderúrgica- y resultó interrumpido, rodeado y casi linchado por varios miles de personas, siendo sólo liberado tras una agresiva y brutal carga contra los manifestantes por parte de un destacado contingente de la Policía que acudió en su rescate. La crónica puede leerse aquí)
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