"Un hombre que limita sus intereses limita su vida" (Vincent Price)

domingo, 26 de febrero de 2012

Anónimos populares: Thomas Kretschmann

Aunque comenzó en el cine de su país, Alemania, en pequeños papeles ya en 1985, la mayoría de nosotros posiblemente descubriéramos a Thomas Kretschmann en la impactante Stalingrado (Joseph Vilsmaier, 1993), en el papel del joven teniente del grupo protagonista, y la II Guerra Mundial y los oficiales del ejército de Hitler han sido una constante en su filmografía: en U-571 (2000), El pianista (2002), El hundimiento (2004), U-Boat (2004), Eichmann (2007) o Valkiria (2008), entre otras, redunda en este tipo de personajes que parece irle tan bien. Pero en su ya larga carrera cinematográfica y televisiva, Thomas ha demostrado poder con una buena variedad de caracteres, prueba de ello es su dramático papel del “canibal” Oliver Hartwin en Rohtenburg (2006), comedias como Los superbabies (2004) y hasta el rol del mismísimo Juan Pablo II en el telefilm Have No Fear: The Life of Pope John Paul II (2004). Trabajador incansable a punto de cumplir el medio siglo de vida (Dessau, 8 de septiembre de 1962), es también secundario habitual en muchas super-producciones internacionales de cine fantástico y de acción como Blade II (2002), Resident Evil 2: Apocalipsis (2004), el King Kong de Peter Jackson (2005), Next  (2007), Wanted (2008) y hasta Cars II (2011). Este año le veremos en Drácula 3D encarnando al mismísimo conde vampiro…

jueves, 23 de febrero de 2012

Libros y cine, cine y libros (VI)

Si entendemos que una “adaptación” de un medio a otro –en este caso, de la literatura al cine– es exactamente eso, una transferencia entre dos formas distintas de expresión y presentación que por fuerza ha de sufrir modificaciones, licencias y abreviaciones, que nunca se va a poder comparar enteramente con su fuente original –y, de hecho, no debería hacerse muchas veces–, que es necesario cambiar, transformar, alargar o acortar parte de ésta es incluso agradecible: de lo contrario se cae en el error de conferir al medio final características del original que pueden no ser apropiadas para éste e incluso destrozarlo–, podemos aceptar la nueva versión fílmica de El Monje, de Matthew G. Lewis dirigida por el alemán Dominik Moll (Le moine) y recién estrenada en nuestro país –coproductor del largometraje junto con Francia– como una “buena” adaptación. Por supuesto, sacrifica gran parte de la trama, personajes y elementos del libro, pero es difícil pensar en una adaptación fiel y exacta a éste –aparte de todo lo expuesto– por lo entramado y complejo que tiene. Posiblemente, sólo una gran superproducción de varias horas de duración –o quizá una mini-serie– podrían hacer justicia a la obra más popular del escritor británico.

La novela
Descubrí El Monje a finales de los 80, cuando me estaba enamorando irremisiblemente y de por vida de la literatura… gótica… En realidad, iba a decir “romántica”, que sería más exacto, pero hay tal confusión y desorientación con este término hoy en día que da un poco de miedo usarlo por el error tan nefasto a que puede dar lugar. A menudo se olvida el importante movimiento cultural y político, la filosofía y la postura vitales que fue el Romanticismo, y se tiende a simplificar y reducir a pueriles novelas y películas sentimentales o “de amor” normalmente bastante alejadas del verdadero concepto de aquella tendencia que vivió su esplendor entre finales del siglo XVIII y principios del XIX… Pero, de esto ya hablaré otro día en mayor profundidad…

El libro de Lewis –que encontré en una edición de Bruguera– se convirtió pronto en uno de mis favoritos de aquella época, junto con el Drácula de Stoker y, algo más tardíamente, El Golem de Meyrink (ya un tanto alejado del género y del movimiento romántico, pero con algunas similitudes). De las cuatro novelas góticas consideradas esenciales (las otras tres son Melmoth, el errabundo de Robert Maturin, El castillo de Otranto de Horace Walpole y Los misterios de Udolfo de Ann Radcliffe), es claramente mi favorita. Bien es cierto que la leí hace muchos años (¡más de veinte!) y que mi concepto de ella podría cambiar con una nueva lectura (me ocurrió con Drácula). Es una tarea que quizá emprenda algún día. De hecho, me compré en los primeros 90 una lujosa versión en tapa dura en Valdemar Gótica que continúa intacta en mi biblioteca.

Matthew G. Lewis
La trama de El Monje se centra, obviamente, en el personaje que le da título: el devoto pero riguroso Ambrosio, abandonado al nacer y criado en un monasterio de Madrid, y cuyos apasionados sermones arrastran multitudes, pero nos presenta una infinidad de pasajes y personajes, algunos de los cuales no recuerdo muy bien por el tiempo transcurrido desde la lectura del libro (tampoco quiero contarlo enteramente para quien quiera abordarlo). Así, nos encontramos con una serie de parejas de enamorados más o menos desdichados como Don Lorenzo y la inocente Antonia –quien se convertirá en la obsesión de Ambrosio– o Don Cristobal e Inés, el primero, amigo del anterior y la segunda, obligada por su familia a meterse monja, hermana de Lorenzo y condenada a un destino fatal al quedar embarazada y ser descubierto esto en el convento. Pero la relación principal de la novela hará hincapié en el propio Ambrosio, quien es seducido por una diablesa llamada Matilde que en un principio se hace pasar por otro monje. Una vez cede a la tentación, la caída y la condenación de Ambrosio serán meteóricas, hasta el punto de violar y asesinar a Antonia quien a la postre, y sin que él lo sepa, es su propia hermana, y por supuesto de condenarse para toda la eternidad entregando su alma al Diablo. Como veis, toda una serie de elementos fantásticos, folletinescos, aventureros y maravillosos propios del romance original –¡nada que ver con las novelas de Danielle Steel!– como quizá sólo la joven imaginación de un escritor –Lewis tenía 20 años cuando la escribió– puede concebir. Confeccionada en unas pocas semanas, esa frescura juvenil que destila la trama de la novela ha sido a la vez uno de sus aspectos más criticados y alabados.

Un amor maldito: Ambrosio y Matilde en las adaptaciones de 1972, 1990 y 2011.

Matthew Gregory Lewis nació el 9 de julio de 1775 en Londres, Inglaterra, en una familia acomodada (su padre tenía posesiones en Jamaica). Compaginó la literatura y el teatro con la política y varios cargos diplomáticos, viajó por toda Europa y se codeó con otros grandes del Romanticismo como los mismísimos Byron y el matrimonio Shelley. Ambrosio, or The Monk fue su primera novela publicada, aunque en la primera edición, de 1795, el nombre del autor no aparecía en la portada. Se reimprimió un año más tarde con gran éxito, aunque no faltaron, por supuesto, críticas y objeciones contra ella –trataba temas como el incesto, la corrupción clerical o la severidad de la Inquisición española–. Una nueva versión en 1798 fue “dulcificada”. Hoy en día, muchos la consideran una de las novelas clave del Romanticismo. Lewis fallecería de fiebre amarilla en 1818, a los 42 años, mientras regresaba a Europa en barco.

Otras versiones fílmicas
Dominik Moll no ha sido, ni mucho menos, el primer cineasta en adaptar a la pantalla El monje: ya en 1972, el curioso director griego Adou Kyrou se propuso llevar al cine la novela de Lewis –fue su último film–, y lo hizo basándose en un guión que firmaban nada menos que Luis Buñuel y Jean-Claude Carrière. Se trató de una coproducción franco-italo-germana que contó con Franco Nero y Nathalie Delon en los principales papeles de Ambrosio y Matilde, y que personalmente vi en televisión (y grabé en VHS) en los primeros 90. Tengo escasos recuerdos de la película; sólo su estética algo simple, pobre y casi monocroma que hizo que no me convenciera demasiado, pero quiero darle una segunda oportunidad ahora que la novela vuelve a estar “de moda”. 

Algo parecido puedo decir de El fraile (The Monk, 1990), segunda ocasión en que se intentó llevar a la gran pantalla la obra clásica de Mathew G. Lewis, y cuyo rodaje tuvo lugar esta vez en España y bajo la batuta de Francisco Lara Polop. Coproducida entre nuestro país y el Reino Unido, el reparto estaba encabezado por dos británicos, Paul McGann (aquí con el nombre de Padre Lorenzo) y la siempre exquisita Sophie Ward, que con el pelo a lo chico encarnaba esta vez a la tentadora Matilde. En el papel de Inés encontrábamos a Aitana Sánchez-Gijón. De esta nueva adaptación –que vi directamente en vídeo– tampoco conservo recuerdos claros, aparte de que tampoco consiguió fascinarme. Me propongo también revisarla en breve. ¿Qué mejor momento? (Por cierto, esta cinta circula en formato doméstico con los originales títulos de Seduction of a Priest y The Final Temptation).

domingo, 19 de febrero de 2012

50 años de "Agente 007 contra el Dr. No"

De manera inconsciente e indirecta, he acabado dedicando tres de las entradas de estos dos últimos meses (*) a la saga de James Bond así que, esta vez, voy a hacerlo deliberadamente: no en vano, el próximo 8 de mayo se cumplen 50 años del estreno de Agente 007 contra el Dr. No, primer largometraje cinematográfico de la productiva franquicia, que a día de hoy está a punto de estrenar su vigésimo tercera entrega. El novelista británico Ian Fleming había creado al personaje casi una década antes y, para 1962, ya había publicado diez libros sobre el agente. En 1954 William H. Brown Jr. dirigió para televisión Casino Royale, primera ocasión en que James Bond (encarnado por Barry Nelson) era llevado a la pantalla, en esto caso para la serie Climax!, donde nos era presentado como un espía de la CIA.

Para el nacimiento cinematográfico de 007 se eligió su sexta aventura literaria, Dr. No producida por Eon Productions y dirigida por Terence Young. Se barajaron muchos nombres para el papel de Bond pero, como todo el mundo sabe, acabó yendo a parar al escocés Sean Connery. El presupuesto fue modesto y el rodaje en Inglaterra y Jamaica (residencia de Fleming), inferior a los tres meses. No todo el mundo apostó por el film en su momento: se le tachó de violento e incluso fue condenado por el Vaticano, pero su éxito propició una inmediata continuación, y una serie fílmica que sigue dando resultados cinco décadas después y que ha propiciado juegos de mesa, cómics, vídeo-juegos y todo tipo de merchandising.

Mi primer contacto con la saga de James Bond fue con el estreno de Moonraker (1979) en las salas cinematográficas, y desde entonces no he dejado de ver en pantalla grande ninguna de las posteriores peripecias del agente. Poco tiempo después de aquella película, supe de otro señor que había encarnado a Bond antes que Roger Moore y, ya fuera vía televisión, ya fuera vía vídeo, acabé disfrutando también las películas de Sean Connery (y George Lazenby) y me fui familiarizando con todo el mundillo del agente: las bellas y a veces letales “chicas Bond”, los megalómanos villanos (con Ernst Stavro Blofeld y SPECTRA a la cabeza), los gadgets, el Ashton-Martin, la Walther PPK, M, Q, Moneypenny, John Barry y las canciones (fantástica Shirley Bassey)... Después llegaron Timothy Dalton, Pierce Brosnan y, por supuesto, Daniel Craig. El nuevo “remozado” de la saga con este último actor me parece un grandísimo acierto, y estoy deseando ver la próxima entrega, Skyfall, que debería estrenarse este mismo año. Mientras tanto, he empezado a coleccionar las películas en formato digital, en una estupenda y económica colección que las presenta en caja metálica y doble DVD. Voy por la tercera y, si la coyuntura acompaña y no se agotan antes, espero hacerme poco a poco con todas (bueno, ya tengo las de Craig)…

(*: véanse Martine Beswick, Caterina Murino y Honor Blackman en la serie “Anónimos populares”)

miércoles, 15 de febrero de 2012

Anónimos populares: Martine Beswick

Posiblemente casi todo el mundo recuerde Hace un millón de años por dos motivos principales: los maravillosos dinosaurios animados del gran Ray Harryhausen y su protagonista femenina, Raquel Welch, pero lo cierto es que la belleza de la actriz norteamericana tenía en el film una seria competencia que tomaba forma en una jamaicana de rasgos exóticos y angulosos: Martine Beswick. Seguramente, de no ser porque la publicidad de la película se centraba casi en exclusiva en su intérprete principal, su rival sería ahora más recordada por el público en general. Aún con todo, Martine es hoy en día todo un icono para los amantes del fantástico clásico y para los seguidores de la saga de James Bond, en la cual ostenta el record de ser la actriz que ha aparecido en más filmes: en los títulos de Agente 007 contra el Dr. No (1962), en la cual debutó poco tiempo después de ser coronada Miss en su país y donde no fue acreditada, en Desde Rusia con amor (1963, una de las dos gitanas que luchan entre ellas) y, ya con un papel más largo, en Operación Trueno (1965).

Tras su paso por la franquicia del agente secreto, Martine fue fichada por la Hammer, primero para Hace un millón de años (1966), después para la estrafalaria Mujeres prehistóricas (1967) y finalmente para el que es sin duda uno de sus mejores trabajos: Dr. Jekyll y su hermana Hyde (Dr. Jekyll & Sister Hyde, de 1971: la gracia del título original se pierde en su traducción). Quizá con todos estos antecedentes, es fácil comprender que la posterior carrera de Beswick –tanto en cine como en televisión– se mantuviera muy vinculada al fantástico. La prostituta feliz va a Hollywood, de 1980, es quizá su último trabajo con cierto renombre. Retirada de la interpretación desde hace diecisiete años, Martine (nacida en Puerto Antonio un 26 de septiembre de 1941) todavía se dejaba ver hasta hace poco por algunas convenciones especializadas en el cine que le hizo famosa. ¿Soy el único que le encuentra un gran parecido con Teri Hatcher?

domingo, 12 de febrero de 2012

Libros y cine, cine y libros (V)

En 1944, durante los primeros años de la posguerra, se rodaba y se estrenaba en España una película absolutamente insólita e invaluable en este país por su temática y ambientación, claramente influenciada por el expresionismo alemán y por el cine de terror de la Universal: La torre de los siete jorobados, de Edgar Neville, fue una de las primeras y escasísimas incursiones  del cine nacional de aquella época en el fantástico, un género que tardaría décadas en despegar realmente aquí. En mi caso particular, tengo que agradecer a José Luis Garci y a su antiguo programa ¡Que grande es el cine! el descubrimiento, hace ya bastantes años, de esta joya del celuloide hispano y, por medio de ella, del autor de la curiosa novela original en la que se basa el film: el sin par Emilio Carrere.

La novela y su autor (¿o autores?)
Si a Garci debemos agradecerle muchos que recuperara tan peculiar y emblemática cinta, es con la Editorial Valdemar y con el escritor Jesús Palacios con quien se debe hacer lo propio respecto al rescate de varios de los divertidísimos escritos del autor de la novela que dio a su vez origen al film, Emilio Carrere (cinco referencias hasta el momento, véanse al final de este artículo). Palacios –a quien es fácil adivinar el principal impulsor de este proyecto de reivindicación de la obra de Carrere– nos informa en los prólogos de todos estos libros sobre cómo heredó el interés por el excéntrico literato madrileño a través de su padre, así como de buena parte de la vida, andanzas y hábitos de aquél.

Emilio Carrere
Carrere (Madrid, 1881-1947) destacó sobre todo como poeta en sus inicios, pero se prodigó también en muchos otros tipos de textos literarios, como el cuento, la novela corta o el folletín, tan de moda en la época en que el escritor comenzaba a ser conocido. Cultivó géneros en los que casi se le puede considerar un pionero en este país, como pudieran ser el fantástico o el policíaco, influenciado por gente como Gaston Leroux o Edgar Allan Poe, entre otros. Frecuentó tertulias y la compañía de bohemios, aunque él no siempre estuvo de acuerdo en que se le catalogara como tal. Descarado y vividor, Emilio Carrere recicló y remezcló sus propios textos más de una vez para volver a venderlos como nuevos trabajos, y fue así como, de una manera muy curiosa, nacería “su” más famosa novela, La torre de los siete jorobados. Y el “su” está entrecomillado porque, al parecer, no fue enteramente Carrere el autor de esta insigne obra: en 1923 entregó a un editor una novela que le había encargado y que este último descubrió un refrito de otro volumen de Carrere, Un crímen inverosímil. Cobrado el encargo, el escritor se desentendió de él, por lo que fue contratado un negro para que le diera una forma más presentable. El nombre de este trabajador anónimo acabo siendo descubierto con el tiempo por los estudiosos de la novela, y resultó no ser otro que Jesús de Aragón (1893-1973), quien acabaría convirtiéndose por derecho propio en uno de los primeros autores españoles de ciencia ficción. Aragón realizó una loable tarea no sólo asimilando perfectamente el estilo de Carrere, sino completando más de la mitad del libro e integrando muchos de los elementos característicos de ella como la ciudad subterránea y la secta de jorobados. A groso modo, casi toda la parte central de la novela es suya, quedándose básicamente del trabajo de Carrere los primeros y últimos capítulos.

Jesús de Aragón, autor en la sombra
El argumento de La torre de los siete jorobados nos presenta a Basilio, jugador y supersticioso y también ignorante poseedor de poderes paranormales que le hacen cerciorarse del espíritu del doctor Robinsón de Mantua, el cual le pide que esclarezca su asesinato, ocurrido hace diez años. Las indagaciones de Basilio –ayudado por un periodista, un policía y un extraño arqueólogo– le llevarán a descubrir una antigua  ciudad subterránea bajo la capital de España y una secta de jorobados satánicos que lidera el malvado Sabatino –asesino del doctor Mantua– a los que, naturalmente, acabará teniéndose que enfrentar. Todo ello en el castizo Madrid de principios de siglo, entre chulapos, cupletistas y personajes de lo más estrambótico.

La película y su director
Si original es Carrere (también Jesús de Aragón) entre los escritores de su época, igualmente destacable es el director de cine, escritor y pintor Edgar Neville (1899-1967) entre sus colegas coetáneos (y, posiblemente, entre todos los cineastas de la historia del 7º Arte en España). Hombre de mundo que conoció el Hollywood adolescente (trabajó con el mismísimo Charles Chaplin) en su relativamente breve filmografía como director de largometrajes destacan también muchos títulos relacionados con el thriller detectivesco e incluso el fantástico, como pudieran ser La vida en un hilo, Domingo de carnaval, El crimen de la calle Bordadores, El cerco del diablo o Cuento de hadas, además de la película que ha dado pie a este artículo.

Edgar Neville
A pocos años de haber terminado la Guerra Civil Española, Neville acomete la tarea de llevar al cine la novela de Carrere/Aragón (publicada dos décadas antes), realizando una original y estupenda adaptación que, a día de hoy, gana además el impagable componente nostálgico inherente a todo cine añejo. El largometraje, cuya duración no llega a la hora y media, sacrifica, por supuesto, algunos elementos de la trama original –algo por otra parte lógico, más aún en las circunstancias y con la coyuntura existente en el momento de su rodaje–, especialmente buena parte de las peripecias subterráneas del protagonista y sus compañeros, la propia Torre de los jorobados –en la película se nos da a entender que es subterránea, pero en el libro existe fuera de estas galerías– y los personajes del periodista “el Duende de la Corte” y de Sindulfo del Arco, el viajero infatigable, especie de explorador, hombre de mundo, arqueólogo e iniciado en la mística que en el film sólo podemos identificar muy remotamente con el personaje de Don Zacarías. Asímismo, la secta de jorobados es en el film simplemente una banda de falsificadores que busca los tesoros del subsuelo. La principal licencia de Neville en la historia es la inclusión de Inés de Mantua, personaje femenino inexistente en la novela que aporta el elemento amoroso a la trama, sobrina del fallecido doctor a la que el valiente Basilio deberá rescatar del doctor Sabatino (en el libro sólo aparecen dos sobrinos de Robinsón). Los papeles protagonistas en la película fueron a parar al galán gallego Antonio Casal (Basilio), al impagable Guillermo Marín como un encantador y educado Sabatino, a la jovencísima Isabel de Pomés (Inés), y al padre de ésta en la vida real, Félix de Pomés, que en su divertida y lograda caracterización del doctor Robinsón de Mantua / señor Catafalco, remite claramente a algunos de los personajes más clásicos del Hollywood “universal” que años antes pudieran haber encarnado Bela Lugosi o Lon Chaney, Sr.

En definitiva, tanto obra literaria como cinematográfica –casi sobra decirlo– son altamente recomendables para todo aficionado al género fantástico por los valores que ya se han comentado: su originalidad y lo que tienen de únicas y excepcionales en el momento en que aparecieron.

Tres fotogramas de la película con (de izq. a der. ): Isabel de Pomés, Antonio Casal, Félix de Pomés, Casal, Guillermo Marín y Antonio Riquelme

Selección bibliográfica
Cinco son hasta ahora las referencias que la Editorial Valdemar ha dedicado a la obra de Carrere, todas ellas con estupendos estudios y prólogos de Jesús Palacios. La torre de los siete jorobados apareció primero en la colección “Autores españoles” en 1998, y seis años después en la más sencilla “El Club Diógenes”, mientras  que La Casa de la Cruz y otras historias góticas, recopilación de cinco relatos de terror y misterio de Carrere entre los que destaca Un crimen inverosímil, origen de La torre... y en los que nos encontramos con muchas de las influencias del escritor –Poe, el ocultismo, el cuento gótico…–, pero también con parte de su vena humorística e incluso picaresca, vio la luz en 2001.

En las dos siguientes referencias, La calavera de Atahualpa y otros relatos (2004), y la inconclusa El reino de la calde-rilla (2006) los espectros y las maldiciones desapa-recen para dejar paso a personajes socarrones y barriobajeros, pillos y malandrines varios y sabios despistados y no del todo en su sano juicio un divertido retrato del Madrid bohemio de principios del siglo pasado. En la primera obra nos reencontramos con el excéntrico Sindulfo del Arco, el arqueólogo que ya aparecía en la primera novela de esta selección, además de con otros tres cuentos.

Los muertos huelen mal, último libro de Carrere aparecido de momento en Valdemar (en 2009) gira en torno al movimiento espiritista que una vez fascinó al escritor y del que finalmente acabó decepcionado, y reúne tanto artículos periodísticos como cuentos en los que encontramos ambos momentos de la relación del escritor con aquella filosofía.

Para finalizar, tanto El diablo de los ojos verdes (Editorial Salto de Página, 2009) como Carrere, el bohemio de Madrid (Alejandro Riera, Ed. La Librería, 2011) son dos libros de Emilio Carrere que aún no tengo y que estoy esperando, así que de momento poco puedo decir aparte de lo que he leído sobre ellos: el primero reúne dos novelas cortas y varios cuentos de ambientación fantástica (alguno de ellos ya existente en las ediciones de Valdemar), y el segundo es obviamente una biografía del escritor cuya lectura espero con ansia.

Enlaces de interés
-Breves biografías de Emilio CarrereJesús de Aragón y Edgar Neville en wikipedia.
-Interesante artículo de José C. Canalda sobre la composición de La torre de los siete jorobados y sus autores.
-Edición especial en DVD de Versus Entertainment de la película, con varios documentales y textos.

sábado, 11 de febrero de 2012

¡Felices 50, Sheryl!

Una mujer con un bajo... ¡bufff!
La inclusión, hace algo más de una década, de parte de la discografía inicial de la cantante pop-rock estadounidense Sheryl Crow en mi discoteca debió sorprender sin duda a más de uno de mis amigos y conocidos, pues todos ellos saben de mi predilección por la música rock de los años 50 y 60 y sonidos afines, y de mi poco interés por material de décadas más recientes. De vez en cuando, no obstante, me gusta “explorar”, cambiar un poco de tercio (aunque nunca de una manera muy radical), dar un salto a otros estilos y épocas en busca de nuevas emociones sonoras. Esto resulta a veces en búsquedas infructuosas, de las que no me llevo más que chascos y decepciones, otras que producen grandes hallazgos, y unas pocas que acaban como un placentero viaje de ida y vuelta. Creo que este último podría ser el caso de Sheryl: me gustó su música durante algunos años, acabé perdiendo el interés por otros trabajos suyos posteriores, pero algunos de sus discos permanecerán espero que siempre en un lugar selecto de mi colección y de mi corazón. De hecho, los sigo oyendo con relativa regularidad. He querido aprovechar una fecha tan señalada como su cincuenta cumpleaños para dedicarle un pequeño homenaje.

Ida…
Mi relación con la música de Sheryl Suzanne Crow (Kennett, Missouri, 11 de febrero de 1962) empezó, como siempre, tarde, y mi afición al cine tuvo bastante que ver con ella. Como en el momento en que la artista comenzaba a triunfar internacionalmente y era reconocida con varios premios Grammy yo andaba más interesado en otras músicas más añejas y apenas escuchaba la radio, casi ni presté atención a sus primeros éxitos. Sí recuerdo la aparición de All I Wanna Do o de If It Makes You Happy, pero no fueron canciones que me llamaran especialmente por entonces. Fue, sin embargo, cuando Sheryl grabó Tomorrow Never Dies en 1997 –esta vez sí que la escuché en una emisora– cuando me fijé con más detenimiento en ella: me cautivó su voz algo aniñada, la sensualidad y la torridez de la composición con que se iniciaba la segunda película de Pierce Brosnan para la serie de James Bond, y que jugaba sutilmente con la melodía típica que todos asociamos con el agente. A partir de ahí, ya empecé a prestar algo más de atención a la chica cuando tenía ocasión. No obstante, aún hubo de pasar algún tiempo para que otra película en la que también aparecían canciones suyas me hiciera decidirme a comprar uno de sus álbumes: fue Erin Brokovich, en el año 2001.

La sencilla portada de su segundo CD
Como apenas estaba familiarizado con la discografía de Sheryl, decidí ir a lo seguro y comprar el CD en el que salían las canciones que ya conocía, su segundo trabajo, titulado simplemente con su nombre, Sheryl Crow, publicado originalmente en 1996. A día de hoy, me sigue pareciendo su mejor álbum, y creo que comparto esta opinión con muchos fans de la cantante. En aquel disco me encontré con una serie de cortes que en general me resultaban agradables, grabados con instrumentos más o menos clásicos y sin abuso de todos esos electronismos y distorsiones que me producen tanta aversión. Descubrí también, para mi asombro, el enorme talento de la chica, no sólo como compositora y productora, sino también como instrumentista: guitarra, bajo, piano, armónica, acordeón, teclado… Y es que Sheryl es quizá una de las pocas cantantes modernas que tiene incluso la carrera de música (y un título honorífico de doctora). En resumen: quedé prendado de esta artista tan atípica en mi colección discográfica, principalmente compuesta por músicos varones. También me sorprendió, a medida que iba conociendo más cosas sobre ellas, descubrir su edad, pues la juzgaba bastante joven por su voz y resultó ser más mayor que yo (no había visto fotografías suyas).

Una joven Sheryl a comienzos de los 90
Tras Sheryl Crow me hice con sus demás CDs editados hasta entonces, amén de con canciones sueltas que habían aparecido en formato single o en bandas sonoras de películas y recopilaciones. Primero adquirí The Globe Sessions (1998), que en espíritu es bastante similar al anterior, pero que ya empieza a incluir arreglos más complejos y enrevesados –a mi entender, para peor–, y después su primer álbum, Tuesday Night Music Club (1993), que me parece un disco de sonido un tanto rústico y por limar que incluye una serie de grabaciones algo caóticas en cuya escritura interviene toda la banda original de Sheryl, lo que para mí hace que la mayoría de ellas carezcan de personalidad. Aunque le valió la eterna repudia de sus antiguos amigos, creo que hizo bien en cambiar de músicos y autoproducirse en sus posteriores trabajos.

…y vuelta
C´Mon, C´Mon fue el primer CD de Sheryl Crow que compré en su momento, cuando apareció en 2002. Lo esperaba con interés y, por el contrario, acabó pareciéndome algo decepcionante al descubrir un importante cambio en el sonido de la norteamericana, así como en su imagen: el disco se presentaba repleto de soleadas y coloridas imágenes de la cantante –en algunos casos con terribles retoques digitales– que contrastaban enormemente con esa imagen seria y dura en blanco y negro de sus anteriores álbumes. Las canciones en sí me parecieron algo faltas de inspiración en su mayoría; algunas abusaban demasiado de hastiantes loops de batería y de efectos similares, y en todas ellas Sheryl era acompañada de otros músicos como Lenny Kravitz, Emmylou Haris y hasta de la actriz Gwyneth Paltrow, todos perfectamente respetables, pero por los que no tenía especial interés (al fin y al cabo había comprado un disco de Sheryl Crow). Con los 40 cumplidos y tras años en el “rock para adultos”, daba la impresión de que la mujer quería acercarse ahora a un público más adolescente. Aún con todo, algunas canciones del disco me resultaron al menos aceptables porque ya estaba encariñado con su voz.

Durante la etapa en que se dejó el pelo corto, 1999
The Very Best of Sheryl Crow fue el quinto y último disco (también tengo Sheryl Crow and Friends: Live From Central Park) que compré de la artista. Apareció en 2004 y era, como se puede deducir fácilmente, un recopilatorio de todos sus anteriores trabajos con alguna que otra novedad. Ese mismo año, por cierto, y a raíz de la gira mundial que inició para promocionar el disco, puede ver a la cantante en directo mientras pasaba unas cortas vacaciones en Dublín, una experiencia que recuerdo con mucho agrado, ya que me encantó tener a unos pocos metros a la “verdadera” Sheryl.

En los últimos años, como he adelantado, he ido perdiendo interés por la carrera de la señorita Crow: Wildflower, de 2005  –que sólo escuché descargado– me pareció un disco bastante ñoño y facilón, con alguna canción bonita pero muy lejos de aquella Sheryl rockera, sarcástica y casi chulesca de sus anteriores trabajos. No fui capaz de acabar Detours, de 2008, y apenas me he acercado a su últimos trabajos (Home for Christmas, Summer Day, 100 Miles from Memphis…), pues no reconozco en ellos el estilo y el sonido que una vez lograran atraparme. ¿Por qué cambian los artistas musicales a veces tan drásticamente? Sería muy fácil aducirlo a razones comerciales, a querer acercarse a una mayor cantidad de público, pero supongo que a veces también es algo normal en el ser humano: nos transformamos con la edad, nuestros intereses evolucionan, nos apetece explorar otros campos… No he dado la espalda a Sheryl Crow ni reniego de ella; es incluso posible que algún día retome mi interés por su música, pero, hoy por hoy, sus más recientes trabajos no consiguen llenarme ni motivarme. Me sigue cayendo muy bien, estoy al día de algunas noticias referentes a ella, y me sigue pareciendo una mujer admirable en todos los sentidos (se conserva envidiablemente para tener medio siglo, otra cuestión es saber si lo ha hecho de una manera natural). Parece también una artista muy implicada en cuestiones ecológicas y humanitarias, lo que a mí parecer la hace notable si es que esa actitud es honesta.

Selección musical
¡Espléndida con medio siglo!
De Sheryl Crow me llamó en un principio su vena más rockera. Es toda una rareza ver a una mujer con garra y ritmo en el panorama musical moderno (y antiguo): sea por lo que sea, parece más normal que las féminas se dediquen a la música ligera y al pop descafeinado, así que algunos de los temas de la cantante que más me gustaron al principio fueron los más marchosos y moviditos: Hard to Make a Stand, Everyday Is a Winding Road, A Change Would Do You Good, It Don´t Hurt, Anything But Down, su versión de Behind Blue Eyes o incluso Steve McQueen (¡a pesar de los loops!). Me resulta irresistible una mujer con una guitarra eléctrica (¡más aún con un bajo!) que sabe alternar su lado sensual con otro más duro y cínico y que puede gritar y desgarrar su voz en momentos acertados, pero también cantar con dulzura. Pero la Sheryl más tranquila, aquella con canciones más íntimas, también me subyugó ya desde que descubriera Home –una de mis favoritas de siempre–, My Favorite Mistake, Crash and Burn, la menos conocida In Need o Strong Enough y I Shall Believe –estas dos, para mí, de lo mejor con diferencia de su primer álbum–. Una grandísima y gratísima sorpresa fue escuchar su original versión de Begin the Beguine para la película de 2004 De-Lovely, para la que los arreglistas del film tuvieron el acierto de adaptar el clásico tema de Cole Porter al estilo de la artista.

Me resulta complicado elegir sólo unas pocas canciones de ella como muestra de su carrera, pero van a ser estas:
* Tomorrow Never Dies
Al fin y al cabo, la canción que me hizo interesarme por ella.


* Hard to Make a Stand
De su segundo CD; la Sheryl más sarcástica, divertida y marchosa. Directo de 1996.

* Home
También del álbum Sheryl Crow de 1996. La Sheryl más íntima y emotiva.
  
* Begin the Beguine
Preciosa y original versión del clásico de Cole Porter.

martes, 7 de febrero de 2012

Y también a Bill Hinzman

Lejos de reunir el extenso palmarés de Ben Gazzara, Samuel William Hinzman o, simplemente, Bill Hinzman, pasará a los anales del cine principal y casi únicamente por un breve pero icónico rol, especialmente para los amantes del fantástico: el del famoso “zombie del cementerio” del clásico de George A. Romero La noche de los muertos vivientes de 1968. Aunque trabajó en otros pocos títulos (casi siempre vinculados al género que le hizo famoso) e incluso dirigió dos películas en los 80, aquel sencillo papel que obtuvo casi por casualidad debido a su físico idóneo acabó condicionando, para bien o para mal, su vida y su carrera. Bill, que había nacido un 24 de octubre de 1936 en Coraopolis, Pensilvania, EE.UU, era habitual de infinidad de convenciones de fans en su país, e incluso se habían hecho docenas de productos de merchandising con su imagen. Nos dejó este pasado 4 de febrero y, sí, sería bastante fácil hacer un chiste al respecto, pero me lo ahorraré por respeto al actor (además, ha sido incinerado)…

sábado, 4 de febrero de 2012

Adiós a Ben Gazzara

Todavía no habíamos tenido que visitar El cementerio de Hollywood este año pero, por desgracia, ya nos toca abrir un nuevo nicho en él: el actor norteamericano Ben Gazzara nos dejaba ayer viernes 3 de febrero a los 81 años. Me ha sorprendido un tanto su fallecimiento, porque no sé por qué lo hacía algo más joven.

Con Audrey Hepburn en Todos rieron
En virtud de la verdad, he de decir que nunca fue un intérprete que me interesara especialmente, y si lo recuerdo sobre todo es por su relación con mi adoradísima Audrey Hepburn: ambos coincidieron en dos de los últimos trabajos de esta: Lazos de sangre (1979) y Todos rieron (1981). Es más, si hacemos caso a las declaraciones de Ben, entre la pareja surgió un breve romance que él mismo terminó. A pesar de su larga filmografía empezada en la televisión en 1952, no son muchas las películas suyas que recuerdo haber visto: Anatomía de un asesinato (1959), El puente de Remagen (1969), El viaje de los malditos (1976), Buffalo 66 (1979), El secreto de Thomas Crown (1999) o Paris, je t’aime (2006) son las que más fácilmente reconozco al repasar su historial artístico.

Ben, cuyo verdadero nombre era Biagio Anthony Gazzara y habia nacido un 28 de agosto de 1930 en Nueva York, EE.UU., se quejaba de la dificultad que tenía últimamente para encontrar trabajo, pero parece que se las consiguió arreglar para estar activo prácticamente hasta este mismo año.

viernes, 3 de febrero de 2012

Anónimos populares: Timothy Spall

Regordete, mofletudo, con dentadura pronunciada… el físico de Timothy Spall parece el menos indicado para triunfar como actor cinematográfico y, sin embargo, este inglés de origen humilde (nacido en Londres un 27 de febrero de 1957), lleva ya treinta y cuatro años y más de cien trabajos para la pequeña y gran pantalla demostrando lo contrario (aparecía ya en la mítica Quadrophenia, en 1979). No me fijé en él hasta la divertidísima Siempre locos, de 1998, en donde hacía del batería del grupo protagonista, pero, repasando su filmografía, me percato de que ya llevaba muchos tiempo viéndole en películas y series: La prometida, Gothic, Cazador blanco, corazón negro, El cielo protector, Las aventuras del joven Indiana Jones, Secretos y mentiras… Siempre me produce admiración las carreras de todos estos artistas que luchan y trabajan tan afanosamente y se labran un envidiable currículo incluso a pesar de que la popularidad y la fama les dan de lado.

En los últimos doce o trece años, Spall ya no ha sido un “anónimo popular” para mí, y le he reconocido de inmediato y con agrado en todas las películas que he visto en las que ha participado, a menudo como secundario (La sabiduría de los cocodrilos, Lucky Break, Nicholas Nickleby, El último samurai, Sweeney Todd, Appaloosa, El último gran mago, El discurso del rey…), ocasionalmente como actor principal (Todo o nada o Pierrepoint, el verdugo). Hasta sale en la saga de Harry Potter –de la que no soy seguidor– y ha puesto voces a personajes animados en filmes como Chicken Run o  la Alicia de Tim Burton). Una trayectoria notable y esforzada que ha dado como fruto que Timothy sea reconocido por su país como Caballero del Imperio Británico.

jueves, 2 de febrero de 2012

Anónimos populares: Sophie Ward

En 1985 el director Barry Levinson -apadrinado por Steven Spielberg- estrenaba El secreto de la pirámide, un tan simpático como libérrimo homenaje a los míticos personajes de Sir Arthur Conan Doyle Sherlock Holmes y John Watson. En dicho film se nos narraba un supuesto primer encuentro entre ambos amigos, y se nos proporcionaban muchas de las claves que definirían al detective en el futuro. Una de las más bonitas era la causa de su célebre misoginia: su primer amor, la joven sobrina de su mentor, muere a manos del que se convertirá en su gran enemigo, James Moriarty. Aquella gentil muchacha rubia era interpretada en la película por Shophie Ward y, sin duda, los bellos rasgos y la dulce mirada de la actriz británica (Londres, 30 de diciembre de 1964) nos cautivaron a más de un espectador por aquella época.

Tardé varios años en volver a coincidir con Sophie, pero nunca olvidé su rostro: a principios de los 90 la encontré haciendo de diablesa en El fraile, producción española dirigida por Fº Lara Polop que adaptaba la clásica novela El monje de Mathew G. Lewis (y sobre la que quiero hablar en breve a raíz de su tercera versión cinematográfica recién estrenada) y en la también (enésima) adaptación de otro clásico de las letras anglosajonas: Cumbres borrascosas (Peter Kosminsky, 1992), en un papel secundario en el que hacía de hija del que curiosamente es su padre en la vida real: Simon Ward (innegable el parecido de ambos). Fue un film que me gustó a pesar de su escaso éxito y que revisito de vez en cuando.

Auque sigue trabajando tanto en cine como en televisión, la verdad es que hace bastante tiempo que no he visto nada nuevo de esta intérprete. El año pasado se me escapó la nueva adaptación al celuloide de Jane Eyre, en la que Sophie tiene un pequeño papel, y que espero rescatar ya en DVD (como veis, los dos somos recurrentes: tanto a ella como a mí nos gustan las películas de época). Por cierto, después de estar casada ocho años con el veterinario Paul Hobson y de dar a luz a dos niños, Mrs. Ward sorprendió a medio mundo al decidir comenzar a compartir su vida con otra mujer. Sus admiradores tendremos que dejar de hacernos ilusiones…