"Un hombre que limita sus intereses limita su vida" (Vincent Price)

martes, 27 de diciembre de 2011

¡80 añazos de Scotty Moore!

Pídasele al melómano medio que destaque a algunos de los que considera los guitarristas más importantes de la Historia del Rock y, probablemente, enumere a gente como Jimmy Hendrix, Eric Clapton, Mark Knopfler y todos esos paladines del heavy y el rock duro como Joe Satriani y demás que zigzaguean por los trastes y cuerdas de la guitarra a velocidad prodigiosa; puede que incluso algún despistado, confundiendo virtuosismo  con popularidad, añada a esa lista al por otro lado entrañable George Harrison, pero ninguno, o casi ninguno, nombrará a Scotty Moore. Todavía es más triste: es posible que la mayoría de encuestados ni siquiera sepa quién es. Es así de frustrante: el que es, indiscutiblemente, uno de los guitarristas más influyentes del rock, es prácticamente un desconocido para la mayoría de aficionados a esta música; permanece todavía ignorado incluso después de haber salido de aquella época tan oscura que para él fueron los últimos 60, todos los 70 y parte de los 80. Porque, por fin, hace apenas veinte o menos años, su figura, su legado, su entidad y dimensión comenzaron a valorarse con cierta justicia. El mal ya estaba hecho, por desgracia: muchos años en la sombra del semi-anonimato lo habían perdido para varias generaciones, y eso a pesar de las veces que habrán sonados sus magníficos solos y punteos a lo largo del mundo y los millones de personas que los habrán escuchado.

Personalmente, Scotty es uno de los grande, grandísimos mitos de mi vida, y además uno de los pocos que todavía me quedan en este mundo. A él y a mi también muy querido Eddie Cochran les debo uno de los mejores y más dichosos regalos que me han hecho nunca: aficionarme a tocar la guitarra, un tesoro y una pasión como sólo la música y los instrumentos lo pueden ser. No me importa qué pueden opinar los demás: para mí Scotty es el guitarrista más importante de la Historia del Rock. ¡Feliz cumpleaños, maestro!

(Si queréis saber algo más de la historia de Scotty, os invito a leer el artículo que le dediqué hace casi dos años en este enlace. Y, si domináis el inglés, esta es su web oficial: http://www.scottymoore.net/)

Fiestón de cumpleaños para Scotty por parte de Gibson Guitars. El presidente de la
compañía regaló al guitarrista una réplica de la ES-295 que utilizaba en los 50.
Un gran pastel para una gran leyenda. Acompañan a Scotty su compañera Gail Pollock
y Priscilla Presley

miércoles, 21 de diciembre de 2011

50 aniversario de “El Cid”

No quisiera dejar de acabar el año sin conmemorar un aniversario tan redondo como es el medio siglo del estreno de un film clásico del viejo Hollywood, aunque en este caso la Meca del Cine se trasladó parcial y temporalmente a nuestro país para el rodaje de la película cuyos cincuenta años celebramos: se trata de El Cid, dirigida por el legendario Anthony Mann, pues, en 1961.

El Cid fue un largometraje que integré relativamente tarde en mi palmarés filmográfico particular; no la pondré a la altura de mis grandes películas favoritas de todos los tiempos, pero sí quizás un poquito más abajo, entre aquellos títulos por los que guardo un cariño especial y que me gusta revisitar cada ciertos años. Hay dos razones principales por las que quizá el film revisado sufrió ese retraso a la hora de entrar a formar parte de mi larga lista de películas admiradas. Sin lugar a dudas debí de verla por primera vez a finales de los 80 o quizá principios de los 90 –época para mí de grandes descubrimientos cinematográficos o de confirmación de los ya conocidos–, pero la temática que trataba, conceptos a los que tengo alergia como “patriotismo”, “nación” o “rey”, la misma figura de El Cid, unidos a una temporal aversión a su protagonista, Charlton Heston, me impidieron quizá reconocer ante que gran film estaba. Con el tiempo y nuevos visionados conseguí vencer el primer prejuicio aceptándola como lo que es, una película épica de aventuras, basada en hechos reales y en un personaje que posiblemente fue un mercenario deleznable, pero sublimada e idealizada con todos esos aderezos fantásticos y maravillosos con los que sólo el 7º Arte puede engalanar hasta la historia más sórdida y trivial. Los años, y supongo que la madurez, me permitieron también, por fin, reconocer al Sr. Heston (quien, curiosamente, me había cautivado de niño con El planeta de los simios) como lo que fue: un excelente actor, a pesar de esa su ideología personal que me parecía tan detestable. No siempre es fácil deslindar las diferentes facetas de una artista, pero en este caso logré hacerlo, por fortuna, muchos años antes de que Charlton nos dejara, y ahora me siento honrado de poder ver sus muchos y buenos trabajos para el celuloide.

Inmenso Charlton Heston; bellísima Sophia Loren
Cuenta la historia, casi leyenda, que el productor Samuel Bronston se enamoró de España a finales de los 50 y tras fundar en Las Rozas, Madrid, unos estudios cinematográficos, se trajo a parte de su plantilla y, es de suponer que aprovechando también el menor coste de rodar en la Península Ibérica, dio forma a no pocas super-producciones épicas históricas y de aventuras, entre ellas 55 días en Pekín y La caída del Imperio Romano, además de la homenajeada en esta entrada. Cuando Bronston falleció en 1994, su cuerpo fue traído a la población en la que había dado a luz a casi todas aquellas películas, Las Rozas, donde fue enterrado.

Samuel Bronston
De El Cid, a día de hoy, me admira su dimensión épica y heroica –algo que destacaba al revisar La Comunida del Anillo– el héroe noble que lucha por su causa e ideales incluso contra su propio rey si es necesario, cualidades posiblemente discutibles en el soldado de fortuna que fue el verdadero Rodrigo Díaz de Vivar. No soy muy ducho en Historia, e imagino que para los más entendidos, la película tendrá innumerables anacronismos, errores de vestuario, armamento, arquitectura, etc. Todos me parecen salvables y olvidables al aceptar, como he dicho antes, que estamos más o menos ante una fantasía en celuloide. (Por cierto, existe la divertida anécdota de que, en un momento dado de la película, se ve a lo lejos un vehículo). Reconocido también su actor principal, me gusta mucho la mayoría del reparto: bellísima a más no poder Sophia Loren como Doña Jimena, con esos enormes ojos y su hermosísima melena negra, maravillosa en su rol de abnegada y amante esposa del héroe, y adecuados y correctos la mayoría de los actores secundarios: el clásico intérprete italiano Raf Vallone (Ordóñez), el habitual Herbert Lom (Ben Yussuf), Genevieve Page (Doña Urraca), John Fraser (Rey Alfonso), el enigmático Hurd Hatfield, y especialmente Douglas Wilmer –actor inglés por el que siento gran simpatía– como el aliado moro de El Cid Moutamin, uno de los personajes del film que más me gustan. Evocadores interiores representando los castillos de los protagonistas, y bonitos exteriores entre los que destaca la playa de Peñíscola, Castellón, una ciudad cercana a la mía que he visitado en varias ocasiones –la última, este mismo año– y que hoy en día está irreconocible con respecto a la época en que se rodó El Cid (el rodaje en los años 60 fue muy popular y acudió gente de muchos pueblos de alrededor para participar como extra). Por cierto, Charlton Heston volvió a la ciudad, invitado por el alcalde, en 1991.

Este año T&B Editores ha publicado el libro EL CID Edición Especial 50TH de Víctor Matellano y Miguel Losada, y se han celebraron varios actos conmemorativos en los meses recientes a propósito del estreno del film, como el celebrado Colmenar Viejo, Madrid, en una de las localizaciones originales de la cinta que aún sobrevive (la ermita en la que se refugia la pareja protagonista) y aún tendrán lugar nuevos eventos el próximo día 27, fecha del estreno original del largometraje en nuestro país. Hubiera sido todo un honor ver por aquí a Sophia Loren y a otros actores originales de este clásico (los nonagenarios Lom y Wilmer aún siguen vivos) festejando tan histórico cumpleaños.

* Enlaces de interés:
-Libro de T& Editores.
-Acto del próximo día 27.
-Artículo de El País sobre el rodaje en Colmenar Viejo.

lunes, 12 de diciembre de 2011

El laberinto de Jenny

Parece que fue ayer cuando una jovencísima Jennifer Connelly nos robaba el corazón con sus hermosos ojos verdes y su largo cabello negro en Dentro del laberinto de Jim Henson, y sin embargo ha pasado ya un cuarto de siglo de su estreno. Como ya comentaba en una entrada anterior a propósito de la actriz (esta) fue una película que vi con cierto retraso, directamente vía vídeo. Aunque la conocía desde su aparición y ya me había llamado la atención su bella protagonista, por una razón u otra desestimé verla en cine o quizás perdí la ocasión, hecho que ahora lamento. El revisitarla en la actualidad supone ahora un doble viaje, tanto al maravilloso mundo de fantasía creado por Jim Henson y Frank Oz, como a la más féliz época de mi adolescencia, lo que otorga al film, a día de hoy, un valor nostálgico añadido.

En fin, simplemente quería encontrar alguna excusa para desearle a Jennifer un feliz cumpleaños: hoy alcanza los 41, espléndidamente llevados física y artísticamente... 


domingo, 11 de diciembre de 2011

Richard Matheson

Esta semana adquirí Pesadilla a 20.000 pies y otros relatos insólitos y terroríficos, un volumen de cuentos de Richard Matheson publicado por Valdemar, editorial cuyas referencias sigo desde hace muchos años y de la que poseo no pocos libros. No pasaré a reseñar el tomo, ni a revisitar la biografía del autor de los relatos (del que tampoco soy un experto), pero sí que aprovecharé la excusa de esta compra para al menos sacar a colación a este último a las virtuales páginas de este blog. Y es que para un amante del género fantástico tanto en su forma cinematográfica como en la literaria, Matheson es un nombre muy, muy especial, pues a él le debemos algunas de las obras clave de la ciencia ficción y el terror impresos de las últimas décadas, muchas de sus respectivas adaptaciones al celuloide, y los guiones de otros tantos largometrajes: baste mencionar El increíble hombre menguante, publicada en 1956 y llevada al cine un año más tarde por el director Jack Arnold (también existe el curioso remake La increíble mujer menguante, de 1981), La casa infernal, de 1971 (La leyenda de la mansión del infierno en la pantalla grande, en 1973) y, por supuesto, su gran clásico Soy Leyenda (1954), plasmada en celuloide en numerosas ocasiones, siendo las principales El último hombre sobre la Tierra en 1964, la más reciente Soy leyenda en 2007, y la que es sin duda la versión más reputada entre los cinéfilos, El último hombre vivo, de 1971.

Pero, si este trío triunfante no fuera suficiente, la relación de Matheson con la televisión tampoco ha tenido desperdicio, y comprende desde joyas como sus notables episodios de la serie norteamericana de los 60 The Twilight Zone (aquí la conocimos como La dimensión desconocida) hasta los de muchas otras series de las últimas seis décadas como La conquista del espacio, Voyage to the Unknown, Night Gallery, Crónicas marcianas o Cuentos asombrosos, etc, etc, y para las que, o bien adaptó sus propios escritos, o bien creó expresamente nuevas historias. También “apadrinó” literariamente a Steven Spielberg en su primer telefilm, El diablo sobre ruedas, de 1971, que adaptaba su historia corta “Duel”.

Mención especial merece, cómo no, su participación en el Ciclo Poe de Roger Corman/Vincent Price, en muchas de cuyas películas podemos ver el nombre de Matheson acreditado como guionista, a saber: La caída de la Casa Usher, El péndulo de la muerte, Historias de terror, El cuervo y La comedia de los terrores. No es poco…

Matheson es sin duda uno de los autores clave del género de la segunda mitad del siglo XX. Se le puede entender en cierta manera como un puente entre los últimos escritores pulp y post-románticos (Lovecraft y compañía) y los actuales nombres más conocidos del terror y la ciencia ficción –a la cabeza el inevitable Stephen King, quien lo reconoce como su maestro– a los cuales precedió en sus tareas a veces difíciles de definir de entre novelistas y guionistas.

Los recuerdos más antiguos que tengo de sus trabajos son El increíble hombre menguante, emitida por TVE en 1982 dentro del espacio Mis terrores favoritos de Narciso Ibáñez Serrador y, no mucho después, En los límites de la realidad (1983), remake en pantalla grande de algunos de los episodios de The Twilight Zone. Posiblemente el fragmento que más impresionó a mi entonces joven sensibilidad fue el del señor neurótico que se sube en un avión y cree ver un gremlin destrozando el ala de la aeronave. Se trataba del mismo relato corto de Richard Matheson que ha dado título al libro que ha originado este artículo y me ha encantado poder leer por fin el relato original…

Próximo a cumplir los 86 años el próximo 20 de febrero, Matheson sigue deleitándonos con sus historias, siendo sus más recientes novelas Woman (2006) y Other Kingdoms, de este mismo año. También la película Acero puro, que se acaba de estrenar, se inspira en uno de sus cuentos…

viernes, 9 de diciembre de 2011

Otra vez Kirk (¡Por supuesto!)

Tercera ocasión en la que dedico una entrada a este actor norteamericano de origen ruso en los dos años que llevo confeccionando el blog (las otras dos son esta y esta), y aún me parecen pocas para valorar debidamente el estatus de grandísima leyenda e inmenso Mito del Cine del que, me repito una vez más, considero el actor más grande vivo; un pedazo de Historia del 7º Arte del que todavía podemos congratularnos de disfrutar.

Me ha parecido una forma interesante de conmemorar su cumpleaños el confeccionar lo que considero una filmografía más o menos esencial de Mr. Douglas para aquellos no iniciados en su obra y carrera –o los que quieran revisarla–, aunque ya advierto que puede no ser del todo precisa porque no he visto todas sus películas, algunas las vi hace muchos años y porque, qué demonios, ¡es muy difícil elegir dentro de una carrera tan loable! En cualquier caso, aunque pueda faltar o sobrar algún título en esta selección personal, os aseguro muchas horas de buen cine si la seguís…

El extraño amor de Martha Ivers (1946)
Kirk llegaba a Hollywood por la puerta grande con este clásico del cine negro dirigido por Lewis Milestone, aunque su papel (secundario) de hombre débil y pusilánime para nada presagiaba el rol de tipo duro en el que tanto se prodigaría en años venideros.

Retorno al pasado (1947)
De la mano de otro director clásico, Jacques Tourneur, y con otro mito del momento como era Robert Mitchum, Douglas repetía en el mismo género que el film anterior, de nuevo en un papel de reparto y también atípico en él: el de un mafioso.

El ídolo de barro (1949)
En este su octavo largometraje, nuestro hombre ya es el tipo duro que todos conocemos: lo demuestra recibiendo y dando un buen montón de golpes en la piel de un boxeador de efímera carrera, papel que le valió la primera de sus tres nominaciones al Óscar.

El gran carnaval (1951)
A las órdenes esta vez del genial Billy Wilder, Kirk no se embarcó en una de las habituales comedias del director austríaco, sino en un melodrama en el que encarnaba a un periodista en momentos bajos y con pocos escrúpulos que se aprovechaba del desgraciado accidente de un minero para conseguir la noticia de su vida.

Cautivos del mal (1952)
De clásico en clásico: con dirección de Vincente Minnelli y acompañado por la sensual Lana Turner, el actor demostraba sobradamente que era un todoterreno que salía igual de bien parado de cualquier género: en este duro melodrama le tocaba interpretar a un vil productor de Hollywood que no tenía miramientos con nadie con tal de triunfar. Segunda de sus nominaciones a la famosa estatuilla dorada de Hollywood.

20.000 leguas de viaje submarino (1954)
Otra prueba más de la versatilidad de Douglas: en esta ocasión un divertidísimo film de aventuras, obvia adaptación al celuloide de la novela homónima de Jules Verne considerada casi unánimente la mejor de entra las muchas que se han hecho. Es, cuanto menos, la más clásica de todas, con el estupendo James Mason como el Capitán Nemo y nuestro homenajeado como el rudo arponero Ned Land.

El loco del pelo rojo (1956)
Uno de los papeles más clásicos de Kirk, quien volvía a ser dirigido por Vincente Minnelli: el del torturado pintor Vincent Van Gogh. El trabajo le valió al actor su tercera y última nominación al Óscar, premio que sólo conseguiría a título honorífico en 1996.

Duelo de titanes (1957)
Muchos y destacables son los westerns en los que intervendría Kirk Douglas, pero este es quizás el más emblemático de ellos. No era ni la primera ni la última vez que el cine recogía la historia de Wyatt Earp y Doc Holliday, pero sí que es muy probable que esta película de John Sturges sea la más conocida sobre el famoso duelo en el OK Corral. A Kirk le acompañaba, ciertamente, otro titán con el que compartiría muchos títulos: Burt Lancaster.

Senderos de gloria (1957)
¿Había comentado lo multi-terreno que era nuestro actor? Aquí lo tenemos en un melodrama bélico ambientado en la I Guerra Mundial a las órdenes de un joven Santley Kubrick. Todo un ejemplo de cómo debe de ser el cine sobre este género, y la candidata más clara a ser mi película favorita de Kirk

El último tren de Gun Hill (1959)
Seguramente menos reputado que Duelo de titanes, pero también uno de mis westerns preferidos del actor. Retoma el rol del vaquero íntegro y ético que intenta vengar la muerte de su familia y debe para ello enfrentarse al poderoso cacique de turno, en esta ocasión, nada menos que Anthony Quinn.

Espartaco (1960)
Posiblemente el film más conocido de Kirk Douglas, de nuevo bajo la batuta de Kubrick (aunque el primero fue la verdadera fuerza motora de esta cinta de tres horas de duración). Admito que no es de los que más me gustan de él, pero creo imprescindible incluirlo en la selección por lo anteriormente expuesto y porque, vaya, al fin y al cabo es un hito del peplum (¡y sin la hastiante moralina cristiana tan habitual en el género!). Gran reparto y grandes escenarios

Los héroes de Telemark (1965)
Uno de los primeros filmes del actor que recuerdo haber visto (¡en el cine!). En aquellos mediados sesenta, Douglas reincidiría en el género bélico encadenando títulos como este y otros como Primera victoria, La sombra de un gigante o ¿Arde París?. Puede que ninguno de ellos figure necesariamente entre los mejores de su filmografía, pero sí ayudan a comprender y valorar una parte de ésta y merecen por ello ser mencionados.

El día de los tramposos (1970)
Un divertido western “crepuscular” (¿mejor “decadente”?) que recuerda por su estética y personajes a las películas entonces de moda de Sergio Leone y en el que Kirk compartía cartel con otros veteranos como Henry Fonda o Burgess Meredith.

Cactus Jack (1979)
De acuerdo en que esta comedia de Hal Needham no trascenderá a la Historia del Cine ni destacará entre los muchos grandes filmes de Kirk Douglas, pero conservo un grato recuerdo de cuando la vi hace muchos años por lo divertida que me pareció. Impagable el trío protagonista, con Douglas como el incompetente ladrón que da título a la película, un joven Arnold Schwarzenegger como apuesto y tonto cowboy, y una Ann-Margret ya algo madura pero todavía irresistible al que el anterior debe proteger. No puede uno evitar acordarse de los dibujos animados del Correcaminos o de los vaqueros de De-Patie Freleng al visionar esta cinta.

El final de la cuenta atrás (1980)
En la segunda mitad de los 70, y al igual que habían hecho otros compañeros suyos de la edad dorada de Hollywood como Charlton Heston o Gregory Peck, Douglas se atrevería incluso con el género fantástico con títulos como Holocausto 2000, La furia, Saturno 3 o este que reseñamos y que me parece el mejor de ellos. En él se nos proponía de nuevo la siempre fascinante idea del viaje en el tiempo, y el moderno portaaviones nuclear que comandaba el personaje interpretado por el actor tenía la posibilidad de cambiar la historia al reaparecer momentos antes del ataque japonés a Pearl Harbor.

Otra ciudad, otra ley (1986)
Entrañable e impagable homenaje a dos actores y una época del 7º Arte ya lejana incluso en el momento del estreno de esta película de Jeff Kanew. En ella, Douglas formaba pareja por última vez con su viejo compinche Burt Lancaster, interpretando ambos a dos veteranos gángsters que salían de prisión después de muchos años para enfrentarse a un mundo moderno en el que no encajaban.

La mayoría de películas de Kirk Douglas de los últimos veinte años (como Los codiciosos, Diamonds o Cosas de familia) las he visto directamente vía vídeo, y la verdad es que no tengo un recuerdo muy preciso de ellas, por lo que me abstengo de incluir ninguna en la selección hasta que pueda revisionarlas. Por supuesto, son la mejor opción para conocer los últimos trabajos del actor, quien no por su edad ha dejado de estar genial en sus apariciones en la pantalla.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Doble velatorio

Sin ánimo de que las entregas del blog en este presente mes de diciembre cobren un cariz demasiado necrófilo, no quiero dejar de mencionar en él los respectivos fallecimientos de Harry Morgan, actor al que recuerdo con mucho cariño de los tiempos en que veía la serie MASH que nos dejaba ayer a la longeva edad de 96 años, y de Barbara Orbison, segunda esposa y viuda de mi admirado Roy Orbison, a la que un cáncer de páncreas se la llevó el pasado martes 6 –curiosamente, el mismo día que falleció su marido veintitrés años atrás– a los 60 años. A su buena gestión le debemos en gran medida que la leyenda de Roy haya seguido viva, fresca y actual durante las dos últimas décadas a través de numerosas reediciones, recopilatorios, etc…
Harry Morgan (izq.), y Roy y Barbara Orbison (der.): triste semana para el cine y la música

Vuelve la pesadilla (El latrocinio legalizado, parte IV)

Hacía ya tiempo que no me desgañitaba virtualmente protestando sin esperanza contra las muchas y variadas formas que tienen nuestros queridos gobernantes de chuparnos la sangre y de sacarnos los pocos cuartos que nos dejan ganar, así que aquí viene un nuevo capítulo de mi “famosa” serie de artículos El latrocinio legalizado. Para quien desee ponerse en antecedentes, ruego revise las anteriores entregas (principalmente la II y la II) aquí. Resumidamente, en ambas me planteaba la ética y el sentido que tienen las abusivas tasas a las que nos somete la aduana española a aquellos que compramos en países de fuera de la CE, y lamentaba especialmente la incompetente gestión de las personas encargadas de este atraco a mano armada respaldado por la Ley y el Estado.

Pues bien, amigos: la empresa Speedtrans, de la que hablaba en la parte III, subcontratada por Correos para llevar todos estos trámites, fue despedida antes del verano, presumiblemente por su terrible ineptitud a la hora de realizar esas tareas. Durante unos pocos meses, la entrega de paquetes provenientes del extranjero volvió a ser como en los viejos tiempos: en 7 u 8 días desde su salida del país de origen, el cartero te lo traía a tu casa, le pagabas en mano los dichosos aranceles y demás impuestos –bastante más razonables que en los meses anteriores– y todos felices. Parecía que por fin se había hecho algo de justicia en este país y uno hasta podía hacerse la ilusión de que un descarado abuso había sido castigado y que, como en todas esas películas que tanto nos gustan, los “buenos” –los ciudadanos– habían ganado… Pero no era así: ese pequeño período de bonanza, de tregua aduanera, no fue probablemente más que el necesario para que Correos reorganizara su gestión de la paquetería internacionales. En noviembre, comenzó otra vez la pesadilla: los mismos interminables, desmoralizadores y angustiosos trámites que sufríamos con Speedtrans, sólo que ahora directamente de la mano de la Oficina Postal nacional. En la ilustración adjunta podéis ver el largo periplo que está sufriendo el último paquete que he pedido a EE.UU.: el día 11 salía de aquel país y el 18 llegaba aquí (lo normal); en ese momento supuestamente se me mandaba la famosa carta en la que se me reclamaba la factura para tasar el contenido del paquete, y la cual, según se nos informa en la web de Correos, tarda 2 o 3 días en llegar al cliente/víctima… Pero este no fue el caso: una semana después no me había llegado nada, y hube de reclamar la carta por e-mail. El envío en este caso, eso sí, fue inmediato, y la carta física no me llegaría hasta cuatro días después, un total de once desde la llegada del dichoso paquete…

Tasas y gastos a go-go: ¡invéntese su impuesto!

A partir de ahí, de nuevo la odisea de los meses anteriores: enviar la factura (por suerte a través de internet), esperar la tasación del material, pagarla por banco, y a esperar a que el paquete llegue a casa. En esta última parte estoy ahora, a día 8 de diciembre, casi tres semanas después de que la caja llegara a España, cuatro desde que saliera de EE.UU. Además de todo este padecimiento, sorprende ver la excesiva nueva factura, en la que de nuevo se nos desgranan toda una serie de conceptos taxativos a cada cual más ridículo e injusto (me ha hecho especial gracia la nueva tasa añadida del SOIVRE, una entidad que desconocía y que se suma ahora para sacar también su parte del pastel). En total, ¡casi un 40% del coste del paquete! Sigo pensando que falta el impuesto para la señora de la limpieza de las aduanas, que también podían añadir…

En fin, se siente uno como un Simón del Desierto ignorado por todos, como un tonto al que le cuelgan el monigote del Día de los Inocentes, como alguien encadenado e indefenso ante todos estos bárbaros abusos… Me resulta increíble que nos hablen de crisis con el dinero que nos sacan de todo lo que les parece. Siempre he dicho en broma que llegará el día en que nos cobren hasta el oxígeno que respiramos, pero ahora empiezo a verlo como algo posible... Por lo menos, ya que en ningún otro sitio me van a hacer caso, me permito el pequeño desahogo de este artículo en mi humilde blog. Estoy seguro de que cualquier día me encuentro a la Gestapo en la puerta de mi casa buscándome, pero creo que debemos protestar –y todos– antes esta banda de asaltantes respaldados por los gobiernos que nos amargan la vida… Y luego hablan de crimen organizado…

lunes, 5 de diciembre de 2011

Hubert Sumlin


Hubert Sumlin con el Lobo
Buena parte de lo que decía sobre Scotty Moore en uno de los primeros artículos que publiqué en este blog (aquí) se podría decir sobre Hubert Sumlin: en los primeros años en que la guitarra eléctrica se empezaba a emplear en los diferentes géneros de la música popular (blues, jazz, country ,y posteriormente, rock) y este instrumento comenzaba a destacar en discos y conciertos, no existía la actual figura del guitar hero: un músico acompañaba simplemente a un cantante, ya fuera en directo, en estudio o en todo momento, pero su nombre no llegaba ni a figurar normalmente en las grabaciones en las que participaba. Por ello, la gran mayoría de los pioneros de la guitarra eléctrica, pese a su indiscutible e invaluable influencia en generaciones posteriores en sus respectivos estilos, no han pasado al imaginario musical colectivo y son sólo conocidos por los melómanos más inquietos. Algunos no han sido jamás reivindicados en vida; unos pocos afortunados lo han sido con mucho retraso, y este es el caso del músico al que recordamos en esta ocasión, que nos dejaba ayer 4 de diciembre a los 80 años recién cumplidos (nació un 16 de noviembre en Greenwood, Mississippi, EEUU): sus sencillos pero seminales punteos y riffs para mitos del blues como Muddy Waters y, especialmente, Howlin´ Wolf (con el que tocó durante más de veinte años) son ya legado de la Humanidad y han influenciado a centenares de grupos y solistas. Irónicamente, casi nadie conoce el nombre de este guitarrista, aunque por suerte su labor recibió atención especialmente en los últimos doce años y hasta asesoró la película de 2008 Cadillac Records, en la que el actor Albert Jones le interpretaba.

Hubert Sumlin acompaña a Howlin´ Wolf: